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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Ir al vertedero
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Cuando vivía en el campo era normal ir al vertedero. Algunos residuos se compostaban y se convertían en abono, otras se quemaban y el resto se almacenaba en el cobertizo. Cuando había suficiente era hora de ir al vertedero.

El vertedero era un gran lugar para los adolescentes. Lleno de objetos desechados y tesoros desconocidos, solíamos buscar en los montones piezas de coches y bicicletas, objetos de coleccionista y, en general, cosas interesantes.

Había unos dos kilómetros desde nuestra casa hasta el vertedero y a los dieciocho ya había conducido muchas de veces por los caminos de grava bordeados de árboles y arbustos, a veces solo o con un amigo que venía a la aventura. A veces convencía a las chicas del colegio para que me acompañaran un sábado por la noche.

Cuando el hermano de mi madre compró la propiedad vecina y se mudó a ella, me encargaron que llevara su basura al vertedero. Yo cargaba en su casa, normalmente un sábado por la tarde o por la noche. Mi tío me acompañó las primeras veces, pero pronto se cansó.

― ¿Puedo ir? ―preguntó Sharon mientras cargaba.

Sharon era una de mis primas, un poco más joven que yo y acababa de cumplir dieciséis años. Íbamos juntos en el autobús y salíamos a menudo, y yo le había contado aventuras en el vertedero.

― Claro, si a tu padre no le importa ―le contesté.

― No, adelante ―respondió él― Y puedes enseñarle como ir para que pueda hacerlo ella luego.

― ¡Sí! ―exclamó Sharon― ¡Enséñame!

― Tal vez ―me reí― Vamos a cargar y ya veremos.

Una vez en el vertedero, le hice un recorrido entre montones de objetos desechados mientras reíamos e investigábamos. Luego me pidió que le enseñara a conducir.

La hice sentarse en el lugar del conductor y le di algunas instrucciones básicas.  Después de algunos parones y rascazos de marchas, decidimos que lo mejor sería que se sentara en mi regazo, pusiera sus pies sobre los míos y aprendiera el funcionamiento del embrague y el cambio de marchas.

Soltó una risita mientras se colocaba sobre mi regazo, moviendo el culo para ponerse cómoda. Podía oler la fragancia de su champú mientras ponía la cabeza junto a la suya para ver por dónde íbamos. Cada vez que cogíamos un bache, el movimiento de su muslo empujaba su trasero contra el creciente bulto de mi entrepierna.

Después de conducir lentamente un rato, ya le iba cogiendo el tranquillo, así que la dejé controlar el embrague y la palanca de cambios. Mis manos se apoyaron en su cintura mientras nos balanceábamos y rodábamos por la pista llena de baches, con sus pechos rebotando y bailando justo por encima de mis manos. Evité no tocarlos y luché contra las ganas de correrme mientras su trasero rozaba mi polla erecta.

Cuando llevábamos cerca de un kilómetro y medio ya era demasiado. Mi polla hinchada, atrapada dentro de mis vaqueros y apretada contra su culo, entró en erupción. Apenas pude reprimir el gemido de placer mientras eyaculaba en mis pantalones.

Una vez en su casa, condujimos hasta el cobertizo y aparcamos para descargar los cubos vacíos. Se bajó y salió por la puerta, volviéndose hacia mí y mirándome al regazo. La humedad de mi entrepierna era visible, al igual que la gran mancha húmeda entre sus piernas. Rápidamente me di cuenta de que su humedad no se debía a mi semen, sino a su propia excitación durante el viaje.

Descargamos los cubos, sin hablar de nuestro viaje, y arranqué el auto para volver a mi casa.

― Quiero ir la próxima vez ―me dijo.

― Me llevo nuestras cosas el próximo sábado ―le contesté― Puedo recogerte.

― Sí, me gustaría.

― Será más tarde, al oscurecer ―advertí― Quizá podamos disparar a algunas ratas cuando oscurezca.

― ¡Genial! Una carrera nocturna. Siempre dices que es divertido.

― Sí, es divertido. Quizá pueda robarle unas cervezas al viejo para llevarlas.

― Conseguiré algunas ―dijo ella― Mi padre, no echará de menos unas botellas.

― Entonces tenemos un plan ―me reí.

― ¡Genial! ―contestó ella― Y... eh... gracias por lo de hoy, ha sido muy divertido.

― Sí, lo fue ―dije mientras me alejaba.

El sábado a la tarde sonó el teléfono y era Sharon― ¿A qué hora vendrás? ―preguntó.

―Sobre las siete ―respondí― En cuanto haya cargado vendré por ti.

― ¡Vale! ―dijo con una risita― Tengo cuatro botellas para traer, ¿te parece bien?

―Es suficiente ―dije riendo y colgué el teléfono.

― ¿A qué viene eso? ―preguntó mi madre.

― Sharon quiere venir otra vez al vertedero. Voy a recogerla ―le expliqué.

― ¡Qué bien! ―dijo― Es bueno que estéis juntos y puedas enseñarle cosas.

Me limité a sonreír y cogí las llaves del auto antes de salir por la puerta.

