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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Cata y yo
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Juro por lo más sagrado que todo lo que voy a contar es cierto. Aunque algo entremezclado porque todo sucedió demasiado rápido, así que os lo voy a contar lo mejor que puedo recordar.

Mi nombre es Daniel, crecí en una pequeña localidad de la que es posible que no hayas oído hablar entre otras cosas porque es una de tantas. Esto sucedió cuando tenía ella 21 años largos y yo 18 recién cumplidos.

Cata, que es mi hermanastra hija de la esposa de mi padre, y yo habíamos crecido juntos y nos habíamos peleado mil veces pero siempre acabábamos por superar nuestras diferencias. Nuestros padres siempre hicieron lo preciso para que nos lleváramos bien.

Una noche nuestros padres salieron de cena con unos amigos y quedamos solos porque ya éramos lo suficiente mayores para cuidar de nosotros mismos. Así que nos hicimos la cena y nos acomodamos para una noche tranquila.

A ambos nos apasionan los videojuegos y tras la cena nos sentamos en el sofá de la sala de estar a jugar con la videoconsola. Comenzó jugando Cata, yo solo miraba y comentaba. Ella se molestó porque el juego no le salía como quería y yo empezaba a ridiculizarla.

―¿Quieres callarte? ―dijo ella.

―No.

―Vete a la mierda con un consolador de treinta centímetros ―dijo mientras fracasaba una y otra vez en el mismo punto.

Me reí exageradamente y le dije ―Lo sabrías.

Sé que no se debe hacer y que no habla precisamente bien de mí, pero me gusta husmear por las cosas de casa, abrir cajones, armarios, todo eso. Un día que estaba solo en casa encontré un consolador en uno de los cajones de Cata, probablemente no de 30 centímetros pero lo aparentaba. Cuando lo vi, la palabra sexo comenzó a retumbarme en el cerebro y noté un temblor familiar en mis pantalones; pero me dio asco y me asusté, no sé porqué.

Cata no dijo nada, estaba rígida y su cara empezó a ponerse roja y dejó bruscamente el mando sobre el sofá.

―¿Qué quieres decir? ―gruñó.

―Nada ―me defendí.

―¿Has estado registrando mis cajones?

―No, no, sólo estaba diciendo… ―intenté a la desesperada.

―Has estado husmeando en mis cosas, imbécil ―gritó y me dio un golpe en el brazo antes de volverse muy enfadada.

―De acuerdo ―confesé― miré en tu cajón pero no esperaba encontrar nada.

―¿Entonces por qué has registrado mi cajón, qué creías que ibas a encontrar?

―No lo sé, lo siento, solo curioseaba, estaba aburrido.

―Bueno, ahora ya sabes que tu hermanastra tiene un consolador ―dijo con rabia para continuar con un despectivo― ¿Estás satisfecho?

Un poco, pensé para mis adentros. La conversación me había excitado un poco, a mi mente llegaron imágenes con Cata subiendo sigilosamente a su cuarto, abriendo el cajón y tomando el consolador. Me vino una imagen borrosa de cómo lo deslizaba por dentro de su pijama, pero no era capaz de imaginarla desnuda. Sin embargo si estaba seguro de que sus mejillas estarían enrojecidas como estaban ahora

―Como si yo no supiera nada sobre ti ―dijo cortante.

―¿Qué? ― dije desafiante.

―¿Qué, crees que no te oigo cuando te pajeas ?, oigo al cabecero de tu cama golpear la pared cada vez que te pajeas, culo gordo.

Nuestras habitaciones están justo al lado una de la otra.

―Mierda ― dije, ahora me sentía avergonzado, muy avergonzado, y tenía una rara opresión en el estómago. Ella soltó una risita triunfal. Ahora la victoria era suya.

―¿Puedo contarte un secreto? ―preguntó.

Asentí, ahora estaba a la defensiva.

―A veces me hace sentir bien, oírte correrte.

Esa frase me desconcertó. Ambos estábamos rojos como cerezas ahora. En medio de un silencio espeso, ella retomó el mando de la videoconsola y volvió al juego. Yo aún mantenía aquella incomodidad en el estómago, y una especie de excitación por la idea de que una chica me escuchara cuando me masturbaba. Yo sabía que Cata es mi hermanastra pero aun así.

―¿Alguna vez pensaste en hacerlo juntos? ―pregunté de repente. Mi corazón comenzó a palpitar. No podía creer que lo hubiera dicho. No me atrevía a mirarla a los ojos.

―¡Jolín! ―exclamó ella, sin atreverse a mirarme tampoco.

Yo estaba asustado, nunca había estado con una chica antes y aquello tenía mucho de prohibido.

―¿Te gustaría alguna vez conmigo…? ―preguntó vacilante.

―Antes de que le pudiera contestar, oímos abrirse la puerta de casa, y al poco, nuestros padres estaban con nosotros en la sala de estar y se pusieron a comentar la cena y hablar de sus amigos. Cata se fue discretamente y yo comencé a sentirme culpable solo por tener la conversación que tuvimos.

