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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Masaje con amor
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Hola, quiero contarles cómo fue mi primer día del año 2023.

La noche anterior, en medio de los festejos me prometí que comenzaría el año quemando todas las calorías ingeridas. Para eso hacía falta que hiciera ejercicio, caminatas, trote o una sesión prolongada de buen sexo.

Ese día, en la puerta del edificio donde resido, me encontré con mi amigo Rober.

A media mañana del primer día del año, calzando zapatillas cómodas, remera de algodón blanco, ajustada y corta; abajo, pantalón de jean, pequeño para cubrir sólo la mitad de mi voluminoso traste.

Rober, y yo nos dirigimos a la entrada del parque lineal. Comenzamos a caminar con paso firme a fin de alcanzar el precalentamiento muscular antes de trotar.

Sobre mi espalda llevaba una mini mochila con una toalla, pañuelitos de papel y una botella de agua. Mi amigo se ofreció a cargarla y se la cedí inmediatamente antes de que se arrepintiera.

Sólo algunas pocas personas habían decidido comenzar el año haciendo ejercicio físico. Nos cruzamos en el camino con gente mayor disfrutando el parque y caminando despacio.

Luego de transitar la mitad del recorrido hasta el final, vi un chico trotando en dirección opuesta. Al punto de cruzarnos nos miró, sonreí y le dije a Rober― Está rebien el flaco, nunca lo vi antes.

Mi amigo me respondió― Quizás sea la primera vez que viene. Pregúntale.

Llegamos al final del recorrido, bebí un sorbo de agua y sugerí trotar todo el recorrido de vuelta. Así iniciamos de regreso a la entrada, ya un poco agitados, con calor y transpirando .A esa hora se habían sumado más personas a las caminatas.

Atenta al movimiento de la gente divisé que el flaco volvía y que volveríamos a cruzarnos. Me desaté un cordón de las zapatillas para tener una excusa para parar frente a él. Y así fue mientras Rober, se reía.

Cuando estuvimos a tres metros de él, me detuve y me incliné para llegar a la zapatilla. El chico se detuvo y acercándose dijo― Permíteme que acomode sus cordones para que no se aflojen.

―Gracias ¿cómo te llamas? ―Pegunté con felicidad.

Dijo llamarse Juan, y es de la zona. Reside en un departamento de la calle Jonte, que comparte con un amigo también de su edad, y ambos trabajan en lugares distintos pero muy próximos. Luego de esta presentación, los tres continuamos caminando juntos hasta terminar la tanda de ejercicios y acordamos vernos a las veinte horas en la puerta de mi casa.

La noche llegó con aumento de temperatura y humedad.

Cuando llegó Juan, acompañado de su amigo, comenzó a llover suavemente. Nos dirigimos en dirección a la casa de Juan donde encontraríamos un lugar para compartir un trago. La lluvia aumentaba y apuramos el paso. Detrás, nos seguían Rober, y el amigo de Juan, que propuso ir a tomar algo en su casa, y acepté. Gregory y Rober, decidieron dejarnos solos y se fueron buscando otro destino.

Me gustó mucho su departamento, sencillo, bien iluminado y limpio. Tomamos café y Juan, me contó que había llegado a Buenos Aires desde Azcona Salta; desde el extremo norte del país. Estudió kinesiología y está trabajando en una clínica médica de la zona. Me enseñó una camilla para hacer masajes y sus elementos de trabajo.

Me causó risa pensar que un día, pudiera estar en sus manos recibiendo tratamiento. Se lo dije y me reí mucho.

― Es erotizante para una chica recibir masajes de manos de un hombre ― Dije mirándolo y pregunté― ¿Qué te provoca masajear el pecho de una chica?

― Si masajeo un pecho hermoso como el tuyo... seguramente no podré evitar un tener un síncope ―Me respondió

Volví a reírme de su afirmación, y le dije― Un día vendré a probar tus masajes en mi espalda, es una zona propensa a dolerme por malas posturas.

― ¿Quieres probar hoy? Me encantaría aliviar tus cervicales ―Dijo con seguridad.

― ¡Dale! acepto probar tus habilidades ―Respondí riendo quizás por el nerviosismo de apenas conocerlo.

Depositando un toallón blanco en mis manos, me indicó que pasara al baño, que me quitará la remera y el short, y cubierta con el toallón me acostara en la camilla. Cuando salí del baño, Juan había colocado sobre la camilla una funda blanca; había cambiado su remera por una musculosa sin mangas que remarcaba sus fuertes brazos.

Me ayudó a instalarme boca abajo sobre la funda blanca Descubrió mi espalda, recogiendo la toalla hasta mi cintura. Aplicó aceite para masajes y comenzó a sobarme las clavículas. Sus manos fueron quitando tensión y contracturas desde la base del cuello, en toda la extensión de mi columna vertebral. Lo experimenté hermoso y delicioso a su tratamiento También masajeo mis brazos desde sus nacimientos hasta la palma de las manos.

