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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Chica de las estrellas
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Hago el Camino de Santiago todos los veranos, dedico una semana al año a recorrer un tramo y en ocasiones repito etapas que me han gustado especialmente o partiendo de la misma localidad llego hasta el final del tramo, o de la etapa, utilizando recorridos alternativos. A veces lo hago solo y otras acompañado, bien de amigos o compañeros desde el inicio o con acompañantes a los que conozco durante el trayecto. La historia que quiero contar sucedió repitiendo unas etapas del Camino del Norte utilizando un camino alternativo que atraviesa zonas apartadas y que no es recorrido prácticamente por ningún caminante. Como en cada ocasión, había preparado bastante concienzudamente el trayecto a realizar, iba bien pertrechado de alimentos, equipo  y útiles puesto que apenas atravesaría poblados pero basta que lo quieras tener todo previsto para que suceda algo que lo trastoque.

Las dos primeras las etapas habían discurrido con mucha normalidad, incluso había adelantado camino y me detuve a hacer noche en lo que sería medio camino de la tercera etapa. En un pequeño claro del bosque, algo apartado del camino, muy cerca de un riachuelo de aguas cristalinas que discurría calmo entre un denso bosque de ribera casi virgen. Monté el campamento al anochecer, una pequeña tienda de campaña de dos plazas, no quise comprar otra, y bajé al río a darme un baño. El agua estaba helada pero agradecí el frescor y sobre todo la sensación de limpieza que sentí al salir. Cené tranquilamente frente a una pequeña fogata que apagué para acostarme en la tienda, dormí plácidamente acunado por la canción del río y los sonidos del bosque.

Al reemprender el camino, a apenas unas decenas de metros donde había pasado la noche, el camino se bifurcaba y uno de los ramales continuaba siguiendo el río. Consulté rápidamente mis mapas y vi que ese camino enlazaba más adelante con el otro. Decidí seguir por camino del río.

El camino bajo los árboles, acompañado por el rumor del agua, era una delicia. Caminaba despacio disfrutando de la naturaleza, silencioso me paraba a ratos a escuchar el canto de los numerosos y variados pájaros que habitan ese medio. De repente un estruendo y chapoteos en el agua. Me asusté pensando que pudiera tratarse de una animal y comencé a desprenderme de la mochila para más ligero poder huir o subir a un árbol. Esos breves segundos que esperé a que la presunta amenaza se manifestará pude oír que continuaban los chapoteos y como balbuceos. Corrí hacia delante y en el remanso formado por el azud de un antiguo molino una persona intentaba salir del agua con grandes dificultades  consecuencia de las abruptas laderas del río en ese lado.

Como soy previsor llevaba conmigo una pequeña cuerda a la que hice un nudo lazo fijo y lancé a la persona a la que ayudé a subir. Era una chica joven completamente empapada que hipando y tiritando no acertaba a decir nada. Solté rápidamente la mochila, saqué una toalla y se la di; pero parecía tan bloqueada que no atinaba que hacer con ella. Así que la tomé y se la coloqué sobre  los hombros frotando para que entrara en calor. Mientras lo hacía vi un pequeño espacio despejado entre grandes árboles, tupido sotobosque y una alineación de grandes rocas en forma de herradura. La hice ir hacía allí y rápidamente preparé una fogata. La chica parecía asustada y completamente inerme, no era capaz de hacer nada por sí misma, solo obedecía mis indicaciones.

Mientras entraba en calor con el fuego, armé la tienda de campaña, abrí la mochila y saqué un pantalón de deportes y una camiseta que le entregué para que se quitara la ropa mojada. Todo esto sin oír su voz.

Seguía sin reaccionar así que retiré la toalla y le indiqué que si quitara la blusa que vestía. Fue entonces cuando vi que la tenía pegada a la piel y que el agua la había vuelto casi transparente. Vi unos pechos increíblemente hermosos, levanté entonces la vista y cruzamos las miradas.

―Gracias ―Dijo con un hilo de una voz que se me antojó dulce y delicada―me has salvado la vida.

―No hice nada que otro no hubiera hecho ―respondí con la más pausada de mis entonaciones.

Se quitó la blusa, se puso de píe y se quitó el pantalón quedando solo cubierta, si es que se puede decir así, por un minúsculo tanga blanquísimo. Se vistió la camiseta y al darse cuenta de que el tanga estaba mojado también se lo quitó. No se puso nada más, solo mi camiseta, la de las grandes ocasiones en el Camino, la que llevo siempre limpia para las ocasiones especiales y que ocasión más especial que esta.

