Esta web utiliza cookies, puedes ver nuestra la política de cookies, aquí Si continuas navegando estás aceptándola
Política de cookies +
La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Sueño de una virgen
ADVERTENCIA: Esta página contiene textos, imágenes o enlaces que pudieran ser considerados no apropiados para personas menores de la edad legal. Por eso se hace esta advertencia. El contenido de los mismos es evidentemente "para adultos" y de contenido explícitamente sexual por lo que, hecha esta advertencia, si finalmente decides continuar, lo haces bajo tu única y exclusiva responsabilidad. No se obliga a entrar, es más, se recomienda que aquellas personas que puedan sentirse molestas, o incluso ofendidas, con el contenido de lo que aquí aparece, que se abstengan de hacerlo.

El día había sido muy caluroso y húmedo. Mientras estaba acostada en la cama, había quitado el edredón con los pies, y tirando el camisón por encima de los hombros lo arrojé al suelo. Mientras yacía desnuda, comencé a acariciarme el cuerpo. Pronto caí en un sueño profundo e inquieto. Enseguida empecé a soñar que me encontraba con un hombre muy guapo, en un gran baile que se celebraba   en casa de unos   amigos de mis padres. Me relamí los labios al verle entrar en la sala. Era muy alto y muy guapo.

Su ropa estaba muy bien confeccionada, la calidad del material era realmente muy buena. Llevaba unos pantalones negros ajustados con una hebilla dorada en el exterior de cada rodilla, con calcetines blancos. Su chaqueta negra tenía un brocado dorado en los bordes, que parecía estar realzado por la camisa blanca que llevaba, con volantes en la parte delantera y en los puños. Todo estaba ribeteado de brocado dorado. Todo parecía realzar su estatura y el bronce dorado de su piel. Sus profundos ojos azules parecían penetrar en quien miraba, como si buscara todos sus secretos ocultos; secretos que estaban encerrados en las profundidades de sus mentes. ¿Buscaba algo que aún no había encontrado? Sólo él podría decirlo.

Mientras me quedaba mirándole, podía verle escudriñar la habitación, mis dedos se apretaron automáticamente en mi coño, mis piernas se volvieron gelatina. Apenas podía mantenerme erguida y tuve que apoyar la espalda en la pared cuando oí que alguien decía― Ese hombre que acaba de entrar es el capitán Álvaro Páez ―Es uno de los mejores hombres de por aquí.

Nuestras miradas se cruzaron al instante en la sala. Ni una sola vez apartó sus ojos de los míos mientras atravesaba la sala, dirigiéndose hacia mí, ignorando totalmente a todos los que intentaban hablar con él. Se detuvo, con sólo un palmo de distancia entre nosotros, mientras se presentaba, en un susurro que sólo yo podía oír― Buenos días a usted, mi hermosa joven. Me llamo Álvaro Páez ―Retrocediendo, se inclinó desde la cintura para besar mi mano, dejando un rastro de sensaciones de cosquilleo que me llegaban hasta el alma. En ningún momento apartó sus ojos de los míos― ¿Me daría el placer del siguiente baile?

Asintiendo con la cabeza mientras mi cuerpo se estremecía, mi corazón empezaba a acelerarse y mi respiración se volvía muy errática, colocó su mano abierta en la parte baja de mi espalda, guiándome y haciéndome temblar por dentro. Deslizándome por la habitación, podía oler el perfume de su cuerpo, y percibir la fuerza de sus brazos  que me sujetaban, mis pezones presionando su pecho, notaba su aliento en mi mejilla, mis bragas se estaban mojando y si no tenía cuidado, mis piernas cederían.

Las señoras miraban envidiosas, tratando de refrescarse la cara con sus abanicos mientras nos veían bailar en la pista. Una sonrisa cruzando sus labios que penetró en mi propio ser.

Oyendo algún que otro resoplido, sabiendo que prefería mi compañía a la de cualquiera de las otras damas, me regodeé en ello. Disfruté del tacto de su mano en la mía y de la forma en que me sujetaba la parte baja de la espalda, acercándome a él mientras me guiaba hacia donde quería que fuera. La cercanía de él, piel con piel. Me ardían las manos cuando me tocaba. Podía notar que me encendía mientras me sostenía en sus brazos. Mi corazón se aceleraba, latía tan fuerte y rápido que creía que iba a estallar. Mis mejillas estaban sonrosadas, mis ojos brillaban como gemas de valor incalculable. Brillaban tanto que deslumbraba a todos los que me miraban mientras bailábamos por la pista. Me sentía como si fuera la reina del baile, me sentía muy feliz.

Cuando la música llegó a su fin, Álvaro me propuso dar un paseo por el jardín. Todas las miradas parecían estar puestas en nosotros cuando salimos de la sala, con su mano en mi espalda, mientras la otra se aferraba a mi mano. Algunas personas nos sonreían, mientras que otras, con ojos oscuros y llenos de odio, como si dijeran― ¿Cómo se atreve?

Sentí que se me escapaba la respiración al notar la cálida brisa en mi cara acariciando suavemente mi pelo, y llenando mis fosas nasales de aromas. El olor fragante de las rosas a nuestro alrededor, era mágico. Paseamos por los jardines hasta llegar a un viejo roble gigantesco. Necesitaba descansar y apoyé la espalda en el nudoso tronco del árbol, con las manos a cada lado para apoyarme. Tomé una profunda bocanada de aire mientras lo hacía.

Álvaro colocó mis manos entre las suyas y las sostuvo por encima de mi cabeza, sujetándome con fuerza  y haciéndome jadear. Nuestros ojos se encontraron, las chispas volaron a nuestro alrededor. Sus labios se acercaron suavemente a los míos, acariciándome, amándome, saboreándome con su lengua; la sensación era como la de unas finas plumas, que hormigueaban, revoloteaban y flotaban sobre mi piel. Mi corazón se aceleró a gran velocidad, un escalofrío recorrió mi columna vertebral, llenando todo mi cuerpo de extrañas sensaciones. No sabía ni entendía lo que eran. Aun así, disfrutaba de la sensación que estaba teniendo. También sabía que él también lo estaba disfrutando. Sentí una agitación en sus calzones, que me hizo contener el estómago. Álvaro tuvo que alejarse de mí, tratando de contener su creciente polla.

Mirándome a los ojos, sin saberlo, le dirigía la misma mirada que yo recibía de él. No podía evitarlo, me besaba una y otra vez, cada vez con más urgencia; acariciando y lamiendo mi garganta, el lóbulo de mi oreja, bajando por mi cuello; sus cálidos y suaves labios y su lengua dejaban sensaciones calientes allí donde los tocaba. Me oía susurrar su nombre― Álvaro, Álvaro ―Lo deseaba de una manera que nunca antes había deseado a ningún otro hombre. Podía notar que mis rodillas temblaban; podía sentir que me entregaba a él. Sentía sus manos recorriendo todo mi cuerpo, dejando huellas ardientes allí donde me tocaba. Más, quería más; pero no entendía del todo qué más quería, sólo sabía lo que estaba sintiendo, y lo disfrutaba inmensamente.

Me cogió en brazos y me llevó, con mi cuerpo pegado al suyo. A donde me llevaba, no lo sabía, ni me importaba. Todo lo que sabía y quería en ese momento era el hombre con el que estaba. Aquel apuesto y alto capitán, cuyas manos eran como pura magia; haciendo que mí pulso se elevara tanto, que no habría sido capaz de mantenerme en pie si él me hubiera bajado.

Llegamos a un viejo edificio que estaba en medio de unos árboles; nadie sabría que estábamos allí, ya que el edificio, por su aspecto, no se había utilizado durante años.

Me recostó suavemente y me rozó la mejilla con el dorso de la mano mientras se arrodillaba a mi lado― Ahora, mi pequeña virgen, déjame ayudarte a llegar a las alturas a las que nunca has llegado ―Sus manos eran rápidas y hábiles. En un abrir y cerrar de ojos, me encontraba allí, totalmente desnuda. Sus manos se movían tentadoramente por las curvas de mi cuerpo― Hermoso ―susurró― hermoso ―Bebió mi belleza con sus ojos profundos y penetrantes, teniendo que respirar profundamente entre los dientes apretados. Nunca en todos sus días había visto una mujer tan hermosa como ésta, y había tenido muchas.

Se quitó la ropa con la misma rapidez, no podía apartar sus manos ni sus ojos de los míos. Me besó y tocó por todas partes. Sus manos subían y bajaban por todo mi cuerpo, deteniéndose para acariciarme los pezones con sus dedos y pulgares, poniéndolos duros y erectos, para luego acariciarlos uno a uno con la punta de su lengua. Eso me hizo jadear provocando que se me pusiera la piel de gallina por todo mi cuerpo desnudo al ver cómo los estiraba y los acariciaba. Luego los apretó suavemente, primero uno y luego el otro, hasta que se alzaron como dos picos de montaña, duros y firmes, para luego encontrar otros lugares. La forma en que sus besos se sentían en el costado de mi cintura me provocaba más escalofríos en el cuerpo. Eso me hizo retorcerme y gemir de placer, suplicándole más.

Me estaba provocando y tentando con sus dedos hasta que cada nervio, curva y bulto de mi cuerpo estuvo electrizado. Dondequiera que iban sus dedos, también lo hacía su boca, besando cada centímetro de mí. Su polla, dura y estirada presionaba firmemente contra mí muslo. Sus caderas se movían rítmicamente hacia delante y hacia atrás contra mi clítoris, haciéndome retorcer y agitar mi coño contra él. Su boca encontró mi coño, haciéndome temblar con sensaciones que nunca antes había imaginado. Podía sentir que la humedad salía de mí aún más intensamente. Pero no intenté detenerlo ni una sola vez, aunque sabía que debía hacerlo; pero no podría aunque lo intentara. Estaba totalmente bajo su hechizo.

Luego llegó  territorio prohibido, al jardín secreto de la vida que nunca se había tocado. Había encontrado otro lugar que me excitaba  más que antes. Sus largos dedos subían y bajaban de mi clítoris a mi coño y luego a mi culo, presionando su pulgar en mi ano, y de nuevo. Tentando mi clítoris, estimulándomelo y  haciendo que se levantara. Colocándose entre mis muslos, me abrió el coño de par en par con sus dedos. Su lengua, que se movía cada vez más deprisa, me acariciaba, me lamía, me rodeaba y me mordía suavemente. Y cada vez que lo hacía, mis caderas se movían involuntariamente hacia su boca. Gemía y me movía al ritmo de su lengua, no podía evitarlo. Entonces su lengua se deslizó hacia mi coño, encontrándome más que húmeda con mis jugos. Su lengua entraba y salía de mí, primero presionando y rodeando mi clítoris, luego bajando lentamente hasta mi raja donde podía lamer todos mis jugos, de un lado a otro iba, haciéndome agarrar su cabeza con mis dedos, moviendo mi cuerpo al ritmo de lo que él hacía.

Gruñendo y lamiéndose los labios, volvió a rodear mi coño con sus dedos, y luego metió sus dedos en mi boca, diciéndome que me probara. Se posicionó contra mí, su dura   polla necesitaba estar dentro de mí, pero tenía que asegurarse de que yo estaba preparada para él. Agarrando su polla, rodeó el exterior de mi coño y luego deslizó la punta hacia arriba y hacia abajo, desde mi clítoris pasando por mi coño hasta mi ano. Mientras lo hacía, tiró de mis pezones y jugó con ellos, lo que me provocó descargas eléctricas.

Estaba apretada, muy apretada; pero estaba más que preparada, él lo sabía y yo también. Moviendo sus dedos húmedos arriba y abajo de su longitud, se frotó con mis jugos y luego introdujo su     polla en mi empapado coño. No estaba actuando de la forma en que lo había hecho nunca antes de tener sexo. Me pedía más, pero una barrera me impedía ir más allá.  ― Joder ― pensó para sí mismo y se calmó inmediatamente. No quería que parara y se lo dije― Por favor, te deseo, no pares, por favor, no pares.

Mirándome a los ojos, tenía que estar seguro, de nuevo le supliqué― Por favor, por favor, no pares ―Le rodeé el cuello con los brazos y   la cintura con mis piernas, acercándolo aún más. Sus dedos, mojados con mis jugos, rozaban mis pezones, primero uno y luego el otro. Me besó con suavidad pero con firmeza, su lengua se deslizó suave y graciosamente contra la mía y, al mismo tiempo, introdujo su polla en lo más profundo de mí y la barrera se rompió cuando presionó su pulgar en mi culo.

Mi grito fue un grito que nadie oyó, sólo nosotros dos. Una vez más, se calmó hasta que el dolor que recorría mi cuerpo desapareció y empecé a moverme con las sensaciones que me llenaba, no sólo en mi coño, sino también en mi culo.

Me puso las manos en las caderas y me mantuvo quieta― ¡Cállate! ―me dijo mientras me levantaba hasta casi sentarme, de modo que estaba prácticamente   a horcajadas sobre él. Al mismo tiempo, me acariciaba desde la oreja hasta la garganta y los pechos. Puse mis manos en sus fuertes hombros agarrándome   con fuerza.

Me estaba llevando a las cimas más altas en las que nunca había estado. Sus dedos aún estaban mojados con mis jugos. Me los metió en la boca y me ordenó que los chupara y lamiera. ¡Oh, podía saborear mi propio sabor mientras chupaba con avidez! Sacudí mi culo mientras me sentaba sobre él, haciéndole gemir y abrazarme más fuerte.

Mis pensamientos estaban por todas partes, las sensaciones tentadoras y hormigueantes que él estaba forzando en mi cuerpo. Estaba a punto de estallar como un volcán cuando me susurró al oído― Cumple para mí, nena. Suéltate y córrete para mí ―y lo hice, mi cuerpo se rompió en un millón de pedacitos a su alrededor. Lo sentí dentro de mí, pero sin moverse. Me tumbó de lado y se acostó a mi lado susurrando― Aún no he terminado contigo ―Su cuerpo estaba acurrucado sobre el mío, empezó a moverse de nuevo, esta vez empujando en mi coño desde atrás mientras agarraba mis duros pezones tirando de ellos. Sentía la tensión de mi coño apretando y tirando de él más hacia adentro, podía sentir cómo me lo estaba haciendo.

― Dios mío ― dijo, mientras yo volvía a estremecerme y a sacudirme mientras las sensaciones se apoderaban de mi cuerpo.  Sabía que no podría aguantar mucho más y, con otro par de empujones, gastó todo lo que tenía dentro de mí. A través de los dientes, susurró― Nunca he conocido a un ángel como tú.

Yo estaba agotada, exhausta, y él también. Mientras nos quedábamos tumbados, me dio la vuelta y continuó meciéndome suavemente rodeándome con los brazos. Nunca había conocido tal éxtasis, y nunca había visto a un hombre desnudo, y mucho menos había tocado a uno. Pero, en este preciso momento, no me importaba, ya que sentía la humedad caliente que brotaba de mi cuerpo. Mientras nos mirábamos a los ojos, ambos sabíamos que este momento nunca nos abandonaría y que estaríamos siempre juntos, sabiendo que nunca jamás nos separaríamos.

― Ahora eres mía y nadie te tocará más que yo.

Mi respuesta fue un simple― Sí, señor.

DÁngela

Otro relato ...




Poco a poco, cada vez hay más relatos porque poco a poco os vais animando a escribirlos y a enviarlos para compartirlos. A lo mejor, tienes cosas que contar y que te apetece compartir, pues este es el sitio. Si lo deseáis, puedes enviar tu relato a la dirección que figura en este enlace enviar relatos prohibidos

Y si lo que quieres es copiar algún relato y compartirlo en tu sitio, o en otro, no olvides copiar y pegar también el enlace de donde lo has obtenido. y el nombre del autor, no cuesta nada y es de justicia.

Y si estás interesado en adquirir esta página, debes de saber que está en venta. Si tienes interés, puedes contactar con nosotros aquí.