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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Despedida de soltero
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Querido Bedri:

Disfrutaba de un momento con mis dos sobrinos preferidos cuando uno de ellos, el primero de ellos en follarme, después de corrérseme dentro, de forma sorpresiva y entre jadeos dijo ―Me caso.

El silencio producido fue absoluto, casi espeso. Fue una situación incómoda, su primo acababa de correrse en mi boca. Él en mi coño conmigo a cuatro patas. El semen de su primo goteaba por la comisura de mis labios y él aún la tenía dentro de mí, con sus fuertes manos sujetándome por la cintura.

Su primo boqueó varias veces antes de poder articular palabra ―¿Cómo que te casas? ―se incorporó un poco mientras los otros dos permanecíamos en la misma postura en la que estábamos cuando estalló la noticia. ―¿Te parece buen momento para soltarlo?

Su primo dejó que su flácida polla saliera, lo más normal después del polvo que acababa de echarme, y se dejó caer a un lado. Yo permanecí aún varios largos segundos a cuatro patas antes de acostarme boca abajo entre ambos.

Mi sobrino, el que me había dado la polla en la boca, temió que me pusiera a llorar o me entristeciera y me hizo levantar la cara, con delicadeza me limpió los restos de semen de la boca y barbilla, y me abrazó con tanta ternura como pocas veces alguien me ha abrazado. Luego se dirigió a su primo para reprenderle. Este pidió disculpas de mil maneras y rogó  perdón de todas las formas que se le vinieron a la mente.

―No sabía cómo decirlo ―y añadió― tengo miedo a hacerte daño Q. eres mi tía pero por encima de eso eres mi mejor amiga. Contigo tengo sexo, mucho y muy bueno, me has enseñado todo lo que se y además, me escuchas y he aprendido de ti cosas que sin tener que ver con el sexo no hay lugar para aprenderlo mejor que en tus brazos.

Ante tal parrafada me enternecí y dejando a su primo me abracé a él y le comí la cara a besos. Fueron besos con ternura, con mucho amor, muy entregados. Me apreté fuerte contra él buscando el máximo contacto entre mi cuerpo y el suyo, haciendo que mis tetas se aplastaran contra su pecho. Le mordí suavecito el lóbulo de su oreja izquierda y le dije en un susurro y entre besos―felicidades mi amor, no te olvides que soy tu tía y que siempre me tendrás.

El otro sobrino se unió al abrazo y los tres nos fundimos en una extraña postura que solo se fue ordenando cuando poco a poco nos fuimos disponiendo para una doble penetración. Mi sobrino de debajo me la introdujo en el coño más dispuesto que hasta entonces he tenido mientras el otro, poco a poco, muy poquito a poquito me la iba metiendo por el culo que se fue abriendo entre estremecimientos de placer. Estremecimientos que me sacudían todo el cuerpo, en oleadas incontenibles, al ritmo lento que aquellos dos aventajadísimo alumnos imprimían a sus acometidas, a sus metesaca. En medio del paroxismo de sensaciones que se agolpaban en mi bajo vientre notaba como los penes de ambos coincidían dentro de mí y como desde la vagina y el recto chocaban en mi interior. La sucesión de orgasmos fue rápida, continuada, interminable. Me corrí una y otra vez, cada embestida, cada coincidencia de pollas dentro de mí era una explosión de placer. Notaba como chorros de fluidos vaginales acompañaban cada retirada del pene de mis sobrinos. Notaba como las sábanas se iban mojando hasta empaparse y como ese líquido de origen tan grato impregnaba el aire de un irresistible olor a sexo, a hembra en celo, a deseo, a placer, a tía follando con sus sobrinos.

Ellos dos se coordinaron adecuadamente y se corrieron con sendos rugidos dejando en mi interior el regalo de su semen. Luego, sudorosos y cansados pero tremendamente satisfechos fueron abandonando la cama para ducharse, vestirse e irse. Mi sobrino se quedó el último y cuando, tras ducharse y vestirse, acudió a mi cuarto donde aún permanecía desnuda y despatarrada sobre el charco de nuestra corridas, al inclinarse hacia delante para besarme la frente, como hacen siempre, le sujeté por la nuca y le cité para días más tarde ―para darte mi regalo de despedida de soltero ―le pude decir con la voz entrecortada.

Entre suspensiones, aplazamientos, citas ineludibles, acomodos de agenda y una cosa y otra pasó más de un mes hasta la fecha elegida, exactamente treinta y nueve días. Coincidía que ese día era precisamente la festividad de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Casualidades.

