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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Clases de idioma
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En el tablón de información del vestíbulo había una nota que era una petición de profesores voluntarios. Como tenía una agenda ligera en ese semestre de universidad, decidí asistir a la sesión informativa y ver de qué se trataba. Había una docena de personas más en la sala mientras hablaban de la necesidad de profesores para ayudar a los estudiantes inmigrantes con sus conocimientos de idioma y sus estudios. Me inscribí y me dijeron que volviera al día siguiente para conocer a mi estudiante.

Me alegró y sorprendió conocer a Jahzara. Era una chica joven y atractiva de diecisiete años, no era lo que yo esperaba. Me informaron de que acababa de llegar y había solicitado ayuda con el idioma.

Jahzara era alta, medía casi 1,80 m, era delgada y tenía una larga mata de pelo negro. Sus ojos oscuros sonreían cuando hablaba y revelaban la inteligencia que había detrás de ellos. Tenía una sonrisa amplia y luminosa y un carácter afable. Fijamos un horario y acordamos reunirnos al día siguiente en la biblioteca para comenzar nuestras sesiones.

Cuando se acercó a la mesa, me di cuenta de que otras personas admiraron la belleza delgada y curvilínea que se sentó frente a mí. Me dedicó una gran sonrisa, abrió su bolso y me entregó una nota. La abrí y descubrí una dirección escrita en ella.

― ¿Qué es esto? ―le pregunté.

― Mi dirección. La necesitarás para hacer tu labor ―me contestó.

― ¿No quieres hacerlo aquí?

― Déjame que te lo explique ―empezó― No necesito un profesor. Me inscribí para encontrar a alguien que diera clases particulares a mi madre.

― ¿Tu madre?

― Sí ―asintió― Mi madre necesita ayuda con el idioma. No me deja ayudarla... ya conoces a los padres... así que esperaba que tú estuvieras dispuesto a ayudarla por mí.

― No creo que el programa sea para eso, es para los estudiantes que necesitan ayuda ―respondí.

― Necesito ayuda con mi madre ―insistió ella. Las clases de idiomas para adultos están llenas y lo está pasando mal. Haré que todo el mundo piense que me estás dando clases particulares... nadie lo sabrá nunca.

― Bueno, supongo que no importa a quién esté ayudando, así que por qué no―dije encogiéndome de hombros― Lo intentaré.

― ¡Genial! ―dijo entusiasmada― ¿Cuándo quieres quedar con ella y empezar?

― Ya tenemos un horario, así que es mejor empezar por ahí ―respondí― Podemos ver de cambiarlo más tarde.

― Vale, se lo diré. ¿Vives lejos de aquí?

― No ―contesté― De hecho, tu casa está muy cerca de la mía.

Intercambiamos números de teléfono y acordamos que nos veríamos en su casa para la siguiente sesión.

Jahzara estaba sentada en la entrada de la casa cuando me llegué y me saludó con una amplia sonrisa y un gesto de la mano― Buenos días ―exclamó― Me alegro mucho de que hayas venido.

― Buenos días a ti también ―le contesté.

Vestida con pantalones cortos y camiseta de tirantes, se levantó y me tendió la mano. La miré un momento y admiré la belleza de la chica que tenía delante. Su piel oscura brillaba a la luz del sol, sus ligeras curvas y su cuerpo esbelto eran juveniles y atractivos. Me recordé a mí mismo que sólo tenía diecisiete años y le tendí la mano.

En lugar de estrechármela, la cogió entre las suyas, se acercó a mí y me dijo al oído en voz baja― Mi madre es una persona muy seria ―me advirtió― No se fía de los chicos y puede ser muy testaruda.

― Vale, gracias por la advertencia ―le contesté― ¿Seguro que le parece bien?

― Sí, está dispuesta a conocerte y a probar ―Me tomó de la mano y me llevó escaleras arriba― Espera aquí ―dijo mientras me soltaba la mano y desaparecía por una puerta.

Apareció y me hizo señas para que entrara, la seguí hasta una pequeña sala con una mesita de madera, dos sillas, unas cuantas plantas y una versión mayor de Jahzara con un vestido de verano amarillo.

