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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Amor prohibido
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El día empezó como venía siendo habitual los últimos tiempos, Berna entró en la habitación y me dijo, casi escupiendo las palabras por la velocidad con la que habló, que tendría que quedarme encasa porque esperaba la llegada de un envío urgente que llegaría esa mañana.

―¡Qué jódida gran mañana me espera! ―dije en voz baja para mí.

Odio esta situación y  odiaba ese día. Me dejé caer hacia atrás sobre la cama mientras rumiaba que podría hacer. Todo apuntaba que sería otro de esos días llenos de aburrimiento. Me fui a la cocina y me preparé un café que tomé a sorbos de pie frente a la ventana contemplando el cercano parque. Estaba sola en casa y sin nada que hacer, salvo esperar así que decidí tomarme un baño caliente y mientras decidiría que no hacer en ese día que tan horrible se presentaba.

Entré en el baño y me saqué el camisón por la cabeza y mientras lo hacía me miré en el espejo. Al verme pensé que ese cuerpo hacía mucho tiempo que no había recibido ninguna caricia de otra persona. Pensé que hacía mucho que no disfrutaba del éxtasis del placer sexual.  Abrí el grifo del agua y añadí una generosa cantidad de sales de baño. Luego me quité las bragas y me volvía mirar en el espejo, me giré un poco a cada lado para verme mejor. Me comencé a acariciar suavemente, primero los brazos, el cuello, mis manos bajaron lentamente hasta los pechos, dejé que mis dedos rodearan suavemente mis areolas provocándome ese hormigueo que anuncia el deseo del sexo. Cerré los ojos y pensé que un hombre. Me sorprendió que no fuera Berna en quien pensaba, no deseaba sentir y tocar su cuerpo. Mis pensamientos se iban a otro hombre que no era mi marido. Me pareció un pensamiento inadecuado, casi terrible y me sentí culpable.

Cerré el grifo y con cuidado, no estuviera demasiado caliente al agua, entré en la bañera, la espuma rodeo mis piernas y lentamente me acosté estirándome todo lo que pude dentro de aquella agua cálida, fragante y relajante. Cerré los ojos y dejé que el baño hiciera su trabajo. Pronto noté la agradable calidez de la relajación. Quise pensar en mí, en mi cuerpo, en mi situación y me sorprendí cuando me comencé a acariciar, a extender la espuma sobre mi cuerpo. Fue una gran sensación que nunca antes había notado. Acaricié mis piernas y subí muy lentamente para tocar el interior de mis muslos. Noté un ligero estremecimiento y abrí ligeramente los muslos para acariciar la cálida vulva que comenzaba a palpitar. Mis dedos penetraron dentro y comenzaron a moverse masajeando el interior. Estaba tan llena de emoción y deseo que pensé que iba a explotar. Noté como mi corrida empapaba mi interior y como el clítoris se hinchaba, ese botoncito de Venus, esa perlita del placer creció como queriendo decirme que necesitaba un hombre que lo acariciara, lo lamiera, lo chupara lo hiciera rendirse. Mientras, las caricias y el agua caliente y fragante me iban acercando cada vez más al clímax pero yo lo retenía, no quería allegar tan pronto. Me detuve unos minutos mientras metía los dedos en la boca y los saboreaba. Me gustaba ese sabor a salado, como después de una larga noche de sexo y lamer el cuerpo del otro notabas en la piel el sabor del mar.

―¡Dios como necesito una polla dentro de mí! ― exclamé en voz alta.

Podía notar como mi deseo se hacía cada vez más intenso. Fantaseé que estaba con un hombre y que su lengua entraba en mi vagina mientras unas manos fuertes acariciaban mis pezones. Me volví a dejar llevar don las manos entre los muslos.

El timbre de la puerta me sobresaltó y me sentí expulsada de mi fantasía. Me puse rápidamente un albornoz de baño y gritando ―¡Voy, voy! ―corrí a la puerta intrigada quien podría ser. Era demasiado pronto para los mensajeros  y quizás fuera mi marido que hubiera olvidado su llave, es muy olvidadizo, demasiado remáchele para mí, a veces se olvida de su esposa. Oteé  por la mirilla de la puerta y vi a un joven con una amplia sonrisa. Abrí un poco la puerta y vi un atractivo joven con una en la mano. Me sonrió y me preguntó―¿Te he sorprendido Mukita?

Su voz me resultó tremendamente familiar pero sobre todo el nombre que utilizó para llamarme. Incrédula abrí desmesuradamente los ojos y boqueé varias veces antes de acertar a decir ―¿Robert797?

Si, me había sorprendido. Estaba tan sorprendida que ni le pregunté nada ni siquiera me lancé a su cuello para comerle a besos. Me quedé allí mirándolo y sonriendo bobaliconamente mientras una  tormenta de mariposas se desataba en mi estómago. Pasó un buen rato antes de que alcanzara a balbucear ―Guauuuuuuuuu ¿Qué haces por aquí?

―Bueno, no tenía nada mejor que hacer.

Soltó la bolsa y me abrazó con tanta fuerza que me dejó sin aliento. Me sentí en el cielo, era tan bueno sentirlo tan cerca, era tanto el tiempo que llevaba soñando con esto.

Nos habíamos conocido en Internet y pronto congeniamos pese a la diferencia de edad, el recién llegado a la veintena y yo casi en la treintena. Habíamos comenzado hablando de cosas banales y poco a poco conectamos y comenzamos a hablar de nosotros, de nuestras cosas, nuestras preocupaciones, inquietudes, deseos; todas esas cosas. Nunca nos habíamos visto personalmente, si habíamos hablado, en el chat de voz. Pero yo me había hecho una atrevida composición de cómo sería mi desconocido amigo de Internet. También había tenido las más locas fantasías. Entre nosotros se formó algo que no sabría describir porque nunca había sentido nada como aquello. Eran unos sentimientos muy fuertes un deseo inexplicable. Habían sido muchas veces las que había esperado que mi fantasía se hiciera realidad. Fueron muchas las ocasiones que deseé tenerlo en persona para comérmelo a besos. Y allí estaba rodeándome con sus fuertes brazos y sintiendo como sus labios se posaban suaves en los míos. No podía ni imaginarme notar aquellas sensaciones al besarlo. Tampoco podía resistir más tiempo así que me solté y tiré de él haciéndole entrar y  cerrando la puerta detrás de él.

― Como los vecinos hayan visto esto

―No te preocupes Mukita, nadie nos ha visto ―me susurró con su dulce sonrisa.

El suave aliento de su sonrisa me hizo enloquecer y provocó que un agradable escalofrío recorriera mi espalda.

Mientras nos volvíamos a abrazar para comernos la boca noté la agitación dentro de sus pantalones. El también notó mi reacción y tomó mi mano para llevarla a su bragueta.

―¿Lo notas?

Respondí con un guiño que intentaba ser pícaro para no parecer ansioso.

―Dice que te quiere, que te ha reconocido ―Susurró muy suavemente en mi oído.

Acaricié aquella colina que se convertía en montaña con una ligera presión, sus manos pasaron bajo el albornoz que ya se había abierto y rodeándome la cintura buscaron entre mis nalgas. Pronto encontraron el camino a mi excitación, esa gruta húmeda. Ni yo misma sabía cuánto tiempo hacía que no notaba esa sensación de deseo.

Abrí la bragueta y noté en mi mano la dura polla que se escondí abajo los pantalones. Noté las gruesas venas que la recorrían y como la sangre latía dentro. ¡Dios como me encantaba tener aquel pedazo de él en mis manos!

―¿Estás bien? ― preguntó en un susurro.

Pero no pude responderle porque estaba como en trance. Sus dedos ya habían encontrado mi clítoris y los frotaban arriba y abajo a una velocidad constante pero deteniéndose de vez en cuando.

Me solté para irme al sofá y me acosté para que pudiera ver mi coño y cómo mi clítoris sobresalía con el deseo. Separé los labios de la vulva con dos dedos para verme el húmedo y cálido agujero del deseo y del placer cómo mejor forma que encontré de ofrecérselo a su polla sin decir ninguna palabra. Me veía incapaz de emitir ningún otro sonido que no fueran gemidos. Se quedó quiero a mi lado, con la polla en su mano y comenzó a masturbarse mirándome. Unas gotas brillaron en su maravillosa polla y deseé probarlo. Le hic una seña para que se acercara, me enderecé y con la cabeza a la misma altura que su polla endurecida la tome suavemente con la boca. Primero comencé a besarla y lamerla despacito las gotas de su polla. Tomé el glande mordisqueándolo con mis labios. Lo solté y lo tomé otra vez y lo chupé, y lo dejé ir de nuevo. Luego lo tomé de nuevo con la boca, esta vez más profundamente  y lo apresé con mi boca. Rodeé el glande con mi lengua dentro de mi boca y me recosté sin soltársela. Noté que se correría si no lo soltaba así que lo liberé y le pedí que me acariciara. Me recosté otra vez para entregarme toda a él. Abrió los labios de mi vulva con sus dedos y enterró su lengua en mi vagina. Chupó mi suavemente clítoris y lo sujetó delicadamente entre sus dientes para volver a soltarlo y mordisquearlo de nuevo. Sabía cómo hacerme enloquecer, como acercarme al éxtasis, me tenía a punto de explotar. Entonces sentí a su dedo entrar en mi coño y como exploraba sus paredes luego me metió otro dedo y después de un rato el tercer y cuarto dedo y como los movía arriba y abajo dentro de mi gruta del placer. Sentí la dureza de su polla empujando contra mi clítoris y le pedí que la frotara contra mi coño. Yo quería gritar y clavaba mis dedos en su espalda. Me sentí tan caliente y con tantas ganas, que tomé su polla con las manos y la guié en su camino a mi caliente y húmedo coño.

Comenzó a empujar muy lentamente mientras me miraba a los ojos. Le abracé y acerqué mi boca a su oreja para decirle entre suspiros y gemidos ―esto es culpa tuya, me haces estar muy caliente, soy toda tuya y quiero todo lo que me puedas dar.

Él sonrió y me dio un profundo beso al tiempo que empujaba su polla con más fuerza dentro de mi hasta que la metió toda y llegó hasta el final. Empezó a moverse cada vez más rápido, con fuerza y determinación. Separó un poco su cuerpo y cogió mis piernas por los tobillos colocándolas sobre sus fuertes y hermosos hombros. Su respiración se hizo más fuerte y rápida. ¡Qué maravillosa sensación!

Un pensamiento inaudito me hizo lanzar mis manos a su culo y le clavé las uñas. Noté que no tardaría mucho en correrse  y entonces  comencé amover mis caderas al ritmo  de sus golpes para sentirlo aún más intensamente. Le miré y en su expresión pude ver que no duraría mucho tiempo más. Entonces sentí como un relámpago dentro de mí, un estremecimiento y el calor de su esperma al mismo tiempo que mi propio orgasmo hacía que mis propios músculos se contrajeran. Me la metió y sacó un par de veces más antes de atraparme entre sus brazos.

No quedamos quietos para sentirnos el uno al otro y mi vagina liberó a su polla cubierta por el néctar de ambos. Me hizo cosquillas al retirar su polla y le pedí― déjame que te limpie al polla.

Pero él tuvo una idea mucho mejor. Se separó un poco y me propuso ―vamos a hacer un 69 y así yo también puedo limpiarte.

Nos colocamos y así pude yo también disfrutar de su suave lamida y yo le chupé hasta la última gota de su polla, de líquidos suyos y míos. Noté que le gustaba mi sabor y yo me alegré que después de tanto tiempo fuera él quien me hiciera sentir tan mujer y que fuera él quien disfrutara de mí como hembra en celo. Me alegré que fuera Robert797 quien estuviera en aquel momento haciéndome lo que me hacía.

Nos quedamos una buena parte de la mañana disfrutando uno del otro y del sexo hasta que llegó un mensajero con un sobre. Entonces nos despedimos con un hasta pronto que siempre se me hace eterno.

Mukita

Otro relato ...




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