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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Katia se inicia con Mateo
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Regresaba a casa después de un día de trabajo y para recortar camino atravesaba por un jardincito frecuentado por personas con sus mascotas. Allí me encontré con Katia, una vieja amiga a la que hacía casi un año que no veía. En aquella ocasión habíamos estado follando toda la tarde, porque Katia y yo somos amigos con derecho. Nos habíamos conocido hace una friolera de años, ella aún estaba casada y yo comenzaba mis escarceos fuera del matrimonio. Nos acostamos pocas veces pero todas fueron grandes polvos. La primera vez que estuvimos juntos, ella seguía con su esposo y para mí era solo un intento más de follar con alguien fuera de casa. Sin embargo además de un polvazo fue el comienzo de una amistad profunda y sincera y de una quizás un poco extraña relación sexual. No nos buscábamos pero cuando nos encontrábamos follábamos como posesos.

Tengo que reconocer, que pese a la edad y ciertos problemas de salud, es una mujer muy atractiva. Relativamente alta, ojos luminosos, boca tentadora, expresión dulce y alegre, buena figura y excepcional culo. Quizás su punto flaco sean los pechos, demasiado caídos y que le desagradan; a mí no me importa. Tiene dos cosas que para mí son extraordinarias, un carácter tremendamente alegre y optimista y que cuando hace algo pone todo su empeño en que salga lo mejor posible. Eso incluye al sexo donde se entrega plenamente en cuerpo y alma.

Hasta hace un año, cuando empezamos a distanciarnos por un malentendido, disfrutábamos de mutua plena confianza y nos hacíamos confesiones íntimas y nos contábamos nuestros problemas y preocupaciones.

Nos encontramos sorpresivamente, nos saludamos un poco fríamente y después de un intercambio de cumplidos y preguntas protocolarias me ofrecí a acompañarla.

—Así me ayudas con este —dijo con una sonrisa.

Este era un perro de mediano tamaño y raza indefinida, aparentemente cruce de perros de caza. Me contó que aburrida de estar sola y dispuesta a dar un giro a su vida, le había adoptado.

Recorríamos uno de los caminitos del parque parloteando de banalidades cuando Katia se quedó en silencio, pensativa.

—¿Me puedes guardar una confidencia? —preguntó con tono circunspecto.

—Sabes que sí, siempre has podido confiar en mi ¿Qué es lo que sucede?

—Mateo quiere follarme —dijo con una inimaginable timidez en ella.

—¿Y quién es Mateo? —pregunté necesariamente.

—Mateo es ese.

Levanté la cabeza para buscar con la mirada por los alrededores algún hombre, joven o viejo, que pudiera ser el dicho Mateo.

—No, no, Mateo es… Mateo es el perro.

Me quede muy sorprendido, a Katia le encanta el sexo y nunca se negó a nada pero no me la imaginaba zoofílica. La miré e inverosímilmente se había ruborizado.

—¿Estás segura de eso?

—Ha intentado montarme varias veces en casa.

—¿Está castrado, verdad? Porque los perro de los albergues suelen entregarse castrados.

—Supongo que si, cuando lo adopté me dijeron que me lo darían castrado pero… pero le he mirado y lo tiene todo.

No pude por menos que reírme con su explicación, más propia de una niña que de una mujer madura, adulta y doy fe que sexualmente muy experta.

—Tiene fácil solución, es una operación muy sencilla y prácticamente indolora, cualquier clínica veterinaria puede hacerlo.

—No, no, no eso...

—¿No es eso qué…?

—No quiero castrarle.

Me quedé sin comprender nada y como pude le pregunté— ¿Entonces qué …?

Pero no pude completar la pregunta porque se anticipó y con las mejillas totalmente rojas contesto con susurros—Quiero que me monte…

—¿Tu perro?

—Si, si… quiero que me monte, quiero follar con Mateo…

Los dos nos quedamos en silencio. Nos habíamos contado muchas cosas, incluso algunas muy íntimas como cuando se acostó con el marido de una amiga; sin embargo, nunca me imaginé verme en esa situación. Fue ella quien rompió el silencio—¿Puedes ayudarme?

—¿Y cómo puedo hacerlo?

—Bueno, eres biólogo.

Es cierto, soy biólogo, pero no tenía ni idea de como intervenir en un acto sexual entre un macho de Canis lupus familiaris y una hembra humana.

—Pero en mis estudios nunca me han enseñado a eso…

—Siempre has tenido perros.

Un nuevo silencio hizo más complicada la situación y nuevamente fue ella quien lo rompió— Te estaría muy agradecida.

Su mirada fue lo suficientemente elocuente como para comprender su ofrecimiento y sobre todo para entender que tenía necesidad de ser montada por Mateo. Acepté y nos fuimos a su casa. En el elevador, el perro intentó copular con sus piernas así que le pedí que no hiciera nada con Mateo hasta que no le aclarara ciertas cosas.

