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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Noche de aventura
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Salí de la estación del ferrocarril con mi colega Mónica. Un cartel con el nombre de la ciudad decía que aquella ciudad era el lugar donde había comenzado el desarrollo de una particular industria. Me sentí como si estuviera en medio de la lección en una clase de historia. Mi compañera Mónica consultó su Smartphone y luego señaló hacia una calle desierta.

Debo aclarar que nunca me ha gustado irme lejos por cuestiones de trabajo, especialmente a ciudades, como la de esta historia, en el Norte industrial, frío, húmedo y sombrío.

Mientras caminábamos miré a miré a mi alrededor contemplando la particular arquitectura de la ciudad. Pensé que el aspecto hubiera sido otro si las tiendas estuvieran bullendo de clientes y los restaurantes ofreciendo su carta. Hasta el bar junto al que pasamos distaba mucho de ser un lugar acogedor. Pensé también que esa era una ciudad que se empeña en vivir del recuerdo de una época floreciente, un poco como mi suegra.

Reconozco que no debería ser tan crítica, ya que mi marido también es norteño, nació y se crió en una ciudad parecida a esta. Siempre dice que venir de un lugar como este te da energía vital y que tener tierra bajo las uñas te da una perspectiva diferente de la vida; que es un impulso interno para superarse, pero sin olvidar las raíces. Mi esposo Juan no tenía la mente tan abierta cuando nos conocimos. Creo que apenas había tratado con una poca gente antes de conocerme. Atrás pasar el primer año de mi vida en el Norte de África nos mudamos a la península, por lo tanto, he vivido la mayor parte de mi vida en Madrid. Me siento más madrileña que africana.

Afortunadamente para mí, ahora ambos vivimos en el sur, donde es más agradable, hay más sol y la vida es diferente. Sin mencionar que es más diverso. No me malinterpretéis, no odio el Norte, tiene unos colores para morirse. Pero mi hogar es el sur. Siempre lo será.

Mónica y yo caminamos hasta el final de la calle donde encontramos nuestro hotel. Era el clásico hotel de una cadena presente en todas las ciudades de cierta importancia. No me hacía mucha ilusión pasar la noche aquí, deseaba irme cuanto pudiera. Lo único bueno de este horrible viaje de trabajo es Mónica.

Mónica es diez años mayor que yo y se encuentra en los límites de la madurez pero es de espíritu joven, atractiva y glamurosa. Alta, rubia, relativamente delgada, parece una modelo aunque mantiene una denodada lucha contra las patas de gallo y las líneas de expresión. Tiene un tipazo de impresión, coquetea constantemente y logra en interés de todos los hombres pero también de las mujeres. Un becario la definió con cuatro letras procedentes del inglés: MILF.

A mí me parece que tiene un punto. No es que yo sea lesbiana, nada más alejado de la realidad, pero Mónica me suele alegrar el día y se está convirtiendo en mi amiga. Por eso, cuando ella me pidió que la acompañara a visitar a un cliente acepté inmediatamente, no podía dejar de aprovechar la oportunidad. Desde que conocí a Juan mi lista de amistades se ha reducido. No es que me queje, me siento felizmente casada pero Mónica, que es mi jefa y mi mentor, me da la posibilidad de relacionarme socialmente con más personas.

Lo único que falta en mi vida es un hijo. Juan y yo lo hemos estado intentando todo este tiempo. Creo que es solo la suerte o puede que el destino. Tal vez cuando obtenga mí ansiado ascenso me libere del estrés y llegue el embarazo. Casi estoy segura de ello.

La visita resultó todo un éxito, mucho más de lo esperado. Mónica mantuvo la iniciativa y llevó al cliente a su terreno. Mi jefa es capaz de vender arena en el desierto. Mi papel fue apoyarla discretamente con estadísticas bien elaboradas. Al final de la reunión, habíamos aumentado nuestras ventas y prorrogado el contrato otros dos años. En la sede central se negaban a creerlo hasta que vieran las firmas en los documentos. Tanto es así, que nos garantizaron una sustanciosa prima económica y nos recomendaron celebrarlo aquella noche antes de regresar. Pero Mónica tenía otras ideas en mente.

