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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Daniel, mi amante secreto
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Daniel me resulto agradable, compañero de club deportivo, de mi edad y casi de la misma estatura. Hablábamos de los deportes que practicábamos de niños. Nos  vestíamos juntos en el vestuario luego de nuestra práctica de natación. Yo miraba con disimulo su pene e intentaba enseñarle las nalgas  cuando me vestía. Habían transcurrido dos meses con  esta rutina hasta que tomamos confianza para deslizar comentarios en tono de bromas. Así que un día le dije― que mata de vellos tienes.

―Si ―y agregó― mi hermano también.

Su pene colgaba totalmente flácido destacándose de la tupida mata.

―Tu sos bastante lampiño ―dijo mirándome.

Su mirada me turbó, notaba que deseaba decirme algo más. Pero no, no avanzó en comentarios. Terminó de vestirse, nos saludamos y nos retiramos.

A la siguiente práctica nadamos en la misma pileta. Su bulto era notable. Nos pusimos tomados del borde de la pileta con las manos moviendo los pies levantando nuestros cuerpos; estábamos rozando nuestros brazos. Ese día había asistido muy poca gente al club, era un día lluvioso y bastante frio.

Mis piernas tocaron las suyas pero Daniel  no se alejó si no que intentó trabarlas con las de él. Recogiéndolas rápidamente con mi rodilla toque su bulto. Se sonrió.

―Estas empalmado ―le dije.

― Siempre está así,  es el roce del agua ―respondió.

―A mi me lo encoge ― respondí y me fui al vestuario.

Estaba solo, sentado en el banco de madera aún sin quitarme la malla cuando entro Daniel. Se paró frente a mí y me dijo bajándose su malla ―te gusta verla ―y su verga quedo a pocos centímetros de mi cara.

Luego de esta situación.  Ya no nos ocultamos que nos gustábamos y convenimos en tener encuentros secretos.

Nuestro primer encuentro en privado fue lleno de ganas y deseo de brindarse entero. Ya desnudos ambos nos abrazamos fuertemente y rodamos por el piso. Sentía cada palmo de su piel, su boca buscaba la mía mientras sus manos me recorrían. Cuando nos separamos. Daniel tenía una erección muy firme. Sentí ganas de besársela pero no me ofreció su verga.

Tomándome de un brazo hizo que lo apoyara en la cama. También una rodilla junto a mi codo ya apoyado. Mi otra pierna aun pisaba el piso. Colocase parado a mis espaldas. Separó mis nalgas y su miembro ya lubricado por sus jugos se abría paso en mis entrañas. El bombeo acompasado al inicio fue haciéndose violento. Y con una estocada profunda derramose en mí.

Rober.

Otro relato ...




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