Nos sentamos en su pequeña sala de lectura y basándome en mis estudios y el hecho de ser de pueblo y haber tenido siempre perros en casa, le di una pequeña charla acerca de las cosas que sucederían. Le hablé de la dificultad para la penetración por ser dos especies muy diferentes anatómicamente y por la diferente talla entre ambos. Le expliqué que la eyaculación de los perros es muy abundante y el esperma muy líquido. También le indiqué la existencia del bulbo del glande; le dije que era como un globo que al hincharse dentro de la perra impide que se salga el pene mientras dura la cópula y que eso puede ser mucho tiempo. También le recordé que Mateo no iba a ser tan considerado como los amantes que había tenido anteriormente y que podría resultar algo brusco e incluso brutal. Ella me escuchaba en silencio y solo asentía tímidamente con la cabeza. Creo que di una buena lección de etología canina.

Pese a las dificultades que señalé mantuvo su intención de ser montada por su perro, así que le hice una serie de propuestas acerca de cómo hacerlo, y cómo resolver cosas que pudieran pasar. Después hicimos un simulacro, una especia de ensayo general; ella iba haciendo lo que yo le indicaba. Algunas cosas las dejamos para la improvisación. Mateo no lo puso fácil porque intentó montar a Katia varias veces sujetándola con las patas por las piernas e incluso por la cintura poniéndose a dos patas.

—¿Ves lo que te decía…? —se justificó Katia.

Para evitar situaciones embarazosas en un futuro, solo se dejaría montar en el cuarto donde tenía su cama Mateo y después de un determinado ritual que incluía algunas palabras clave. También que iría recién bañada y sin perfumar, esa era una forma de que el perro relacionara aquellos signos y ritos con la monta de su dueña.

Katia se levantó y se fue a su cuarto seguida por Mateo que se enroscaba en sus piernas. Se desnudó completamente y dejó la ropa cuidadosamente extendida sobre la cama. Eso se lo pedí para que se le fueran un poco los nervios. Luego se fue al baño, con dificultad porque su mascota estaba muy excitada, y se duchó solo con agua, incluso el pelo. Luego se secó e inesperadamente regresó a su cuarto, abrió un cajón y sacó un top, amarillo intenso de botones, que solía ponerse para follar y ocultar sus tetas que la acomplejaban.

—No, no, desnuda del todo —le dije pensando en la posibilidad de que introducir muchos símbolos complicara mucho lo que se pretendía.

—Es que me da un poco de vergüenza, tengo las tetas muy chupadas y caídas y me lo pongo siempre para follar.

—¿Con Mateo vas a follar o a hacer el amor?

No respondió, sencillamente se lo quitó y volvió a dejar en su sitio.

Katia llamó a Mateo, le puso la cinta de paseo y lo llevó al cuarto del perro donde la sujetó en un perchero de la pared. Después, según habíamos planeado, ella despejó un espacio en el centro del cuarto donde extendió una jarapa. Luego se fue al perro y le colocó en las manos delanteras unos calcetines altos, muy coloridos. Al acabar de ponérselos le soltó la cinta del collar, le besó en la boca y le dijo— Pórtate bien Mateo y hazme el amor.

Esas no eran las palabras acordadas pero Katia insistió y volvió decirlo— Hazme el amor Mateo —Se giró colocándose sobre la jarapa a cuatro patas dándole la espalda a su perro que se acercó yo diría que desconfiado por la actitud de su dueña y mi presencia.

—Hazme el amor Mateo —dijo Katia con voz muy clara, y noté que ansiosa.

Mateo se levantó y, apoyando las patas delanteras sujetando la cintura de su dueña, movió frenéticamente la cadera intentando introducir su pene, en la vagina de la hembra que se le ofrecía. Fracasó varios intentos y ambos parecieron verse sometidos a una desesperante desazón. Le pedí a Katia que separara sus rodillas para bajar su vulva hasta la altura que permitiera el acceso de Mateo. Obedeció pero aún así Mateo no era capaz de penetrarla porque no encontraba el orificio vaginal. Así que opté por echar literalmente una mano y con todo el cuidado que pude, tomé el pene del perro y lo acerqué todo lo posible al coño de Katia, mientras con la otra mano empujaba hacia abajo, por el coxis, la cadera de mi amiga. Luego empujé a Mateo por la grupa y por el gemido de ella comprendí que había logrado que el pene del perro estuviera donde su ama deseaba.

Mateo tomó un ritmo frenético golpeando con vigor contra las nalgas de Katia que gemía y jadeaba hasta que con cierto tono de susto exclamó— ¡Oh dios, oh dios, creo que se está corriendo.

Mateo había eyaculado abundantemente y parte del semen se desbordaba del coño de mi amiga.

