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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Desmedida curiosidad 2
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Empezó una especie de amorío sin rotulo alguno dado que en mi solo había una suerte hasta de lastima morbosa. Manejábamos bien la situación sin miradas ni demasiado hielo frente a mis padres y actos desmedidos cuando quedábamos solos. Me prohibió el uso de ropa interior para sus incansables manos y para ahorrar preámbulos decidí andar como más de una vez quise; desnuda en la casa. El toqueteo era constante y más de una vez que no nos daban los horarios por la rotación de los trabajos  falté a mis estudios y nos encontrábamos en un lugar alquilado y discreto para revolcarnos a gusto. Le encantaba meterme su lengua en mi boca y debo decir que los chupones   eran más largos que el coito en sí pareciendo que quedábamos abotonados por la boca. El se calentaba mucho con mi boca y toqueteos; sin tapujos se sacó todos los gustos e inclusive debute en muchas cosas con él, a veces debía sacar mi lengua en toda su extensión para que el apoyara su verga dormida sobre la misma y verlo sonreír triunfante. Me hacia mirar el espejo cuando me hacia la cola mientras acariciaba espaldas y senos, eyaculaba en mi boca y antes de beberle el semen tenía que sacar la lengua para mostrarle su leche y tragarla con el mayor placer.

Se hacía lavar la pija mientras sus dedos escarbaban entre mis nalgas y me habló de un encuentro swinger, lo miré con reproche y contestó que no estaba obligada a nada, que solo era disfrutar a conciencia con otra persona, que tenía que haber gusto por el otro y que al menos fuera al encuentro sin compromiso de nada. El sabía que yo aflojaría pero en el fondo necesitaba llegar a un límite para redescubrirme o terminar esa relación sin futuro más que satisfacernos la perversidad. Me sentía una cosa sucia pero también era cierto que mi abuelo cuando se encendía me despachaba a gusto.

El tipo era de su edad y conocido, y acompañado por una joven como yo hicimos el cambio; mi propio abuelo me levantó en brazos desnuda depositándome en la cama para después hacerle el ademán al otro que se sirviera de mi. El viejo me tomó con un ardor divino, me gozaba entre la ternura y la pasión. Sentí que era un cable a tierra sexual y no me negué a nada. No me sacó la mano de encima en ningún momento. Exploró todo mi cuerpo con dedos y lengua y habiendo eyaculado me practicó sexo oral recibiendo su leche para beberla. Trató de llegar al segundo orgasmo largando un liquido muy acuoso resultado de mi masturbación mientras le practicaba un beso negro que me dejó con un aliento casi imposible de sacar.

Cuando escuchaba, entre broma y verdades, las fantasías de mis amigas me sentía dichosa y las veía como pajeras; jamás conté nada aunque estuve tentada más de una vez.

Al muy poco tiempo de aquel intercambio quiso la casualidad me encontrara, en un centro comercial, con la joven del encuentro swinger; charlamos muy amablemente hasta que un momento me confesó que ella creía que yo era una “colega”; el viejo con el cual  me había acostado la había contratado y a su vez a mi abuelo le había pagado por mí, que me había visto muchas veces y tenía una calentura de aquellas y pese a lo ocurrido seguía deseándome para lo cual seguían los diálogos con mi abuelo para otra vuelta. Le di las gracias y volví a casa tratando de controlarme ya que entre la indignación tenía en el fondo algo de orgullo por lo del otro viejo.

Recién en dos días quedaríamos solos de nuevo y ahí planeé mi venganza, los momentitos que nos veíamos a solas le preguntaba por el swinger y si él no quería verme de nuevo que ese gerente; era un espectáculo y que arreglara otro encuentro y que etc. etc. Trató de parecer indiferente pero en sus pupilas vi otra cosa, aún dentro de mi existía el rencor por un abuelo que me había cogido de  dos maneras. La noche anterior a quedar solos imaginé como lo calentaría al otro día para echarlo y decirle que yo quería a su amigo como amante. Ese día en una oportunidad le dije

—No sabes lo que deseo que quedemos solos; quiero pija, leche y lengua.

Hasta que por fin esperamos la hora de estar bien seguros, cuando vino me había puesto una medias negras de encaje, con un vestido corto que me quedaba chico y el escote bien abierto, estaba maquillada y peinada  como para una fiesta; era una puta vip. El avanzó babeándose buscando mi boca abrazándome y sentí por primera vez un halo de ternura en sus labios. Manoteé su bulto que iba creciendo y sacando su lengua de adentro de mi boca susurró mi nombre, me separé sorprendida y lo mire preguntando

—¿Qué pasa?

Empezó a desvestirme dándome las gracias, anunciando que estando en las puertas de la muerte yo era un bálsamo, que lamentaba tanto no haberme conocido antes para disfrutarme como lo hacía ahora; que lamentaba haberme entregado por plata pero que en el fondo lo había hecho como dando una joya que sueña cualquier hombre y él se aprovechaba de ello. Que no le dijera si había gozado esa noche.

—Por Dios que mujer hembra que sos, que dicha poseerte, entrar en tu cuerpo delicioso y anhelado.

Tuve que jurarle que él era mi dueño, entró en mi y no paró de besarme y acariciarme hasta que acabó en mi vagina aunque rogué que lo hiciera en mi boca  y cometimos la imprudencia de dormirnos juntos esa noche. Cuando desperté el seguía durmiendo lo llame con el mate en la cama, se lo cebé y mimé una y otra vez diciéndole que podía hacer conmigo lo que quisiera, que con ningún otro sentiría lo que el lograba en cuerpo y alma. Y mientras el tomaba mate yo le chupaba la pija.

ADRO

Desmedida curiosidad

Una joven rubia con trigueño bronceado, cara entre lo pasable y linda gracias a sus ojazos verdes, con buenas piernas, cola prominente, buenas lolas, frescura al andar y una sonrisa casi permanente acaba sucumbiendo a la morbosa y desmedida curiosidad que le hace entregarse a una persona de bastante más edad.

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