Me encontraba sobre la cama de mi habitación del hotel, enviando mensajes de texto a mi marido cuando alguien llamó a la puerta. Pregunté quién era y me respondió Mónica que esperaba fuera con una botella de champán y dos copas en las manos. Su cabello rubio caía en mechones sobre sus hombros cubiertos por una blusa de color marfil. Completaba su atuendo un traje de pantalón ajustado y unos bonitos zapatos de tacones altos.

―Sira, lo adecuado es que te unas a mi celebración, pero no podemos hablar de trabajo ni de niños ―dijo sonriendo mientras movía las copas de lado a lado sobre su cabeza.

―No tengo hijos ―respondí haciéndole sitio para que entrara.

―Cierto, nunca has hablado de ellos.

―Es solo que... ―dije sin concluir.

―Por supuesto, no lo has hecho, de acuerdo no hablamos de niños, entonces. ¿Estás embarazada?

―No, lamentablemente no ―dije mientras dejaba escapar un suspiro porque aquella conversación se estaba volviendo sentimentalmente incómoda-

―Por favor, discúlpame, por continuar con el tema pero todavía eres joven, disfruta de tu vida, no hay prisa. Yo de joven era tan divertida como tú.

―Para ser sincera, me gustaría estar en casa con Juan.

―¿Qué? ―Mónica arqueó las cejas con gesto de sorpresa― Tal vez no eres tan joven como pareces.

Me alargó una copa y dijo― sé que tu Juan es un hombre guapo pero de vez en cuando una chica tiene que soltarse el pelo.

Luchaba con el corcho de la botella cuando este salió despedido y con un grito vertió un poco del aquel líquido en las copas mientras decía― Una escapadita nocturna de vez en cuando viene muy bien para muchas cosas, especialmente cuando alguna ausencia vuelve más tierno al corazón.

―Mmmmm, puede que tengas razón, hace tiempo que no salgo por la noche.

―Pues salgamos entonces, pero un traguito antes mientras pienso donde te llevo a tomar una copa.

Mónica bebió a sorbitos y acabó por decir― creo que serás un éxito en los bares, Sira y más aún en una ciudad como esta, hacemos buena pareja, una tigresa y su cachorrita.

Me reí y pensé en mi marido que ahora estaba en turno de noche.

―¿En que piensas Sira?

―Que a todas las chicas les gusta ir de compras, supongo que mi marido pensará que estaré mirando escaparates.

―Ese es el espíritu, niña.

Bajamos al comedor del restaurante del hotel para cenar. La comida era normal y el vino también. Todas estas cadenas de hoteles son iguales. La misma decoración, el mismo servicio. Hasta los clientes son siempre los mismos. No es que sea nada malo, solo es estándar, con un anota promedio de seis sobre diez.

Charlábamos animadamente mientras cenábamos y el vino comenzó a subirme a la cabeza y desatar mi lengua. Pese a todo intenté mantenerme sobria, Mónica seguía siendo mi jefa aunque mantuviera un comportamiento amigable. Así que recuperé mi compostura y mantuve la conversación dentro de las cosas del trabajo. Pero Mónica no pareció contenta y respondió con mirada reprobatoria― Sira, sin charla sobre el trabajo y la oficina. Antes te pedí que dejaras de pensar en el trabajo.

―De acuerdo ―y rápidamente intenté un cambio de tema―¿Cuál es tu programa de televisión favorito?

―Prefiero leer, pero oye, tengo un tema mejor ―y con una sonrisa casi diabólica preguntó―¿Cómo está tu vida sexual?

Me quedé helada, es cierto que un buen vendedor nunca debe ser sorprendido con la guardia baja por una pregunta por incómoda que esta pueda ser.

