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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Mi jefe
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El fin de semana trascurrió tranquilo como todos los anteriores. Sin embargo no podía olvidar lo que había sucedido en Bilbao cada vez que miraba a Simón. Sentía una extraña mezcla de culpa, temor y excitación. No quería saber qué sucedería si se llegaba a enterar. No sabría que podría pensar de su esposa si supiera que había sido follada por el jefe y un amigo negro de este la semana anterior. Supongo que eso fue lo que hizo que ese fin de semana decidiera compensarle con creces y esas dos noches, en cuanto los niños se dormían follamos como hacía tiempo que no hacíamos. No es que hiciéramos el amor, es que practicamos el sexo a conciencia. Pero quizás fue eso lo que de alguna manera le hizo sospechar, se quedó muy pensativo y yo sin saber que decirle. Por eso, cuando el lunes salí al trabajo y al ir a darme el beso de despedida me preguntó ―¿Sucede algo mi amor?

―Claro que no cariño ― y salí rápidamente.

Cuando llegué a la oficina en el centro de Madrid, ya Carlos estaba en su despacho del que no salió en toda la mañana. Ni siquiera salió para comer, pidió unos sándwiches y unas botellas de agua en la cafetería de debajo y comió allí encerrado.

A media tarde tuve que entrar porque necesitaba su firma para formalizar unos documentos así que golpeé la puerta con los nudillos y entré. Estaba rodeado por auténticas montañas de papeles y ni siquiera levanto los ojos. Firmó los documentos que le ofrecí y cuando ya estaba de regreso en la puerta me dijo ―tenemos que hablar pero no en la empresa ¿puedes comer conmigo el miércoles?

―Si claro, jefe ―y salí cerrando la puerta tras de mí.

Durante el resto de ese día y el siguiente no pude pensar en otra cosa. No sabría ni que me diría y que le podría responder.

El miércoles, a eso de media mañana se me acerca y me dice― Maika, necesitamos hablar de los nuevos contratos que hicimos la semana pasada en Bilbao ¿Podemos almorzar los dos y los discutimos?

―De acuerdo ―respondí.

A punto de finalizar la jornada de mañana salimos de la oficina y tomamos a un taxi que nos condujo a un restaurante en las afueras. Nos sentamos en una amplia terraza e hicimos el pedido. En medio del almuerzo acabó por decirme que necesitábamos hablar de lo que pasó. Me dijo que se había casado hace muchos años pero que había descubierto un mundo nuevo conmigo y que quería seguir. Permanecí en silencio sin saber cómo responder.

―Mira ―me dijo tras lo que me mostró unas fotografías que tenía en el teléfono y me preocupó de lo que podría suceder. Eran fotos de aquella mañana de sábado de las que yo no me había apercibido, de haberme dado cuanta no le hubiera dejado hacérmelas.

―No debes inquietarte, no son para chantajearte, es solo para mí placer personal ―dijo intentando tranquilizarme sin conseguirlo.

Lo repitió varias veces intentando convencerme de que solo serían para su uso personal. También me dijo que no iba a dejar a su mujer pero necesitaba seguir viéndome. ¿Qué podía yo hacer? No me sentía atraída por mi jefe aunque tampoco lo aborrecía ni me repugnaba.

Prácticamente no hablé durante el resto del almuerzo y no recuerdo lo que si me dijo. Estaba absorta en mis propias preocupaciones y temores. En Bilbao estaba en una ciudad diferente y lejana pero en Madrid, donde resido y donde viven mis amigos y conocidos, todo lo que me importaba estaba en peligro. No tenía más alternativas que rechazarlo y esperar que cumpliera su palabra de no mostrar las fotos o aceptar su propuesta. Porque eso último eso era algo yo no deseaba. No dejaba de recordar aquella mañana con mi jefe lamiéndome las tetas regadas con el semen del negro. Con esa imagen en mi cabeza tomé mi decisión.

