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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Fin de semana, relato de ella
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La vida ha sido desigual conmigo. Tengo buena familia, buenos amigos, un trabajo que me gusta, buena casa pero me falta algo. Dos divorcios y otros tantos fracasos sentimentales me hacen sentirme fatua y sola. Siento que la vida se me está escapando como ya lo había hecho la juventud pese a los piropos de sus amigos. Pienso que realmente lo dicen por complacerme.

Cuando peor y más deprimida estaba apareció mi cuñada, nunca ha estado demasiado lejos, y me convenció para ir un fin de semana al pueblo, a la vieja casa familiar donde procede mi familia. A hartarme de silencio, de comida casera y a cansarme de no hacer nada y si me aburría, siempre podía cansarme de verdad haciendo cualquiera de las múltiples labores que tendré al alcance.

Llegue a la veja casona ya anochecido, apenas pude reconocerla pero los viejos olores estaban allí y sobre todo su vieja habitación, de cuando de niña pasaba los veranos con la abuela que me mimaba porque era la más pequeña de todos sus nietos y nietas. Cené ligero y fui a acostarme en aquella pequeña cama, suficientemente larga pero estrecha. Sentí un extraño placer al meterme entre las sábanas, resultaron ásperas, no tanto como las recordaba y que mantenían aquella entrañable fragancia del jabón de la abuela. Una agradable y cálida sensación de paz comenzó a invadirme y me durmió extrañamente serena desde hacia meses. Fue la primera tarde desde hacía casi tres años que no bebía nada.

Me despertó la luz que penetraba por la ventana y me quedé quieta en la cama, arrebujada entre las sábanas, aspirando su olor y escuchando los sonidos que tantos recuerdos me traían. Unos pasos en el suelo de madera del pasillo me sacaron de mis pensamientos y me hicieron levantar. Me puse por encima un ligero batín y bajé a la cocina donde mi cuñada le esperaba. Compartimos café y confidencias, mi cuñada es mi mejor amiga, y acepté la propuesta de ir juntas a la compra.

El día transcurrió con normalidad y tras la comida, fui expulsada de la cocina por mi cuñada que me recomendó que, diera un paseo hasta el río o que hiciera la siesta. Opté por lo primero, la canícula se hacía ya notar y recordaba el soto como un lugar fresco donde mis hermanos acudían a bañarse los días de verano.

El soto había cambiado mucho, la vegetación se había vuelto más densa y ocupado prácticamente todo el espacio entre los sembrados y el río, apenas quedaban claros, solo unas escasas y estrechas veredas se adentraban entre los árboles. Pese a todo y especialmente a todos los años que hacía que no iba por allí, décadas ya, reconocí los lugares. Tiene algo que lo hace familiar. Caminé lentamente a lo largo de la orilla hasta que llegué a un lugar que me trajo múltiples recuerdos infantiles. Está en el recodo donde mis primos y hermanos acudían a bañarse. Era una poza de aguas claras y mansas, rodeada grandes árboles sobre una orilla rocosa. A mi no me dejaban bañarme porque no sabía nadar y aún no sé. Eso me retrae de múltiples cosas que mis amigas hacen y que yo no me atrevo.

Me senté sobre una roca de la orilla y descalza jugaba con los píes en el agua mientras recordaba aquellos años con nostalgia. Me lamenté del miedo, de no haber aprendido a nadar. Me percaté que la poza apenas tenía profundidad, sin apenas corriente no parecía cubrir más de un metro. Una idea cruzó por mi mente, miré a mi alrededor y rápidamente me desnudé y se metí en el agua. Estaba fresca pero no fría. La sensación fue muy agradable. Mis pezones reaccionaron al instante, tanto por acción del agua como de un extraño placer que me hizo relajarme. Me dejé mecer por el agua sintiendo su frescor y sus caricias. Nunca me había bañado desnuda, salvo en la bañera. Aquella era una nueva experiencia que no tenía nada excitante pero si algo que me hacía sentirse ligera y relajada. Muchos de mis fantasmas comenzaron a disolverse en aquel agua. Lamento no haber ido antes al recodo del soto.

