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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
En el campo con Rosa y Luís
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Luego de aquella fugaz visita y todo lo acontecido, el intercambio de mensajes entre Rosa y Claudio fue más frecuente.

― Luís, pedía enviáramos fotos de nosotros para conocer lugares bonitos pero yo sabía que su objetivo era otro.

― Rosa insistía con que fuésemos algún fin de semana a disfrutar y compartir la paz del campo y Claudio, deseaba compartir la paz del campo y otras cosas con Rosa.

― A mí me encanta sentirme deseado y Luís continuaba estando caliente y deseoso de poseer mi cuerpo. Eso me alentaba a ir.

Todo cerraba tan bien que si hubiera transparencia en la relación entre Rosa y Luís no sería necesario esconder nada. En un par de encuentros más y todo volvería a la normalidad. Al menos lo creo así.

Entre los mensajes recibidos, Luís nos invitaba a visitar un establecimiento donde crían caballos. Preguntó si nos agradan los equinos. Por cortesía ambos respondimos que sí. Sé que dormiríamos una noche en casa de ellos e imaginaba yo como haría Luís para tenerme en sus brazos, en su propia casa. Claudio confiaba en la habilidad de Rosa para tener un momento de placer con ella.

Llegado el momento partimos rumbo a la ciudad de Junín. En nuestro automóvil, llevando pocas pertenencias pero las suficientes y necesarias para disfrutar un buen sexo. Durante el viaje, mientras escuchábamos buena música, Claudio me preguntó― ¿Rober en verdad te gusta tener sexo con Luís?

― No me celes, Clau, jamás te cambiaría pero me trata bien, me desea y me devora con hambre de macho depredador ―Le respondí.

Clau sacudió la cabeza y continúo diciendo― Me gusta hacerle la cola a Rosa. Es algo que durante años me persiguió el deseo. Pero no puedo compararlo con lo que gozo al clavarte y ver tu pene tieso liberando semen que moja pegajosamente tu vientre y el mío ―Y continúo con otros cumplidos.

Al cabo de tres horas en ruta, llegamos. Besitos, abrazos interminables, y el deseo secreto que se agitaba en cada uno. El deseo de sexo de los dueños de casa sería muy grande, pues apenas llegados, Luís nos invitó a ir con él a ver el criadero de caballos del que es socio. Claudio acepto sin mucha convicción y

Luís aprovechó a decir― ¿Prefieres ver otra cosa Claudio?

― Me agradaría conocer el balneario en la laguna ―Afirmó

― Que pena, está para el lado opuesto pero te puede indicar Rosa, ella conoce de memoria eso.

Así que partí con Luís en su camioneta rumbo al establecimiento donde crían equinos. Claudio y Rosa irían al balneario.

― Estaremos por aquí nuevamente a las trece ―Grito Luís ya aferrado al volante. Apenas estuvo en marcha; acaricio con una mano mis rodillas y miró a mis ojos como para besarme pero sin hacerlo aún.

A la salida del pueblo pasamos frente a un hotelito para encuentros, Lo miró sin detenerse y yo sonreí y dije ― Pensé que ya habíamos llegado.

― ¡No! Aquí todos conocen está matrícula.

Al cabo de un rato por caminos rurales, luego de algunas paradas y besos profundos introduciendo su lengua ancha hasta llenar mi boca, llegamos

Había caballos en distintos cobertizos y otros en potreros de césped verde.

― Estas, con aspecto de muy jóvenes son las potrancas ―Dijo― Cuando entran en celo por primera vez se les inflama la vulva, se les pone rosada y se humedece. Casi como las mujeres ―Me explicaba. Ahí― Dijo señalando un cobertizo está un padrillo. Muy activo con una verga muy robusta, buena sangre buen porte, de piernas largas. Es el encargado de desvirgar a todas las jovencitas que van surgiendo.

― Que afortunado es ―comenté.

― Claro ―continúo diciendo ―Pero no es romántico, las ensarta de una, Y si le erra a la vulva les entra por el culo.

Me reí― No te lo puedo creer.

― Verás... ―Dijo y tomó una varilla de madera, de 1,5 metros aproximadamente, envolvió un poco de algodón en una punta y tocó la vulva mojada de la potranca blanca que estaba frente a nosotros. Luego nos dirigimos al cobertizo que albergaba al potro semental. Acercó a la nariz del caballo el algodón húmedo. El animal agitó la cabeza, hizo suspiros profundos y de su escroto comenzó a desplegarse un gusano enorme, una verga negra y rosada, como de 40 centímetros o más. Gruesa como una latita de cerveza y una cabeza sombrerito tamaño familiar. Al transcurrir los segundos, la verga crecía, se ponía dura, y hacia movimientos de levantarse hacia la panza del animal. Luego Luís abrió la puerta que lo separaba de la potranca. El caballo se abalanzó hacia ella, quería alcanzar la vulva con su nariz mientras se golpeaba el vientre con su enorme falo. La hembrita caminaba alejándose de él. El macho la acosó hasta que ella se detuvo en una esquina y ladeo la cola.

