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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
La sombrilla fucsia
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Pasada la fecha navideña viaje con Claudio, mi novio, lo aclaro para mejor comprensión, a la ciudad de Mar del Plata. Nuestra intención, disfrutar tres días de playa antes de finalizar el año.

El primer día junto al mar, la temperatura fue hermosa. Día a pleno sol, con algunas ráfagas de viento cálido. Muy próximo a nosotros voló una sombrilla fucsia. Claudio corrió para atraparla. Logró alcanzarla y devolverla a sus dueños. Un hombre pelirrojo, fornido de unos sesenta años y su esposa; bajita, cabello corto negro, con linda sonrisa, vestida con una malla entera, de color verde agua, que aprisionaba su voluminoso trasero y amplias caderas.

Ella le dio las gracias y con una sonrisa preguntó― ¿Sabe clavarla?

Mi novio le respondió sonriendo y dijo mirándola a los ojos― Lo intentaré.

Con ese incidente comenzó nuestro diálogo, ameno y lleno de preguntas por parte de ella. Se llama Elvira y su marido Bruno. Nosotros nos hospedamos en el hotel Antártida y ellos también. Elvira no paraba de hablar. Peguntó por nuestras esposas o novias. Debimos decir que nuestras novias estaban en Buenos Aires, que somos amigos, que compartimos la vivienda por motivos laborales. Y otras explicaciones.

Más tarde, Elvira sugirió a su marido meterse al mar pero é se negó, estaba entretenido mirando dos hembras voluptuosas que contorneaban sus cuerpos a pocos metros nuestros. Claudio y yo acompañamos a Elvira que caminaba orgullosa entre nosotros.

Ingresamos al mar. Debido a la estatura de Elvira, a pocos pasos; el agua le llegaba al pecho. La primera ola grande que nos golpeó, y la arrojó sobre Claudio que se encontraba a su espalda. Nos reímos los tres y continuamos enfrentándolas tomados de las manos. Creo que ella disfrutaba cada golpe de agua que la empujaba sobre Claudio. Casi siempre de espalda hacia contacto con el paquete de mi amigo. Por un momento que me alejé de ellos vi que intercambiar palabras. Ambos sonreían.

Volvimos a la sobrilla fucsia y Bruno exclamo― ¡Que pronto regresaron! ―Habían transcurrido noventa minutos. Luego regresamos al hotel. Nosotros al piso dos, ellos al cuatro.

Durante la cena volvimos a vernos. Intercambiamos algunas palabras proyectando juntarnos en la playa― Por si acaso se vuele la sombrilla ―Dijo Bruno.

Elvira agregó― Creo que Claudio sabe hincarla mejor que vos.

Nos reímos y nos despedimos.

Segundo día de playa luego de la noche durmiendo junto a Claudio. Su verga siempre rozando mis glúteos desnudos no volvía al estado de flacidez. Debí chupársela hasta que descargó la tensión acumulada en la playa cuando el culo de Elvira lo golpeaba. Luego nos quedamos dormidos.

Ese segundo día ya éramos amigos de Elvira y Bruno. Juntamos nuestra sombrilla a la suya. Éramos como una sola familia.

Cuando incrementó el calor al punto de necesitar mojarnos. Los cuatro caminamos hasta el mar. Elvira saltaba cada vez qué llegaba la ola y el agua la arrojaba sobre alguno de nosotros.

Bruno protestó―Ten cuidado Elvi, estás molestando a los amigos.

Claudio justificó― Las olas vienen con fuerza.

Al cabo de treinta minutos, Bruno volvió a la sombrilla con la excusa de cuidar las pertenencias. Desde ese momento, Elvira saltaba cada vez que llegaba la ola y caía en los brazos de mi amigo que siempre estaba en la posición justa para recibirla. Claudio se mantenía con el agua llegándole sobre el ombligo. Creo que ocultaba su erección. Seguramente Elvira dando manotazos para mantener el equilibrio le había tocado el pene, crecido y duro, de mi amigo. Eso hacia su delicia. Yo la veía contenta, brincando ágilmente en el agua. Estaba rejuvenecida.

Cada vez que una ola la arrojaba sobre Claudio, permanecía mucho tiempo disfrutando el contacto de su verga apoyada en la cola. Yo, por mi parte hacia juegos acuáticos separado de ellos para permitirles mayor disfrute.

Llegó el momento de regresar al hotel para ducharnos, quitarnos la arena y cambiarnos. Mientras nos bañábamos, Claudio me dijo mientras se jabonaba la verga― Mañana será para Elvira, está loca por sentirla dentro suya.

Esa noche después de cenar fuimos los cuatro al casino. Apostamos cantidades pequeñas. Elvira, Claudio y yo perdíamos apuesta tras apuesta. Bruno, ganaba.

Se reía ella y dijo― Dicen que si te va bien en el juego, te va mal en el amor.

Bruno contestó― Ahora estoy jugando y quiero que me vaya bien en el juego.

