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La Página de Bedri
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―Siempre he sido una buena persona ―mintió Roberto― No creo ser capaz de ser diferente.

―Ah, pobre pequeño Robertito ―Catalina se estaba burlando de él. Luego frunció los labios y le besó en la punta de la nariz. Ella sonrió― ¿Te gustaría que te enseñe a cómo ser malo?

Roberto había encontrado la conversación bastante excitante; Catalina le estaba resultando fascinante.

Él asintió― Sí, por favor, enséñame.

Catalina se desabotonó lentamente la camisa y pasó sus manos por el pecho. Ella tiró suavemente del cabello, luego deslizó un dedo lentamente sobre su pezón, tocándolo de la misma manera que a ella le gustaba que la tocaran. Ella tiró de él hacia ella para darle un apasionado beso, empujando su lengua dentro de su boca. Entonces ella hizo una pausa.

―Ahora tócame como yo te toqué a ti y lo entenderás lo suficientemente rápido y claro.

Ella lo besó de nuevo. Roberto sonrió para sí mismo; esto podría ser más fácil de lo que había pensado. Él le apretó el pecho, de manera casi mecánica. Entonces Catalina atrapó su mano y la dirigió hacia abajo, hacia entre sus piernas. La tela de sus bragas era suave y cuando él presionó con sus dedos notó su humedad allí. Roberto se dejó caer sobre sus rodillas, enganchando sus pulgares en el dobladillo de sus bragas y lentamente pero sin parar se las quitó.

Su coño estaba desnudo, húmedo y resbaladizo, y Catalina se estremeció cuando Roberto colocó allí sus labios. Le lamió la raja en toda su longitud, besando, chupando, mordisqueando y explorando con la lengua. Él pasó sus manos arriba y abajo por la parte posterior de sus muslos. Luego acarició sus nalgas; las agarró con fuerza y las separó. Lentamente presionó la yema del dedo en el apretado esfínter de Catalina mientras continuaba homenajeando su coño palpitante y húmedo. Solo pasaron unos momentos antes de que las caderas de Catalina comenzaran a resquebrajarse y Roberto tuvo que sujetarla firmemente presionándola contra la pared.

Catalina comenzó a deslizar lentamente su espalda por la pared arriba y abajo. Tenía las rodillas débiles y tenía problemas para mantenerse. Cuando Roberto se apartó y la miró a los ojos, un resto de su jugo corría por su barbilla. Luego, lenta y suavemente la ayudó a sentarse en el suelo.

Catalina se sentó con la espalda apoyada contra la pared. Se subió la falda alrededor de la cintura y luego, con las piernas bien abiertas, abrió su blusa y se bajó el sujetador por debajo de los pechos.

―Muéstrame tu polla ―susurró.

Roberto se levantó rápidamente, se desabrochó el cinturón y los pantalones que dejó caer al suelo, no llevaba calzoncillos y su polla erecta apuntaba directamente a la cara de Catalina.

― ¡Espléndido! Vuelve a ponerte de rodillas ―ordenó ella― Enfréntame y mírame y acaríciate el pene.

Roberto obedeció y miraba con entusiasmo como Catalina pellizcaba sus pezones y tiraba de sus pechos. Y como luego lamia dos de sus dedos y los deslizaba a lo largo de los labios de su coño, usando el pulgar para masajear el clítoris.

―Vamos a hacer algo muy malo ―suspiró Catalina― Vamos a masturbarnos pero solo nos miraremos, no puedes tocarme y yo no te tocaré. ¡Sin hablar tampoco! ¿De acuerdo?

―De acuerdo ―respondió Roberto, mientras continuaba acariciándose lentamente.

―Tu pene es adorable, pero está demasiado seco ―murmuró Catalina que tenía una mirada traviesa― nunca ganarás así, extiende tu mano.

― ¿Ganar qué? ―preguntó Roberto extendiendo su mano con la palma abierta hacia arriba.

―Ganar la carrera ―respondió Catalina mientras escupía una buena cantidad de saliva directamente sobre la palma de la mano de Roberto.

―Aplácatelo en el pene Robertito, quiero que seas competitivo ―Catalina sonrió― El que de nosotros se corra primero gana.

― ¿Y cuál será el premio? ―preguntó Roberto con un susurro mientras continuaba acariciándose, deleitándose y disfrutando con la sensación húmeda y tibia del lubricante de la saliva de Catalina.

―Yo soy el premio, Robertito, si ganas, puedes tenerme a mí, puedes hacer lo que quieras conmigo ¡Cualquier cosa! Pero si gano yo, terminaré esta noche y me iré ¿De acuerdo?

Roberto asintió― ¡De acuerdo!

―Bueno Robertito, tienes una hermosa polla y me encantaría sentirla dentro de mí, en cualquier parte donde quieras ponerla ― susurró Catalina y su mano se movió aceleradamente entre sus muslos abiertos mientras su otra mano pellizcaba y estiraba y atormentándose los pezones.

―Pero será mejor que te des prisa ¡Me estoy acercando tanto, me falta tan poco para correrme!

Roberto se apresuró en metérsela con dificultad por los movimientos convulsos de Catalina y su propia urgencia por el orgasmo que se le venía.

―¡Aaaaaaaaahhhhhhhhh me corro!

S.H.N.3

Otro relato ...




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