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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Cuestión de peso
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Luego de un fin de semana largo con Claudio y muestras amigas en Mar del Plata donde Claudio conoció a Dani, un jovencito de piel muy blanca. Se entusiasmó tanto con él que terminamos peleando. Todo eso me llevo a realizar un viaje sólo a termas de Río Hondo. Me gusta mucho el agua termal y disfrutar de la buena hotelería del lugar. Luego de un vuelo de noventa minutos llegue al hotel Cyty.

En un hermoso lugar con pileta exterior e interior, parque espectacular, habitaciones con hidromasaje, un salón comedor que hace mis delicias. Es la tercera vez que me alojo allí

Durante la primera cena, en una mesa próxima a la mía, cenaba un hombre robusto, barbado, de cabello negro ondulado, unos años al parecer mayor que yo. En un momento que dirigí mi mirada hacia él, levantó su copa y me saludó.

― ¡Gracias…! ―Respondí.

Desde ese momento, comenzó nuestra conversación que se prolongó en los sillones del salón. Hoy te vi en el parque ―Dijo.

Eso me indicó que durante el día de había fijado en mí y le respondí― Yo no te vi ―y agregué― Pero no importa, estamos conversando y me resulta agradable hablar contigo.

Luego de estar juntos un largo rato, le dije que iría a descansar. Entonces Andrés, que así dijo llamarse, me invitó a que dentro de un rato nos encontráramos en su habitación a beber un whisky.

Treinta minutos después, luego de cepillarme los dientes, toqué a su puerta. La número 203 y yo estaba alojado en la 206. Me indicó que pasara y empujé la puerta que no estaba cerrada con llave. Al entrar me llamó desde el hidro, estaba tomando un baño relajante. Tenía a su lado una botella de Whisky y dos vasos.

― ¡Quítate la ropa y entra aquí! ―Dijo con cierta autoridad.

Obedecí su indicación simulando estar tranquilo pese mi nerviosismo. Desnudo frente a él Ingrese al pequeño espacio libre dentro del hidromasajeador.

― Ponte cómodo, estira tus piernas sobre las mías ―Dijo.

Apoyé levemente mis piernas sobre las suyas. Ambos sentados dentro del agua burbujeante. Andrés, tomándome por los tobillos tiro mis piernas rodeando su gruesa cintura. Mi entrepierna quedó apoyada en sus genitales.

Sonrió y dijo― Así está bien.

Tomando un trago me contó que era visitador de un importante laboratorio. Y que se encontraba trabajando en la zona norte del país. Que tenía conocimientos de medicina y que al siguiente día continuaría con su trabajo. Que estaba feliz de conocerme y tener un amigo con quien hablar. Por momentos sus manos acariciaban mis piernas, mi pecho y rozaban mi sexo.

Luego puso una mano sobre mi hombro y dijo― ¿Quieres te dé un buen masaje descontracturante? Soy bueno en eso.

―Bueno ¡Gracias Andrés! ― Le respondí.

Con mucha delicadeza me ayudó a secarme mi cuerpo y vi en sus ojos el brillo del deseo. Y su verga ya no colgaba flácida. Había engordado de tal manera que correspondía a su voluminoso cuerpo.

Andrés, tendió un toallón sobre el escritorio, colocó una almohada y me ayudó a tenderme ahí de espaldas al techo. Sus pesadas manos se apoyaron en mi espalda haciendo movimientos circulares.

¿Cuánto pesas, Robert?

― Sesenta y seis ―Dije.

―Yo ciento veintitrés, pero mido ciento ochenta y seis ―Dijo justificándose.

Abandonó mi espalda y pasó con las plantas de mis pies. Una mezcla de cosquillas y excitación me fue invadiendo lo que me hacía intentar retorcerme.

― Me gusta verte mover el culito así ―me dijo al tiempo que apoyaba su barba sobre mis glúteos y con su lengua procuraba tocar mi ano.

Sus manazas hacían que me retorciera de placer, y su boca llenaba de saliva mi espalda y glúteos, su lengua relajaba mi esfínter.

Me volteó boca arriba, quitó la almohada, tiro mis hombros hacia atrás para que mi cabeza colgara. Desde mi espalda se inclinó sobre mí. Sus bolas quedaron sobre mi cara y comenzó a chupar mi pene. Con mi boca lamí y tragué sus testículos. Su verga erecta pedía su porción de placer y debió ponerse a mi lado para que yo pudiera introducir el glande en mi boca.

Una descarga de semen me llenó la boca al tiempo que con una mano estrujaba mi pene y la otra introducía el grueso dedo medio en mi culito. Andrés eyaculo con un gruñido sordo y continuo acariciando mi babeado cuerpo. Su boca busco la mía y su lengua ancha llenó mi boca. Yo casi no podía respirar. Con una mano rocé su verga que comenzaba a ponerse dura nuevamente.

― Vamos a la cama, quiero probar tu culito y llenártelo.

Su pedido me sonó hermoso, a estas alturas del encuentro estaba muy caliente y deseoso de ser penetrado. Aunque si su pene fuera de seis centímetros de diámetro…

Me tendió sobre la cama cruzado, quedando con las piernas colgando. Con una almohada debajo del vientre, con las nalgas semi abiertas y mi pocillo marrón esperando su porción.

Parado por detrás. Andrés, apoyó la cabezota aún babeante en la pequeña entrada. Su boca caliente y húmeda hurgaba mi cuello y orejas. Al tiempo que empujaba levemente con su falo para vencer la resistencia de mi esfínter.

Dos minutos más tarde, sus manazas me tomaban por la cintura y con movimientos acompasados pero cobrando velocidad me invadía las entrañas. Mis nalgas completamente abiertas como un libro recibían placer en cada una de sus estocadas. Sus grandes bolas golpeaban mi entrepierna. Apreté mis caderas levándome hacia él. Noté su rigidez, y su gruñido apagado. También noté una descarga profunda y las contracciones de su verga cuando liberaba el líquido pegajoso

Dejo caer su cuerpo sobre el mío y no pude moverme más. Su transpiración se unía a la mía. Ambos estábamos muy mojados.

Yo casi no podía respirar. Mi puerta trasera comenzaba a volver a su estado poco a poco pero no impedía que escapara parte del semen que salió al ponerse flácida su monstruosidad.

Nos intercambiamos números telefónicos pero no volvimos a comunicarnos ni a vernos hasta hoy.

Rober

Otro relato ...




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