―Me gusta mi vida sexual ―yo misma me sorprendí por esa afirmación en voz alta. Quizás que desde el comedor se veía como el cielo de la tarde se convertía en noche, y que ya iba por mi tercera copa de vino― no me puedo quejar, supongo que estoy satisfecha.

―¡Jesús! No te preocupes niña, se pone mejor con la edad.

Hubo una pausa densa y entonces Mónica sonrió― siempre pensé que los hindúes inventaron el Kamasutra porque tenían mucho sexo y que por eso sois tantos ahora.

La ignorancia de Mónica era parte de su encanto y el alcohol pareció exagerarla.

―No soy hindú.

―¿Eres musulmana?

―Sí.

Su conversación me hacía desear haber tomado el último tren a casa. Sexo y religión, probablemente hablará de política después.

―Pero te vistes tan sexy, Sira, no de manera cachonda pero es evidente que estás orgullosa de tus piernas, siempre las muestras, y no te culpo, niña, son espléndidas.

―Gracias.

Miré hacia mis piernas. Es cierto, estoy orgullosa de mi figura, aunque a mis veintinueve años es cada vez más difícil de mantener. Hago esfuerzos para ir al gimnasio al menos dos veces por semana y cuido mi alimentación.

―Y noté que te gusta la atención de los hombres en la oficina, los tienes persiguiéndote como si fueran tu séquito, o algo así.

Sonreí.

―Nunca se me había ocurrido ni imaginar que tenía tal reputación, quiero decir que me gusta la atención de los hombres pero nunca me vi como una coqueta.

―Eres una buena chica.

―Supongo que no soy no la chica buena que pensé que era, pero bueno, a todas las chicas nos gusta la atención. ¿Verdad?

―Cierto niña.

Mónica pareció sorprendida cuando el camarero se acercó a la mesa colocando dos copas de champán en nuestra mesa.

―¿Pediste tu esto? ―me preguntó Mónica.

El camarero hizo un gesto hacia una mesa mientras servía― de los señores en la mesa de la esquina, señora.

―¡Oh qué amables! ―Mónica saludó y luego lanzó un beso a la mesa indicada.

Girándose hacia mí murmuró― Tendremos que ir a darles las gracias después de que hayamos terminado nuestras bebidas.

―Por supuesto, estoy de acuerdo ―acepté mientras echaba un vistazo hacia la mesa de la esquina ocupada por un grupo de hombres de negocios de mediana edad, todos casados sin duda y tal vez incluso divorciado. Me recordaron un poco a mi padre.

―Es una pena que estén un poco viejos, creo que podremos soportarlos unos minutos.

Mónica apuró de un sorbo su copa, pasó la lengua por los labios degustándolo―Champán, el mejor estimulante del sexo.

El alcohol volvió a liberar mi lengua―desde las vacaciones no he tenido eso…―y volví a dejar la frase inconclusa.

―Así que volviendo a nuestra conversación anterior. ¿Tu esposo sabe que eres una coqueta? ―Nunca lo había pensado ― y me encogí de hombros mientras bebía de la copa.

―Supongo que a él no le importaría, no es un hombre celoso, nunca lo ha sido.

―Para ser honesta, me gusta totalmente eso.

―¿Te gusta?

―Si, me gusta que sea así, no lo dejes escapar, necesité tres maridos para encontrar un hombre que pudiera hacer frente a mi coqueteo.

―¡Oh!

―Los hombres que no son celosos con las mujeres seguras de sí mismas, de hecho, a la mayoría le gusta presumir de eso.

―Pues es cierto, a Juan le gusta presumir.

Mónica se rió, y luego me señaló mientras hablaba en voz alta. ―Sabía que tu Juan era pervertido.

―Habla bajo, por favor ―Intenté sonar convincente― y no tengo ni idea de por qué piensas así acerca de mi Juan.

