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La Página de Bedri
Cuentos, relatos y monólogos
Las cosas de Bedri
La página de Bedri

LA VIDA SEXUAL DE BEDRI
PARTE III
De los sitios que se usan para estas cosas

¿Recuerdas tu primera vez?, ¿dónde fue?, me refiero a que si recuerdas en que sitio... juer ... menudo sitio, como el mío. Porque no es por nada pero es que escogemos cada uno. Claro, luego nos pillan. Empiezas usando soportales y callejones, cerca del cine, del colegio o de casa. Creo que os hablé en alguna ocasión de los soportales de una iglesia que había cerca de... bueno cerca de casi todos los sitios. La fila de atrás del cine, la de los mancos, era algo impensable estaba muy controlada. En cuanto la acomodadora percibía el más mínimo susurro o ruido presuntamente provocado por un roce te enfocaba con la linterna, de aquellas de pila de petaca, y te soltaba el consabido: "Bedri, estate quieto con las manos que se lo digo a tu madre y al director del colegio". Y eso si que era una faena, en cuanto llegabas a casa tu madre ya lo sabía y como ella todas las demás madres porque puede que aún no nadie se hubiera ni siquiera imaginado la sociedad de la comunicación, pero el "tam-tam" funcionaba de cine, y nunca mejor dicho. En cuanto entrabas por la puerta empezaba el interrogatorio. ¿Dónde habías estado? ¿Con quien? ¿Qué habías hecho? ... a las dos primeras le contestabas con la verdad. Para la tercera te reservabas una mentira, total, no te iban a creer...por lo menos que el castigo fuera por algo, aunque fuera por mentir y ella no lo supiera. Eso si, no te castigaban sin tele o sin salir. Televisión casi no había, ni siquiera había inventado barrio sésamo, hubiera sido un sacrilegio lo del monstruo de las galletas, tampoco estaban Coco, ni Epi y ni por supuesto Blas. Solo estaban Valentina, el Capitán Tan, Locomotoro, el Gordito, el Tío Aquiles y los hermanos aquellos esquizofrénicos que tan pronto eran malos e iban de negro como se vestían de blanco y entonces eran requetebuenos, pero eso creo que era porque esos eran los dos únicos colores de la tele de entonces... siempre me pregunté si la televisión hubiese sido en colores ¿los hermanos esos serían muy malos cuando se volvieran rojos?. También estaba Eurovisión pero afortunadamente era solo una vez al año y el fútbol, pero eso solo era los domingos. Y en cuanto a dejarte encerrado en casa pues que maldita la gana que tenía mi madre de tenerme todo el día dando la coña. Tampoco había coche que lavar ni césped que segar, porque en mi pueblo no había césped. Creo que el primero lo tuvo el director de la fábrica en un jardín que se hizo alrededor del chalet. El césped es una cosa verde como la hierba pero más cortita y no se puede pisar.

Lo aprendido en aquellos interrogatorios me serviría más tarde.

A mi me castigaban a ir al rosario. No, no era una cosa tan mala, total, de aquella rezar era algo habitual por lo obligatorio. Yo creo que había gente que lo hacía hasta antes de... y puede que alguno sustituyese el cigarrito por unas avemarías o un "tedeum", yo mismo en alguna ocasión... pero no inmediatamente después... algunos días después... hasta velas a Santa Rita. Lo mejor del rosario venía cuando se acababa, si era en una buena casa se merendaba bien. Las pastitas pueden resultar una mariconada ahora pero de aquella solo tenían el inconveniente de ser demasiado pequeñas. Otras veces las meriendas eran bastante más contundentes, dependía de muchas cosas, del poder adquisitivo de la casa, de la época del año, de la categoría de los invitados... Las pastas acostumbraban a ser de Reglero y solían acompañarse con vino quinado, ese oscurote y dulce que viene en botellas cuadradas y a veces con una monja sonriente en la etiqueta. A los niños también nos daban, era reconstituyente se decía. Juer con lo de reconstituyente, una vez tuvieron que llevarme a casa entre mi tía y una vecina. Al día siguiente si que tuvieron que recostituirme. Creo que esa fue una de las razones por las que dejaron de castigarme con el rosario, con ir al rosario quiero decir, que nadie interprete otras cosas. Eso si, estuve una semana que no me cogía la lengua en la boca y que el simple nombre de cierto forzudo que tuvo una determinada relación con una tal Dalila me producía y me sigue produciendo relativas nauseas. Otra de las razones fue el bacalao. No, no me refiero a la música, me refiero al pez que secado y salado se consume en ciertas épocas del año. Pues eso, que a Luisín y a mi, para que no incordiáramos, nos mandaron a jugar a la galería. Este era un cuarto de la casa, con un gran ventanal orientado al sur, en un rincón algo protegido colgaba gran una pieza de bacalao. Era inmensa, de color amarillento y olor intenso y penetrante. Pues bien, al susodicho Luisín y a mi, ahora le llamamos Luisón por cuestiones fácilmente imaginables, no se nos ocurrió mejor cosa que darle un pellizco al pescado. Es que nos habían dejado sin merendar. A mi ya no me daban quina. Lo probamos y nos gustó, así que merendamos. Cuando nos fueron a buscar faltaba un buen trozo de pez y la abundante sal en el suelo de madera indicaba nuestra faena. Nunca en mi vida pasé tanta sed, creo que aún no me ha pasado del todo. A mi, esa vez, me castigaron sin cenar. A Luisín le cortaron el pelo, con lo orgulloso que estaba el de su melena a lo ye-yé.

