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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Una desconocida en un bar
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Queridos amigos de La Página de Bedri:

No hace mucho, alguien me avisó, tuve la ocasión de leer un relato de temática erótica en el que creí reconocerme. No solo por las acciones narradas si no también por los lugares descritos. Es por ello que quiero dar mi versión de los hechos esperando su publicación, en las mismas condiciones que el relato que obliga esta respuesta.

Era martes, día que acostumbro a aprovechar para tomarme una cerveza al salir del trabajo. Fui donde casi siempre, a un bar de estilo inglés, o algo así porque lo que conozco de Inglaterra no se parece en nada. Es el lugar donde acudo a tomar buena cerveza ya que une la calidad a la variedad, puedes pedir cerveza de prácticamente cualquier lugar del mundo.

Aquella tarde la clientela era escasa, aún era temprano, una parejita y un grupo de estudiantes de la facultad cercana eran toda la parroquia. Me acomodé en el lugar de siempre, cerca del aire acondicionado, me afecta mucho el calor, pedí una de las cervezas que solía tomar por aquellos tiempos y reanudé la conversación mil veces interrumpida con el barman. En ella estábamos cuando por la puerta apareció una desconocida. La densa penumbra del interior hizo que su silueta se recortara contra la claridad de la tarde de mayo. He de confesar la desilusión cuando la vi, vestida de gris, de traje sastre, moño alto y gruesas gafas de pasta oscura, parecía una profesora impertinentes o una de esas comerciales insoportables que se alojan en el hotel tras la esquina. Nada que ver con la atractiva y prometedora silueta que se recortó en la entrada. En cualquier caso, había ido a tomar cerveza, no a buscar una aventura.

Sin embargo, su voz si sonó francamente agradable y atractiva cuando preguntó por el wifi, así que cuando pidió una cerveza, de las más conocidas, le hice un comentario que aceptó de buen grado, supongo que no porque le ofreciera invitarla si no le gustaba la cerveza que le recomendaba. Aproveché para hacerle un par de comentarios que más que jocosos solo pretendían ser amables, al fin y al cabo era una desconocida. El caso es que desistió de utilizar el enorme portátil que arrastraba más que portar y acabábamos hablando de mil cosas mientras bebíamos. Su segunda cerveza fue como la que yo había pedido, con la salvedad que yo tomaba una pinta y ella media.

Al salir del bar, me propuso continuar juntos. El hecho es que no la entendí bien, lo cual es comprensible, era la primera vez en años que una mujer me proponía algo, así que la miré fijamente, pensando que solo se trataría de figuraciones mías. Pero no, rápidamente reprocesé su palabras y ciertamente me había propuesto seguir juntos. Pero no era el sexo lo que me había llevado hasta allí, solo pasar un momento agradable tomando cerveza y conversando, así que le solté un discurso explicándole mi situación de casado y haciéndole saber que no había sido mi intención tramar nada para intimar con ella y mi límite horario. Para esto último me salió una frase que si ciertamente puede resultar poética también resulta bastante cursi ― Tendré que irme pronto, antes de que las estrellas se acomoden en el cielo. ―aunque realmente no es fue así. Nunca lo es.

Volvió a insistir así que le pedí que esperara y regresé al bar, necesitaba algo, le pedí al barman que me consiguiera un apartamento, de esos que se alquilan a parejas por horas. No tardó casi nada, dos escasos minutos y cerró el trato por mí. Me dijo dónde estaría la llave y como pagar.

Cuando salí aún seguía allí lo que me satisfizo así que le ofrecí el brazo. El recorrido hasta el apartamento fue agradable, ameno y prometedor, especialmente porque llegado un momento, se apretó contra mí y noté las formas de su cuerpo y el agradable calor que emanaba.

Al llegar cerca del lugar a donde nos dirigíamos, la detuve y colocándola frente a mí y tomándola por los hombros le repetí la misma advertencia que frente al bar, le volví a recordar que estoy casado y que aquello solo sería algo breve e intrascendente en nuestras vidas. Le dije también que de no querer continuar no solo no pasaría nada, es que con la misma disposición la acompañaría hasta su hotel sin mayor compromiso. Sin embargo, manifestó querer continuar, así que entramos en aquel edificio destinado solo a apartamentos, en su mayoría de alquiler, casi todos por horas a parejas como nosotros. Discretamente recogí la llave del buzón donde la había dejado el propietario, y una pequeña nota para hacer el abono. Rápidamente tomamos el ascensor, habíamos tenido suerte y nos íbamos a la última planta, más tranquila y con apartamentos con terraza con vistas a los tejados de la ciudad.