Durante esos largos treinta y nueve días permanecí célibe, sin sexo alguno, ni siquiera con mis pequeños amantes inanimados, ni una sola vez me toqué ni aún por encima de la ropa. No lo necesité, no añoré mis orgasmos porque el premio era mayor, el auténtico premio gordo.

Aproveché este tiempo para ir planeando primero y preparando después lo que iba a ofrecer a mi querido sobrino. Quería que siempre recordara la despedida de soltero que le estaba preparando. Y yo también quería que fuera memorable para mí.

Desempolvé mi traje de novia, el mismo que había llevado en mi boda. Y no solo el traje, toda la ropa y accesorios que llevé el día que dejé mi virginidad en la habitación de un hotel. Aún conservaba casi todos los aditamentos y para cumplir la tradición tuve que elegir una prenda nueva, de estreno, y me decanté por unas braguitas deliciosas que me había regalado mi otro sobrino y que aún guardaba dentro de una cajita plateada con el precinto en el mismo estado que mi himen cuando me puse ese vestido por primera y única vez. Era un tanguita de finísima tela, casi transparente, de un leve color blanco, nunca había llegado ni siquiera a abrir la cajita esperando el momento adecuado para hacerlo, y creo que mejor que en esta ocasión no habrá ninguna otra. Al menos de momento.

El día indicado, que no fui a trabajar porque disfrutaba de unos días libres, acudí al instituto de belleza donde me maquillaron y peinaron de la misma manera del día de mi boda. Mi asesor personal de imagen es un chico atentísimo, divertidísimo, discretísimo, unos cuantos “isimos” más y homosexual declarado, también “isimo”. Me ha depilado tantas veces el pubis y el coño que es uno de los hombres que mejor me lo conoce y más me lo ha tocado. Sospecho que sospecha. Valoré varios diseños pero esta vez no me depilé, de hecho estuve más de esos treinta y nueve días sin hacerlo y con la frondosidad y feracidad de la que sufro o disfruto, según convenga, mi entrepierna se ha acabó por convertir en una muy densa mata de vello negro y rizado. Un vergel en el paraíso, aunque esa frase no es mía, es de un amigo que conocí en un bar.

El día de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, me tomé el tiempo necesario para vestirme, con calma, con detenimiento, con delicadeza, alisando cada prenda y con cuidado de no despeinarme o estropear el maquillaje. Fue un pequeño placer romper el precinto, abrir la cajita plateada, desplegar el tanguita y colocarme aquella delicada prenda sobre el denso vello de mi pubis. Tan pequeña era la prenda y tan amplio el matorral que el vello se iba por los lados, por todos los lados del triángulo de delicada tela. Me costó ponerme el vestido porque mi cuerpo ha cambiado en estos años. Mis formas son más rotundas, más redondeadas, menos angulosas; mis pechos  sí que han cambiado, son más grandes, menos puntiagudos y también más redondeados. Al igual que mis caderas, más de hembra, más de mujer adulta. Me costó ajustármelo especialmente en el escote, el tan clásico “palabra de honor” de los vestidos de novia.

A la hora acordada ya hacía rato que estaba lista, nerviosa esperaba en el pasillo, delante de la puerta, apoyada en la pared con cuidado de no descomponerme. Nerviosa como el día de mi boda, ansiosa por la llegada de mi sobrino que no sabía cómo le iba a recibir.

Sonó el timbre, me erguí, oteé por la mirilla, venía solo. Me enderecé todo lo que pude, poniendo recta, bien recta, como me decían que tenía que estar. Di un paso adelante, abrí la puerta. Su cara de asombro fue tan grande y su sorpresa tan sincera como mi nerviosismo. Di un paso atrás y entró. Cerré la puerta tras él y nos abrazamos. Me noté temblar de nervios y de emoción. Me apreté muy fuerte contra él. Quise que sintiera todas las formas de mi cuerpo contra el suyo. Tanto me abracé, tanto levanté mis brazos para rodearle el cuello, tan alto es mi sobrino, tanto me esforcé y tan nerviosa estaba que mis tetas se dieron a la fuga, se liberaron del vestido que las oprimía y saltaron libres. Mis pechos tocaron la tela de su camiseta y mis pezones se endurecieron, y se irguieron, acompañando al salto, y el escote se vino abajo. Y mi sobrino se dio cuenta, y pasó sus manos por delante y tomó mis pechos. Retrocedió un poco, se agachó y me los besó, tanto y tan bien que el orgasmo contenido durante esos treinta y nueve días afloró acompañando a las tetas en el disfrute de la libertad. Fue un orgasmo nervioso, incontenido, entre besos, caricias, pellizcos en los pezones, de píe, en medio del pasillo de mi casa, donde tantas veces he tenido orgasmos, pero muy pocos como este. El primero con mi sobrino solo con caricias en las tetas. Me puse más nerviosa, más ansiosa, más perra, más hembra en celo, más tía entregada a su sobrino..