― Es señal que lo acepta ―Dijo Luís.

El macho alzó sus manos dejándolas caer sobre el tierno lomo. La verga buscó a tientas la entrada pero por diferencia de alturas le entró en el culo. La potranca saltó y se liberó antes de tenerla toda adentro. Volvió a moverse nerviosamente la hembrita y el macho ya molesto, se puso agresivo e intentaba morderle las orejas. Cuando ella se detuvo y volteó la cola volvió a montarla y empujando, la gruesa lanza rosada y negra se hundió en la vulva húmeda levemente abierta. El macho empujaba feroz y fuertemente, la hembrita tembló y se le doblaron las manos. El grueso trozo de carne salió chorreando de su interior dejándole la abertura roja que al cabo de los minutos se fue cerrando.

― Ver esto me calentaba mucho cuando era chico ―dijo Luís.

― Y ahora también ―agregué ―porque veo que la tienes dura.

― Esta dura por vos nene, quiero dártela toda por la boca y la cola, aquí en el campo.

Luís me condujo hasta el lugar donde guardan los fardos de alfalfa, acomodó su campera para que me arrodille encima de ella y se bajó los pantalones. Su verga pedía a gritos que la engullera toda. Sus movimientos me indicaban que estaba a punto de eyacular. Dejé de succionar, me quité el pantalón y la tanguita, apliqué lubricante sobre el orificio y el sobrante en la cabeza de su pene.

― Ponte en cuatro sobre los fardos bajos ―dijo. Yo esperé a que se aproximase ofreciéndole la vista de mi culito aun cerrado. Llegó pronto empujando a fondo con fuerza, como si fuera el Potro sometiendo a la hembrita. Suspiré y gemí por la sorpresa de ser penetrado violentamente. No por el dolor porque su pene es menos grueso que el de Claudio. Lo metió y saco tres veces hasta salirse de mí. En la cuarta embestida sus uñas se clavaron en mis nalgas y descargó un vagón de semen en mi interior.

Al cabo de un rato se recuperó y se la chupé suavemente. Jugué con sus testículos en mi boca y estuvo presto a penetrarme desde el frente aprovechando el semen que salía de mi culito. Su boca mordía mis tetitas, luego su lengua llenó mi boca. Y yo con las piernas apoyadas en sus hombros recibí estocada a fondo tras estocada hasta arderme el rabo de tanto roce. Dilatado hasta el grosor de su verga le permitía entrar y salir sin mucho esfuerzo.

Sentí la sensación de estar defecando, eso me inquietó. Lleve una mano para tocarme. Cada vez que Luís retiraba su verga de mi interior salía arrastrando un jugó transparente que lubricaba su próxima embestida. Nunca me había pasado, posiblemente fue debido a la profundidad que ingresaba su falo tan largo, de 21 centímetros. Coincidían con su estatura, por suerte.

Siempre antes de tener un encuentro íntimo me aplico lavajes higiénicos para evitar feos momentos.

Cuando me llenó el culo con su semen por segunda vez, quedó rendido. Luego nos limpiamos.

El continúo comentándome cosas del campo que yo no imaginé jamás. Tales que la verga del burro es más grande que la del Potro. Y terminó preguntándome como es la de Claudio.

― Es más corta que la tuya, más gruesa y cabezona. De principio me resultaba dolorosa recibir su penetración.

Luís se rio y dijo― Se le nota un buen paquete a Claudio debe ser solicitado por muchos pero él te prefiere a vos.

Lo mire a los ojos y le dije― ¿Por qué te fijaste en mí, no sos gay? Tienes una mujer a tu lado.

― Ya te dije que es muy recatada, el anal le parece algo sucio, tampoco le agrada hacerme un pete. Aquí en este pueblo no puedo buscar un amigo gay, me señalarían como un depravado ―Respondió.

Volvimos a la casa y llegamos casi al mismo tiempo y compartimos el almuerzo. Luego un tiempo corto de relajación llamado siesta. Muy importante para ellos. En una habitación, dos camitas separadas. Una tarde tranquila de conversación con ellos y escuchar el canto de los pájaros. Caminatas entre los árboles. Un baño caliente separado de Clau.

Al compartir la cena pude ver los ojos de Luís, buscando los míos, y sus labios diciendo en silencio― Como me agradaría que duermas conmigo.

La mirada de hembra en celo proveniente de Rosa también buscaban los ojos oscuros y profundos de Claudio. Luego a la cama mirando el techo, escuchando música. El silencio de la noche me condujo a dormir profundamente, hasta despertar cuando los dueños de casa ya estaban de pie.

La puerta de nuestra habitación se abrió suavemente y en la penumbra vi asomando el rostro de Luís. Permanecí en posición de dormido. Luego ingresó Rosa y se dirigió a la cama de Clau.

Apoyando una mano en su hombro dijo― Arriba ya es plena mañana, y su mano libre ingresó por debajo de las sábanas a la altura del vientre de mi amigo.

― ¡Ya estás despierto! ―Exclamó en voz baja.

Claudio se movió y yo también simule despertar.

Rosa giró hacia mi cama diciendo― Vamos, arriba Rober, te estás perdiendo una mañana muy hermosa.

Luego del abundante desayuno estuvimos listos a comenzar nuestro último día de campo antes de regresar.

Dijo Luís que debía ir al pueblo por combustible. Y preguntó― ¿Quieren acompañarme?

Respondí― Si.

Claudio movió la cabeza afirmativamente.

― ¿Y a mí quien me ayuda? ―Se quejó Rosa

Yo acompañe a Luís hasta la estación de combustible mientras Claudio debía ayudar a Rosa en el aseo de nuestras camitas.

Durante el corto viaje dijo Luís― Anoche se me puso muy dura pensando en vos. En un momento me la tocó Rosa y se hizo la dormida, hoy estoy con muchas ganas de sentirte mi hembra. Y aproximó su boca a la mía, mientras conducía.

Apoyé una mano sobre su bragueta y noté que su verga ya estaba caliente y creciendo.

Detuvo el vehículo al costado del camino bajo un pequeño grupo de árboles. Seguramente donde descansan los camioneros. Estaba vacío, rodeado de extensos campos, sin casas a la vista.

Abrió la puerta opuesta al camino y me alzó en sus brazos llevándome desde el asiento al suelo. Extendió su campera de lluvia para que apoyará mis rodillas y comenzará con un pete que le arrancaba la vida.

― ¿Te lleno la boca o la cola hermosa? ―Preguntó

― La boca no ― Me apresure a decir.

Me indicó que me pusiera de rodillas en el piso luego de quitarme el pantalón. Su verga totalmente rígida como la del Potro que vimos, se balanceada dejando caer un hilo viscoso al suelo. Cuando se puso en posición por detrás de mí, apoyó la punta mojada y caliente en la puertita e ingresó lentamente pero muy profundo.

― ¿Te dolió? ―preguntó.

― No, sentí un poco de molestia por tanto roce de ayer ―Le respondí.

Luego comenzó a meter y sacar más rápidamente. Yo ya tenía la cabeza apoyada en el suelo quedando mi trasero levantado, en mejor posición para él que estaba parado por detrás levemente inclinado hacia adelante con sus manos apoyadas en la camioneta. Entrando en mi hasta el tope de sus veintiún centímetros de falo. Cuando sus manos dejaron de apoyarse en la camioneta tomaron fuertemente mis caderas llevándome hacia él y descargar sus testículos repletos de leche, en la profundidad de mi vientre. Limpió luego su verga flácida con un poco de papel higiénico y lo mismo hice con mi culito. Nos acomódanos la ropa y continuamos rumbo a cargar combustible. Luego volvimos a su casa.

Rosa y Claudio terminaron de dejar prolijamente ordenada la habitación donde dormimos. Luego un lindo almuerzo, una larga sobremesa y la despedida con interminables abrazos, besitos en las mejillas, apretones fuertes y tocaditas casi indecentes Luego a desandar el camino.

En el viaje de regreso nos relatamos con lujo de detalles todo lo vivido sexualmente. Es nuestra forma de tener transparencia en la relación.

Claudio escuchó con atención todo cuanto dije de que Luís me penetró sobre un fardo de alfalfa hasta extenuarme. Y también detrás de la camioneta bajo unos árboles. Se reía mucho...

― ¿Y cómo te fue con Rosa? ―Fue mi pregunta.

Claudio comenzó su relató diciendo― Ella conocía muy bien el camino al balneario. Un poco antes de llegar hay un hotel para parejas, quiso ella que llegáramos ahí a festejar nuestro encuentro. Ella había llevado una peluca negra que se colocó antes de llegar, más un barbijo amplio. Y me dijo que a nuestro auto no lo conoce nadie. Ya nos habíamos besado mucho antes de entrar. Ayer a la mañana no había ningún cliente en el hotel, había un silencio total. Éramos los únicos y nos dieron una linda habitación con buen baño, con un sillón de ginecólogo, otra camilla redondeada como el lomo de un Potro y una cama con buen colchón.

