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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Jovencísima vecinita
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La había visto crecer. La había visto evolucionar de niña a mujer. Una mujer auténticamente  de bandera. Raro era el día que no me la cruzaba en la escalera, el ascensor o las zonas comunes del edificio de viviendas donde residíamos con nuestras respetivas familias. Al principio no era más que una niña de trenzas vestida con un suéter verde con  el escudo del colegio y la falda tableada de cuadros escoceses del uniforme escolar. Menuda, callada, muy tímida y feucha. Luego fue creciendo desgarbada, pero con las mismas trenzas, dentro de la misma ropa que parecía crecer con ella. Pero seguía siendo  tímida y callada, resultaba imposible verle los ojos y mucho menos sonreir. Agravado este último aspecto por una ortodoncia que la hacía cerrar permanentemente la boca apretando los labios. No dejaba de ser una adolescente con trencitas, uniforme de colegio, tímida, delgaducha, desgarbada, feucha y con brackets. Una más entre la multitud de adolescentes  tímidas, delgaduchas, desgarbadas, feuchas y con bracket

La redescubrí, o mejor dicho, le comencé a ver como una muchachita hermosa, con un cuerpo muy bien formado, un tipazo impresionante, un nunca mejor dicho buen día. Ya no peinaba trenzas no vestía el impersonal uniforme escolar, vestía unos tejanos ya muy desgastados y una deliciosa blusita blanca. Ambos salíamos de nuestros respectivos domicilios, puerta frente a puerta. Me sonrió, ya no usaba aquellos horripilantes alambres y su sonrisa era fresca y luminosa. Sus ojos hasta entonces siempre dirigidos hacia el suelo se abrían grandes y alegres como dos gemas azules. Fue dentro del ascensor cuando oí por primera vez su voz, suave, dulce, alegre y musical. Por un instante me pareció una de esas imposibles mujeres que triunfan en las pasarelas, o la música o el cine. Una jovencita deliciosa, educada, de voz dulce y maneras delicadas. Le cedí el paso al ascensor y en la cercanía de la cabina pude percibir el  agradable perfume, literalmente a limpio, que como si fuera una flor desprendía toda su piel. Un golpe brusco desequilibró ligeramente la cabina, por un segundo se fue la energía y nos quedamos a escasos centímetros de la última parada. Creo que fue por efecto de la repentina parada que se apoyó en mi como buscando refugio.

―No te asustes ―le dije con voz que quiso ser segura.

―No estoy asustada. ―dijo ella con una voz dulce que sonó sensual.

En escasos  segundos la cabina del ascensor descendió hasta la parada solicitada y abrió las puertas. Ella salió delante de mí, ofreciendo el maravilloso espectáculo de su impresionante figura.

Ya desde  la puerta del portal, se volvió hacia mí y me lanzó un beso con la mano, luego  la levantó agitándola y dándome un adiós que me supo a saludo.

―Hasta pronto vecino ―Dijo mientras salía ligera como la brisa.

Durante todo el día no pude apartar me a aquella deliciosa joven de la cabeza. Incluso me pareció verla varias veces en la calle.

Quizás fuera coincidencia pero nos volvimos a encontrar en el mismo lugar donde nos despedimos. Ella salía con una bolsa de playa  y vestida con una blusa anudada sobre el ombligo y un short bastante escueto.

―Hasta luego vecino, me voy a la piscina con mis amigas ―dijo al pasar a mi lado. Su voz sonó como una dulce canción. Me giré y la vi alejarse con sus amigas entre las que destacaba por la belleza.

No fue hasta la mañana siguiente que volví a encontrarla. Otra vez en el ascensor.

―¿Qué tal ayer en la piscina con tus amigas?

―Bueno, no fue del todo mal. Nadé mucho.

―¿No lo pasaste bien con tus amigas?

―No ―respondió― me aburren mucho cuando se ponen a tontear con chicos.

Esa respuesta me sorprendió y no pude por menos que preguntarle― ¿No te gustan los chicos?

―No es eso, es que los chicos que les gustan a ellas son unos niños, son unos inmaduros.

Esa respuesta me sorprendió aún más, no me la esperaba de aquella jovencita. La inmadurez es una característica de los jóvenes y ella es muy joven. Así que no pude por menos que volver a preguntarle.

―¿Y cómo te gustan los chicos?

Me miró divertida antes de responderme― Me gustan guapos, inteligentes, maduros, como tu ―y rió con una risa limpia, alegre casi contagiosa.