Lo realmente jodido era cuando se enteraba el director del colegio. Que siempre había meritorios envidiosos que se lo iban a contar. Ese si que era un castigo terrible. Como no tenía ninguna gracia no os lo voy a contar, reseñar solo que desde entonces tengo cierta aprensión y rechazo a palabras como orden o disciplina. Muchos años después entendí que había gente que realmente disfrutaba causando daño a los demás. Siguen sin gustarme esos individuos que mutilan a las personas en su libertad.

Un tiempo más adelante, la necesidad de "espacios de intimidad" nos hacía buscar aquellos lugares lo suficientemente tranquilos y accesibles como para poder ser "visitados" en los momentos en los que fuera necesario. El problema es que solían estar muy concurridos. Para los que somos de zona rural, el campo siempre ha sido una alternativa válida. Aunque plantea ciertos inconvenientes. En Asturias era solo "practicable" en algunas épocas del año, la climatología no es precisamente una aliada para estas cosas. La hierba puede resultar muy excitante, pero la humedad o los animalitos no. Hablando de bichitos, una vez, a lo tonto, como que no quiere la cosa, una tarde de agosto, ella y yo acabamos sobre la hierba, ligeros de ropa, ella solo con una cinta en la frente, yo solo con la marca del reloj. Habíamos escogido un lugar bastante tranquilo, protegido de miradas indiscretas, bajo un roble, con una hermosa vista de la ría. Nos habíamos revolcado literalmente sobre la hierba, rodando a un lado y a otro. En un momento del juego, de momento solo era eso, ella se colocó a horcajadas sobre mi. Y me miró, con una mirada capaz de dejar a la Antártida sin hielo. Yo me las prometía muy felices. Ella se quitó la cinta del pelo y la arrojó al montón de la ropa. Un hormigueo recorrió mi cuerpo. la excitación era intensa. Ella comenzó a moverse y a acariciarse los pechos. Mi corazón comenzó a latir aceleradamente, mi respiración se hizo profunda. Una intensa sensación recorrió toda mi piel. Un alfilerazo me taladró la espalda. Ella suspiró, con un suspiro largo, profundo, excitante. Yo dejé escapar una ligera exclamación, luego otra y otra, y otra más, sentía que mil agujas atravesaban mi piel. Comencé a agitarme. Ella se excitó aún más. Dobló su cuerpo hacía atrás mientras de su garganta escapaba un excitante sonido gutural. ¡Para por favor, párate! le dije con voz entrecortada. Ella se enderezó sobre mi. Su rostro indicaba la estupefacción que sentía. ¡Bájate ¡¡rápido!! casi grité. Ella no se movió, me agité con más fuerza aún. Volví a insistir ¡¡bájate, bájate!! Ella de un salto se puso de pie, parecía asustada. Estaba asustada. Pero apenas vi su cara, en cuanto ella me dejó, di un salto, y comencé a correr mientras efectuaba un extraño baile. Yo corría y saltaba mientras me contorsionaba. En un momento que pasé cerca de ella la vi dando patadas al suelo mientras se golpeaba con sonoros cachetes las piernas y los muslos. Me paré frente a ella para ver que hacía y ella hizo lo mismo. Muestras miradas se cruzaron y al unísono se dirigieron al lugar donde habíamos estado acostados. Era fácil de localizar, la hierba estaba aplastada y cubierta de feroces y enormes hormigas rojas. Una sonora carcajada invadió la pradera ¿A que me ha quedado muy bien esto último?...Rápidamente cogimos la ropa, nos apartamos unos metros y nos dedicamos a quitar detenidamente las hormigas de cada prenda. Un montón de estas había ido a parar directamente encima del hormiguero ocultándolo a nuestra vista pero al mismo tiempo enfureciendo a las hormigas. Es curioso pero el sitio más complicado de quitarlas por lo mucho que se aferraban era la parte de las braguitas que... bueno, ya sabéis que parte. No volví a aquel sitio pero guardé la cinta de ella como recuerdo.

