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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Marido voyeur
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Hola a todos, me llamo Daniela, tengo veinticinco años y estoy casada con Román. Antes de nada, quisiera decir que si alguien tiene rígidos principios morales acerca del matrimonio que se abstenga de leer esto; yo también los tenía pero ya no por cosas que sucedieron y que aquí les voy a contar.

Un día, mi marido comenzó a hablarme de cosas que yo no lograba entender, supongo que por los principios morales en los que había sido educada. Román se empeñaba en explicarme que algunas parejas invitan a otra persona para divertirse y practicar el sexo juntas. Esa propuesta me enfurecía especialmente porque yo entendía que lo que mi marido quería era acostarse con otra mujer. Así que muy enfadada le pregunté qué sentiría si fuera yo quien me acostase con otro hombre. Su respuesta me dejó aún más confundida; tanto que me fui a la cama a intentar dormir. Román me siguió al poco rato pero yo me hice la dormida aunque tardé en estarlo porque seguía dándole vueltas en la cabeza a nuestra conversación. Esa noche pensé que mi marido ya no me amaba pero a raíz de esa idea también comencé en cómo sería follar con otro hombre distinto de mi marido. Nunca había estado con otro que no fuera Román.

La noche pasó y a la mañana siguiente Román me pidió disculpas por su proposición― Perdóname Daniela, anoche no debí decirte lo que te dije.

―¿Todavía me amas como me amabas antes?

―Claro que si Danielita, mi amor por ti no ha cambiado nada estos años, puedes estar segura de ello.

Entonces, muy emocionada le abracé y besé por toda la cara porque también le quería mucho.

Al día siguiente se tuvo que ir de viaje de trabajo y estaría fuera lo que quedaba de semana y toda la siguiente. Diez largos días sola sin nadie en la cama, y lo que es peor, sin sexo. A mis veinticinco años pocas cosas hay que me gusten tanto. Así, que sin quererlo me pasé los diez días pensando en la propuesta que tanto me había disgustado.

El viernes de la siguiente semana, mi marido Román me llamó para decirme que estaría de vuelta el sábado y que nos iríamos a pasar la noche fuera para hacer una buena celebración. Me hizo tanta ilusión que decidí prepárame para la noche. Fui a la peluquería, me di un masaje, me depilé del todo, como a Román le gusta. Hasta me compré algo de lencería para estrenarla esa noche.

Nada más llegar, Román se fue a duchar, se cambió y luego nos fuimos a cenar. Yo tenía tantas ganas de sexo después de todos aquellos días de soledad que apenas comí de las ansias por irme a la cama en lo que me prometía que sería una noche inolvidable.

Fuimos a un hotel del centro y nada más recoger la llave Román se disculpó y dijo que tenía que hacer una llamada. No me importó porque su trabajo le obliga a estar pendiente del teléfono. Apenas se demoró, unos segundos, y cuando regresó tomamos el ascensor.

―Estás muy sexy.

Eso me gustó porque me di cuenta de que el elogio era sincero. Y también porque me había esmerado en estarlo y me lo reconocía.

Al entrar en la habitación me senté al borde de la cama y le llamé a mi lado. Cuando se acomodó me fui quitando la ropa quedándome solo con mi sexy lencería nueva. Luego le desnudé completamente a él. Noté que estaba muy excitado cuando metió su cara entre mis tetas. Luego se puso de píe y entendí que quería sexo oral. Me metí su polla en la boca y le estaba haciendo una buena mamada cuando sonaron unos golpes en la puerta.

―Debe de ser el servicio de habitaciones, he encargado algo de beber ―dijo mi marido mientras se dirigía desnudo hacia la puerta. Estupefacta me quedé sentada en la cama esperando que regresara para continuar con lo que estaba y que tanto placer me estaba dando.

Oí la voz de otro hombre conversando con mi marido y luego los vi entrando en la habitación. El extraño era un muchacho de piel marrón oscuro, atlético, alto y fuerte que sostenía en su mano una bandeja con una botella de champagne y dos copas.

Sorprendida apenas pude hacer otra cosa que cubrirme con los brazos y apretar fuerte los muslos.

―Es la bebida que había encargado al servicio de habitaciones ―dijo mi marido mientras el chico servía las copas. Luego Román se acercó, extendió su mano hacia mí y me hizo levantar.