Apenas recuperé el aliento le pedí que me llevara a la cama y que me hiciera sentir el placer de una noche de bodas.

―Amor mío, llévame a la cama hazme tuya, como si fuera la noche de bodas ―y continúe entre jadeos, susurros y temblores de tantos nervios ― gózame y déjame gozar.

Me tomó en brazos y trabajosamente por la estrechez del pasillo me llevó hasta mi cuarto donde había preparado todo blanco. Me dejó sobre la cama y nos miramos.

―Es tu despedida, hazme el amor como tú quieras ―le dije melosa pero sobre todo muy nerviosa.

―Tía, estás muy nerviosa ―dijo mientras me miraba sonriente.

―Si cielito, estoy tan nerviosa como mi primera noche de bodas.

―¿Tu primera noche de bodas…? ―dijo dubitativo porque solo me he casado una única vez y lo sabe.

―Si mi amor, mi primera noche, esta es la segunda ―y continué― quiero que esta sea mejor que la primera.

―¿Fue buena la primera?

―No muy buena, más bien anodina, pero fue la mejor que tuve hasta entonces. Fue mi primera vez, esa noche dejé de ser virgen ― La cara de asombre de mi sobrino me motivó para aclararle ―pero fue mi maravillosa noche de bodas aunque luego hubiera otras ―y dejé sin terminar la frase

―¿Noches de bodas? ―preguntó jocoso.

―No tonto, noches de sexo.

―¿Y llegaste virgen tu primera noche?

―Si cielito, tu tío era muy antiguo y no quiso hacerlo antes.

―Pues me parece que se ha perdido mucho de ti.

Asentí con un gesto entre afirmativo y resignado para continuar ―¿Me desnudas amorcito? ―dije poniéndome de píe y ofreciéndome a ello. Aunque lo de desnudar era un decir porque mis tetas ya lucían libres y el corpiño del vestido se había caído formando amplias arrugas sobre mi cadera.

Me quitó con delicadeza el vestido descorriendo la cremallera de la espalda, luego me hizo girar para ponerme frente a él, con mi liguero blanco inmaculado que tanto me excitó ponerme para aquella primera noche, las suavísimas medias blancas, y el tanguita finísimo regalo de mí otro sobrino. Los zapatos, blancos y de estilizadísimo y altísimo tacón acababan de componer mi atuendo en aquel momento.

Me tomó de las manos y las apartó a los lados mientras daba un pasito atrás y de forma ostensible admiraba mi cuerpo semidesnudo y ansioso de sus caricias. Me notaba temblar de nervios, de emoción y de puro deseo. Silbó admirativamente y mirando directamente a mi entre pierna declaró sentirse intimidado por semejante mata ―No pienso poner mi boca ahí ―dijo antes de acercárseme, abrazarme y besarme en la boca haciendo que su lengua buscara la mía para entrelazarse en un duelo excitante.

Pasó sus manos por mi espalda antes de dejarlas bajar para acariciarme las nalgas, luego sus hábiles manos buscaron los cordoncitos laterales de la minúscula tanguita para ir bajándomela. Se tuvo que poner de rodillas y me estampó un beso sonoro y excitantísimo en todo lo alto del Monte de Venus o mejor dicho, sobre la pelambrera que lo escondía.

Al quitarme el tanga me descalzó, arrojando a un lado de la cama los zapatitos, quiso quitarme el liguero pero no le dejé, solo accedí después de muchos ruegos, besos y caricias, a que me quitara las medias. Mi primera noche fue completamente desnuda pero esta vez me ponía mucho hacerlo con el liguero puesto, lo que era mi intención aquella ya lejana noche, pero el soso de mi marido no quiso. No se lo reprocho si estaba tan nervioso y asustado como yo lo estaba entonces y ahora.