― Vuelve antes de medianoche ―me advirtió― No quiero tener que mandar a tu padre a buscarte.

― Vale, antes de medianoche. Lo prometo.

― Que os divirtáis.

― Lo haremos ―dije mientras cerraba la puerta tras de mí.

Ella me estaba esperando en la entrada cuando llegué, con un bolso grande en la mano y una sonrisa en la cara.

― ¡Fantástico! ―exclamó mientras se subía― ¡Salir un sábado por la noche!

Nos reímos y mientras nos íbamos, sacó una cerveza del bolso.

― ¿Tienes abridor? ―preguntó.

― En la guantera.

La abrió traqueteando mientras lo encontraba. Quitó el tapón y lo tiró por la ventanilla antes de guardar el abridor y cerrar la tapa.  Luego se rio mientras bebía su primer sorbo de cerveza. La botella estaba vacía cuando llegamos al vertedero. Ella la tiró a la pila de botellas mientras yo descargaba los cubos y el resto de la basura.

― Ahí viene Glen ―anunció cuando llegó otro auto.

― Hola, ¿qué tal? ―preguntó Glen mientras se detenía junto a nosotros.

― Sólo haciendo descarga ―dijo Sharon― Y luego tomar unas cervezas.

― ¡Vaya! ―dijo Glen desilusionado― Tengo que volver a casa, viene visita. Ojalá hubiera sabido que ibais a quedar.

― En otra ocasión ―prometí― Te llamaré.

― Sí, vale. Gracias.

Le ayudé a descargar mientras Sharon miraba.

― Sabes ―susurró Glen― Está bastante buena.

― Sí, supongo.

― ¿Crees que saldría conmigo? ―preguntó en voz baja.

―Ni idea ―respondí― Tendrás que preguntárselo tú mismo.

― Sí... tal vez ―suspiró― Es guapa.

― ¿Quién es guapa? ―preguntó Sharon mientras se acercaba.

― Tú ―respondí.

― ¿Tú crees? ―dijo sonrojándose.

― Sí ―contesté― Y Glen también.

Glen se sonrojó cuando Sharon le sonrió. Cerró de golpe el portón trasero y subió al auto― Nos vemos ―dijo mientras arrancaba― Avísame cuando vuelvas por aquí.

― Lo haremos ―gritó Sharon mientras se alejaba― Es bastante mono ―admitió.

― Supongo.

―Pero no tan guapo como tú, sólo mono ―bromeó.

― Gracias ―me reí― Vamos a tomar una cerveza, oscurecerá pronto.

Compartimos la cerveza y contemplamos la puesta de sol desde el interior del auto. Sharon se arrastró por el asiento hasta quedar acurrucada con mi brazo alrededor.

― Hace frío ―había dicho al subir mi brazo y ponerse por debajo.

A medida que el cielo rojizo se volvía negro, brillaba con sus miles de estrellas y el resplandor de la luna casi llena.

Mi polla estaba dura. Sharon me había puesto la mano en el muslo, apretando suavemente y acercándola a mi entrepierna muy despacio. La punta de sus dedos acariciaba ahora el borde del bulto bajo mi pantalón. Tragué saliva cuando los dedos pasaron sobre el bulto y empezaron a recorrer mi endurecida polla, haciendo que me estremeciera.

― Conozco a unas chicas del colegio que han venido aquí contigo ―anunció.

― ¿Quienes? ―respondí.

― Connie y Sherri.

― Hmm… ¿Qué te dijeron?

Su mano apretó el bulto― Que tu polla es grande ―soltó una risita― Y es cierto, parece grande ¿Puedo verla?

― ¡Claro! ―respondí― Pero tienes que moverte un poco.

Se apartó y yo me desabroché los pantalones, me los bajé y dejé que mi polla asomara. Me eché hacia atrás y ella volvió a acurrucarse contra mí.

― Parece muy grande ―se rio.

― Se hará más grande si la tocas bromeé.

Soltó una risita y pasó el dedo por la punta y el tronco, haciéndolo saltar y crisparse.

― ¿Te gusta? ―susurró.

― Sí.

Continuó durante un minuto antes de rodear con la mano el grueso y palpitante pene― ¡Qué duro!

― Acaríciala.

Me la acarició desde abajo hasta la punta y viceversa. Deslicé la mano desde su hombro hasta su cintura, levanté la mano y le cogí un pecho firme. Apreté y amasé mientras ella me acariciaba la polla.

― Connie dijo que te la había chupado. ¿Puedo probar?

― ¡Claro! ―respondí― Podemos probar lo que quieras.

Sacó la lengua, tocó y saboreó la punta antes de poner la boca sobre ella. Dio unas cuantas chupadas antes de apartarse.

― ¿Así? ―preguntó excitada.

― Sí, pero cuidado con los dientes. Y sólo hasta donde te resulte cómodo.

Metí la mano entre sus piernas. Ella se movió ligeramente y separó las piernas mientras me chupaba lentamente la polla. Pasé mi mano por su coño y sentí cómo se movía contra mis dedos.

― ¡Joder... me voy a correr! ―anuncié.