―Pues entonces tendré que llevarte conmigo ―le dije sin apartar la mirada.

―¿Me llevas a una playa?

―De acuerdo ―y continué― prepárate que en quince minutos salimos, espérame en el aparcamiento.

Fue rápido, coger las llaves del coche, la toalla, unas piezas de fruta, unas botellitas de agua, ponerme el bañador y ropa de playa, cambiarme de calzado y salir. Cuando llegué al lugar acordado ella me esperaba apoyada en el coche. Vestía una especie de casaca de tela muy fina que le llegaba un poco por debajo de las nalgas.

El viaje hasta la playa estuvo lleno de conversaciones sobre ella, de sus estudios, sus gustos, sus aficiones, sus deseos para el futuro.

La llevé a una playa un poco apartada a la que se llegaba por un sendero empinado y rodeado por arbustos, algunos espinosos. La playa es pequeña, salpicada de peñas y muy tranquila por no decir que solitaria. Nos acomodamos entre unas rocas que además de hacer de pantalla contra la ligera brisa marina nos ocultaban de la vista de las otras dos personas  con las que compartíamos playa. Era un día de entre semana y además algunas nubes parecían amenazar lluvia pero la ocasión de la compañía bien merecía estar allí.

No la vi ni quitar la ropa ni tenderse sobre la toalla. Cuando me di cuenta estaba puesta boca arriba, vestidita con un bikini oscuro que le quedaba pequeño. Ella se apercibió  de mi mirada y dijo con un punto de divertimento ―Es el bikini del año pasado y me queda un poco justo.

―Pues te queda muy bien.

―Pero cuando me bañe se encogerá un poco, se me moverá y … ―No acabó la frase pero el mohín que hizo dejaba muy claro que sucedería.

Reí antes de responderle ―¿Y cuándo te vas a ir a bañar?

Ella rió alegremente y dando un salto corrió hacia el agua sin darme tiempo a reaccionar.

Me puse de pie para verla zambulléndose y dar enérgicas brazadas antes de regresar nadando de espaldas a la orilla. Salió y con un ligero trote llego otra vez a donde la esperaba. El bikini mojado se replegaba mostrando generoso gran parte de los pechos y de las ingles por donde asomaba valiente el fino vello púbico. Se tumbó boca arriba sobre la toalla y se acomodó la tela del bikini con bastante poco éxito.

―¿Ves lo que te había dicho? ― y continuó― Tengo que comprar otro.

―A mi ese me gusta ―le respondí.

―¿Te gusta?

―Me encanta.

―Pero se me ve mucho pelo.

―Eso es fácil de solucionar―apostillé― puedes depilarte.

―Es que me gusta tener pelo, ya no soy una niña. ―dijo girándose hacía mí y mirándome fijamente.

―Ya sé que no eres una niña, todo lo contrario, eres toda una  mujer y muy atractiva.

Se colocó boca abajo, se soltó la parte superior del bikini, miró hacia mí y me lanzó una pregunta directa e inesperada―¿Te gusto?

Matizar la respuesta sería absurdo ―Me encantas.

Nuestras toallas se tocaban así que se puso de lado y se me acercó, noté su cercanía y me excité. Ella me besó suavemente en los labios y volvió aponerse en pie para correr nuevamente al agua. Volví a ponerme en pie para verla, salió del agua con la sonrisa más atractiva que recuerdo. Atractiva y divertida, tremendamente natural, nada sofisticada y  muy alegre.

Llegó, se quitó lo que le quedaba del bikini y se tumbó otra vez boca abajo.

―No me gustan los chicos de mi edad porque ahora estarían toqueteándome por todos lados ―y continuó― ahora estoy muy cómoda, no me siento indefensa ni tampoco obligada a nada.

En esa frase me pareció entender que no pretendía otra cosa que conversación y poco más.

―Todavía soy virgen pero eso no quita que me guste el sexo y que me gustaría hacer el amor con alguien que me guste de verdad y me valore por lo que soy ―Dijo con voz suave pero decidida.

Se colocó cobre la espalda  y entonces pude ver toda la magnificidad de su joven cuerpo. Delgada, alta, proporcionada, con unas tetitas imposibles, pequeñitas, bien puestas, dos semiesferas con puntiagudos pezones colocadas en su pecho. El vientre largo daba paso a un pubis poblado de un abundante pero fino y delicado vello negro. Los muslos firmes. En fin, una delicia, el deseo hecho muchachita.