Subí a mi habitación y me acosté, pero no podía dormir, daba vueltas y vueltas pensando en la conversación con Cata. Las hormonas de la juventud salieron triunfantes y tuve la increíble necesidad de ir a su habitación y hablar con ella, Abrí con cuidado la puerta de mi habitación y salí al pasillo. Era tal la excitación que mi pene estaba tieso como un palo levantando la tela del pantalón del pijama, traté de bajar mi camisa para taparlo pero sin éxito. Sigilosamente recorrí los pocos pasos hasta su puerta y entré sin llamar. Dentro estaba oscuro, solo la luz de la luna que entraba por entre las cortinas a medio cerrar.

―¿Qué? ―dijo Cata con asombro.

― Cata, soy yo ―le dije

―¿Qué se está quemando? ―preguntó con sorna.

Con cuidado cerré la puerta tras de mí y me acerqué a la cama.

―¿Qué pasa? ―dijo en voz baja mientras se incorporaba.

No sabía qué decirle, sabía lo que quería pero no encontraba las palabras. La miré en la penumbra de un modo como nunca antes había la había mirado. Las palabras sexo y Cata de repente parecían inseparables. Nunca antes lo había notado, pero en realidad es realmente hermosa, está jodidamente buena. Tiene el pelo castaño muy largo y liso, ojos verdes como su madre. Es alta y delgada, el bikini le queda extraordinariamente bien, pero siempre había intentado no mirarla en la playa. Llevaba un pijama azul claro de tela muy fina que permitía ver el contorno de sus pezones. Me senté en silencio a su lado sobre la cama sin saber que decir. Parecía que había pasado una hora cuando tragué saliva y haciendo un esfuerzo le recordé lo que antes me había dicho acerca de hacerlo juntos.

―¿Cómo? ―dijo parpadeando asombrada ―¿Quieres conmigo…? ¡Jolín, Dani…!

―¿Cómo lo hacemos esto? ―susurré.

Ella apartó la ropa de cama, hacía calor en su habitación, pero parecía temblar un poco. ―¿Qué quieres hacer? ―preguntó.

Yo estaba superexcitado y con la mayor de las erecciones, estaba tan caliente como un volcán en erupción pero temblada de emoción y de miedo.

―Cualquier cosa ―dije.

―¿Nunca has hecho nada con una chica, no? ―preguntó.

Ella ya conocía la respuesta a esa pregunta. Nos lo contábamos todo. Yo sabía mucho de los chicos con los que había estado y yo sabía todo lo que había que saber sobre las chicas con las que no había estado. Me indicó que me acercara y me senté a su lado, apoyándonos en el cabecero de la cama, sentados donde ella estaba sentada, cuando me oye masturbarse en mi habitación. Me quedé quieto y la miré. Ella puso su mano en mi muslo, y se inclinó hacia mí. Se acercó, cerré los ojos, y mi hermanastra se convirtió en la chica de mi primer beso. Fue un momento donde todo el miedo se fue, donde sentí como si todo en el mundo estuviera bien. Volví a la realidad, a nuestros cálidos labios que se tocaban, cálidos y húmedos, y ella abrió su boca, y abrí la mía, y nuestras lenguas se encontraron. Sentí su mano moverse por mi muslo, hacia mi polla. Sus ojos seguían cerrados cuando abrí los míos, y sonreía. Abrió los ojos y metió la mano dentro del pantalón de mi pijama. Dejé escapar un suave gemido de temor, excitación y expectación Pasé mi brazo a su alrededor y nos dimos en otro beso. Ella es apasionada y tierna, sabe lo que quiere.

Yo no tenía con que compararla pero estaba seguro de que era la que mejor besaba. Mientras bajaba su mano dentro de mi pantalón metió la lengua en mi boca. De un solo movimiento, deslizó su mano dentro de mis pantalones y ropa interior, y encontró mi pene

―¿Qué es esto? ― exclamó sorprendida mientras me cogía la polla y cambiaba de posición. Yo levanté el culo para que ella pudiera bajarme los pantalones y los calzoncillos.

―¡Ay la leche! ―dijo sorprendida mientras permanecía aferrada a mi polla cada vez más dura.

―¿Qué pasa? ―pregunté, completamente ingenuo y hasta preocupado.

―¿Te das cuenta de que tienes una polla enorme?

Hasta entonces yo siempre había pensado que era normal.

―Esta es la polla más gorda que he visto jamás ―dijo.

De repente sentí crecer mi confianza. Me incliné hacia adelante para otro beso mientras ella empezaba a mover lentamente su mano hacia arriba y abajo alrededor de mi polla. Pensé que me iba a correr justo cuando paró para quitarse la camisa del pijama. Verla así fue uno de los espectáculos más increíbles que he visto. La visión de su cuerpo sin camisa, sin bikini, sin sostén, aquel perfecto pecho desnudo. Parecía tan natural y tan diferente. Era como si me hubiera dejado entrar en un jardín secreto. Sus pechos son increíbles, no son muy grandes, pero son hermosos, firmes y bien formados.

―¿Qué te parecen? ―Preguntó moviéndose de lado a lado para verla mejor.

Me quedé sin habla y ella sonrió, puso su mano en mi polla y yo muy suavemente fui a acariciar sus tetas. No sabía cómo hacerlo, pero dejé que llenaran mis manos. Sus tetitas son suaves pero firmes. Nos seguíamos besando mientras mi polla se endurecía más y mi mano bajaba hasta dentro de su pijama. Sentí su cuerpo tenso mientras deslizaba mi mano y dejó escapar un pequeño gemido mientras pasaba mi mano por sus suaves muslos. Sus piernas estaban juntas, pero se separaron mientras movía lentamente mi mano hacia arriba buscando su coñito. Encontré su vello púbico mientras movía la mano hacia abajo y hacia adentro u encontré entre sus piernas al mítico clítoris. Estaba húmedo, mojado, como, empapado. Dejó de besarme, y se quitó el pantaloncito y las braguitas. Ahora estaba completamente desnuda. Yo me quité la camisa, y allí estábamos juntos, desnudos como nuestros padres nos habían hecho.

Ella puso su mano en mi polla y comenzó a pajearme rápido. Volví a meter la mano entre sus muslos y abrió las piernas. Busqué la humedad y metí dos dedos a la vez. Tal vez fue demasiado rápido o tal vez lo justo pero dejó escapar un gemido; y de repente comencé a preocuparme por nuestros ruidos no fueran a enterarse nuestros padres. Dejé de preocuparme cuando llegó al clímax. Comencé a mover mis dedos hacia dentro y hacia afuera, rápido, y comenzó a retorcerse. Dejó de besarme y empezó a respirar con dificultad El masajeo en mi polla se ralentizó y apretó fuerte. Gimió cada vez más fuerte pero no me importaba. Ella comenzó a bombear en mi polla de nuevo y casi gritó ―Me corro.

Sus muslos se cerraron alrededor de mi mano aprisionándola y su cuerpo tembló. Se calmó y yo seguí adelante pero ella me apartó la mano.

―¿Me vas a follar? ―dijo aunque no era realmente una pregunta y comenzó a bombear con furia mi polla. Sentí un fuego ardiendo dentro de mí, me comencé a sentir aterrorizado y sabía lo equivocado que estaba, pero dije ―Creo que sí.

Ella soltó mi polla y me empujó hacia abajo en la cama, se sentó a horcajadas sobre mí y durante unos segundos estábamos quietos, silenciosos en la contemplación de lo que parecía un hecho inevitable. Ella tomó mi polla y la guió a la entrada de su coñito, y en un movimiento lento y suave empujado hacia abajo vi desaparecer la cabeza de mi polla dentro de ella, y luego el resto. Ella se estremeció y con una mirada de satisfacción se fue acomodando a mi tamaño.

―¡Oh, jolín! ―dijo satisfecha.

Al principio, ella se fue deslizando lentamente arriba y abajo mientras apoyaba sus manos en mi pecho, luego fue acelerando y la cama comenzó a golpear la pared. Sus tetas se movían de un lado a otro delante de mi cara. No pasó mucho tiempo hasta que comencé a notar que inconteniblemente me corría y gemí. Ella gimió de nuevo. Me encantó su olor, su belleza, sus gemidos.

La polla palpitaba deslizándose dentro de su suave coño y de repente una ola ardiente escapó de mí, y luego otra, y otra. Cata subí y bajaba cada vez más rápido mientras mezclaba su humedad con la mía. Perdí mi virginidad con mi hermana y sin condón.

Cuando notó que me había corrido disminuyó la velocidad hasta que se retiró. Se acostó a mi lado, jadeando, y un poco sudorosa.

―Estoy tomando la píldora ―dijo ella― deberíamos estar tranquilos.

Me desperté a su lado a la mañana siguiente y me sentí extraño, como raro por no sentirme culpable; en realidad, me sentí muy bien. Me desperté un poco antes que ella y vi cómo su pecho desnudo se levantaba y caía, su pelo castaño cubriendo la almohada, la habitación todavía olía a sexo. Cuando despertó me miró y me sonrió. Me incliné y la besé, y de repente me di cuenta de cuánto la amaba. Se suponía que estaba equivocado y todo, pero en ese momento parecía la cosa más natural y pura, ser capaz de amar a alguien y luego darse cuenta de lo mucho que lo amas. Creo que sabéis lo que os quiero decir, o tal vez no lo hagas, pero no importa. Pasamos el resto del día haciéndonos ojos unos a otros, burlándose unos a otros como hermanos y tocando unos a otros como nuevos amantes cuando nadie miraba. Lo mantuvimos todo el verano.

Dani.

Otro relato ...




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