Llevaba un buen rato cuando algo me hizo reaccionar y salir precipitadamente el agua para encontrarme de bruces con un hombre. No se podría decir cual de los dos estaba más asustado. Me reconoció, me dijo que sabía que era de la Casona, la nieta pequeña. Yo desnuda y mojada intentaba taparme con los brazos y las manos. Levanté los ojos y al verle le reconocí como uno de los niños con los que había jugado durante mis vacaciones infantiles. Debemos tener la misma edad y de niños jugábamos. Era el único chico del pueblo que veía aquellos días. Con un gesto absolutamente natural, como si no estuviera desnuda, le así por los hombros y le planté dos sonoros, y cariñosos pero castos besos. Y comenzamos a hablar, a contarnos cosas. Allí estaba yo, desnuda hablando tranquilamente con un hombre que también se comportaba con total naturalidad y aparentemente no pretendía follarme. Eso era lo que me sucedía siempre, en cuanto abría mi corazón a alguien acababa sobre una cama, desnuda y con las piernas separadas.  Me sentía tranquila y relajada.

Llevábamos un buen rato de charloteo cuando se disculpo y se levantó para irse. Yo también me levanté, le abracé y dándole un beso en la mejilla le di las gracias por el buen momento pasado. El me recordó que era la fiesta del pueblo y me recomendó ir. Apenas se había separado un par de metros cuando, aún desnuda, le llamé y le pregunté si le gustaba. Hizo un gesto afirmativo con la cabeza al tiempo que emitía un largo silbido. Volvió sobre sus pasos y acercándoseme desde atrás me abrazó. Me dejé hacer, mientras unas manos grandes y ásperas me acariciaban. Mis pechos, bastante generosos, desaparecieron entre aquellas manos que los estrujaron como pretendiendo extraer todo el placer que comenzaban a invadirme. Me giré y le abracé buscándole la boca mientras enroscaba mis muslos en una de las piernas para frotar mi entrepierna contra su muslo. El se separó para bajarse los pantalones y aproveché para apoyándome en el tronco de un árbol ofrecerle el trasero. Esperaba una embestida pero resultó distinto, fue una penetración decidida pero suave, rítmica, potente, experta. No tardé en tener un orgasmo que deje que fuera ruidoso y cuyos sonidos inundaron el silencioso bosquecillo. El aún continuaba moviéndose dentro de mi que me sentí invadida de una especia de paz interior. Su respiración se aceleró al tiempo que yo reventaba en otro orgasmo, más sonoro aún, mientras noté un intenso calor en la vagina. Se había corrido dentro de mí. No lo deseaba, no estaba preparada pero no me desagradó. Nos quedamos unos minutos abrazados, satisfechos. Nos vestimos frente a frente y justo antes de separarnos, le dejé un beso en los labios. El me apretó fuerte contra su cuerpo asiéndome con sus enormes manos de las nalgas. Me acomodé en aquel abrazo que me pareció cálido y acogedor. Quedamos en vernos e incluso bailar aquella noche en la fiesta del pueblo.

Cuando llegué al la Casona me esperaban para cenar, luego iríamos hasta el pueblo a la verbena, me dijeron que era la Fiesta Patronal. No dije que ya lo sabía. Antes de cenar fui al baño, me desnudé despacio frente al espejo, observando con detenimiento mi cuerpo. Hacía mucho que no lo hacía, puede que desde la adolescencia. Había adelgazado mucho pero mi piel se mantenía firme, los pechos abundantes, la barriguita todavía casi lisa, el vello rizoso y negro necesitaría un depilado pero si siquiera me había probado los bikinis. No soy mujer de abundante cadera y mis nalgas son proporcionadas, es un buen culo, los muslos carnosos y las piernas finas. Insisto que todavía estoy buena pese a mis años, -“que caramba, estoy muy, muy buena”.

Me metí bajo el chorro y al enjabonarme dejé que los dedos penetraran entre los labios vaginales sintiendo una electrizante sensación. Por un momento pensé en masturbarse pero otra idea comenzó a rondarme.

A la fiesta del pueblo fuimos andando, estaba a apenas un par de kilómetros y así podían beber sin preocuparse luego de tener que coger el coche. El recorrido volvió a retrotraerme a los años de infancia en aquel pueblo. La vieja carretera había cambiado, olía a asfalto pero sobre todo a tierra recalentada por el sol de agosto, a campo, a flores, a hierba, a niñez. La verbena se celebraba en las eras, un escenario improvisado acogía a una orquesta cuyos músicos no necesitaban mucho esfuerzo para hacer bailar a unos puñados de chavalitos y algunas parejas ya mayores. Las casetas de peñas se disponían enfrente de la orquesta formando una especie de plaza de respetables dimensiones. Acompañe a mi familia en la visita a algunas peñas hasta que dije a mi cuñada que regresaba y que me iba a acostar despidiéndome hasta el día siguiente.