― Que distinto a lo vivido por mí ―dije con pena.

Claudio continuó― Esos son juguetes para adultos ―me dijo Rosa, que ya lo había visto en otra ocasión pero que no lo había usado. Quiso jugar a que yo era el médico y ella la paciente que venía al consultorio y acepté su juego. Luego de quitarme las prendas y ducharme me pidió me envuelva con un toallón y la espere en el consultorio. Ella salió luego del baño envuelta con un toallón y saludó al entrar al consultorio. Le pedí subiera al sillón ginecológico para hacer el estudio. Miré hacia otro lado hasta que se instaló con las piernas levantadas en los estribos por detrás de las rodillas

― ¿Puedo cubrirme los pechos doctor? Soy pudorosa ―Dijo Rosa.

― ¡Claro! ―Respondí y cuando volví sobre ella, estaba con la toalla cubriendo sus pechos. Las piernas sobre los estribos soportes elevados. A las que ajuste el arnés y separé un poco más, para abrirla, brindándome la visión de su vulva húmeda levemente abierta y su ano fruncido casi pegado a la camilla. Yo permanecía envuelto en la toalla mientras ella se retorcía cuando deslizaba mis dedos entre sus labios vaginales.

― ¿Tendré temperatura doctor? ―Dijo.

― Moje el dedo índice en mi boca y se lo introduje en el ano a modo termómetro. Hay que tomar de nuevo ―dije cuando lo retiraba y volví a entrar varias veces.

― ¡Tienes 38,5, Rosa! ―Exclamé.

― Entonces tendré que tratarme la cicatriz, doctor ―Dijo ella al tiempo que yo sentía el peso de mi verga hinchada de sangre. Ajusté los estribos que sostenían sus piernas, más hacia atrás, bajé su cabeza, también hacia atrás. Así me brindo la visión de sus dos entradas.

Su cabeza casi colgada con la boca entreabierta me indujo a darle de mamar mientras mi mano derecha se deleita en sus orificios y masajeaba sus tetas ya desnudas. Volví a sus pies, pincelé varias veces su vulvita muy caliente y mojada que también mojada su puerta pequeña.

Apoyé la cabezota morada que vos conoces bien y empuje su esfínter. El grito que dio se habrá oído en todo el hotel.

Yo estaba tan caliente que no se la quité. Ella se movía como podía y lloraba. Con caricias en la vagina la ayude a soportar el momento.

Cuando se relajó, le dije ― Ya estoy tratando su cicatriz, Rosita

Luego de varios orgasmos anales de ella y mi descarga en sus intestinos fuimos a la cama. Nos enlazamos en abrazos y cuando recuperé la erección penetré su vagina. Estando ella encima se atrevió a dirigir mi pene hacia su ano. Fue una penetración controlada por ella que bajaba y subía su cola mientras yo permanecía acostado chupando sus tetas y mordiéndolas.

Cuando abandonamos el hotel vi dos cabecitas en una ventana mirando hacia afuera. Y hoy, cuando fuiste con Luís a cargar combustible, ella quiso hacerlo en la cama matrimonial. Nos desnudamos rápidamente y nos metimos a la cama haciendo cucharita. Penetré su vagina desde atrás y le masajee el culito. Le encantó y cuando ya íbamos a vestirnos, se me antojó entrarle en la cola.

La perseguí por la habitación como el Potro en celo que me contabas, la aprisioné contra la ventana y se entregó Ella tenía apoyado en los vidrios sus pechos manos y vientre, sería hermoso verla desde afuera. Yo la abrazaba desde atrás con un brazo mientras que mi mano derecha orientaba la verga para que le entre. Otra vez gritó pero nadie la oyó esta vez. Sus piernas temblaron.

― Me dolió un poco ― dijo y agregó ―Ayer me desgarraste de nuevo, se me abre la piel y me arde mucho cuando me entras.

― Es una herida de guerra, Rosa ―Le dije consolando su gemir. Luego nos dedicamos a limpiar y llegaron ustedes.

― Lo pasaste muy bien Clau. Se me olvido decirte que Luís agendó mi teléfono móvil.

A la noche ya estábamos en Buenos Aires, en nuestra casa disfrutando un buen baño juntos.

Rober

 

 

Historia con Rosa y Luís

Desde una ciudad distante trescientos kilómetros llegó,  a casa de Claudio y Rober,  una amiga de la infancia de Claudio. acompañada por su compañero Luís. Así comienza esta historia.

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