Y es que hay que tener mucho cuidado con los bichos, porque no hay que fiarse del tamaño, los pequeños suelen ser más peligrosos que los grandes. A una pareja de amigos les sucedió algo bastante peor y en esta ocasión los entrometidos eran bastante más pequeños y se manifestaron un tiempo después. No tuvieron mejor idea que usar para sus actividades lúdico-anatómico-amatorias una caseta de las utilizadas para guardar los aperos de labranza en las huertas. No sabían que estaba infestada de pulgas. Estuvieron un par de semanas llenos de ronchas. Cuando nos interesábamos por el asunto y les preguntábamos cómo era que no se habían dado cuenta el respondía: "no...bueno...yo sentía un cosquilleo... pero claro ... como estábamos a lo que estábamos ... pensé que era lo normal de estas cosas...". Ese mismo lugar fue utilizado mucho tiempo después por el hermano pequeño de usuario mencionado pero que solucionó los inconvenientes anteriores usando el collar antiparásito del perro, bueno y el del perro de su novia. Con la excusa de sacar a pasear al perro se iba con su novia al huerto, y nunca mejor dicho. El chollo se les acabó cuando el perro de ella se escapó y volvió a casa y sin solo collar. A la chica le costó bastante explicarse. Desde entonces fue el hermano de la chica quien paseaba al perro. El hermano menor de mi amigo delegó en su hermana más pequeña la misión de sacar al perro todas las noches. Es curioso, pero a la hermana de mi amigo ya no le disgustaba nada esa tarea. Ahora tienen otro perro y sigue siendo la hermana de mi amigo quien lo pasea. Eso si, acompañada de su marido que es, curiosamente, el hermano de la chica del hermano de la chica que es la hermana de mi amigo. Pues eso. Si es que esto de los animalitos es un misterio. A la sobrina de mi amigo le tienen prohibido sacar a pasear al perro a ninguna hora del día o de la noche. Le han comprado un periquito.