No dejó de chupar mientras mi polla entraba en erupción en su boca. Se apartó, con arcadas y jadeos, mientras salían los chorros de semen que inundaban su boca. Tragó saliva y volvió a meterse la polla en la boca, chupando hasta que dejó de eyacular.

― ¡Vaya! ―jadeó― No esperaba tanto.

― ¿Estás bien? ―le pregunté.

― ¡Oh, sí! ―soltó una risita― Ha sido increíble. Mi primera mamada.

― Lo hiciste genial ―la elogié― Mejor que la primera vez de Connie.

― ¿Sí? ―sonrió orgullosa mientras se limpiaba la barbilla y se chupaba los dedos.

― ¡Oh, sí! ―admití mientras la miraba asombrado― Hay pañuelos y toallitas de bebé en la guantera si quieres.

Soltó una risita y cogió unas cuantas del paquete, limpiándose la cara y las manos.

― Nunca entendí por qué mi madre las ponía en todos los coches hasta que traje a las chicas aquí ―me reí.

Ella se rió y fue a cerrar la guantera. Se detuvo, sacó una cajita y me la mostró.

― ¿También ponía condones aquí?

― No ―me reí― Son míos.

Sacó una de la caja y la miró examinándola de cerca y aplastándola con los dedos. Con una sonrisa socarrona me miró y empezó a abrir el paquete.

― Necesito unos minutos ―le dije― Quítate los vaqueros y túmbate en el asiento. Antes te enseñaré otra cosa.

Soltó una risita y se quitó los vaqueros― ¿Me vas a comer? ―preguntó excitada― Sherri dijo que se te daba muy bien.

― Sí ―respondí mientras se recostaba contra la puerta y abría las piernas― Voy a comerte el coño.

Tembló cuando mi cara entró entre sus piernas y mis brazos debajo de sus rodillas. Pasé mi lengua por su brillante pequeña hendidura, saboreándola y deleitándome con su aroma de chica excitada. Se corrió rápidamente, gimiendo y temblando, mientras mi polla se hinchaba y la excitación de sus gemidos de placer elevaba mi lujuria. Se corrió de nuevo, tirando de mi cabello y gimiendo en voz alta.

Me aparté y me puse de rodillas, mi pene hinchado apuntándola mientras agarraba un condón y abría el envase.

― No, sin él ―suplicó― Quiero probar sin condón primero.

La idea de que mi polla desnuda quedara dentro de su húmedo coño virgen se apoderó de mí y dejé caer el condón. Me acerqué y froté la punta entre los pliegues y contra la abertura, mojando la punta con sus jugos.

Se la metí lentamente, notando resistencia cuando la punta entró en el caliente y sedoso canal. Se quejó cuando empujé un poco más fuerte, haciendo una pequeña mueca.

― ¿Estás bien? ―pregunté.

― Oh, sí ―gimió.

Empujé más adentro, moviendo lentamente mi pene de un lado a otro mientras entraba. Cuando le metí las tres cuartas partes de mi polla, ella estaba gimiendo y moviéndose mientras cogíamos.

Cogí velocidad y empezamos a follar a pelo atrapados por la lujuria y las sensaciones de placer que compartíamos.

Sentí que la presión aumentaba y supe que me iba a correr, recordando el condón en el suelo. Su coño se agarró con fuerza y dejó escapar un gemido profundo, alcanzando el clímax justo antes de que la sacara y cubriera su estómago y pelvis con mi semen.

Sacudí la polla mientras ella miraba cómo el semen salía y cubría su torso, con una sonrisa en el rostro mientras los chorros se convertían en goteo.

― ¡Eso está caliente! ―exclamo― Me gusta eso.

― ¿Te gusta verme correrme? ―Pregunté mientras recuperaba el aliento.

Ella asintió y sonrió cuando me senté en el asiento y la vi pasar sus dedos por los charcos de semen. Le di unos pañuelos y una toallita antes de limpiarme la cara y la polla.

― Bueno, eso fue divertido ―se rio mientras se ponía los jeans.

― Sí, fue genial.

Se acurrucó de nuevo contra mí y pasé un brazo alrededor de ella.

― Gracias ―susurró― Sabía que serías un buen maestro.

― Estoy muy contento de que hayas preguntado. Sin embargo, si quieres hacer esto de nuevo, necesitaremos usar las gomas.

― Ya le pregunté a mi mamá acerca de los anticonceptivos ―dijo con una sonrisa―Tenemos una cita la próxima semana.

― Bien, eso es inteligente ―afirmé― Supongo que deberíamos irnos a casa, son casi las diez.

― ¿Podemos quedarnos un poco más? ―preguntó mientras su mano iba a mi entrepierna de nuevo― Tenemos hasta la medianoche... y esto ya está abierto.

Miré el condón en su otra mano.

― Sí, creo que podemos ―respondí con una sonrisa.

Durante los siguientes meses hicimos muchas visitas al vertedero, además de dar paseos o ir en coche a las canteras, follando como conejos cada vez que podíamos.

En otoño me fui a la universidad y ella empezó a salir con Glen, y le tocó a él ir al vertedero.

MJ

Otro relato ...




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