El chico había acabado de servir la bebida y dio una a mi marido y con la otra vino en mi dirección. Tomé la copa de su mano, le di un buen trago mientras Román me acariciaba un hombro. El muchacho esperó a que hubiera acabado mi champagne para tomar la copa vacía de mi mano y volviendo a dejarla sobre la bandeja y luego se colocó detrás de mí. Miré a mi marido que hizo un gesto afirmativo con la cabeza tras el cual el joven comenzó a masajearme el cuello, los hombros y la espalda mientras Román se sentaba en un butacón, al lado de la bandeja, con su copa en la mano. Por un momento pensé que debía tratarse de uno de esos masajistas profesionales que atienden a domicilio y que yo recibiría un agradable y relajante masaje antes del sexo. Me olvidé de que estábamos en un hotel, de que mi marido estaba sentado frente a mi desnudo comenzando a sobarse la entrepierna, que yo estaba vestida solo con una fina, escasa y transparente lencería sexy que apenas ocultaba mis partes íntimas y que estaba siendo masajeada por un hombre que nunca antes había visto.

Me sobresalté y di un respingo cuando las manos del desconocido se posaron en mis tetas sosteniéndolas. Me asusté y al mismo tiempo comprendí la razón de que estuviéramos allí y me arrepentí de haber aceptado.

Llevada por el relajo del masaje había cerrado los ojos y cuando sorprendida los abrí vi que mi marido se masturbaba frenéticamente. Entonces, más confusa aún, no supe cómo reaccionar. Ni siquiera cuando el muchacho desabotonó mi sujetador y me lo quitó dejándolo caer sobre la cama y sosteniendo mis pechos apretándolos firmemente.

En un arrebato de moralidad miré preocupada a Román, que percibiendo mi reacción dejó de masturbarse, se levantó del butacón, se acercó, me besó y me dijo que yo era el gran amor de su vida.

Desconcertada por las palabras de amor de mi marido mientras las grandes manos de un extraño me exprimían las tetas me causó aún mayor confusión y desconcierto.

Román recuperó su asiento y las manos del chico bajaron por mis costados hasta que sus pulgares se engancharon en las cintas laterales de mi tanguita y la fue bajando lentamente dejándola en medio de mis muslos. Román una vez más interrumpió su masturbación, se acercó y se arrodilló delante de mí y terminó de quitarme la ropa que cubría mi cuerpo, depositándola sobre la cama y dejándome totalmente desnuda delante de un hombre extraño.

El chico se apartó a un lado y comenzó a desnudarse. Pude ver por el rabillo del ojo como dejaba su ropa al lado de la mía. Yo temblaba entera de excitación mientras mil pensamientos se debatían en mi cabeza. Mi cabeza iba por un lado dominada por principios morales mientras mi cuerpo ardía de excitación. Me quedé nuevamente paralizada cuando volvió a poner sus manos sobre mis hombros y ya no tuve más formas de luchar con la moralidad que dominaba mis pensamientos.

Román se acercó y me sonrió al ver lo mucho que estaba de excitada. Me pidió que abriera las piernas para que pudiera tocarme mejor. Al hacer eso, el chico aprovechó para empujar a su miembro entre mis muslos, dejándome sentada, como montada, sobre la barra de su pene. Eso era ya demasiado, sentir las pulsaciones de su miembro entre mis muslos. Román alargó su mano para apretar el pene del extraño contra mi sexo, que ya estaba todo mojado, y consiguió que pese a estar de pie y no en buena postura, la punta del pene penetrara un poquito dentro de mí. No pude resistirlo y tuve el mayor de los orgasmos allí mismo. Fue un orgasmo tan intenso que me faltó la fuerza en las piernas y si el chico no me sujeta por la cintura me hubiera caído. Luego me levantó en brazos y me dejó de espaldas sobre la cama. Separó mis piernas, se puso entre ellas y comenzó a besarme y lamerme el coño. Sentía su lengua acariciando mi sexo y la intensidad del orgasmo que acababa de tener no pude dejar de sentir placer y cerré los ojos. Con los ojos cerrados pude oír el ruido que hacía mi marido al masturbarse a mi lado.

