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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
En el supermercado
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Hola amigos, me gustaría hacerles partícipes, a través de esta página esta historia que aquí les relato.

Sucedió, que mi esposa y yo, habíamos ido al supermercado y al estar esperando, en la caja, a que nos atendieran, llegaron unos jóvenes cargados de cervezas que inmediatamente se fijaron en mi mujer, y en cómo iba vestida,  que ese día llevaba una falda súper cortísima. Tan corta era que, a veces, cuando se agachaba a coger algo, se le veía el tanguita que se había puesto. Además, por el día de la semana que era, y la hora, el establecimiento estaba poblado por bastantes hombres solos, y muchos de ellos se comían a mi esposa con la mirada, eso más los que iban acompañados por la suya. Ella también era culpable de eso, porque  a la mínima oportunidad que se le presentaba, no dudaba en inclinarse para buscar algo en los anaqueles más bajos. Eran numerosos los clientes que se quedaban embobados cuando mi mujer les daba “taco de ojo” mostrando disimuladamente sus piernas y su tanga.

Me hubiera gustado que ustedes vieran la cara que ponían algunos desconocidos cuando la veían y como absortos la contemplaban moviéndose entre los estantes. Algunos incluso la seguían, con disimulo,  por la tienda

También me hubiera gustado que pudieran oír los comentarios que yo he escuchado mientras ella deambulaba sola entre los anaqueles. Yo la dejo que lo haga, incluso la animo a hacerlo. Me gusta oír lo que dicen de mi esposa. Cosas como— Ya viste cómo anda vestida la “ñora” —o también— está bien rebuena —y por supuesto el inevitable—parece como que anda buscando ambiente.

Pero en fin retomando el asunto de lo que les quiero contar, el caso es que llegamos a la puerta de salida junto a los tres chavos de las cervezas que se dirigían a tomar el autobús para regresar. Yo me animé y les propuse llevarlos a donde ellos fueran. Se quedaron sorprendidos por la oferta, pero miraron a mi mujer y aceptaron inmediatamente diciendo que si los tres al unísono.

Subieron al auto y cuando les requerí que dijeran a donde querían ir, tan nerviosos que estaban al ver el tanga de mi mujer que quedaba a la vista al subírsele la faldita, que no atinaron a explicarse del todo bien. Pese a ello, uno de los tres, el más atrevido, con voz balbuceante me dijo— Permítame felicitarle señor.

—¡Carai! ¿Y por qué motivo me felicitas? —le pregunté maliciosamente.

— Por tener una mujer tan hermosa, señor—dijo ya más nervioso aún.

—Pues muchas gracias muchacho, y que sepan que además es muy cachonda.

Los cuchicheos aumentaron así que continúe—si quieren puede pasar atrás con para que ustedes pueden disfrutar de su cercanía.

—¡Claro, claro! —contestaron decididos.

Detuve el auto para que mi mujer pasara con ellos que se apartaron dejándole sitio para que se quedara entre dos. Antes de ponernos nuevamente en marcha les advertí— pueden mirar y tocar lo que quieran, adelante es toda suya.

Inmediatamente se pusieron a meterle mano por todas partes. Cuando mi mujer empezó a gemir les pregunté si conocían algún sitio para estar tranquilos. Me indicaron una calle cercana por la que llegamos hasta unos apartados y solitarios galpones abandonados. A sus indicaciones entramos en uno y paré el auto, nos bajamos y mi esposa se puso junto a una pared y se paró levantando el trasero y apoyando las manos por encima de su cabeza. Mi mujer tiene un buen trasero, muy bien formado, de duras nalgotas. Les miró cachonda mientras separaba las piernas ofreciéndose para que la empezaran a agasajar delante de mí.

Uno de ellos, el que me felicitó, sacó su verga y le levantó la falda buscando metérsela apartando el tanga mientras ella movía las nalgas. Y la empezó a coger mientras mi esposa se movía, gemía y se agachaba más. Se la cogieron los tres, uno detrás de otro, acababa uno y empezaba el siguiente. Así los tres, dos veces cada uno. Seis veces se la cogieron. Mientras uno la cogía, los otros dos le agarraban las tetas y le metían la mano por delante sobándole el clítoris. Así hasta que acabó con los tres y los dejó sin energías.

Mi esposa se recompuso un poco la ropa y se subió al auto, los tres chavos la siguieron pero esta vez ella iba delante, conmigo.

—¿Dónde les dejo muchachos? —les pregunté nada más reiniciar la marcha.

Les dejé dónde me pidieron y nos fuimos de camino a nuestra casa. Los chicos con el despide de la emoción se dejaron las cervezas.

—¿Así querías verme gozando con otras vergas, verdad? —me preguntó mi mujer mientras pasábamos la puerta.

—Claro mamita, y ver como las disfrutabas.

—¿Te apetece repetir esta experiencia?

—¿A ti?

—A mi sí.

Y abrimos una lata de cerveza que compartimos mientras nos desnudábamos.

Manuel de México

Otro relato ...




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