Algún tiempo más tarde tuve otro incidente por la intromisión de animalitos. Era una noche sin luna, de un cálido sábado veraniego y discotequero. Salimos los dos, ella y yo, a la búsqueda de un lugar con menos miradas que los reservados de la parte de arriba del Escorpio. Subimos por la Ballera hasta la Capillina, pero estaba ocupada. Seguimos hacia arriba, por la carretera de Agüelle y entramos en un prado. En uno, que más da. Buscamos una esquina, un ángulo entre los setos vivos, sebes que les llamamos en Asturias. Entre la oscuridad de la noche sin luna y la forzada por el sitio el tacto era un elemento imprescindible en la acción que allí se desarrollaba. En plena operación de retirada de elementos superfluos que obstaculizaban el contacto epitelial ella se detuvo y se estuvo quieta unos segundos. "Hay alguien", dijo. Yo, más preocupado en otras cosas le contesté: "Pero ¿cómo va a haber alguien aquí a estas horas?". Pareció tranquilizarse y continuamos. Estaba yo ya peleándome con el cierre del sujetador; ya mencioné los problemas que suelen plantear, pues imaginaos a oscuras y en un prado; cuando ella repitió: "hay alguien". Yo molesto con la interrupción no le contesté y seguí con el sujetador. "Hay alguien y nos mira" continuó algo nerviosa. Entonces le hice caso e intenté ver alrededor. La oscuridad era casi total, solo el resplandor de la lejana villa y de las estrellas ponía algo de luz en la escena, una larga mancha oscura indicaba la sebe. Un ruido sordo y seco llegó desde un lado de la sebe. "Un bichejo" dije para tranquilizarla. No pareció muy satisfecha pero seguimos a los nuestro. No obstante yo comencé a tener la extraña sensación de que no estábamos del todo solos. Ya me había logrado desembarazar del sujetador cuando ella dio un grito. Rápidamente me giré. Y allí, en medio del área iluminada por los faros de un coche que bajaba de San Vicente un rebaño de vacas, dispuesto en semicírculo en torno nuestro, nos miraba de forma que pudiera parecer inquietante. Ella señaló con el índice de la mano derecha extendido al rebaño de vacas, volvió a gritar, se levantó y salió corriendo. Las vacas más asustadas que ella salieron huyeron en dirección apuesta. Ella gritando aterrorizada salió a la carretera a todo correr. Yo me quede en el sitio. Por tres razones, una, las vacas no me dan miedo; dos, ya se habían ido y tres, no me pareció prudente salir corriendo desnudo. Me vestí y recogí cuidadosamente su ropa y salí a buscarla pero ya no estaba. La llamé varias veces. Grité su nombre repetidamente pero no contestó. Asustado regresé con mis amigos intentando buscar ayuda. Volvimos a buscarla con linternas. Éramos unos pocos, alguno creo que iba más que nada con la intención de verla desnuda. Las luces azules girando y la sirena nos advirtieron de que se acercaba la policía. Quizás por un acto reflejo desaparecimos todos de allí y nos escondimos entre las sombras. Uno de los policías se bajó del coche y se dirigió con una linterna al lugar donde yo había estado con la chica. Dio varias vueltas enfocando hacia el suelo, como buscando algo. En cuanto se fueron nos juramentamos y decidimos no decir nunca nada a nadie. Ese acuerdo duró una semana, pero eso ya es otra historia. Aquel domingo, mientras comíamos mi abuelo contó una fantástica historia sobre un vecino de San Vicente que bajaba a la villa en su coche y se encontró en medio de la carretera con una chica completamente desnuda que le hacía señas de que se paraba. En cuanto lo hizo la chica se metió en el coche y comenzó a gritarle de que se fueran de allí. El vecino de San Vicente llevó a la chica a la casa de socorro. Era evidente que algo extraño le sucedía. Se armó tal revuelo que el médico tuvo que llamar a la Guardia Civil para desalojar la consulta que se le había llenado de hombres interesados en saber que había pasado y en consolar a la chica. Mi abuelo contó que esa joven debía haber sido presa de algún extraño fenómeno porque repetía una y otra vez no se sabe qué de unas vacas que la miraban, algo que según los testigos era natural ante la desnudez que presentaba. "Yo también hubiera mirado" dicen que dijo uno de los presentes. También dijo que no se acordaba de nada más. Mi hermano menor se empezó a desternillar. Mi padre que algo se olía me pregunto si yo sabia algo de aquello "¿Yo, que voy a saber yo de eso?" alegué en mi defensa mientras me comía la sopa . "Estás colorado y sudando" insistió mi padre. "Es la sopa, que está un poco picante" contesté. ¡¡¡Y una mierda la sopa picante, lo que pasaba que estaba hirviendo!!!!. "¿Picante el gazpacho?" preguntó extrañada mi madre. En fin... Cuando se comenzaron a conocer más detalles solo transcendió que un joven de la localidad se quedó para hacer frente a los feroces rumiantes, protegiendo caballerosamente la retirada de la asustada, delicada, hermosa, impresionable/ante y desnuda joven. Nunca se supo nada de él. Una de las cosas que nunca se aclararon fue como llegaron varías prendas de ropa femenina de diseño muy moderno y juvenil hasta dentro del coche del cura del pueblo. Nada sospechoso debido a su avanzada edad. La razón hay que buscarla en que era muy de noche y el capullo de Luisón se confundió con el coche. Lo que nunca apareció fue el sujetador. O al menos eso era lo que podía deducirse de la relación de prendas halladas en el vehículo del párroco. Se supone que lo comieron las vacas ¡¡¡ o Luisón!!!....

Ah, se me olvidaba, desde entonces no me hacen así como mucha gracia las vacas y otros bichos. Y otra cosa más, Luisón, empezó a preguntarles a todas las chicas que conocía si tenían miedo a las vacas. ¿Porqué lo haría? Ahora vive en Madrid y sigue usando eficazmente las manos.