Salí de la carpa y abandoné la eras dirigiéndome hacia la Casona. Había recorrido unas tres cuartas partes del camino cuando discretamente salí del camino y atravesando un sembrado me metí en un prado cerrado por un murete de piedra que pasé por encima. Me agaché y esperé, no mucho, solo unos pocos minutos, hasta que apareció mi acompañante de la tarde. Nos saludamos abrazándonos con fuerza, de rodillas tras el muro para no ser vistos desde el camino. Le tomé las inmensas manos, me las puse en las nalgas y me apreté contra el. Estaba muy excitada, aunque sería propio decir que no sería la palabra más adecuada, tampoco ansiosa ni deseosa, quizás receptiva o puede que añoraba ser deseada como lo que era. Puede que solo recuperar las ocasiones perdidas o solo no dejar escapar ninguna.

Sin protocolo le desnudé, no tenía un cuerpo precisamente espectacular pero el trabajo diario dejaba sus señales. Olía a un perfume que no podía identificar. Le hice tenderse sobre la hierba, me quité las bragas, a horcajadas sobre el me saqué el vestido por la cabeza y me quité el sujetador. Al moverme para colocarme e introducirme su miembro se movió colocándose sobre mí. No protesté. Busqué su boca y separé aún más sus piernas acomodando mi espalda en el suelo. Sentí otra vez la penetración como por la tarde pero esta vez más pausada. Oleadas de placer eléctrico recorrían mi cuerpo empezando desde la vagina, sentía como mis fluidos le empapaban y como resbalaban saliendo de vagina con el vaivén. Sentí deseo en cada poro, cada segundo. Me sentí desmayar cuando uno tras otro los orgasmos se agolpaban en mi vientre, nunca había tenido aquella sensación. Reprimí los jadeos por simple discreción, pasaba gente por el camino pero hubiera estallado en gritos de placer y felicidad. Y más satisfecha aún me sentí cuando le noté rígido dejándome el semen en el interior, como por la tarde, no me molestó, es más, me sentí satisfecha y halagada.

El hizo amago de apartase pero lo abracé impidiéndoselo y obligándolo a quedarse encima de mi mientras le acariciaba la espalda y le besaba suavemente el rostro. Estuvimos así hasta que comencé a notar que su pene renacía con una nueva erección. Esta vez fui yo la que tomó la iniciativa, le hice ponerse boca arriba y me coloqué sobre él. Me la metí un poco y comencé a moverme suavemente, subiendo y bajando despacio, lentamente, haciendo todo el recorrido del miembro en la vagina, con deleite. A cada descenso, iba sintiendo como el clímax se acercaba más y más. Estallé cuando esas ásperas y grandes manos se aferraron a mis deseosas tetas magreándomelas. A cada descenso, oleadas de placer recorrían mi cuerpo desencadenado electrizantes respuestas en todo mi cuerpo. No era un solo orgasmo, eran varios, uno tras otro cada vez más intensos, que hicieron reventar mi garganta en un gemido profundo y aterciopelado. Alguien desde el camino se paró a mirar. No me importó, creo que me gustó. Cuando ya no pude más me dejé caer sudorosa mientras sentía como me regaba nuevamente en mi más íntimo interior.

El se fue antes, yo me quedé desnuda un rato, mirando las estrellas y escuchando la orquesta a lo lejos. Me vestí y dando un pequeño rodeo volví a la Casona. Sigilosamente fui a mi cuarto y me acosté agotada sintiendo el rezumar de tantos fluidos en mi vagina.

Desperté con una muy agradable sensación en todo el cuerpo. Las sábanas ya no eran ásperas, eran suaves y me acariciaban. Cerré los ojos para rememorando todo el día anterior, en menos de 18 horas había tenido más sexo que en los últimos dos años. Y había sido extraordinariamente satisfactorio.

Luego, junto con mi familia, acudí a la procesión de la Patrona y me lo encontré, no nos dijimos nada porque las miradas lo significaron todo, fueron tres grandes polvos. Poco después, de regreso a Madrid, me hice a mi misma la propuesta de que este fin de semana no tenía porque ser diferente a todos los que vinieran después, en el pueblo o donde fuera. Y así será.

Anónimo

 

 

Fin de semana

Esta es la historia de un fin de semana. más exactamente del sexo que hubo entre un hombre y una mujer, viejos conocidos, un fin de semana de verano. Se trata de las versiones de cada uno de ellos, de como cuentan lo sucedido dándonos su particular versión de lo sucedido.

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