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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Buscando placer
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Mi esposa Andrea es un regalo, ella probará cualquier cosa que sea sexo. Se me escapó que la idea de que fuera una esposa caliente era extremadamente excitante, así que se folló a mi mejor amigo y me contó con todo lujo de detalles todo lo que pasó.

Recientemente he empezado a hablar con ella para que sea más dominante conmigo durante el sexo. Ya no quiero que me pregunte o me diga cuándo va a salir a tener sexo. Le expliqué que me resultaba excitante oírselo después, y que quiero que ella tome el control total de mis orgasmos.

Una noche, después de cenar, me dijo que fuera a ducharme y a limpiarme ahí abajo. Estoy completamente afeitado porque ella me quiere totalmente sin pelo en la ingle. Entré al estudio después de una relajante ducha y le pregunté ahora qué. Me dijo que me quitara los bóxers y cuando lo hice, me inspeccionó, me cogió los testículos y me preguntó por qué estaban tan caídos. Le expliqué que cuando están calientes, como en la ducha, cuelgan más. Me dijo que era feo y que el hecho de que estuvieran largos hace que mi pene parezca aún más pequeño. Me dijo que la siguiera a la cocina.

Me quedé con las manos a los lados mientras la miraba. Cogió una pequeña bolsa de plástico, y puso cuatro cubitos de hielo en ella, y luego la llenó hasta la mitad con agua fría de la puerta de la nevera. Lo que hizo a continuación me sorprendió. Me dijo que abriera un poco las piernas y luego introdujo mis pelotas y mi polla en la bolsa de agua helada. Me levanté sobre la puntas de los pies cuando mi pene tocó el agua fría. Después de asegurarse de que estaba completamente sumergido en el agua helada, cogió un rollo de cinta adhesiva y lo envolvió firmemente alrededor de la parte superior de la bolsa.

Dio un paso atrás para ver su trabajo y preguntó― ¿Cómo se siente?

Le dije que al principio era incómodo, pero que ya no estaba tan mal. Me dijo que los estaba adormeciendo y que lo dejaríamos durante treinta minutos, y luego me dijo que me quedara allí, que volvería en media hora. Le pregunté si se iba a ir. Me dijo que no, que se iba a cambiar la ropa.

Descubrí que si apoyaba las manos en la encimera podía inclinarme hacia delante haciendo que la bolsa colgara de mis muslos y no fuera tan incómodo.

Miré el reloj del horno y pasaron treinta minutos, y a los cuarenta y cinco minutos, cuando estaba a punto de llamarla, la oí por el pasillo. Entró en la cocina con un liguero negro y unas medias negras con zapatos de tacones negros y nada más.

― ¿Cómo vamos? ―preguntó.

Le dije que no sentía nada. Apretó la bolsa y dijo que todo el hielo se había derretido, lo que significaba que era la hora. Quitó la cinta adhesiva de la bolsa y tiró con cuidado el agua en el fregadero.

Se acercó a la mesa de la cocina, se tumbó de espaldas y abrió las piernas. Se metió dos dedos en su coño ya mojado y luego se los metió en la boca― El semen de mis amantes sabe muy bien ―dijo.

― ¿Has tenido sexo? ―le dije con voz casi temblorosa.

― Sí, ahora fóllame tú ―ordenó.

Al instante me puse entre sus piernas y traté de poner mi pene duro. Lo froté entre los resbaladizos labios de su coño.

― ¡Vamos, fóllame, coño! ―exigió.

― Lo estoy intentando ―le dije.

― Tienes exactamente dos minutos para poner ese patético pedazo de piel erecto y follar con tu mujer o voy a hacer que lo haga un hombre de verdad ―dijo.

No lo conseguí y me puso el pie encima empujándome, dijo que iba a salir y que volvería a casa después de haberse satisfecho correctamente. Se puso un abrigo largo y cogió su bolso. Le pregunté que iba a salir así y dijo que sí, que a su amigo le gusta que deje el abrigo en el coche y que vaya hasta su puerta sólo en medias.

― ¿A quién vas a ver? ―le pregunte. Dijo que eso no era de mi incumbencia y se fue. Yo estaba muy excitado pero mi pene no se ponía duro. Encendí el ordenador y empecé a ver porno mientras me masajeaba. Me abstuve de correrme para poder follarme a Andrea cuando llegara a casa.

La oí llegar  y me reuní con ella en la puerta, con una erección completa. Entró, la miró y se rió ― ¿Es así de grande? ― Le dije que siempre había sido de este tamaño. Mientras soltaba su bolso y se quitaba el abrigo, dijo que sí, que era muy triste.

― Supongo que quieres meter esa pequeña cosa en mi coño recién follado ―dijo.

― Si no te importa ― respondí.

― Bueno, de acuerdo ―dijo ella― Si necesitas sentir lo que la polla de un hombre de verdad hace en el coño de tu mujer, adelante.

Me dio la espalda y se inclinó colocando las manos sobre las rodillas. Mirando por encima de su hombro dijo― ¡Vamos, rómpeme! ―luego se rió. Sujeté sus caderas con las manos y de un solo empujón le metí la polla hasta los huevos. Me quedé quieto unos segundos y me dijo ― ¿Qué estás haciendo?

― Es para que te adaptes a mi tamaño ―respondí.

― ¡Sácala que ni siquiera está tocando los dos lados! Muévelo y córrete o sácalo.

Que me tratase así fue tan excitante que empecé a disparar mi lefa dentro de ella sin moverme.

― ¿Te estás viniendo? ―me preguntó.

― Sí ―le contesté.

― Eres patético, no tienes autocontrol ―dijo enojada.

Me dijo que la sacara y me pusiera de rodillas, que quería que se lo comiera todo de su pobre coño dolorido. Lo hice y tuvo un orgasmo con mi lengua.

Gogo

Otro relato ...




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