—¡Oh dios, oh dios! ¿Qué es eso…? —Su voz sonaba angustiada y tras una breve comprobación visual, le acaricié cariñosamente el cabello para calmarla, mientras le explicaba que “eso” era el bulbo del glande. Se lo había advertido antes pero no pareció darle importancia. No quise decirle que el bulbo de Mateo era más grande de lo que habitualmente suelen ser, quizás fuera debido a la mezcla de razas. Sin embargo ella pareció darse cuenta de algo.

—¡Es enorme y está creciendo dentro! Ooooooooooooohhhhhhh dios que gusto.

Por los gemidos era evidente que Katia estaba alcanzando el clímax pero llegó un momento complicado cuando Mateo casi se suelta al intentar pasar una de sus piernas sobre la espalda de Katia y quedar apoyado sobre sus cuatro patas y enganchado a su ama por el bulbo de su pene. Intervine lo justito para impedir que se separasen pero luego vi que no hubiera sido necesario, el bulbo era realmente enorme y Katia hacía fuerza con su vagina para sujetarlo.

—Ooooooooooooohhhhhhh dios que gustito Mateo — gimoteaba Katia.

Quise irme pero ella me lo impidió—¡Quédate, por favor, quédate!

—Estaréis mejor solos —alegué porque la visión de aquel espectáculo me resultaba muy fuerte y mi excitación me había llevado a unas ganas locas de masturbarme para poder desahogarme.

—Me gustará más si me miras.

La escena, mi amiga Katia y su perro dándose la espalda y enganchados el pene de él en la vagina de ella me martirizaba. Mateo jadeaba con la lengua fuera mirándome satisfecho. Katia había entrado en una sucesión de orgasmos que anunciaba con sus habituales expresiones de placer—Ooooooooooooohhhhhhh dios que gusto. Me corro, me corro, me corrooooooo. Así, así, oooooooh dios, asiiiiiiiii. —Más, más, más… oooooooooh dios, maaaaasssssss. ¡Hazme el amor Mateo, hazme el amor…!—

—Pero no puedo soportarlo Katia, estoy muy incómodo.

—Acércate que te la chupo.

Mi amiga con un gesto me indicó que me acercara, y abriendo la boca, como por otro lado solo ella sabe hacer. Las mamadas de Katia son fantásticas, su boca es grande, sus labios carnosos y su lengua experta y juguetona. Esa simple propuesta me relajó la excitación por la perspectiva de algo mejor que una solitaria paja. Katia es de las que llegan hasta el final y se lo traga todo. No esperé más, me bajé los pantalones y el slip y se la metí en la boca con apresuramiento. No tardé en acabar en el fondo de su garganta mientras ella seguía unida a Mateo por el coño. He de decir que fue la mejor mamada que me habían hecho y que celebré con el mejor de mis rugidos.

Lo que vino después fue más de media hora larga de orgasmos, gemidos e incluso frases muy subidas de temperatura que no hizo más que volver a aumentar mis ganas de sexo.

Cuando Mateo se soltó, un chorro de esperma brotó del coño de Katia. Mientras el perro se dedicaba a lamerse el pene, ella se puso en pie y sobre la pálida piel destacaban gruesos hilos brillantes de esperma, que bajaban por la cara interna de de sus muslos, saliendo de su vagina y resbalando hasta el suelo. Cuando ella los notó, pasos sus dedos por ellos y llevándolos golosa a la boca lo probó.

—No está nada mal. No es el mismo sabor pero no está mal, me acabaré acostumbrando.

—¿Vas a repetir? —pregunté desilusionado.

—Será mi amante, tendrá prioridad sobre todos los demás machos.

A veces, las palabras de Katia me desconciertan.

—¿Entonces…? —pregunté interesado.

—Tú siempre tendrás un sitio.

Esperé que se duchara nuevamente y salimos los tres juntos de su casa a tomar una copa en un bar cercano. Bajando en el elevador preguntó —¿Qué tal he estado?

—Me has hecho una mamada fantástica, la mejor de todas.

—No tonto, con Mateo.

—Por tus gemidos y lo mucho que hablaste me parece que muy bien.

—¿Y qué tal lo hizo Mateo?

—Por tus reacciones creo que muy bien aunque es solo puedes decirlo tú.

—Ha estado genial, me siento genial, estaba muy salida y Mateo me ha dejado genial…

A veces Katia abusa de la palabra genial, pero solo cuando se siente genial.

Al llegar al portal, se agachó cogiendo a su perro por las orejas y le besó en el hocico y después le abrazó con fuerza—Mateo, me has hecho muy feliz —luego se me quedó mirando con gesto serio y me recomendó—no se lo digas a nadie o te arrepentirás.

Nos encontramos con una muy buena amiga común que nos saludó alegremente— Buenas tardes pareja.

Estuve por decirle trío, después de lo que había pasado pero me callé.

Nos fuimos a una terraza y nada más sentarse, Katia se inclinó hacia su amiga y le dijo— Me he follado a Mateo.

Su amiga me miró, me encogí de hombros y un rato después, los dos nos fuimos dejando a Katia camino de su casa con Mateo enroscado entre sus piernas…

SR44

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