― Jean, ésta es mi madre, Zala, y madre, éste es Jean.

― Encantada de conocerte ―sonreí mientras le tendía la mano.

Ella me miró de arriba abajo antes de alargar su mano hacia la mía. Sus dedos largos y finos apretaron los míos con firmeza mientras nos saludábamos.

― Eres un hombre, no un niño ―me dijo― ¿Cuántos años tienes?

― Veintiuno, casi veintidós ―respondí.

― Hmm, pareces mayor. Mi hija me dijo que venía un chico del colegio, no un hombre ―dijo mientras miraba a Jahzara― Está claro que aún no sabe la diferencia.

Jahzara puso los ojos en blanco y soltó un suspiro― Madre....

― Está bien ―dijo Zala con un gesto de la mano― Prefiero pasar tiempo con un hombre, será más cómodo.

Zala volvió a mirarme― ¿Jean? ¿Eres francés?

― En parte ―respondí.

― Hmm ―musitó mientras señalaba una silla― Siéntate y empezaremos.

Tomó asiento frente a mí y envió a Jahzara a la cocina a por dos vasos de frío. Nos sentamos en silencio hasta que Jahzara dejó los vasos altos sobre la mesa.

― Ya puedes irte ―le dijo Zala a Jahzara― No es necesario que estés aquí para distraer a mi profesor.

Jahzara suspiró y dijo que volvería en unas horas. Me dedicó una sonrisa y me dio una palmadita en el hombro al salir de la habitación.

― Entonces, ¿te gusta mi joven hija? ― preguntó Zala.

― Sí, es muy simpática ―respondí.

― Sabes que no es mayor de edad, ¿verdad?

― Sí, me dijo que tiene diecisiete años ―dije titubeando.

― Sí, no está preparada para un hombre ―dijo Zala con una leve sonrisa mientras me señalaba.

― Espero que no te importe que te pregunte, pero tu inglés es muy bueno. ¿De verdad necesitas un profesor particular?

Zala sonrió y soltó una carcajada― No, pero mi hija cree que sí. ¿Qué sabrá ella? Es una niña pequeña.

― No sé si lo entiendo ―le pregunté.

― Esto es sólo para que ella esté contenta... para que piense que está siendo útil. Así que hablaremos y yo practicaré mi inglés como ella quiere.

Su voz era grave pero suave, su acento notable y algo seductor, casi exótico. La forma en que cambiaba el tono de su voz y formaba palabras con sus labios gruesos y carnosos me cautivó.

― Entonces, ―preguntó― ¿tienes novia, esposa tal vez?

― No, de momento no ―respondí― ¿Tienes marido?

― No, no tengo marido ―respondió moviendo la cabeza― Cuando era joven, como Jahzara, conocí a un hombre como tú. Nos hicimos amantes y cuando llegó Jahzara, él se fue.

― Siento oír eso ―me sinceré.

― Gracias, pero de todos modos no era un buen hombre... ni un buen amante ―dijo con una sonrisa y un guiño.

No sabía qué responder, así que me limité a sonreír.

― Eres un hombre guapo, mi profesor ―dijo con una sonrisa ―Creo que eres popular entre las jovencitas, ¿no?

― Sí, con algunas pocas―dije sonriendo.

― Oh, más que unas pocas, creo ―bromeó mientras se levantaba y pasaba junto a mí. Sus dedos largos y finos me recorrieron el hombro y me dieron un escalofrío― Ya veo cómo te mira mi hija.

Cogió mi vaso de la mesa y se fue a la cocina. La seguí con la mirada, mientras sus caderas balanceaban suavemente la tela amarilla del vestido de verano. Se paró frente a la ventana y rellenó mi vaso con la gran jarra de la encimera. La luz del sol atravesaba la ligera tela del vestido, que ahora era transparente, y su cuerpo curvilíneo y esbelto se mostraba a mis ojos hambrientos y a mi polla se ponía cada vez más dura. No llevaba ropa interior, sólo la tersa piel.