Acabamos abrazados desnudos, besándonos, rodando sobre la arena, completamente solos, la excitación de ambos fue creciendo, tanto que le propuse hacer el amor. No respondió, solo cerró los ojos y me besó con más fuerza aún. Fue un frenesí de besos, de abrazos, de chupeteos. Le comí las tetitas duras como piedras, le sorbí los pezones firmes, duros, apuntando al cielo como dos flechas que indicaran el goce más sublime. Su largo vientre olía a mar, a flores., a hembra en celo. Y el culo, la gloria era aquel curo, de nalgas duras, firmes fragantes, apetitosas, la hice girar una y otra  vez para besárselo y mordisqueárselo. Ella se dejaba hacer mientras gemía quedamente.

La coloqué sobre una roca, le separé las piernas y me sumergí entre sus muslos buscando el néctar de aquel joven coñito que comí con fruición. Gemía y se retorcía pero mantenía firmemente separadas las piernas para mejor acceso a aquella parte de su jovencísimo y expuesto cuerpo. Noté los espasmos de un primer orgasmo, como mi boca se llenaba de un sabroso flujo que juro que era dulce, como su boca. Noté a tensión de su cuerpo y como tiraba de mi cabeza y como buscaba mi boca con la suya. Nos besamos con deseo, con pasión, con intensidad. Luego, la hice tumbarse sobre la toalla. Me puse un condón y le separé los muslos, y ella se apoyó en los talones para elevar la cadera, joven, firme, deliciosa, atractiva y facilitarme la penetración.

Apoyé el pene en la entrada de su santuario, aquel coñito joven y fresco, empujé despacito esperando no hacerle daño, me había dicho que era virgen. Y precisamente esa virginidad me excitaba mucho más. Pero no quería lastimarla, no quería que su primera vez le dejara un recuerdo doloroso. También para mí era mi primera vez, era mi primer desvirgue, mi primera virgen, mi primera muchachita. Mi primera flor.

Noté la resistencia de su himen, como las paredes de su vagina, tan firmes como sus jóvenes carnes, resistían la penetración. Fui despacio, tan delicado como pude, con todo el cuidado del mundo. Pronto empezó a jadear, primero suavemente, luego ya con intensidad. La abracé, ella  me abrazó, la atraje, la elevé y la coloqué a horcajadas sobre mí. Ella se abrazó con mucha fuerza y comenzó a besarme el rostro de manera casi incontrolada. Jadeaba con intensidad. Yo hacía ímprobos esfuerzos para aguantar todo lo que podía. Necesitaba, más que quería, darle un gran orgasmo. Dio un gritito, tenso el cuerpo, se apretó contra mí con gran fuerza, dejó escapar un largo gemido y repentinamente comenzó a reírse con risa entrecortada por espasmos hasta que se quedó quieta y comenzó a relajar el cuerpo poco a poco. Entonces me corrí yo y al notarlo, me volvió a comer la cara a besos mientras me daba un abrazo muy fuerte.

Luego nos quedamos acostados sobre la toalla y no pude resistirme a acariciarle el duro cuerpo, la suave piel. Nunca pude imaginarme tanta firmeza, tetas tan duras, nalgas tan firmes, boca tan dulce pero ni mucho menos podría imaginarme que aquella niñita con trencitas, uniforme de colegio, tímida, delgaducha, desgarbada, feucha y con brackets acabaría volviéndome tan loco.

No acabábamos de recobrar el resuello cuando nos volvimos a abrazar, volvimos a follar, rodamos sobre la arena que se nos metía por todos lados, pero no importaba, era un momento sublime. Agotados nos quedamos quietos, sobre la arena, luego ella se levantó, saludó mano en alto a  los ocupantes de un yate que cruzaba frente  a la playa.

―¿Les conoces? ―pregunté inquieto.

―No, pero quiero que me vean feliz.

―Y desnuda.

―Desnuda, feliz y toda una mujer ― Luego se volvió hacía mi, me besó en la frente y dijo ―te quiero tonto ―luego corrió nuevamente al mar para zambullirse como la sirena que cada vez más me parecía ser.

Esa fue la primera vez que follamos.  A lo largo del verano volveríamos a aquella misma playa y haríamos sexo. También en mi casa cuando me quedaba solo.  Nunca podré olvidar aquellas tetas duras y firmes, aquellos labios golosos, aquel coñito jugoso, aquel culo compacto y aquellos muslos tornados. Tampoco podré olvidar la música de su voz, ni el olor de su pelo ni el sabor de su boca.

Vecino enamorado

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