El resto de la semana discurrió de forma tranquila sin que se produjera ninguna mención a nuestra nueva situación. Me extrañaba pero decidió no cuestionarla, no somos muchos en la oficina, Carlos jefe y patrón,

El jueves discurrió de forma tranquila sin ninguna mención a. Me extrañaba la ausencia de alusión pero decidí no cuestionar. Empezaba a recoger mis cosas para irme cuando recibí un mail ―Maika, vente a mi despacho. No éramos muchos en la oficina, Jorge, Toni, Nieves y yo y ellos ya se habían ido.

Me sobresalté pensando si sería algo de trabajo o la otra cosa.

Entré y me indicó que me sentara. Se levantó y vino detrás de mí y me metió la mano dentro de la blusa y me palpó las tetas por encima del sujetador.

―¡Cuanta gana tenía de estas tetas querida! ―exclamó.

Me abrió la blusa y me sacó las tetas fuera del sujetador, luego me tendió la mano y me ordenó― Ven conmigo.

Me levanté y de mano con él fuimos hacia el baño de la oficina, yo con las tetas de afuera, como una puta barata. La oficina se había instalado en una antigua vivienda que se había modificado mínimamente y el cuarto de baño tiene aseo, bidé, lavabo y bañera. Lamentablemente tampoco tenemos agua caliente.

Mientras caminábamos por el pasillo y con la mano libre me levantó la falda y me hizo recorrer la distancia que quedaba con las tetas y el culo al aire.

Al llegar me ordenó― Ábreme la bragueta y sácame la polla.

Le obedecí y volvió a ordenarme ―apunta al water que quiero orinar.

Lo hice y pude notar como se hinchaba al empezar a salir la orina y apunté al sanitario aprovechando para fingir que escribía “MAIKA” en el inodoro

―Ahora dóblate hacia delante y apoya las manos en el bidet.

Lo hice y tiró de mi tanga hacia arriba metiéndomelo ente las nalgas. Me dio un par de palmadas en las nalgas.

―¿Te gusta?

―La verdad es que no me gustó nada ―confesé dolorida.

―Es igual, tú gime como si te gustara.

Volvía a golpearme las nalgas y dijo ―Vas a follar más Maika, eres una puta que no tiene vergüenza.

Creo que era la segunda vez que me llamaba puta y si la primera vez me molestó, esta segunda me excitó. Tenía razón, eso es lo que soy para él y como tal me trata. Y a mí me gusta.

―Vas a dejarme el culo enrojecido ―le protesté al volverme a golpear.

Su única respuesta fue otra palmada pero más fuerte que me hizo caer hacia delante y acabar de rodillas en el suelo.

―Vamos perra, levántate.

Me levanté e intenté besarlo pensando que así le podría tranquilizar y cambiar la situación pero no consintió pero me hizo ponerme frente a él y sujetarle el pene. Comenzó a apretar retorciendo de vez en cuando mis sensibilizados pezones lo que me provocaba algunos gemidos de dolor.

Me hizo soltar la mano de su polla y la sustituyó por la suya y comenzó a masturbarse. Con la otra mano me levantó la falda por delante y tiró de mi tanga alejándola de mi cuerpo. Supuse que buscaría meter sus dedos en mi coño pero en lugar de eso metió su polla dentro del tanga y se corrió allí dentro, entre la prenda y mi cuerpo. Me quede callada por la sorpresa, eso era algo que no esperaba. Soltó el tanga que se quedó adherido a mi piel por lo mojada que estaba por su eyaculación. Y pasó la mano por encima extendiendo aún más el semen entre mi tanga y mi cuerpo.

―Ahora bajas la falda y te vas a tu casa sin lavarte ni cambiarte las bragas ―volvió a ordenar.

Me bajé la falda, me metí las tetas dentro del sujetador y mientras me abrochaba la blusa me dijo ― Así es como vas a besar a tu marido cuando llegues a casa.

Me preocupé pensando que en el viaje en metro todos me podrían oler y se imaginarían lo que acababa de pasar.

