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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Autosatisfacción
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Siempre me he inclinado por los “juguetitos ardientes”, así llamo de cariño a cualquier tipo de artefacto que pueda provocar placer en mi curioso y sabroso cuerpecito. Desde que tengo memoria, en diferentes ocasiones, me han sucedido cosas, a veces curiosas, otras excitantes y morbosas y una que otra fatalmente bochornosa, pero todas, puedo decirlo, han forjado mi mente en relación a estos juguetitos.

Una ocasión, a la tierna edad de 18 años, recién había ingresado a la universidad, nos liberaron de las clases un par de horas antes, por lo que me fui a casa con esas ganas, propias de la edad, de llegar y acariciar mi vulvita disfrutando de un buen orgasmo. Al entrar, oí unos murmullos que provenían de la sala, como jadeos y palabras entrecortadas. Extrañada, pues la casa debía estar sola por la hora que era ya que mis padres llegaban de trabajar siempre después de las seis de la tarde, con mucho cuidado cerré la puerta tras de mí y me dispuse a indagar que sucedía. Conforme iba avanzando, oía cada vez con más claridad, unos delicados gemidos y chasquidos muy raros. Al acercarme sigilosamente a la sala, pude ver con asombro a mi madre en una posición muy sensual, desnuda, apenas con solo un par de zapatillas que hacían que sus piernas al aire lucieran más largas y torneadas de lo que eran. Así, postrada en el sofá, sosteniendo con una mano su celular, leía el contenido de la pantalla, emulando la situación de la lectura como si de ella se tratara; mientras que con la otra sujetaba un pene de silicona, tan real, que parecía que tenía vida propia, sobre todo por la forma en que lo manipulaba, digna de una profesional en el arte de la autoestimulación. Al ver como lo hundía hasta el fondo de su vagina, perdiéndose completamente en su desparpajado vello púbico y oír sus gemidos deliciosos, como si le faltase el aire mientras lo expulsaba lentamente, tratando de recuperar con un suspiro la vida que se le iba. Lejos de espantarme o preocuparme por que me viera, no pude menos que acomodarme tras una columna e inmediatamente liberé con una mano una de mis nacientes tetas y con la otra, hice a un lado las braguitas, disponiéndome a darle placer a mi apenas perceptible clítoris, que en ese tiempo no sabía siquiera porqué me hacía sentir tan rico friccionarlo.

Retomando lo que en un inicio tenía pensado, solo que ahora totalmente excitada por la candente escena, jalaba hacia los lados mis escasos rizos para tener el dominio total de mi sensible botoncito. Gozando el placer que esto me causaba y haciendo un esfuerzo sobrehumano por guardar silencio pues aunque mi madre emitía deliciosos gemidos, no había más sonidos, ya que lo que la tenía en ese estado de excitación era la lectura de aquel candente relato.

― Mmm… asíii… ¡Sí! Aaaggghhh… que deliciosa verga, aaagghh.

Se contorsionaba de tal forma que yo misma no podía dejar de admirar el arte con que se masturbaba. Mmm… era una experta.

Al sentir que estaba por alcanzar el clímax, dejó el celular a un lado y liberando el dildo de su ardiente vulva, lo adhirió al piso y flexionándose después para alcanzarlo, lo comenzó a pasar por sus nalgas como buscando acomodarlo en un lugar específico. Al sentir la cabeza, lubricada por su rica vulva, en la entrada de su pequeño orificio anal, fue descendiendo sus caderas lentamente, emitiendo sonidos de dolor y placer. Dibujando en su rostro un gesto salvaje que denotaba su satisfacción por el sexo anal, cuando hubo devorado completamente aquel placentero dildo, en cuclillas como estaba, comenzó un erótico sube y baja, al tiempo que echaba su cuerpo hacia atrás descansándolo en el sofá, estimulando con sus dedos la febril vulva que derramaba lubricante en forma de cristalinos hilillos que en cuestión de segundos se convirtieron en un torrente que le hizo poner los ojos en blanco cual si estuviera en una especie de trance. Mientras con la mano que tenía libre, jugaba sus tetas y daba pequeños pellizcos a sus erguidos pezones.

Al ver la maestría con que alcanzaba el orgasmo quedé conmocionada, pues ni en mis más locas sesiones de sexo había imaginado siquiera en llevar mi cuerpo a tal nivel de excitación y mucho menos pensar en eyacular de esa forma tan explosiva.