Volví a tener un orgasmo y el chico dejó de lamerme y se sentó al borde de la cama, me pidió que me pusiera frente a él y le vi el pene, hermoso y enorme con los testículos colgando sobre la cama. Al verlos tuve la impresión de que debían estar llenos de esperma que necesitaba ser extraído.

Me puse de rodillas entre sus piernas y sin conseguir desviar la mirada de su enorme miembro le oí preguntar a mi marido que si yo se la podía chupar.

―Daniela, hazle un trabajo de esos que también sabes hacer.

Obedecí cogiéndole la polla y acariciándola con las manos y pasándola por mis tetas. Cuando más se la tocaba más duro estaba y más grande parecía ponerse. Antes de meterme aquel pollón en la boca miré a mi marido que lo observaba todo desde muy cerca. Apenas hube apoyado mis labios sobre la cabeza de la polla del muchacho, Román empujó mi cabeza hacia abajo haciéndome tragar entero el enorme falo. Medio ahogada retiré la cabeza y fuero entonces las dos manos del chico las que sujetaron mi cabeza y empujándola hacia su miembro. Abrí la boca y recibí la punta que palpitaba al contacto de mi lengua entregándome de cuerpo y alma. Cerré los ojos y pude escuchar con toda nitidez los gemidos de mi marido masturbándose mientras muchacho insistía en meterme todo lo que podía de aquel enorme falo dentro de mi boca, casi ahogándome muchas veces.

Oí a mi marido decir algo que no entendí y con el pollón en la boca miré hacia él y le vi señalando la cama al chico que me hizo colocar otra vez de espaldas, se volvió a poner entre mis piernas. Yo no podía apartar la mirada de la polla del joven que jugaba a pasarme la punta por el coño volviéndome loca. Enseguida aquel enorme miembro viril entró en mi cuerpo. Mi coñito no estaba acostumbrado a aquel tamaño e incluso tan excitada no lo tenía nada fácil para acoger aquel coloso dentro de mi cuerpo. Con paciencia y muy poco a poco fue penetrándome y conquistado mi intimidad. A pesar de ser totalmente desconocido, aquel joven fue ganando mi confianza y muy cariñosamente fue metiendo su polla completamente dentro de mí haciéndome tener varios orgasmos durante la penetración.

Cuando logró metérmela toda se detuvo un poco, y dejó que mi cuerpo se acostumbrara a su tamaño, antes de empezar con los movimientos de va y viene haciéndome perder el sentido y hacerme gozar con los gritos de mi marido besándome la cara y mordiéndome la oreja mientras se masturbaba a mi lado.

Durante casi una hora, mi cuerpo fue follado por aquel muchacho que cuando notó que iba a acabar, la sacó de dentro de mi coñito, me hizo incorporar y apoyó la punta de la polla sobre mi lengua y estalló dentro de mi boca. Era tanta la cantidad que tuve que tragar varias veces para no ahogarme. El chico dirigió su polla hacia abajo y roció con su esperma mis pechos y los muslos. Luego cogí en su mano su miembro, ya más flácido, y lo pasó por mi cara llenándome aún más con su caliente esperma.

―Ha estado muy bien su esposa, señor ―le dijo a Román al pasar a su lado mientras se dirigía al baño.

Román se acostó en la cama a mi lado, me cogió en brazos y nuevamente me dio otra prueba de su amor, porque no tuvo reparos de besar mi boca y mi rostro pegajosos y cubiertos por esperma de otro hombre.

Cuando el muchacho volvió del baño fuimos mi marido y yo a la ducha y cuando salimos del aseo había otra botella de champagne sobre la mesa. Bebimos un poco pero yo estaba muerta de cansancio y me acosté para dormirme oyendo los dos hablando de mi junto a la cama.

Me desperté al otro día muerta de hambre y oí a mi marido disponiendo una mesa junto a la cama, me levanté y me encontré con una mesa ordenada y llena de delicias. Un hermoso ramo de flores lucía sobre mi asiento con una tarjeta de agradecimiento por la noche anterior. La firmaba nuestro nuevo amigo.

Bajo mi servilleta encontré una cajita negra con un maravilloso anillo, regalo de mi marido como muestra de su amor.

Con todos esos mimos y atenciones me sentí en deuda por la mayor noche de placer de mi vida. También sentí la necesidad de continuar con el nuevo estilo de vida que había descubierto.

Daniela.

Otro relato ...




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