Cuando llegué a casa afortunadamente no había nadie por lo que me dirigí a la ducha después de lanzar mi tanga al cesto de la ropa sucia. No pude resistirme y me masturbé apasionadamente bajo el chorro de la ducha con el recuerdo de lo sucedido esa tarde.

Después de la cena follé con Simón prácticamente violándolo. Necesitaba desesperadamente sentirlo dentro de mí. Cuando sentí su eyaculación llenándome lo besé apasionadamente como nunca antes había hecho y dormimos muy abrazados con él abrazándome desde detrás.

El viernes siguiente el día empezó normal y a media tarde un nuevo mail “El próximo lunes te espero a las nueve menos cuarto en la salida del metro de Nuevos Ministerios. Antes llamas diciendo que pasaste mala noche y que no vendrás a trabajar”. Eso me tuvo inquieta todo el fin de semana.

Cuando llegó la mañana del lunes me despedí de Simón con el habitual beso y salí. Salía a la calle en la estación convenida cuando vi a Carlos que me esperaba en un coche. Me subí y salimos abandonando pronto la ciudad en dirección a un lugar para mi desconocido.

―¿Llevas bragas?

―Si, claro ―le respondí.

―Puedes quitártelas que no te harán falta.

Lo hice de inmediato y se las entregué a mi jefe que esperaba con la mano tendida. Abrió la ventanilla y las arrojó fuera.

Al rato llegamos a un pequeño hotel que no tenía muy buen aspecto por fuera, pero estaba limpio. Entramos a la habitación y Carlos se comportó de forma diferente, fue cariñoso y tierno.

Nos desnudamos y comenzamos unos fantásticos preliminares. Me untó de aceite masajeándome la espalda y luego las piernas, también el culo y entre las piernas pero sin tocarme en ningún momento el coño que ya ardía y ansiaba la penetración. Se me puso encima pero resbaló de tanto aceite como tenía y entonces me giró de frente y volvió a aplicarme el aceite y a acariciarme hasta que ya estaba tan caliente que me corrí dos veces.

Luego se tumbó y fue mi turno para lamer por el cuerpo de mi querido jefe. Fui bajando por el cuerpo sintiendo a su polla tiesa golpearme las tetas que colgaban encima de él. Eso me gustaba. Abrí la boca y me comí y lamí sus pezones. Bajé hasta su polla y la empecé a chupar y traté de tragarme la toda pero no fui capaz pero seguí hasta que me pidió parar. Después tomamos una ducha donde aprovechamos para tocarnos y acariciarnos mutuamente y volvemos a la cama donde hicimos un 69 conmigo encima de él. En esa posición me quedé con el culo colocado sobre su cara y temí que me volverá a golpearlas. Pero solo sentía su longa penetrándome y sus mordisqueos en mi clítoris mientras yo continuaba tratando de meter todo aquella polla en mi boca. Por un segundo me la saqué y recibí un cachete en las nalgas que me lanzó hacía delante haciéndome tragarla hasta el fondo de la garganta. Mi jefe aprovechó la inercia para meterme un dedo en el culo y mientras estábamos haciendo aquel 69 me metió gasta tres dedos en mi culo hasta entonces virgen. No me resultó nada desagradable solo un poco de dolor cuando introducía los dedos y luego los movía. Esas acciones desencadenaron mis ansias por ser penetrada. A los pocos minutos Carlos me pidió que me pusiera a cuatro manos dándole la espalda. Y comenzó a cabalgarme primero y luego aumentando el ritmo y enterrándome toda su polla dentro de mi ardiente coño.

―¡Para, para, chúpamela otra vez! ―me casi grito cuando estaba a punto de correrse.

Yo se la chupé muy despacio porque no quería que acabara tan pronto pero tampoco logré mucho porque se corrió en mi boca.

―Vamos a experimentar algo nuevo ―me dijo cuando regresé de lavarme.

Siguiendo sus indicaciones me tumbé sobre la espalda y el jefe sacó unas pequeñas cuerdas con las que me ató a la cama y me quedé con los brazos y las piernas en cruz. También me vendó los ojos con un antifaz de esos para dormir en los aviones. Luego un ruido e inmediatamente algo fresco en mi pubis y coño para sentir como una cuchilla me rasuraba el frondoso bosque que me había dejado a petición de mi marido que nunca quiso ni siquiera que lo recortara para evitar que se me saliera bajo el bañador. Me preocupó lo que pudiera decirle a Simón por aquello. Sentí un poco de agua fría y una toalla sacarme y algo más que pasaba por mi coño pero no pude identificar. Esa cosa pasó despacio por mi coño para deslizarse por mi culo y entrar dentro del ano. No era que fuera habitual para mí pero no me resultó molesto.

El jefe llamó al servicio de habitaciones e hizo un pedido, yo ya tenía hambre y sed de tanto ejercicio sexual. Después de colgar noté que se subía a la cama y noté como se movía. No pasó mucho hasta que noté en la boca un chorro salado y caliente e instintivamente la cerré acabando con la cara cubierta de esperma. Luego volví a oír la ducha.

Un resto después alguien llamó a la puerta y mi jefe la abrió ordenado dejar el pedido sobre la mesa. Me asusté e incluso indigné pensando que Carlos estaba loco al exponerme de aquella manera a un desconocido, atada y con algo dentro del culo. Pero me pareció aun peor protestar así que cerré los ojos aunque esos estuvieran ya ocultos por el antifaz.

Cuando salió el empleado, mi jefe me quitó la máscara y me miró a los ojos riéndose.

―¿Te ha gustado Maika? Estoy seguro que te ha encantado. Tendrías que haber visto la cara del camarero mirándote.

―Por favor, suéltame para que pueda ducharme y comer algo.

―Te soltaré pero vas a comer así, no vas a tomar ninguna ducha ni te sacarás lo que tienes en el culo, tienes que acostúmbrate porque lo vas a llevar muchas veces.

Me soltó y me acercó una silla frente a la mesa haciéndome sentar en ella.

―Eres mi putita y todo lo que te haga tendrá que gustarte, así que recuerda que sólo tienes que hacer lo que te ordene en cada momento porque de lo contrario…

De repente recordé las fotos en su teléfono móvil. Cuando me levanté de la mesa y me volví hacía la cama vi que en el cuadro que colgaba sobre la cabecera había escrito con grandes letras rojas la palabra “PUTA”. Entonces un fogonazo me dio a imaginar la cara del empleado.

Me acosté sobre la cama y Carlos me empujó para dejarme con la cabeza fuera, colgando de la cama y me metió sus dedos en la boca ahogándome algunas veces. Sentí lo que parecía ser una especie de resortes a apretarme los pezones y gemí. No pude ver que era porque seguía sujetándome la cabeza. Después, volvió a colcharme a cuatro y me penetró detrás. Me la metió duro una y otra vez hasta las bolas al tiempo que me iba metiendo y sacando lo que fuera que tenía en el culo. Tanto ajetreo en mis dos agujeros en esa zona me excitaron tanto que me corrí solo un poquito antes de notar el coño inundado por el caliente esperma de Carlos. Caímos los dos en la cama y allí quedamos unos minutos a descansar con él a besándome la cara.

―¿Quieres limpiarme Maika?

Ni siquiera respondí, solo se la cogí y la chupé nuevamente con toda la intención del mundo pero esta vez fui incapaz de que se le pusiera dura.

Descansamos otro poco y salimos después de ducharnos y recomponernos. Me fijé en la cara de asombro con los ojos saliéndole de las orbitas al empleado cuando pasamos por la recepción. Estaba cansada pero satisfecha porque Carlos estaba consiguiendo liberara una libido que desconocía pero que estaba empezando a adorar.

Besos, Maika

 

 

Historia de Maika

Maika es una hermosa madrileña morena de cincuenta y dos años que cuenta, en forma de relato, alguna de sus aventuras sexuales de dos décadas atrás cuando descubrió una parte de su sexualidad que desconocía de la que aún disfruta.

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