Mi sobrino me dejó desnuda, bueno, solo con el liguero, al pie de la cama mientras él se desnudaba. Mis nervios se acentuaron, así como mi deseo. Mi emoción ya rebasaba cualquier límite que pudiera ponerse.

Ya desnudo se me acercó, me abrazó, sus manos recorrieron acariciando toda mi espalda y todas mis nalgas antes de apretarme fuerte contra él. Al hacerlo noté su pene entrando entre mis muslos. Me hizo retroceder y tumbarme sobre la cama, separé las piernas y se colocó sobre mí. Se dispuso a introducir su pene en mi ansiosísima vagina cuando se detuvo, soltó su pene sin llegar a metérmelo y mirándome a los ojos me dijo con una seriedad y una emoción que surtieron todo su efecto en mi ―Tía, desearía más que nada en el mundo que ahora fueras virgen.

Me estremecí, de nervios, de emoción, y de placer, que ya las oleadas del primero de los orgasmos comenzaba a hacer vibrar mi cuerpo partiendo desde mi coño.

―Para ti soy virgen siempre sobrinito.

Y me hizo el amor, cuando me la metió mi vagina vibraba desbocada en orgasmos que no quise contener. Me corrí, me corrí, me corrí, una, dos, tres, decenas de veces. Los orgasmos fluían desde mi interior en un torrente imparable de placer, de emociones incontrolables, y que ya no quiero controlar nunca. Mi sobrino se portó, sacó mis mejores orgasmos antes de corrérseme dentro, muy profundamente. Noté su semen quemándome lo más profundo de la vagina. Y me sentí relajada, en absoluta nerviosa, una sensación genial, plena de emociones, de ternura, de cariño, de amor y nada de deseo. Por primera vez en mucho tiempo me sentí satisfecha después de haber tenido sexo. Me acerqué a mi sobrino, le besé en la mejilla, me puse de lado dándole la espalda y le pedí que me abrazara. Ambos nos quedamos dormidos casi inmediatamente.

Cuando desperté el sol ya había comenzado su descenso y un rayo que entraba por la ventana me daba en la cara regalándome su calor. Noté la respiración tranquila y pausada de mi sobrino acostado detrás de mí; y el peso de su brazo sobre mis hombros, y su pene contra mis nalgas, pero no sentí deseo, solo una sensación de serenidad plena. Me sentí feliz.

Al rato despertó y me giré para enfrentarme a él, nos besamos quedamente, con toda la ternura. Me acarició la cara y apartó con delicadeza ese mechón rebelde que me cae sobre los ojos. Me besó despacito en los labios, me miró y en un susurro dijo ―Muchas gracias tía por tu despedida de soltero.

―Gracias a ti mi amor por hacerme hoy tan feliz.

Se tumbó boca arriba y puso esa carita que desde niño pone cuando quiere decir algo que le preocupa.

―Tía, no sé si es buena idea decírtelo pero me hubiera gustado ser el primero, que hoy hubieras sido virgen.

―Para ti lo he sido. Ya sé que hubo otras pollas dentro de mí, entre ellas la tuya, pero te he ofrecido lo mejor que tengo. Además, que caray, tu nunca desaprovechaste ninguna ocasión para follarte a tu tía zorrón.

―Son las ventajas de tener una tía puta.

―Pero si tienes una tía puta no puedes pedirle que sea virgen.

Y nos reímos antes de volver a abrazarnos, de besarnos, de comernos mutuamente mientras girábamos sobre la cama. Hasta que en un momento dado, me coloqué sobre él separando las piernas y haciendo que, sin ayuda manual alguna, su pene entrara en mi interior. Me coloqué bien, asentándome sobre su cadera, le tomé de las manos y llevándolas a mis tetas le hice que me las amasara al tiempo que comencé a mover la cadera de adelante hacía detrás al tiempo que la hacía girar en el sentido contrario a las agujas del reloj. Todo ello sin dejar de mirarnos a los ojos. Fue un polvo largo, casi sin sonidos, pero muy intenso. Cuando nos corrimos nos quedamos en la misma posición. Yo a horcajadas sobre el con su polla ya flácida aún dentro de mi vagina. Y sus manos aun atenazándome las tetas. Y mirándonos a los ojos.

Cuando recuperé el resuello le dije ―sigo siendo tu tía puta de siempre, aunque estés casado sabes dónde me tienes para lo que quieras, aunque solo sea para hacerme el amor ―y susurrando con casi en un hilo de voz remaché― te quiero mi amor.