― ¿Cómo te sientes? ―Me preguntó.

― ¡Muy bien! ―Respondí.

―Si quieres, continuo con las piernas―Dijo.

― ¡Dale, Juan! ―No dudé en responderle

Era muy profesional y sentir sus manos me agradaba demasiado, para desaprovechar la oportunidad

Se puso junto a mis pies y comenzó a tratar dedo por dedo. Subió con su masaje por mis tobillos, pantorrillas, y a deslizar sus dedos en mis muslos. No sé qué sentiría Juan, pero yo estaba sintiendo hormigueo en la entrepierna.

Sus movedizos dedos aceitados llegaban hasta la parte interna de mis muslos, provocando que mi respiración se acelerase.

Creo que moví la cabeza y preguntó― ¿Pasa algo, Belu?

― Todo bien, me encanta ― Respondí y separé unos centímetros mis piernas, que estaban juntas.

El percibió el movimiento y dijo― Así está mejor.

Nuevamente sus dedos aceitados me deleitaron llegando a la parte interna de mis muslos y por momentos a rozar mi vulva.

Sin decir palabras, Juan plegó al toallón sobre mi espalda, dejando al descubierto mi trasero, apenas cubierto con una tanga negra encajada en la profundidad de mis glúteos.

Extendió aceite sobre ellos y continuo con su masaje haciendo círculos y haciendo pasar una mano de perfil entre mis glúteos carnosos. Otras veces llegando con la punta de sus dedos a mi sexo ya mojado y antojado de algo más.

Transcurrieron algunos minutos más de masajes hasta decirme― ¿Damos vuelta el cuerpo Belu?

Respondí girándome. Mis pezones estaban duros, la tanga muy húmeda, mi respiración un poco acelerada y sentía calor en las mejillas. Cuando dirigí mis ojos a Juan. Vi el crecimiento de un bulto importante debajo la línea del cinturón.

Me miró a los ojos cuando aplicaba aceite a mis tetas. Únicamente le sostuve la mirada, sin decir palabras. Sus manos se abalanzaron sobre mis pechos, amasando en un masaje muy suave y aprisionando los pezones entre dos dedos.

Llevé una mano a la hebilla de su cinturón, lo desabroché y acaricie su pene por sobre la tela. El bajó su cabeza y acarició con su lengua mis duros pezones. Moví la cabeza y suspiré, era una sensación muy rica sentir su lengua caliente sobre esa piel tan sensible. Mi suspirar lo motivó a apoyar sus labios en mis labios al tiempo que deslizaba la tanguita por mis piernas aceitadas.

― ¡Quiero verte desnudo! ―Le dije en tono de súplica.

En un segundo, Juan estaba sin pantalón ni calzoncillos y quitándose la musculosa.

Me senté en la camilla con las piernas colgando. Él se paró entre ellas y nos abrazamos con fuerza. Con mis piernas abracé su cintura y me levantó un poco colocando sus manos debajo de mi trasero. Así coincidió la punta de su pene, muy duro, con la entrada que le brindaba los labios de mi vagina deseosa de recibirlo.

Haciendo derroche de su fuerza de macho me subía y bajaba violentamente sobre su herramienta, llegando a meterla al tope. Los labios abiertos de mi vagina recibían los golpes de sus bolas cargadas de semen. Yo me estaba viniendo a chorros, todo mi cuerpo temblaba cuando golpeaba mi cérvix con la cabeza de su verga.

Volvió a apoyar mi espalda en la camilla. Sacó su verga de mi interior y descargó el semen sobre mis pechos al tiempo que con dos dedos hostigaba mi clítoris haciéndome convulsionar por el nuevo orgasmo

Esa noche, antes de regresar a mi casa lo hicimos dos veces más.

Una montándolo sobre la alfombra. Flexionando mis rodillas para subir y bajar mientras Juan, se deleitaba con mis tetas. Cuando llegué al clímax, me dejé caer temblando sobre su pene que también estallaba en lo profundo de mi vagina.

Luego de reponer energías, nos bañamos juntos. Él pasó sus manos jabonosas por todo mi cuerpo.

Yo pasé jabón sobre su espalda. También me di el gusto de enjabonar su culito redondo y firme cubierto de pelos. También higienice muy bien su pene flácido hasta que cobró rigidez nuevamente.

Le di un beso en la cabeza rosada y tersa del pene. Juan me aprisionó fuerte entre sus brazos y llevándome contra la pared de la ducha, apretó la verga entre mis glúteos haciendo contacto con mi ano. Luego acomodó nuestra posición para entrarme por la vagina desde atrás. Y una vez más sentí las contracciones de su miembro descargándose dentro de mí.

Transcurrido un año. Continuamos siendo amigos. Algunas veces me aplica sesiones de masajes con final feliz.

Belu.

Otro relato ...




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