Claudio y yo nos reímos

El tercer día cuando desayunamos nos percatamos que teníamos por delante un día nublado y ventoso. No haríamos playa. Bruno se adelantó a decir que iría al casino a continuar ganando. Nosotros decidimos caminar por calles no conocidas aún. Elvira dijo que iría sola a mirar vidrieras de prendas de vestir; Iría durante el tiempo que. Bruno permaneciera jugando.

Nos despedimos y salimos por la rambla rumbo al puerto. Cuando habíamos recorrido tres cuadras, Claudio me dice que volverá para encontrarse con Elvira en la calle Rivadavia. Yo debía seguir caminando hasta cansarme y regresar al hotel sin pasar junto al casino.

Cuando regresó Claudio.me encontró escuchando música instrumental en la habitación. Afuera había comenzado a llover. Y yo imaginaba que mi novio había gozado. La expresión de su rostro lo decía todo.

Se quitó las prendas que lo cubrían y entró desnudo al baño. Su verga colgaba flácida, únicamente el glande, con forma de sombrerito, mantenía su forma aunque más pequeño. Cuando salió envuelto en un toallón blanco le pregunté cómo le había ido.

Claudio se sentó junto a mí en el único sillón de la habitación y comenzó diciendo― Fuimos a un hotel para parejas de aquí, calles adentro. Elvira tenía puesta una prenda transparente con encaje. Me besó con pasión, en el mar ya había tocado mi miembro sobre el pantaloncito. Ahora lo tenía todo desnudo al alcance de sus manos y su boca. Cuando la desnude, dijo que no mirara las estrías en su barriga. Estaba prolijamente depilada y en cremada.

Cuando llevé mi mano a su vulva hinchadita, estaba muy húmeda y caliente. Sus pechos grandes cobraron firmeza sus pezones oscuros crecieron. Se los mordí mucho, se agitó y pidió se la pusiera en la boca. Cuando se la brinde le llamo la atención el tamaño y forma de la cabeza. En pocos minutos Elvira, dijo que deseaba que la penetrara.

Se la froté entre los labios vaginales hinchados. Comenzó a gemir y giré su cuerpo dejándola con el culo a mi entera visión. Glúteos grandes, blancos, carnosos y dóciles a mis dedos que llegaron hasta la puerta trasera. Le apliqué masajes circulares con lubricante hasta notar una mínima resistencia a mis dedos cuando presionaba hacia adentro.

Volví a girarla para mirarla de frente. Se colgó con sus brazos de mi cuello, recogió levemente las piernas para brindarme su vulva más abierta. Me dejé caer sobre ella que abría su boca para que mi lengua la invadiera al tiempo que mi verga llenaba su canal vaginal.

Le sobrevino un temblor general y gemidos continuados. Temblaba toda, como si estuviera con frio pero su cuerpo hervía. Al cabo de pocos minutos le di estocadas a fondo. Ella ya no reaccionaba, había tenido muchos orgasmos.

Levante sus pies a la altura de mis hombros. Mis manos aprisionaban sus glúteos. El dedo mayor de mi mano derecha le entraba por atrás mientras le llenaba la vagina de esperma. Cuando se la saqué dijo― ¡Estuvo fantástico! ―Y suspiró profundamente.

Nos besamos, lamí sus pechos, nos miramos a los ojos.

― Fue hermoso ―Dijo y llevó una mano hacia abajo para tocar mi miembro― ¡Está aún duro! ― Exclamó y agregó― A Bruno se le ablanda con una vez, una vez por mes.

Se la puse en los labios carnosos por segunda vez. Su boca ávida; la hizo entrar cuanto pudo. Ni la forcé a más

Mis dedos hurgaban su culo masajeado, dilatado, lubricado y entregado. Nada hablamos pero ambos sabíamos lo que iba a pasar. Giré su cuerpo cruzado en la cama, colocándola boca abajo con una almohada debajo el vientre.

Levantó los brazos y los pies cuando le presioné la entrada con el glande. Lleve una mano a su clítoris, la moví y lo toque; estaba durito. Presioné más y llegué al segundo anillo. Dio un pequeño grito y me detuve.

Dijo― ¡No aguanto más!

Continúe sin moverme acariciando su botoncito de placer. Empujé una vez más y se agito, pero ya podía gozarlo todo adentro de sus entrañas. Comencé a bombear suavemente, acelerando hasta sentir que me venía.

Abrí sus nalgas para ver su puerta abierta al máximo cuando después de llenarla de semen la saque muy mojada y acompañada de nuestros jugos. La puerta quedo a mí medida, roja y brillante

― Todo bien le dije pero vinimos a pasar bien los dos y vuelvo como llegue.

― Dame tiempo a recuperarme ―Pidió Claudio que agregó― Nos queda una noche de hotel, salimos mañana a las diez.

Rober

 

 

Claudio

Rober nos habla de Claudio, uno de sus amantes

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