―Dime que no es pervertido entre las sábanas ―Mónica se rió mientras movía un dedo frente a mí― no lo niegues, puedo verlo en tu cara. ¡Venga! Prometo que esto se queda entre nosotras, como hermanas, tú me dejas entrar en tu mundo y yo te dejo entrar en el mío.

Para ser sincera no tenía ganas de tener acceso a la vida privada de Mónica pero pensé que tengo trabajar con ella- Al in y al cabo ¿Qué es lo peor que puede pasar de todos modos? Un poco a regañadientes acepté.

―Todo hombre tiene un fetiche, ¿verdad?

― Sí, los interesantes lo tienen.

―Y el fetiche de Juan es...

El mundo se movía en cámara lenta mientras divulgaba información estrictamente privada. Pero sabía que Mónica no iba a ceder hasta que tuviera cada gota de ella. Era como un detective o incluso un concienzudo interrogador. Continué― Bueno, tuvo esta fase en la que lo entregué por unos meses, estoy hablando de hace tres años o más, ahora no.

―Interesante ―continúa.

―Bueno, cuando hacíamos el amor, para condimentar las cosas y después de que empezará a hacerse aburrido comencé a contarle historias, en su mayoría cuentos falsos de lo que había hecho con otros hombres antes de conocerlo. Al principio fue divertido pero pronto se volvió odioso para mí.

―Pero apuesto a que lo excitó.

―Pero me costó tiempo superarlo y sentía sensación de culpa por aquella historia de mentiras.

Todavía no podía creer lo que estaba contando a Mónica y bajé la cabeza avergonzada mientras sentía arder las mejillas.

―Oír aquellas historias le convertían en un semental.

―¿Entonces por qué parar?

―Se dejó llevar un poco y publicó fotos personales mías en Internet. Luego me enseñó los comentarios y me enfadé tanto que dejé de hacerlo.

Eso no ha sido bueno ¿Sigue comportándose así desde entonces?

―Bueno, curioseo de vez en cuando es su computador para asegurarme de que no sigue con mis fotos y salvo las suscripciones a videos de cornudos no hace nada malo ―Y dejé escapar un suspiro.

―¿Y tu actual vida sexual?

―Echo de menos ser follada.

―Tal vez debieras aplicarle un tratamiento con alguna nueva historia.

―¡Oh, oh... ―El rostro de Mónica se iluminó y se animó como si acabara de despertarse― Tengo una idea mejor.

―¿Por qué tengo un mal presentimiento?

―No lo tengas, esto puede ser muy divertido y no volveré a llamarte aburrida nunca más. Vamos a coquetear un poco esta noche y créeme, a tu marido le gustará, al mío le gusta; y después de esta noche ya no tendrás que inventarte más historias para contarle, tendrá toda la inspiración que necesite.

―Pero tengo que llamarlo, necesito hablar con él.

―Haz lo que quieras.

Salí al vestíbulo y mientras lo hacía planeé la conversación mentalmente. Era una práctica que rara vez valía la pena ya que las conversaciones apenas salen según lo planeado. Marqué su número e intercámbianos frases hechas y alguna broma para poder llegar al lugar de la conversación que necesitaba.

―El esposo de Mónica es como tú.

―"¿Te refieres a perfecto?

―Me parece que si ―hice una breve pausa mientras me mordía el labio hasta que finalmente, me tragué los nervios y continué―Lo que quiero decir es ... él tiene el mismo fetiche que tú.

―¿Has estado hablando de mí, de nuestras vidas privadas?

―Mónica y yo estamos muy próximas, somos personas similares.

―Sira, para ser justos ―Juan sonaba bastante molesto, su voz se estaba poniendo tensa― No estoy seguro de si… estoy muy contento de que estés compartiendo cosas así, no es algo normal.

―Eso es todo, Mónica está en la misma posición que yo pero ella tiene más experiencia y a veces cuenta a su esposo sus historias.

―¡Oh! ¿Historias atractivas? