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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
He puesto los cuernos a mi marido
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He puesto los cuernos a mi marido. Y se los he puesto porque tuve motivos y la oportunidad. Estoy buena, me cuido, tengo buenas tetas, buen culo y me gusta el sexo. Algo que a mi marido no parece importarle mucho o mejor, no le importa nada. Confieso que soy coqueta pero eso no tiene porque significar nada. No soy un zorrón pero lo hice y lo volveré a hacer.

Estábamos de vacaciones en un remoto y exótico país. Magnifico tiempo, espectaculares playas y poquísimos turistas. Nos habíamos alojado en un muy buen hotel, con magnificas instalaciones y un personal atento y eficiente. Yo me había planteado pasar dos semanas en el paraíso con  mi pareja. Románticos paseos por la playa, a la luz de la luna o del sol, no me importaba. Lo que si me importaba era poder disponer del tiempo y la tranquilidad suficiente para practicar el sexo con toda la frecuencia e intensidad de que fuéramos capaces para resarcirnos del año gris que habíamos tenido. Llevábamos un año de sequía sexual y yo tenia ganas de follar. Pero no, mi marido decidió apuntarse, él solo, a un curso de buceo. Así que acabé sola en la playa, largas sesiones de baños de sol y de  mar en una playa prácticamente desierta. Yo era prácticamente la única persona que la visitaba.

Un día, aposentada en una tumbona de playa, ataviada con mi monísimo y reducido bikini negro que tan bien le sienta a mi figura, y visto que estaba sola, me liberé del sujetador y expuse mis tetas a los rayos del sol, los únicos que los habían acariciado hasta entonces. Apenas había cerrado los ojos cuando una mano sacudió con urgencia mi hombro. Asustada vi al chico de las tumbonas que con voz apremiosa mientras giraba su cuello mirando hacia su espalda me decía: ― Señora, señora, tápese, tápese, que están prohibidas las tetas ― Debí poner cara de estar muy asombrada que el chico aclaró: ― No se puede tomar el sol con los pechos desnudos.

Asombrada me puse el pequeño trozo de tela que tapaba mis tetas mientras me disculpaba con el joven empleado del hotel que se mantuvo a mi lado ocultándome de la vista del próximo edificio del hotel. El también se disculpó de una norma que le ponía en aprietos como me indicó. La policía aparecía para multar a la mujer y a él por no obligarlas a ocultar las tetas.

Antes de volver a acomodarme, le pregunté donde podría tomar el sol en topless. Me indicó una playa próxima, no satisfecha y con un cosquilleo en el estómago le pregunté ―¿Y desnuda? ― El chico se sorprendió y tartamudeando se atoró en la respuesta. Yo me quité las gafas para mirarle mejor y vi el asombroso bulto que se mostraba en su pantalón. De forma irreflexiva y llevada por el incipiente deseo, con un rápido movimiento me quité otra vez la parte superior del bikini. La reacción del chico fue asombrosa, puso las manos sobre mis tetas tapeándolas mientras me pedía que me las tapara. Pero no solo las ocultaba, me las magreaba. A mi me encantó y le miraba a los ojos pero pensando en el pollón que debía ocultar bajo el pantaloncito que vestía.  Relajó la presión de sus manos que empezaron directamente a acariciarme los pezones totalmente endurecidos. En tono delicado y casi vergonzoso me pidió que me vistiera,  que esperara unos minutos y que fuera hasta la cabañita de bambú donde se recoge el mobiliario de la playa.

Abrí la puertecita con sigilo y entré. La luz se colaba por las rendijas que dejaban entre si los troncos de bambú que formaban las paredes. El suelo era la misma arena de la playa y el único mobiliario era una mesita y un taburete imposible. El chico cerró la puerta tras de mi y yo tampoco perdí el tiempo, me desnudé con más prisa que arte. Apoyada con una mano sobre la mesa, mientras levantaba un píe para sacarme las bragas. El chico se aproximó por detrás cogiéndome las tetas y apretándose contra  mi. Noté el duro pene contra mis nalgas y eso  me provocó un ansia sexual imposible en mi, una chica tan modosita. Acabé apoyando ambas manos sobre la mesa y separando las piernas le ofrecí la grupa para que me follara.

Sentí su polla entrando entre mis muslos, separando los labios de mi vulva, atravesando mi vagina, saliendo, y volviendo a entrar. Una y otra vez haciéndome gozar en un frenesí que acabó con mi coño chorreando con mis propios fluidos y la majestuosa corrida que el chico había dejando en mi vagina. Hacía mucho tiempo que no echaba un polvo y aquel, pese a su simpleza, había resultado lo suficientemente satisfactorio como para querer repetir. Y se lo dije ―Cariño, tu y yo vamos a follar mucho estos días ― Antes de irme, concertamos la cita para el día siguiente.

Aquella noche mi marido ni me tocó y eso que lo intenté, me desnude frente a él, me acaricie las tetas y me pajeé delante del tonto de mi marido que no me echó ni un mal polvo. Solo pensaba en la jornada de pesca del siguiente día. El tonto de fue a dormir y yo a la ducha a meterme los dedos coño arriba. Me hice una de las pajas más largas que recuerdo.

Nada más el tonto de mi marido se hubo ido, me vestí, por decirlo así, y salí de la habitación camino de la cabañita. Mi chico me esperaba pollón en ristre. Follamos como salvajes. Lo hicimos de pié, cabalgando sobre su cadera y ensartada en aquella poderosa y negra polla que tan loca me volvía. Una vez follada me aseé y puesto el bikini me dirigí a la tumbona donde estuve un rato. Lo suficiente como para volver  a tener ganas de follar. Volví a la cabañita y al acercarme me quité el sujetador y con el trapito en la mano entré en la cabañita, me desnudé, me tumbé de espaldas sobre la mesa y levanté las piernas separándolas para ofrecer mi coño ansioso al pollón que volvió en entrar y salir de aquella parte de mi cuerpo que tanto placer me proporcionaba. Grite de forma incontenible y salvaje, disfruté de aquel polvo. Me gustó ser follada en aquel lugar por aquel chico. Lo hicimos todas las veces que pudimos a lo largo de aquella semana larga. Incuso con huéspedes del hotel en tumbonas próximas.

El último día de estancia en aquel lugar, era también el de descanso de mi improvisado amante y le acompañé a una teórica jornada de pesca en una pequeña embarcación a motor. Nos fuimos a una desierta y apartada playa donde pude tomar el sol desnuda, el también estaba desnudo, tomamos el sol, follamos sobre la arena, nos bañamos, follamos en el agua, bebimos cerveza, follamos, volvimos a tomar el sol y volvimos a follar. Así todo el día. No se cuantas veces hicimos el amor. No se cuantas veces me metió la polla por el coño, ni cuantas veces me comió las tetas, ni siquiera cuantas veces le chupé aquella polla grande y deliciosa. Regresamos ya tarde, con el sol poniéndose. Follamos en la misma orilla, mecidos por las olas, al lado de la barquita que nos ocultaba del hotel. Me entregué deseosa a aquella hermosa follada. Me gusta este chico. Me gusta su polla. Me gusta como sus manos me acarician las tetas. Aunque más que acariciarlas lo que hace es exprimirles el zumo del goce. Me encanta cuando me mete su polla y me aprieta las tetas jugando con los dedos en mis pezones que se ponen durísimos. Me gusta cuando me mete el dedo en el culo cuando me folla. Además es incansable y tiene una vitalidad sombrosa.

Vestida con el minúsculo bikini negro, y la blusa que me regaló el chico crucé el hall del hotel sintiendo la mirada de los huéspedes, pero no en mi espalda, notaba las miradas en el culo y en las  tetas. Me imaginé por un instante que me habían visto  follar. Y creí notar también que cualquiera de ellos podía estar pensando en follarme. Me volví al entrar en el ascensor y noté alguna mirada que no era de curiosidad precisamente. Noté lascivia y deseo en la mirada de algunos huéspedes. Me excité y volví a desear ser follada.

Mi marido me esperaba en la habitación y me comunicó rimbombante y afectado que iríamos a cenar con sus compañeros de buceo, que fuera elegante. Y me vestí elegante, y sexy. Solo me puse el vestido de fiesta que había llevado. Un largo y ajustado vestido negro que se me ajustaba bastante al cuerpo. Solo el vestido, nada debajo. No negaré que me gustó ser la sensación de la cena, de sentir miradas en mi escote buscando la escapada de algún pezón rebelde. Dos agradables chicos jóvenes y atentos me flanqueaban en la mesa, enfrente tenía a mi marido, demasiado ocupado hablando de peces y buceo. Mis vecinos de mesa me cuidaron y mimaron casi en exceso. Me hacían confidencias al oído, dejaban que sus manos se posaran en mis muslos. Tras la cena, se produjo un hecho que aún pareciendo insólito me encantó, los hombres se fueron a un salón y las mujeres a otro. Por lo visto es una costumbre de ese país.

Me había pasado el día follando pero tenía unas ganas inmensas de seguir haciéndolo y pensé en mis dos jóvenes comensales. Mis pezones marcaban unos bultitos, excitantes hasta para mí, en el vestido. Me acerqué a la puerta y los vi conversando, les hice un gesto discreto que ambos captaron. Con la excusa de ir al baño me fui y tomé la dirección de la playa. Estaba de pie, frente al mar, sintiendo la brisa atravesar la fina tela del vestido y acariciándome la piel cuando una voz dijo ―Te apetece un baño―

― No me he traído el bañador­ Respondí.

― Puedo ofrecerte uno­

― No lo necesito ― Y me saqué por la cabeza el vestido, quedando desnuda a la luz de la luna, grande, llena y tropical.

Corrí al agua y me zambullí dando unas pocas brazadas mar adentro antes de volverme. Lo dos chicos me siguieron. Nos besamos y acariciamos en la playa pero la presencia de más huéspedes nos hizo salir y sigilosamente acudir a la habitación de uno de los chicos. Nos duchamos rápidamente los tres juntos, nos besamos con fruición, me deje sobar, acariciar, chupar, que me cogieran la tetas, el culo, el coño. Estaba presa de una excitación imposible. Me arrodille para chuparles las pollas, alternativamente, uno y otro, intenté chupar las dos al tiempo. Me excitaba cada vez más. Me levanté, me tumbé boca arriba en la cama, levante las piernas y las separé. Me comieron el coño, los dos, uno detrás de otro. Y me corrí de puro placer.

El más joven se tumbó sobre la cama y me coloqué sobre el , le cogí la polla y me la metí por el coño,. Cuando comenzaba a moverme, el otro chico me detuvo, me inclinó hacia delante, levantándome el culo y haciendo que mis tetas quedaran sobre la cara del otro que comenzó a mordisquearme los pezones con gran placer por mi parte. Con cuidado me la metió por el culo y empezaron los dos a moverse, con cuidado y despacio al principio pero decididamente cuando lograron acoplar sus movimientos y sus embestidas. Nunca lo había echo así. Me corrí y grité de puro placer. Fui intencionadamente expresiva y escandalosa. Me sentí tocar el cielo. Fue un polvo largo e intenso. Los dos se corrieron en mi interior y me gustó. Nos quedamos los tres en la misma posición en la que follamos. Estuvimos un buen ratos jadeando de cansancio, sudorosos y satisfechos. Nos intercambiamos números de teléfono, direcciones e-mail, perfiles de redes sociales y me fui sin duchar.

Mi marido no estaba en la habitación y lamenté no haberme quedado un poco más con los chicos. Me desnudé y me metí entre las sábanas desnuda, todavía sudorosa y saliéndome semen por el coño y por el culo. Me dormí rápidamente, si llegar a masturbarme, solo noté la sustancia pegajosa que bañaba la parte exterior de mi vagina.

Cuando me desperté, mi marido ya estaba duchado y salí desnuda de la cama en dirección al baño. Esta vez no hice lo que solía hacerle, de ofrecerle el culo para un cachecito en las nalgas. Tampoco pareció importarle, solo hablaba y hablaba sin parar de sus experiencias e buceo. Mientras me duchaba acaricie mi cuerpo recordando mis aventuras sexuales. Pensé que mi marido es un buen tío pero bastante tonto y que me tenía bastante abandonada. Cuando me propuso volver al año siguiente al mismo sitio le dije que si. Pensé para mi que tenía buenos cuernos y que si quería conservarlos yo le complacería gustosa.

Ursula

Otro relato ...




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