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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Crucero, tercera parte
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La reunión de iniciación que se dio en nuestra cabina con la eventual compañía de viaje que compartíamos la cordial y eficiente guía personificada en Lucy, no tuvo demasiadas aristas informativas que pudiese considerar significativas o de relevancia. Estaba más o menos bien explicado el tema acerca de la forma en que sin necesidad de preguntas y respuestas incómodas entre los viajantes nos identificaríamos mediante pulseras y brazaletes respecto a nuestras preferencias o inclinaciones; también había quedado clara la cuestión de las áreas en las que se podían o no hacer determinadas actividades o cumplir con las formalidades de la indumentaria. Sin embargo, quienes nunca habíamos tenido ninguna incursión en este universo libertino, notamos grandes lagunas que tenían que ver con la conducta a adoptar, con algunas “etiquetes” usuales y comunes entre los ya iniciados o habituales. Sabemos que, en rigor, hay normas que hasta llegan a ser escritas como para evitar resbalones desagradables, pero hay otras, que tienen que ver con el “filling” recibido o emitido para integrarse naturalmente sin necesidad de recurrir al decálogo de prohibiciones o permisibilidades. No era sencillo preguntar acerca de ello, porque en definitiva era como preguntarle al maître de un restaurante como queda bien tomar la sopa.

Salimos de la cabina ataviada con nuestra indumentaria tropical en blanco hilo con algunas insinuantes transparencias en los lugares adecuados, gafas de sol y sombreros de ala flameada al mejor estilo “Caribe Hot”. En el corto paseo hasta la cubierta del nivel de nuestra cabina, pudimos ver gente con las batas azules y las pulseras, también con ropa elegante sport y vestida como nosotras. Dimos una recorrida por el centro comercial Free Shop, que aún con el barco atracado en el muelle, no estaban habilitados los numerosos locales de marcas internacionales, perfumería y souvenir. Todo se hallaba en la etapa previa a la ceremonia de zarpar. Asistentes y personal de la empresa, apurados y asesorando casi a la carrera a viandantes ansiosos o simplemente, extraviados. Nos encontramos con una pareja de mediana edad, muy agradables ambos que notamos una curiosidad de la que no teníamos noticia; una sutil banderita canadiense adherida a la tarjeta blanca con sus nombres; nos imaginamos que entre una población semejante con distintos orígenes y lenguas, ese detalle era casi fundamental. Ambas hablamos un poco de inglés y, Ethel además, domina muy bien el francés.

Nos saludamos y en un corto diálogo, combinamos un encuentro luego de la cena en uno de los bares llamado “Black Sails” con toda una decoración temática referida a la piratería del siglo XVI. Ya habíamos oído algo de ese lugar y, parecía ser uno de los puntos de encuentro más “carniceros” donde se daban verdaderas fiestas negras multitudinarias. Promenade y Foro Romano, le seguían en una escala de supuesta calificación hot. Por último nos comentan, como expertos en la nave, ya que era su tercer crucero en ese mismo barco y, con la misma finalidad, que por la noche y, en navegación, la piscina superior “Neptune”, era el sitio ideal para romper el hielo a los debutantes y noveles miembros del pasaje. Claro, que no descartaron las reuniones privadas en cabinas para quienes se sintieran intimidados a dar rienda suelta a sus fantasías de manera pública y abierta. Toda una información muy gentilmente proporcionada por estos canadienses muy agradables y potables para una iniciación prolija.

Cenamos ligeramente y regresamos a la cabina para uniformarnos con las prendas asignadas y, los identificativos. Fue ahí que vimos unos stickers adhesivos con las banderitas, en la misma bolsita plástica donde se hallaban las tarjetas acrílicas y el marcador para poner nuestros nombres. No estaba la bandera argentina, aunque sí la española, con lo que evidentemente poco tenía que ver la nacionalidad y si, el idioma preferido. Claro que se podían utilizar tantas banderas como lenguas se dominaran con el objeto de facilitar la comunicación.

Nos colgamos los teléfonos celulares del cuello con la cinta rosa que nos proporcionó Lucy para llamarla en caso de necesidad o duda, unas sandalias de corcho muy cómodas que había comprado antes fijadas a nuestros tobillos por unos cordones cruzados y, unos tacos que realzaban nuestros culos y piernas.

Las batas cubrían únicamente y brevemente lo necesario como para mantener algún recato visual hasta tanto la partida no se realizara y, obviamente no se podía transitar por cubiertas exteriores con esa indumentaria mientras estuviésemos en el puerto.

Volvimos a las amplias escaleras circulares del lobby central y estuvimos curioseando mientras escuchábamos las sirenas anunciando la partida y, a través de unos ventanales vimos el show montado en el muelle en el que seguramente, empleados de la agencia y naviera hacían de público “despedidor” y recibían alegremente las miles de serpentinas de papel coloreadas que los pasajeros “despedidos” les arrojaban desde las bordas atiborradas de ingenuos turistas.

Ya con el barco navegando a prudente distancia de la costa peninsular de La Florida, las bocinas comenzaron a anunciar las habilitaciones de los distintos espacios y, comercios, casinos, etcétera. También promocionaban permanentemente un show en una de las discotecas o boîtes nocturnas. Cuando la voz del locutor pausaba, se escuchaba una canción en inglés con ritmo tropical muy pegadiza, posiblemente Gloria Stefan.

Elegimos unas camillas plásticas sobre la cubierta para disfrutar el ocaso sobre el horizonte hacia el tenue skyline de la ciudad de Miami que ya se encontraba a más de dos millas, según se apreciaba en las pantallas de GPS distribuidas por todos lados. Estábamos solas y esperando acontecimientos decantadores. Una pareja tomó posición en las camillas a mi derecha, luego un camarero pasó ofreciendo tragos y todos aceptamos algo que parecía ser un “margarita” con poco ron. Escucho que la mujer de la pareja a mi derecha, me pregunta acerca de nuestro origen. Le respondí escuetamente sin abandonar la cortesía, lo que provocó una corta charla tribal y inconducente. Ellos eran panameños y, sus nombres eran Tony y Su (quizás por Susana). Luego otras camillas vecinas iban siendo ocupadas paulatinamente y, en minutos todo el paseo de cubierta de estribor estaba completamente poblado.

Sonó el teléfono celular de Ethel y, era Lucy que preguntaba por dónde estábamos y si podía interrumpir algo. Le dimos las coordenadas y le dijimos que de momento estábamos en soledad mirando el paisaje marino, a lo que nos volvió a preguntar si nos estábamos divirtiendo o, aún no habían proyectos inmediatos. El altavoz del celular, nos permitía escuchar la voz de nuestra anfitriona a ambas, pero también a nuestros vecinos. Los panameños, al escuchar la última frase, sonrieron pícaramente mirándonos casi detenidamente, al lado de Ethel, a su izquierda una parejita española tampoco pudo ocultar una provocativa risotada. Yo estaba roja como un tomate, muerta de vergüenza y, Ethel, muy suelta de cuerpo, le dijo que “Estábamos esperando que aparecieras por aquí con algún aperitivo adecuado”. La respuesta de Lucy no se hizo esperar.

 ― Estoy aquí cerquita con una pareja que me preguntó si conocía sus paraderos, así que si no tienen inconveniente, voy para allá para presentárselos.

― Te esperamos, con un margarita suave que nos acaban de servir.

― Bueno, en los bares, hay Margaritas reales, por si quieren probar algo bueno.

Casi al momento que interrumpimos la escueta conversación telefónica con Lucy, ésta cruzaba la puerta de la cubierta, junto a la pareja canadiense que habíamos conocido hacía un rato; Eric y Ann Marie, un joven matrimonio de treinta y tantos, aventureros, amantes del senderismo y, con una muy buena posición económica gracias a la familia de Eric, propietaria de toda una flota pesquera en el Pacífico. Llevaban casados tres años y no estaban interesados en bebés de momento. Charlamos animadamente, Ann Marie, oriunda de Quebec, era hija de padres mexicanos y, su español era excelente, con lo cual ello nos resolvió inteligentemente el diálogo franco y abierto.

Ambos estaban identificados como pareja que funciona con otras parejas, ella como casi siempre sucede en este ambiente, bisexual el, hetero.

En el medio de la charla biográfica en la que los cuatro dijimos, quizás, más de la cuenta, Lucy se apartó por un momento, ya que estaba junto a nosotros cuatro compartiendo bebida, risas, bromas y algún gesto de querer integrarse en el otro aspecto. Al cabo de unos minutos, apareció con su bata azul y pulseras. No lo sabíamos ni, siquiera sospechábamos, pero Lucy era gay según su pulsera.

Ann Marie, mientras contaba acerca del paisaje de su tierra, le tocaba la polla a su marido por debajo de la bata. Lucy recostó su cabeza sobre mi hombro de una forma muy dulce. Las tres mirábamos la mano de Ann Marie y la cara de placer de Eric, que ya tenía una erección brillante y, no dejaba de mirarme a los ojos cada vez que levantaba sus párpados. Al tipo, su mujer le estaba proporcionando un estado de éxtasis sublime. Ethel me miró y, casi ordenándome me hizo un gesto con la cabeza marcando la pija de Eric.

― Ayudala.

Fue su única palabra.

Miré a Lucy y, esta tenía sus ojos encendidos y brillantes.

― Yo diría que deberías darle un poco de gusto a nuestro amigo.

Mi primer movimiento fue levantar el traste del taburete donde me hallaba sentada y me incliné suavemente hacia la posición de Eric. Pero este al detectar mi intención, se puso de pie, abrió su bata y dejó su polla a escasos centímetros de mi cara. No había mucho más para pensar. Se la tomé con la mano y abrí mis fauces todo lo que pude, el resto fue un tren expreso de sensaciones. Detrás de mí, comenzaba otro show. Ann Marie se quita la bata y se le prende sin más a Ethel, Lucy se suma a sus dos compañeras y, también desprovista de su bata se ocupa de las tetas de Ann Marie. Entre tanto, la polla de Eric aumenta su volumen, dureza y temperatura; su mano acompaña mi vaivén apoyándomela en la nuca, mis humedades se transforman en un río que lo siento por mis muslos, luego una mano acariciando mi vulva, una mano femenina que pensé se trataba de la de Lucy, que era quien estaba más próxima, pero no. Era la de mi amiga Ethel.

Mientras toda esta escena se desarrollaba y todas éramos atendidas de distintas manera por la artillería de Eric, el resto de los pasajeros paseando a la luz de una preciosa luna sin prestar mucha atención a nuestra carnicería de placer. No recuerdo cómo fue que me encontré tumbada en el piso de tablas con el chochito prolijo de Lucy en mi boca, Ethel dándome gusto a lengüetazos a horcadillas y Ann Marie atendiendo la polla de Eric. En el tumulto, se sumó otra pareja que ni siquiera sabíamos, al menos yo, sus nombres ni ninguna otra referencia, pero el tío, algo excedido de peso, magreaba las tetas de Ethel y Lucy intentando que el diminuto y flácido gusanito se ponga decentemente presentable. En un momento de descanso, donde ya mis orgasmos habían consumido totalmente las proteínas de la cena. Me detuve para mirar el entorno inmediato. Un tipo que hablaba un muy mal ingles quizás, originario de Europa Central, intentaba decirme algo. Estaba solo y, yo traté de responder lo que me parecía que estaba preguntando, pero no. El tío se abrió la bata y sacó una polla bastante decente, sonreí cordialmente y me puse a masajearla para ver si crecía un poco más, porque luego de ver la de Eric, todas me parecían diminutas. En ese instante, aparece Ethel y se la metió de un solo movimiento en la boca logrando hacerla crecer. Luego me la ofreció y entre las dos nos ocupamos de ese respetable mástil, El tipo se la sacudió un poco y parece ser que ya venía con carga en la recámara porque nos embadurnó las caras de abundante leche espesa y caliente. El resto se mataba de risa y, hasta fue ovacionado con aplausos mientras mi amiga y yo, buscábamos con que secarnos las caras, cabello y tetas.

Alrededor nuestro, cada cinco metros cuadrados se había armado algo parecido y, nos dimos cuenta de un detalle no menor y curioso. Nos encontrábamos en el área de una piscina casi a popa, en la periferia se levantaba un “deck” de maderas donde estaban dispuestas unas muy oportunas regaderas (duchas) para que la gente se higienice superficialmente antes de tomar un baño de inmersión. Nos metimos Ethel, Lucy y yo bajo una de las regaderas, luego se nos sumó Ann Marie y, ¡oh sorpresa!, aparece Diana, con sus muy paradas tetas de plástico y piernas delgaditas que terminaban en un culo totalmente artificial y desproporcionado. Se sumó al grupo con el único objetivo de meterle la lengua en la boca a mi amiga y magrearle un poco las tetas. Ethel, no tuvo oportunidad de escape, y no quiso ser descortés, así que le proporcionó algo de cariño a la viejita que horas antes le propuso un polvete.

Luego de algunos magreos y caricias que nos propinamos como para que no se espante el duende del morbo erótico que nos había capturado a todas las que estábamos allí, me aparté para regresar al lugar de la orgía, con la intención de ir por mi bata y la de mi amiga que habían quedado tiradas con nuestras tarjetas blancas y los teléfonos celulares. Gran sorpresa fue cuando veo a Eric que estaba atendiendo el culo de la gallega que nos habíamos tropezado en el centro comercial hacia un rato. La tipa bramaba como una desquiciada, pero se aguantó el enorme pollón que entraba y salía de su ojete totalmente lubricado con un aceite que la bestia de Eric derramaba sobre sus nalgas. Me quedé un instante observando ese magnífico polvo, porque realmente me entraron ganas de ponerme en cuatro al lado de la hispana celta a ver si me tocaba un poco a mí y, sí, me puse en posición para ofrecer mi mercancía al dueño de ese chipote grueso pero bien diseñado porque era casi cónico y, en un instante sentí sus dedos jugando en la puerta de mi verdulería, luego mi piel tanteó a la altura de mis caderas ese líquido viscoso que era el lubricante escurriéndose por la raja del culo. Tuve ganas de besarle las tetas a mi compañera y, esta me regaló un beso de lengua mientras el monstruo de Eric se abría camino por mi coño y, yo empecé a gritar cosas que ni yo misma entendía…

No tardó mucho en tentarse con mi agujero pequeño y el hurón pugnó por entrar y yo que sentía que me desmayaba de placer. Carmen me decía cosas como “qué guapa que estás tía, te voy a comer el coño mientras este te la da por el culo…”; todo me daba vueltas y mis orgasmos son terribles porque escupo flujo como si eyaculara y, parece ser que cada vez que alguien tiene mi cajeta cerca y ve ese espectáculo se calienta más. En este caso, la gallega era una chupadora de cajetas con la lengua más inteligente que jamás me ha tocado. En un momento mágico, Eric me la saca y, yo vuelvo a correrme como una condenada en la boca de Carmen, el tipo se quita el condón y, me la mete en la boca para que me trague todo; confieso que tuve arcadas porque me llegó hasta el esófago el lechazo. Cuando levanté la vista, Ethel estaba ahí dándose dedos a lo loca luego de haber sido espectadora silenciosa de mis orgasmos..

Luego de un instante de fresca y, sedante paz post orgásmica me tendí en la reposera a ver como mujeres y tipos desconocidos se propinaban una paliza sexual jamás vista por estos ojos. Todo era carne trémula, gemidos, y desenfreno. No había romance ni cosa parecida. Las pollas cambiaban de inquilina a cada instante. En algún momento Lucy, decidió alcanzarme un vaso con una bebida que sabía a vodka y jugo de frutas, se sentó a mi lado y, ambas estábamos sudorosas, complacidas y satisfechas. Nos miramos en silencio y también miramos como la luna plena plateaba las oscuridades tenuemente alumbradas por exóticas antorchas artificiales alrededor de lo que debiera ser una piscina y, era un patio griego del siglo IV A.C. En las bocinas o, no sé de donde realmente surgían melodías de salsa o merengue. Alguien bailaba, otros se aferraban a lamidas o apasionados besos. Todo ardía como en el infierno de Dante.

― ¿Cómo te sientes Rosa?

― Creo que bien, aunque debo confesar que temo despertarme de esto. Aún no se si se trata de un sueño, de una pesadilla o, simplemente de la antesala de algo que creo me destruirá tal como mi gente me conoce.

― Sería un error de tu parte no ver esto, como una forma real de vivir lo que, seguramente vienes reprimiendo desde hace tiempo. Tú y, yo somos muy parecidas; quizás mucho más de lo que puedas imaginar. Yo ya he pasado por este instante de dudas que estás atravesando. Sólo puedo decirte, que acabas de sincerarte contigo misma. El resto corre por tu exclusiva cuenta.

Escuché el comentario de mi joven y bella anfitriona y, traté de traducirlo a mi conciencia en frases que me resultaban de mayor legibilidad. Mi amiga Ethel estaba en el medio de algo que llaman Gang Bang, o sea un tipo abajo, otro atrás y un tercero delante de ella. Todos ocupando cada uno de los agujeros disponibles. Mientras la observaba, Lucy me comentó casi alegremente que mi amiga estaba haciendo lo que realmente soñaba desde hacía tiempo. Yo tuve que confesarle, sabiendo que ella fue testigo de la mamada de clítoris que me había proporcionado minutos antes, que Ethel fue la única mujer con la que tuve sexo en algunas oportunidades aisladas durante los últimos cinco años, pero que realmente no teníamos ninguna relación romántica. Simplemente éramos amigas que cuando la calentura nos superaba, nos dábamos gusto de la manera que se nos ocurría.

Nos reímos sobre el tamaño de la polla de Eric y, de los gritos que pegaba Carmen cuando este se la metía por detrás, al tiempo que me confiaba el secreto que, solo una vez lo intentó por ese agujero y quien se debió encargar de hacer las cosas bien, no tenía mucha experiencia y le pareció lo más cercano a un parto por el dolor. Le expliqué, que el sexo anal requiere varios requisitos previos, como la dilatación necesaria, la lubricación de los esfínteres y de una enorme delicadeza del hombre. Claro que no cualquier polla puede entrar por ahí la primera vez. Es preferible que sea algo pequeño, que debe proporcionar placer, no dolor.

Rosa azul

Diario Personal de Rosa Azul

Estos son los relatos que integran el Diario personal de Rosa azul, donde no hace llegar algunas de sus vivencias. Desde la vivida junto a Juan, hasta las fabulosas aventuras junto con su amiga en un crucero swinger. Además, nos hace la narración de un largo viaje en el que conoció a una enigmática chica.

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