Se volvió hacia mí y me sorprendió mirándola. Una sonrisa se dibujó en su rostro al darse cuenta de que su vestido se transparentaba a la luz del sol. Dejó el vaso sobre la encimera y se puso las manos en las caderas.

― ¿Te gusta lo que ves? ―preguntó.

― Sí ―reconocí― Eres una mujer muy atractiva.

― Sí, una mujer, no una niña. ¿Te atrae la idea de una mujer experimentada? ―preguntó.

― Mucho ―respondí.

Mi polla se tensó en los pantalones hasta el punto de doler. Esa hermosa mujer de voz seductora tenía mi libido al máximo.

Se acercó y se colocó a escasos centímetros de mí, con los pechos a la altura de mis ojos. Sus pezones creaban picos en la tela amarilla, atrayendo mi atención. Puso sus manos en mi cabeza y la atrajo hacia su pecho, presionando mi cara en sus pechos mientras me pasaba los dedos por el pelo. Movió mi cabeza hasta que mis labios se encontraron a uno de los picos que sobresalían y me llevé su pezón a la boca.

Era grueso y duro y mientras lo chupaba, tiraba de él con los labios mientras ella gemía suavemente. Se apartó y me miró fijamente un momento, nuestros ojos se cruzaron en una mirada de lujuria. Me levanté y la atraje hacia mí, con las manos en su cintura y los brazos alrededor de mi cuello. Nos besamos con fuerza, nuestras bocas abiertas y nuestras lenguas luchando por fusionarse.

La puse de la espalda a la mesa, la agarré por el culo y la levanté sobre la superficie de madera. Luchamos juntos para desabrocharme los pantalones, liberando por fin mi hinchada polla. Su mano la envolvió, acariciándola rápidamente y dirigiéndola entre sus piernas. Enganché los brazos bajo sus rodillas y empujé dentro de ella, mientras mi polla se sumergía en su sedosa y húmeda vagina.

― Fóllame, profesor―susurró con voz ronca.

Empecé a empujar, metiéndole la polla a toda velocidad. Miré hacia abajo, hipnotizado por la visión de mi polla deslizándose en sus labios violáceos. Me maravilló el contraste de colores de nuestra piel, la blancura de la mía comparada con los hermosos tonos oscuros de la suya.

Empezó a moverse conmigo mientras sus manos me agarraban con fuerza de los hombros. Con un gemido y un estremecimiento, me atrajo hacia ella, envolviéndome con sus piernas mientras yo trataba de mantener el equilibrio. Dejé de empujar por un momento mientras ella se estremecía y me abrazaba con fuerza, con mi polla profundamente dentro de ella.

― Sí ―gimió.

Sentí que se movía de nuevo y reanudé la penetración. Sus piernas me atraían mientras me susurraba al oído.

― Sí, profesor, sí... dame tu amor.

Sentí que la presión aumentaba y empujé hasta el fondo mientras mi polla estallaba dentro de ella, llenándola, un chorro tras otro, de semen. Me estremecí y sentí que me flaqueaban las rodillas cuando llegué al clímax, con la cara hundida en su cuello. Su aroma era embriagador y pensé que no dejaría de eyacular mientras sus piernas me apretaban con aquella fuerza.

Cuando el clímax despareció, nos besamos suavemente y ella soltó sus piernas de mi cintura. Me salí dejando gotas de semen en el suelo mientras daba un paso atrás. Exhalé profundamente mientras me subía los pantalones, me metía la polla en los calzoncillos y me subía la cremallera. Ella se bajó suavemente de la mesa al suelo y se colocó frente a mí.

― Bueno, ha sido inesperado ―dijo con una sonrisa.

― Mucho ―asentí.

Me hizo un gesto para que volviera a la silla mientras. Regresaba a la cocina a por el frío antes de coger unos pañuelos y limpiar el suelo. Después de tirarlos a la papelera, volvió a sentarse en la silla del otro lado de la mesa y se llevó el dedo a los labios.

― Jahzara nunca debe conocer nuestros secretos ―susurró ―Prométeme que nunca los contarás.

― Lo prometo ―respondí― No le diré que no necesitas clases particulares.

MJ

Otro relato ...




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