Mientras ella revisaba con la mirada el apartamento, rebusqué entre los CD’s disponibles, seleccioné uno, lo puse y por azar comenzó a sonar una canción que me sigue trayendo grandes recuerdos, y aquel día también. En el buen equipo de sonido comenzó a escucharse “Reunited” de “Peaches and Herb”, una de mis canciones preferidas. Creo que ambos nos dejamos envolver por la música y pronto estábamos abrazados bailando y besándonos. Su boca era fresca y dulce, como boca de las adolescentes. Sus besos apasionados y sinceros. La vi tan entregada y dispuesta que apenas acabada la canción le llevé a la habitación donde con toda la calma del mundo, despacito, disfrutando de cada segundo, cada gesto, cada acción, la fui desnudando, empezando por deshacerle aquel horroroso moño. El resultado fue notable pero lo fue aún más cuando le quité las espantosas gafas, grandes, gruesas y oscuras. De repente, la que aparecía como una institutriz británica se convirtió en una mujer de expresión dulce. Cuando pude ver su cuerpo desnudo, comprendí la razón de mi primera impresión al percibir su silueta en la entrada del bar. Entonces pasó a ser una mujer atractiva, tremendamente atractiva, generosa, apasionada y dulce.

La atraje hacia mí, la besé, me retiré un poco y le comí las tetas, la volví a abrazar y deje que las manos recorrieran su cuerpo, le acariciaran la espalda hasta detenerse en unas nalgas extraordinarias, suaves y firmes. Me comporté egoístamente, le acaricié detenidamente, con suavidad y sucedió que la noté estremecerse, y noté un orgasmo así que la abracé aún más fuerte sin cesar las caricias hasta que noté como su respiración se iba normalizando. Luego la hice tumbar en la cama para, con una para mi inusitada rapidez,  empezar por besarle el clítoris, sé que eso funciona. Continué con más besos, lamidas, mordisquitos en aquel clítoris culmen de un coño apetitoso y proactivo. Pronto el olor, y el sabor, me indicaron que se corría y alcanzaba el orgasmo, y luego varios más. No se los conté, estaba más interesado en desnudarme sin que ello interfiriera en el cunnilingus. Ningún coño tan sabroso he catado.

Ya desnudo, y percibiendo por su respiración, de que los orgasmos habían cesado, me coloqué entre sus piernas y comencé a besarla, despacito, muy poco a poco, con gula. Le besé, lamí y mordisqueé todo lo que quise hasta que llegué a la boca. Y se la metí. ¡Qué gozada!. Al principio fui precavido, moviéndome despacito, buscándole el ritmo, hasta que di con él, le gusta el lento incluso muy lento, la potencia sin brusquedad, y la profundidad. La vagina perfectamente lubricada exudaba abundantes fluidos que facilitaban las sucesivas penetraciones, tanto estaba lubricada que apenas notaba otra cosa que la suavidad de sus entrañas. Como si de seda fueran.

No tardó mucho en jadear y correrse con muchas exclamaciones, muchos suspiros, muy ruidosa. Se estremecía su cuerpo en espasmos propios de los orgasmos intensos. Se retorcía bajo mi cuerpo, así que con cuidado y sin sacarla del todo, me puse de rodillas, la sujeté con fuerza y la senté sobre mí, la tomé por las nalgas para moverla y ella se me aferró con pasión. Los estremecimiento ser recrudecieron, al igual que los gemidos. Los orgasmos se repetían y eran tantos y tan intensos que comencé a notar la humedad de las corridas en los muslos. En un momento dado nos corrimos, sé que yo lo hice por cuestiones obvias, sé que ella lo hizo porque la noté quedarse tensa como la cuerda de un arco antes de soltar la flecha. Y luego se relajó y me ofreció la boca, párvula boca, que recogí con deleite.

