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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Tras la cena con mi primo
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Te había dicho que un día te escribiría contando lo que sucedió aquellos días que pasé encasa de mi primo aceptando su invitación. También te había hablado de Ernesto y de la cena a la que me invitó. Y es ahí donde continuaré contándote.

El restaurante era uno de esos locales que rezuman historia por todos lados. La decoración no resultaba recargada aunque si un poco oscura. La iluminación la proporcionaban discretas lámparas de araña y apliques de similar diseño en las paredes cubiertas de tela. El personal eficiente y extrañamente silencioso, como todo el local, apenas se oían nada, únicamente leves roces de platos y cubiertos. Confieso que eso me llamó la atención y que se lo comenté a mi primo que, sentado frente a mí, contestó que era la atmosfera que los clientes buscaban en aquel local.

Mientras esperábamos eche unas discretas miradas en torno nuestro, la mayoría de las mesas ocupadas lo estaban por parejas elegantemente vestidas y otra cosa me llamó poderosamente la atención, que cada uno de los miembros de bastantes de las  parejas miraba siembre hacía el suelo, indistintamente  hombres como mujeres.

―Ya te lo explicaré más tarde ―susurró mi primo justo antes de levantarse para saludar a los recién llegados con quienes compartiríamos mesa por asuntos de negocios. Se trataba de un hombre mayor, de pelo blanquísimo que me recordó a mi vecinito del sexto, y su nieto, un joven tímido de enormes ojos que pronto posó en el escote que Ernesto  había hecho resaltar con aquel sujetador que tanto me juntaba las tetas.

La cena se desarrolló como se supone que debe desarrollarse una cena de negocios con la salvedad del bajísimo nivel sonoro empleado en las voces, poco más que susurros. Solo hablaban el señor de pelo blanco y mi primo. Yo mantenía la mirada baja, como otras mujeres, y hombres, y de vez en cuando, disimuladamente  observaba las reacciones del joven que no perdía de vista mi escote.

La sobremesa fue corta y finalizó cuando mi primo y el anciano se levantaron y solemnemente entrechocaron las manos dando por cerrado el trato. Del desagradable trámite de hacerse cargo de la factura se encargó mi primo. Una vez en la calle, un nuevo apretón de manos y un abrazo con generosos palmoteos en las espaldas entre los dos, mi primo y el abuelo, mientras, el nieto no me quitaba la vista de encima, de lo que se apercibió el abuelo que hizo un aparte con mi primo, le dijo algo y ambos me miraron. Mi primo se encogió de hombros y pronunció un enigmático ―Se lo diré pero no es lo que parece.

Subimos a nuestro coche que llegó junto en el momento preciso. Me quité el abrigo, me acomodé y en cuanto Ernesto hubo arrancado le dije a mi primo ­¿Puedo hacerte dos preguntas?

―Miedo me das prima cuando solo quieres hacer dos preguntas.

―La primera, ¿Por qué miraban al suelo?

―Tú también lo hiciste querida prima

―Cierto, me pareció que lo apreciarías.

―Y así es ―y prosiguió― y también nuestros invitados e imagino que eso estará relacionado con tu segunda pregunta.

―¿Sabes cuál será?

―Me la imagino, me preguntarás de qué hablé con el viejo a la salida.

―¿De qué hablaste con el viejo a la salida del restaurante que le dijiste que no es lo que parece?

Mi primo dudó, como buscando las palabras antes de responderme ―preguntó si eres mi esclava.

―¿Y acaso no lo soy?

―Si querida, pero también eres mi prima y siempre me recuerdas que deseas mantener tu identidad en secreto.

―¿Ernesto sabe que soy tu prima?

―Ahora si ―respondió con cierto aire de culpabilidad y arrepentimiento.

Me abracé a él y le di un beso muy sonoro en la mejilla.

―Tonto, que eres un tonto primito ―y me arrebujé contra su cuerpo antes de decirle― soy tu esclava, cariñito estos días soy tu esclava sexual.

Noté la mirada de Ernesto en el retrovisor, así que me acerqué a él y le dije ―¿A ti te importa que sea la prima de este tonto?

Ernesto lanzó una rápida mirada por el retrovisor a mi primo que asintió con otro gesto.

―No señora, no me importa, ni siquiera que sea su esclava, yo también estoy a su servicio.

No pude contestarle porque las manos de mi primo se aferraron a mis tetas atrayéndome hacia él mientras decía― Ernesto, dilata el trayecto todo lo que puedas.

Mi primo comenzó a desnudarme con inusitada maestría mientras un cristal ahumado subía entre los asientos  anteriores y posteriores.

―No Ernesto, no cierres, deja abierto ―dije con la voz ya entrecortada por los sofocos del deseo.

―¿Quieres que Ernesto nos vea―dijo mi primo entre beso y beso a mis tetas.

―Si mi amo, soy tu esclava, soy tuya, estos días soy toda tuya, quiero que vea como me gozas.

No pudo contestar porque un inopinado frenazo hizo que toda una de mis tetas ocultara toda su boca.

―Disculpe señor pero un borracho se ha cruzado delante del coche ―dijo Ernesto un poco nervioso.

―¿Está todo bien Ernesto? ―pregunto preocupado mi primo.

―Si señor, le he podido evitar, ha sido solo el susto.

Mi primo se volvió hacía mí, me tomó por la barbilla, y mirándonos a los ojos dijo ―¿Eres realmente mi esclava?

―Estos días que estaré contigo seré tu esclava, haré lo que quieras ―pero acoté― siempre que solo sea sexo.

―¿Tendrías sexo con otro para que yo te viera?

―Si mi amo ―respondí bajando los ojos sumisamente.

―Ernesto, estaciona en un lugar discreto cerca del parque.

El vehículo avanzó silenciosamente hasta quedar estacionado bajo unos árboles, a la entrada del parque. Mi primo abrió la puerta y me ordenó ―Desnúdate, quédate solo con los zapatos y la gargantilla.

Luego se fue hacía donde estaba el borracho, tambaleándose e intentando mantenerse erguido. Se paró frente a él y le dijo algo señalando hacía el coche. El borracho pareció asentir con la cabeza. Mi primo le tomó del brazo y se dirigió de vuelta al coche arrastrándolo más que acompañándolo. Llegaron y se detuvieron en la acera junto a la puerta derecha del coche. Mi primo se giró, acomodó sucintamente las ropas del borracho, le atusó un poco, le hizo ponerse derecho y abrió la puerta extendiendo la mano hacía dentro. Y es cuando salgo desnuda, solo con los zapatos y la gargantilla de terciopelo. La cara del borracho fue todo un poema. No tendría palabras para describirla pero abrió la boca como si necesitara tragarse todo el aire e la atmosfera.

Mi primo me tomó del camafeo y me condujo hacia el interior del parque, hasta un discreto redondelito de césped cuidadosamente recortado y oculto a miradas inadvertidas por la arboleda y el coche que estratégicamente Ernesto había aparcado. El borracho nos siguió todo lo digno que pudo. Al entrar en el césped. Mi afilados tacones se hundieron en la tierra húmeda haciéndome caer de rodillas. Mi primo me  mantuvo en esa posición y atrajo hacia mí al desconocido.

―¡Sácatela ―le dijo al borracho que torpemente intentó bajarse la cremallera.

Fue mi primo quien le quitó la ropa. Al bajarle un poco los pantalones el borracho dio un traspié y se fue cómicamente al suelo. Mi primo aprovechó para quitarle los pantalones y unos calzoncillos rojos estampados con corazones blancos. Luego le hizo ponerse de pie y le colocó con la polla flácida a centímetros de mi cara. No olía precisamente bien, evidentemente  a orina pero en peores plazas he toreado.

―¡Chúpasela! ―ordenó mi primo empujándome por la nuca hacía aquel pedazo de carne que colgaba frente a mis ojos. Abrí la boca y me la tragué toda. La chupé a conciencia, le hice esas cositas con la punta de la lengua, se la mordisqué con los labios, la tragué hasta atrás, casi hasta provocarme arcadas. Le mordisque, lamí y chupeteé los peludos testículos. Pronto el olor acre de aquellos genitales dejó de incomodarme y esa maravillosa sensación comenzó a desarrollarse entre mis piernas, en lo más íntimo y fue invadiendo primero mi vientre para extenderse desde la punta de mis pies hasta el último poro de mi cabeza.

Poco apoco, la flacidez comenzó a abandonar la polla del borracho que parecía ir recuperando la sobriedad, al menos parecía responder a los estímulos que concienzudamente  iba aplicando en su pene. De vez en cuando, miraba por el rabillo del ojo a mi primo que observaba la escena apoyado en un árbol a  unos metros, mientras fumaba un cigarrillo tras otro. No le veía la cara más que cuando una bocanada al tabaco pintaba de color rojo su cara seria. Cuando la polla estuvo lo suficientemente dura, mi primo se acercó, me hizo tumbar boca arriba sobre el césped y ordenó ―¡Fóllatela!

El borracho no perdió tiempo, lo que si pareció es que las ganas de follarme superaban los efectos negativos del alcohol. Ya no tenía nada de la inicial torpeza. Fue lo suficientemente hábil para metérmela al primer intento, de una sola vez. Con un solo movimiento me la clavó hasta atrás. Aunque es cierto que los movimientos eran deslavazados, carentes del ritmo que tanto me gusta. Y tampoco eran todos tan profundos, ni tan potentes, pero me encantaba follar con un desconocido borracho porque mi primo me lo ordenaba. Pronto dejé que los orgasmos se liberaran y estallé en mi habitual encadenamiento de orgasmos y ante la torpeza de sus movimientos fui yo quien cogió el mando manejando las caderas para forzarle el ritmo. Ambos jadeábamos ya domo desbocados cuando una voz me sobresaltó.

―Daos la vuelta, que se ponga ella arriba ―dijo mi primo.

El borracho se dejó caer al lado y me coloqué sobre é. no me costó metérmela ni recuperar el ritmo. Ahora si había ritmo, y profundidad, y potencia. El borracho solo ponía el pene y yo todo lo demás, jadeos, suspiros y orgasmos incluidos.

―¿No te gustan sus tetas? ―volvió a decir mi primo

―Si, mucho ―balbuceó el borracho.

―Pues amáseselas.

El borracho alzó sus manos que desencadenaron un orgasmo solo al rozarme los pezones duros y sensibles como pocas veces. Me amasó las tetas con fuerza, tanto que me causó dolor, pero me gustó y me volví a correr.

Mi primo se dio cuenta de ello y volvió a preguntarle al borracho

―¿Quieres comérselas?

El borracho ni siquiera respondió, solo levantó la cabeza habiendo la boca buscándome las tetas.

―Méteselas en la boca. ―me dijo.

Me incline hacia delante y al hacerlo vi que ni primo no estaba solo, que Ernesto estaba a su lado, ambos fumando. Verles juntos, contemplándome echar aquel polvo surtió un efecto inesperado, aceleré los movimientos de mi cadera para ofrecerles el espectáculo de mi mejor orgasmo.

―Vale ya, retírate de encima y ponte a cuatro patas ―me dijo  para continuar dirigiéndose al borracho―no te corras dentro de mi esclava, córrete encima de culo.

El borracho me la metió, y comenzó a moverse, con fuertes embestidas, como si pretendiera clavármela bien clavada.  Por el rabillo del ojo veía a a mi primo y a Ernesto contemplando la escena. Verles a ambos allí me hizo disfrutar mucho más y estallar en una rápida sucesión e orgasmos que continuaron aún después de que el borracho la hubiera sacado de mi vagina para dejar caer un abundante chorro de semen sobre la parte baja de mi espalda.

Cuando el borracho se levantó, cogió su ropa, y desnudo de cintura hacia abajo se fue. Yo continuaba aún sobre el césped retorciéndome literalmente de placer, lleva de barro y briznas de césped. Especialmente porque me seguían mirando mi amo y su servidor, que además habían contemplado en lugar de privilegio toda la escena.

―¡Vámonos! ―ordenó mi primo.

Me hizo detener antes de entrar en el coche, me hizo apoyar las manos sobre el techo y con su pañuelo me limpió el abundante semen que resbalaba entre mis nalgas. Luego me ordenó entrar en el coche y dio instrucciones al conductor ―Rápido Ernesto, volvamos a casa pero esta vez con presteza.

Aquella sucesión de ordenes me puso aún más cachonda, más perra, con más ganas de follar. y se lo dije

―Fóllame primito ―dije con la más cálida, ardiente y melosa de mis voces.

―¡Espérate a llegar!― volvió a mandar y me corrí, sobre la tapicería de cuero natural del coche.

Llegamos frente al caserón y entremos por el amplio portón que se abrió a distancia. Ernesto detuvo el coche y se bajo para abrirnos las puertas.

―Ernesto, acompaña a la señora a su cuarto.

―El señor quiere que la acondicione para la noche.

―Llévala a su cuarto, aséala y acuéstala, solo eso.

Ernesto procedió como la noche anterior pero esta vez sin desnudarme porque ya descendí desnuda del coche, solo hubo de retirarme la gargantilla y los zapatos, completamente embarrados, como todo mi cuerpo. Tan sucia estaba que hubo de frotar con fuerza. Al entrar en el baño, me vi en el espejo y pensé que parecía que me había estado revolcando en el barro. Y realmente así había sido.

Me ducho, me secó el cuerpo y el cabello, me peinó, me maquilló ligeramente, me perfumó con un suave perfume de rosas, me colocó las muñequeras y la gargantilla con las anillas, y me acercó a la cama, apartó las sábanas,  me hizo acostar y nuevamente me sujetó las manos. Luego, retiró  la correa de mando y se volvió para irse.

―¿Me dejas así?

―¿Cómo la dejo señora?

―Tan perra, con tantas ganas de follar, estoy muy caliente.

Ernesto no respondió, abandonando el cuarto y cerrando la puerta tras de sí.

Tenía las manos sujetas, las piernas también, así que no pude utilizar ni las manos para hacerme unos deditos ni podía friccionar el coño juntando las rodillas, pero aún así tuve algún que otro orgasmillo muy de agradecer imaginándome los polvos más salvajes.

Q.

 

 

Cartas de Q

Q es un amiga que nos cuenta su ajetreada vida sexual en forma de cartas, periódicamente nos envía una para darnos a conocer su intensa vida sexual. Discreta como pocas, es una mujer que disfruta del sexo intensamente practicándolo de forma entregada y libre.

Dispone de un amplía lista de compañeros de juegos y también de compañeras. Desde sus sobrinos, tío, vecino, amigas, hijos de sus amigas, en definitiva, cualquiera que sea capaz de cumplir sus exigencias sexuales.

Van dispuestas según se han ido recibiendo, la más antigua arriba y la más moderna al final, aunque cronológicamente no sigan el orden establecido.

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