El ver a mi madre en un ritual de tal magnitud, me provocó un intenso calor que nacía en mi inexperta vulva para recorrer cual centella todo mi cuerpo, haciendo que inevitablemente exhalara un sonoro y prolongado aaahhhggg, que inmediatamente sacó a mi madre de su trance, abriendo los ojos impactada y volteando la mirada hacia dónde provenía el placentero quejido. Al saberse sorprendida, solo atinó a jalar una frazada que tenía a la mano cubriéndose avergonzada; y así sentada como estaba, con la rica verga artificial metida hasta el fondo en su dilatado ano, solo atinó a preguntar que sucedía.

― ¿Por dios, que haces aquí?

― ¡Upsss! aquí vivo mami.

― Quiero decir ¿por qué no avisaste que habías llegado?

― Más bien, la pregunta sería ¿Qué haces a esta hora en casa? Y bueno, lo que haces es muy obvio, pero ¿tú no deberías estar trabajando?

― ¡Cielos Carla! No pensé que estarías en casa a esta hora ¿Podrías salir un momento?

― ¿Puedo decirte algo, mami?

― ¿No puede esperar?

― No creo, solo quiero decirte que no debes avergonzarte, que estoy muy gratamente sorprendida de ver que no soy rara y finalmente, que me encantaría saber cómo le haces para lograr introducir algo tan grande en tu ano y más aún ¿cómo es que lo consientes en este momento hasta el fondo de ti?

― Carla, pero que cosas dices, sal de aquí de inmediato.

Esbozando un gesto de picardía, me dispuse a salir dejando a mi madre en su intento por liberarse de ese dildo, haciendo esfuerzos sobrehumanos por no emitir algún quejido de placer al sacarlo.

Antes de abandonar la sala, volteé al sofá y vi el teléfono aún en la lectura erótica que había puesto tan ardiente a mi madre y le dije que esa página era de mis favoritas.

Mi madre al oír eso, sonrió con fastidio.

― Aguarda Carla no te vayas, solo no mires.

No entendía su orden, por lo que me giré quedando de espaldas a ella, mientras poco a poco se fue enderezando con el dildo bien adherido al piso, haciendo inevitable escuchar un ¡Plop! Y un ouuuh… prolongado cuando terminó de salir el tremendo dildo que había devorado minutos antes su experimentado culito. Así, ruborizada por la excitación, solo atinó a decir con un tono apenas perceptible ―Mmm… ¡Por dios que delicia! ―Una vez liberada y para no abochornarla más, le acerqué una bata para que se cubriera.

― Mami estas demasiado salpicada, creo te vendría bien una ducha tibia.

― ¡Carla, por dios!

― Está bien, está bien, no he dicho nada.

― Dame acá esa bata.

Enfundándose en ella y dirigiéndose a la regadera, todavía le increpé― Mami, olvidas tu verga.

― Ya Carlita, no abuses.

― Perdón, pero creo que es muy oportuno el momento para decirte que antes de esto, me sentía terriblemente mal de masturbarme a diario y aunque confieso que es mi delirio, siempre terminaba con un sentimiento de culpa. Así que al verte, me sentí aliviada y no pienso dejar pasar este momento sin escuchar algo de ti.

― Está bien Carla, confieso que ya en alguna ocasión he visto cómo te masturbas y me he sentido orgullosa por ti.

― ¡Mamá…!

― Tú me acabas de ver ¿recuerdas?

― Pero es distinto.

― ¿Segura?

― Bueno, no, pero me da penita ¿Es normal que los casados se masturben?

― Eres muy joven para entender ciertas cosas.

― Explícamelas entonces.

― Es más común de lo que te imaginas, pero en este caso, tu papi y yo ya hemos cumplido nuestro ciclo de votos matrimoniales y ahora estamos viviendo, digamos, una relación de hermanos y confidentes. Los matrimonios generalmente somos muy difíciles, perseguimos algo que nos gusta y ya que lo tenemos, vamos por otros objetivos siempre diferentes en la vida.

― ¿Y tú y papá al tenerse seguros ya perdieron el interés y ahora buscan parejas o emociones nuevas?

― ¡Caramba Carla, bravo! Ahora dime, que piensas acerca de lo que viste.

― Solo quiero decir que es delicioso masturbarse, y verte me excitó tanto, que en este momento desearía que me enseñaras disfrutar como tú del sexo anal y saber si es tan rico como lo vi contigo hace unos instantes mami.

― Eres tremenda hija, solo no desesperes, pronto disfrutarás cada vez con más intensidad tus encuentros sexuales.

Esa fue mi primera experiencia excitante, morbosa, curiosa y para mi madre, totalmente bochornosa pero la disfrutamos enormemente.

Y así, me fui convirtiendo en mujer, a base de diferentes experiencias, muy eróticas en su mayoría.

 Carla

Otro relato ...




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