Mientras tanto puse un recipiente al fuego con agua y le preparé una bebida caliente de cacao que ofrecí cuando estuvo lista. Tomó la taza con las manos en forma de cuenco para aprovechar el calor mientras bebía a cortos sorbos.

Al tiempo, recogí su ropa y la coloqué cerca del fuego, extendida sobre un rústico bastidor realizado con ramitas.

―¿Se te ha quitado el frío? ―Pregunté al ver sus pezones duros y afilados marcados tras el fino tejido de mi camiseta.

―No del todo pero estoy muy cansada, quisiera dormir ―Dijo con un hilo de voz.

―Acuéstate en la tienda, si quieres ―propuse.

―¿No te importa? ―Dijo levantando la mirada de la taza y con una mezcla de agotamiento y estupefacción en la expresión.

―En absoluto ―y añadí― descansa lo que necesites.

Medio tambaleante recorrió los escasos pasos de la entrada de la tienda tras rechazar mi ayuda.

―No, no, puedo sola ―dijo firme con un hilo de voz.

Se arrodilló a la puerta de la entrada y entró gateando, el sol iluminó el culo y el delicado sexo que se asomaba entre los muslos. Sin embargo aquella visión que en otra ocasión me hubiera resultado inequívocamente excitante, esta vez solo me inspiró un curioso sentimiento de ternura y de estar haciendo bien las cosas.

Había discurrido una buena parte de la mañana, era la hora de preparar algo de comer y la chica no daba señales, me acerqué a la puerta y noté su respiración tranquila por lo que decidí no despertarla.

Preparé una comida caliente rehidratando unos preparados que llevaba conmigo y le dejé una parte por si despertaba. Mientras tanto busqué en su ropa alguna identificación algo había en su mirada que me parecía conocido. Solo encontré las llaves de un coche y un teléfono móvil evidentemente inutilizado por el agua.

Mientras esperaba, no quise alejarme de la vista de la tienda por si acaso la chica se despertaba, hice acopio de leña seca y ramas verdes de arbustos para confeccionar un parapeto o cortavientos y un techado, tarea en la que invertí una buena parte del mediodía, antes de las horas más calurosa que pasé dormitando la siesta a la sombra bajo un improvisado techado de ramas de arbustos. También abrí el cierre de la tienda para ventilarla y evitar que el interior fuera un horno.

Ya anochecía sin que la chica se despertara así que entré. Al ser una tienda de bastantes reducidas dimensiones y estar abierta solo una de las partes del frente, accedí gateando y en la incipiente penumbra pude ver a la chica durmiendo plácidamente, completamente desnuda. No hice nada más, solo la contemplé, un cuerpo delicado, hermosísimo, casi perfecto.  Admiré sus hermosas formes, el dorado color de la piel, los pequeños pechos, el delicado depilado del pubis, los esbeltos muslos. Respiraba suavemente, dormía tranquila, así que retrocedí y cerré la tienda. Encendí una fogata y me comí la comida que le había reservado. Dejé que el fuego se apagara mientras, tumbado sobre la espalda, contemplaba las infinitas estrellas sin dejar de pensar que aquella desconocida beldad que dormía en mi tienda solo podía ser un ángel o un ser de las estrellas. No recordaba haber visto nunca tanta belleza encarnada en una persona. Tenía fija en mi retina la trasparencia de sus pechos. Preparé una pequeño refugió, tomé el saco de dormir y me acosté delante de la tienda.

Desperté con las primeras luces aún con el recuerdo del día anterior y con la comezón del familiar recuerdo de su rostro.

Permanecí aún un rato dentro del saco, sin moverme cuando se abrió el cierre de la tienda y una hermosa cabecita apareció con mirada inquisitiva.

―¿Qué ha sucedido? ―preguntó con tono de desconfianza.

Le hice un resumen, se había caído al río, la había sacado, hice una fogata, le había dado ropa seca y una taza de cacao, puse a secar su ropa y la dejé dormir en la tienda.

Volvió a entrar en la tienda y salió con la camiseta dirigiéndose a la ropa que había recogido y dispuesto sobre la mochila cuidadosamente doblada.

Yo aún permanecía tumbado cuando con decisión se acercó a la mochila, se quitó la camiseta y pude volver a ver su cuerpo, esta vez de pie y de espalda, tan maravilloso como cuando estaba desnuda tumbaba boca arriba en a tienda, tiene un culo delicioso. Se vistió rápidamente mientras yo me levantaba para preparar algo para desayunar.

Desayunamos sentados en el suelo, frente afrente. Ella me miraba con una mezcla de inquietud y duda.

―¿Qué me hiciste? ―Preguntó mirándome con fijeza.

―Nada, no te hice nada ―y añadí procurando ser convincente― ¿Por qué hubiera tenido que hacerte nada?

Se puso de píe, se volvió, desabrochó el pantalón, lo abrió, introdujo las manos entre los muslos sobándose el sexo y sorprendida se giró mostrándome la mano ligeramente extendida

―Parece verdad, no me has follado ―Y de repente preguntó― ¿Y fotos, me has hecho fotos desnuda?

―¡No caramba! ―Respondí ciertamente ofendido― Las fotos no se las hago a quien duerme en mi tienda.

Aunque en ese instante y durante una brevísima fracción de segundo me arrepentí de no haberlo hecho pero al mismo tiempo me convencí que ninguna foto podría capturar tanta belleza.

―¿Sabes quién soy? ―esta vez su voz había cambiado, seguía igual de dulce pero parecía entre satisfecha y divertida, había perdido la desconfianza.

―No, no lo sé ―Y añadí― Me recuerdas a alguien pero no sabría decirte quien eres.

―¿De veras que no me reconoces?

―No, no ―Y dispuesto a saberlo pregunté entonces― ¿Quién eres?

Y me lo dijo, parecía divertida con mi expresión  y aún más, tanto que dejó escapar una carcajada con mi estupefacción y supongo que la cara de tonto que debía tener en ese momento.

―Disculpa, no debería reírme después de lo que has hecho por mí ―dijo sonriente y maravillosamente espléndida.

―Lo habría hecho por cualquiera.

―¿Y no intentaste o tuviste deseos de hacerme nada  estando desnuda allí dentro? ―Dijo adelantándose hacía mi cuando le confirmé que la había  visto desnuda cuando entré a ver si estaba bien.

―Solo admirarte ―confesé un tanto avergonzado.

Acabó por adelantarse y dejarse caer de rodillas, me besó en la frente y con una voz tremendamente calida susurró― Muchas gracias, eres un buen hombre.

Confieso que me sentí halagado, una hermosísima mujer, muy conocida y  objeto del deseo de mucho hombres me había dicho eso. Me sentí orgulloso. Pero más orgulloso y sorprendido, me sentí cuando me abrazó con tanta fuerza y tan sorpresivamente que perdí el equilibrio y me caí arrastrándola. Quedó sobre mí, aún con los brazos en torno  mi cuello y riéndose. No dijo nada, solo me besó en los labios, fue un beso muy delicado, muy suave, casi etéreo, pero dulce y sabroso. Respondí  a su boca pero me sobresalté, se separó y por un instante se me quedó mirando pensativa.

―Tienes teléfono móvil ―preguntó decidida.

―Si, pero lo tengo apagado, solo lo utilizo para las emergencias ―respondí.

―Pues esto es una emergencia ―Y continuó― ¿Me lo deja?

Lo conecté y se lo entregué, marcó rápidamente y se apartó unos pasos, los suficientes para en voz baja mantener una breve conversación y regresar sonrientes sobre sus pasos.

―¿Me invitas a cenar y a pasar esta noche contigo? ―Dijo con voz que se me antojó sensual.

No es preciso decir que acepté como que tampoco preví lo que luego aconteció. Se desnudó completamente a la luz de la fogata que lanzaba juegos de luces y sombras sobre su espectacular cuerpo. Me desnudó, me abrazó, me besó poco a poco, lentamente, bajando por mi cuerpo, empezando por los labios, y acabando en mi pene completamente erecto que introdujo en la dulce  boca. Nunca en mi vida sentí tanto gusto ni tanta satisfacción. Especialmente cuando imposibilitado de contenerme más me dejé ir corriéndome sobre su lengua.

Me agaché poniéndome también de rodillas para besarla en toda la cara, abrazándola y permaneciendo así hasta que ya restablecida la erección ella se movió para colocarse a horcajadas sobre mi y la penetré. Fue suave, dulce, cálido, la fogata iluminaba la escena. Nunca un sueño pudo ser tan real, nos abrazábamos, ella retorcía el cuerpo apretándose contra mí. Notaba sus duros pechos, su vientre, sus abrazos, su boca besándome el rostro, el cuello, os hombros, sus dedos arañándome la espalda. Aún recuerdo su cuerpo ondulante apretándose contra el mío. Fue casi perfecto, mi placer fue inconmensurable, los orgasmos simultáneos, el placer mutuo. Tanto que aún permanecimos un rato abrazados al calor del fuego. Luego extendí una manta y no acostamos contemplando el cielo nocturno.

―Tú tienes que ser de allí ―Dije con el brazo extendido señalando a la estrella más grande y luminosa.

―Gracias, eres un cielo ―Dijo acurrucándose junto a mí.

Dormimos al raso hasta que el frescor de la madrugada nos hizo entrar en la tienda donde volvimos a dormir igual de desnudos y abrazados

Abrí los ojos al sentir una caricia en la mejilla, ella me acariciaba y miraba dulcemente, con ternura.

―Eres un ángel. ―murmuré.

―Gracias ―Dijo antes de acercar sus labios a los míos y besarme suavemente en la boca.

―Antes de irme me gustaría hacer otra vez el amor―Dijo con aquella voz tan melosa y sensual.

Esta vez me coloqué sobre ella, y la penetré con toda la suavidad que pude mientras sus manos recorrían mi espalda y sus labios mi cara y  cuello. Me atenazó con las piernas en una de las presas más deliciosas que puedan existir. Fui muy despacio, todo lo que puede. Terminé en su interior, sin preocuparme de otra cosa que gozar de aquella deliciosa joven tan deseada por millones de hombres y de que ella gozara con mi modesta persona. Las palabras que susurró las guardo para mí.

Quiero decir una cosa, quiero dejar claro que no follamos, no, hubo sexo, y mucho, pero es más propio decir que hicimos el amor, con consentimiento, con sentimiento, con necesidad y  con ardor, como dos enamorados.

Desayunamos vestidos solo por unas camisetas y luego decidimos que nos despediríamos y que hasta era posible que nos volviéramos a ver. Lego nos vestimos ella muy lentamente, como no queriendo irse; y se lo ofrecí, que siguiera conmigo, pero lo declinó.

―Tengo cosas que hacer, me esperan hoy ―Y continuó con una mirada dulce, clara y firme― Pero sé que nos volveremos a encontrar.

―Me encantaría, lo estoy deseando ya ―confesé sin apartar la mirada de aquellos espectaculares ojos.

Decidí acompañarla hasta su vehículo y durante el trayecto le hice la observación de la transparencia de su blusa mojada. Rió alegre y divertida.

―Guardaré esta blusa para ti―Dijo dándome un beso para con una breve carrera alcanzar su coche. Esperé a que se fuera y continué el Camino.

Recuperé el tiempo perdido, en parte porque había ganado tiempo los dos primeros días y especialmente porque deseaba acabar pronto.

Al regresar a casa, durante bastantes días padecí de desasosiego, intranquilo, irascible, triste, melancólico y perdido, no encontraba acomodo en nada ni con nadie. Hasta que una noche, alguien llamó con los nudillos a mi puerta, una llamada familiar, cualquier vecino, pensé que sería la abuela de la puerta de al lado, una entrañable viejecita que me había adoptado, siempre ofreciéndome pastas y bizcochos. Abrí la puerta con la mirada hacia abajo, esperando ver una bandeja de la afamada repostería de la vecina cuando mis ojos se posaron en una blusa blanca, elegante, blanca y fina. El corazón me dio un vuelco, era ella, mi deliciosa desconocida del Camino, mi ángel, la chica de las estrellas de las estrellas. No nos dijimos nada, solo nos abrazamos, besamos y nos hicimos el amor.

A la mañana siguiente, con la luz entrando a raudales por el ventanal, le quise preguntar― ¿Cómo…? ―No pude continuar, rápidamente puso su dedo sobre mis labios.

―Chissssssssssss… no preguntes, los ángeles lo sabemos todo.

Ahora, cada poco, alguien llama con los nudillos a mi puerta y mi almohada adquiere el delicado olor de las estrellas. La abuela lo sabe porque nos sorprendió despidiéndonos a la puerta, nos guiñó el ojo y guarda nuestro secreto porque la reconoció, ahora trae doble ración de pastas cuando sabe que mi chica de las estrellas está en casa.

En una entrevista que le hicieron en televisión le preguntaron por su novio, la periodista insistió tanto que mi ángel levantó el brazo hacia el cielo y señalando al lugar donde estaría la más brillante de las estrellas dijo ―Está allí, esperándome…

―¿Es una estrella como tú? ―Insistió la reportera.

―Es más que una estrella, es un sol…

Sonreí tanto, y tanto tiempo, que hasta en el trabajo se dieron cuenta y la abuela me abrazó en el ascensor sin disimular su satisfacción.

Orión

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