Cansados nos acostamos, ella boca abajo, ofreciendo un cuerpo maravilloso en la penumbra de la habitación, su espalda era una invitación a las caricias. Así que extendí las manos y le roce la curva de las nalgas, dio un respingo, supongo que por cosquillas, y pidió parar. Pensé que no le gustaba pero no era eso, era todo lo contrario, le gustan mucho las caricias, tanto que se corre en orgasmos extraños porque solo requieren e caricias, caricias expertas eso sí. Eso lo descubrimos esa noche.

Excitada y jadeando se giró hacía mi para besarme, y separó sus muslos ofreciéndoselos a mi mano, y se los acaricié y los labios de su vulva, y froté el clítoris, y se corrió. Le hice una buena paja no porque me hubiera esmerado si no porque su cuerpo responde maravillosamente bien a las caricias y a cualquier estímulo que le proporcione placer.

En plena masturbación, o mejor paja que la masturbación es “autoinfligida”, y entre jadeo y gemido, no sé por qué me preguntó dónde había aprendido a hacer aquello. Luego, y de la misma manera pero mirándome, me preguntó si me gustaba. y al responderle comenzó como a llorar con un orgasmo como nunca antes había visto.

Apenas hubo recobrado la respiración se me colocó a horcajadas. Y se la metió. Aunque más bien podríamos decir que entró sola. Y comenzó a moverse encima, con movimientos lentos, dejándose entrar toda. Después de sobarle las tetas la tomé por la cintura para dirigirla y avivarle el ritmo, que había comenzado a ir muy lenta, demasiado para mi gusto, casi parada. Y volvió a los gemidos, a los jadeos, a los estremecimientos. Noté como una enorme humedad salía del coño, bajaba por la polla, resbalaba por los muslos y acababa en la cama empapando la sábana. Se corrió innumerables veces hasta que se dejó caer a un lado. Yo había hecho uso de la experiencia, y del polvo anterior, para retardar la eyaculación, así que cuando ella se derrumbó, aun no me había corrido. Se dio cuenta y levantó su cadera ofreciéndome el culo. Me situé tras de ella pero desistí de la enculada, no tenía preservativo y además, quizás no estuviera preparada. Así que opté por lo más fácil, tanto que la vagina no es que no ofreciera ninguna resistencia a la penetración, es que la intensísima lubricación la provocaba.

La tomé por la cintura y me apliqué con celo. Volví a controlarme para retardar la eyaculación final. Sin embargo ella hizo todo lo opuesto, se dejó ir en riadas de orgasmos sudorosos al tiempo que acompañaba y complementaba mis movimientos. Nunca me imaginé tan despliegue de sexo. Tan sudorosa estaba que su cuerpo brillaba en la media oscuridad de la habitación. Pero no pude más y creo que hasta rugí cuando me corrí todo lo adentro que pude de su cuerpo.

Luego nos dejamos caer en la cama y seguí acariciándola y besándonos hasta que hubimos de irnos. Como medida de precaución me duché solo con agua, frotando con cuidado aquellas partes de mi cuerpo que pudieran estar impregnadas de cualquier residuo de origen sexual que pudiera resultar visible u oloroso.

Ya dispuestos a salir, me preguntó a quien le contaría aquella aventura, le dije que a nadie, que sería un secreto. Y le dije algo que alguna vez alguien me dijo y que en esta ocasión me venía al pelo ―La mejor manera de guardar un secreto es contarlo.

Bajando en el ascensor, deslicé en el bolsillo de su chaqueta una notita con la frase ―Nunca nadie me creería― mi dirección e-mail y un garabato imitando mi firma. Luego le indiqué el modo de llegar a su hotel y nos despedimos. No la acompañé por dos razones, las estrellas ya habían tomado acomodo y debía ir a pagar el apartamento, que era por horas y el propietario me esperaba.

A la semana siguiente regresé al bar, el barman me dijo que habían preguntado por mí, no necesité saber quién. Como tampoco quién era quien me enviaba días más tarde un mensaje de correo electrónico con una escueta frase y un número de teléfono móvil, marqué el número y era su voz.

RDB

 

 

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