―Yo también te quiero tía Q, aunque no seas mi tía puta, aunque no seas puta, ni siquiera aunque no seas mi tía, te quiero ―y continuó― me tienes para lo que quieras aunque me case, aunque solo sea para hacerte el amor.

El abrazo que siguió a estas palabras no puedo describirlo, pero fue maravilloso.

Luego cuando se levantó para irse se volvió a fijar en la frondosidad de mi entrepierna ―¡Caramba Q! tienes que depilarte eso, asusta.

Y de pronto, una idea relampagueó por mi mente.

―¿Quieres depilarme tu?

―¿Cómo …?

―Me depilas tú y te lo llevas de trofeo, casi mes y medio de pelo de coño de tu tía puta, es un buen trofeo.

―Es un buen trofeo ―confirmó.

En el baño cogimos los útiles necesarios, tengo de casi todo en casa, y nos fuimos al comedor. Me tumbé sobre una toalla dispuesta sobre la mesa con el culo casi al borde. Mi sobrino se sentó entre mis pierna y poco a poco fue tomando con los dedos mechones de vello que cortaba muy de raíz con una tijerita. Esos mechones los iba depositando en una cajita plateada. Ya puedes imaginarte que contenía con anterioridad esa cajita. Hizo unos retoques con la tijerita en varios pelitos rebeldes, especialmente en los labios de la vulva, que tuvo que cortar casi de uno en uno. Recogió todos los pelos que se habían caído y los puso en la cajita. Luego me acarició el rapado comentando la aspereza de los pelos sin rasurar. Extendió muy detenidamente una buena cantidad de crema hidratante, y luego una generosa capa de espuma de afeitado; y con mucha delicadeza y cuidado fue pasando la maquinilla para ir afeitándome y dejarme despejada esa parte de mi cuerpo donde antes había tamaña fronda. Tuvo muy buen empeño, muchísimo cuidado, especialmente en los labios de la vulva. Pero como suele suceder en estos casos me cortó, varias veces. A mí ni me dolía ni me importó, pero él se agobió un poco. Me besó y lamió las heridas, una a una, detenidamente. Y me corrí, en su cara antes de que sus labios y su lengua llegaran a mi clítoris y volviera a correrme.

Dejé que mi boca dijera todas las cosas que el placer le inspiraba. Dejé que los orgasmos transcendieran más allá de los jadeos o las exclamaciones. Mi sobrino apartó la silla, me hizo levantar el torso, me atrajo hacía él y me penetró. Así de fácil, tan ansiosa estaba mi vagina que no hubo más que hacer que aproximar la polla para que esta fuera devorada por el coño recién depilado.

Este polvo fue más largo que los otros, algo evidente por su parte, por muy joven que sea era el tercero de la tarde. Y eso lo agradecí, si soy rápida en correrme, es natural que un polvo largo me resulte muchísimo más gratificante y placentero. Pero lo que más me gustó de este fue el abrazo de mi sobrino, sus besos, sus caricias en mi espalda y sus embestidas. Sin dejar de ser delicado me dio fuerte. Sin que ello fuera un problema para mí con la dilatación de mi vagina que estaba respondiendo mejor que nunca a todos los estímulos y a todos los metesaca. Mi sobrino me hizo acostar sobre la espalda y rugió al correrse mientras sus manos se aferraban con fuerza a mis tetas. Juntos estallamos en sendos orgasmos al unísono.

―Gracias tía.

―Gracias sobrino.

Y se fue a su casa después de haber acordado entre ambos algunas cosillas.

Yo me fui a la cama donde me tumbé con las piernas bien juntitas y sin quitarme el ligero. Me dormí tranquila, relajada, con la sensación del deber cumplido. ¡Y auténticamente feliz!

Q.

 

 

Cartas de Q

Q es un amiga que nos cuenta su ajetreada vida sexual en forma de cartas, periódicamente nos envía una para darnos a conocer su intensa vida sexual. Discreta como pocas, es una mujer que disfruta del sexo intensamente practicándolo de forma entregada y libre.

Dispone de un amplía lista de compañeros de juegos y también de compañeras. Desde sus sobrinos, tío, vecino, amigas, hijos de sus amigas, en definitiva, cualquiera que sea capaz de cumplir sus exigencias sexuales.

Van dispuestas según se han ido recibiendo, la más antigua arriba y la más moderna al final, aunque cronológicamente no sigan el orden establecido.

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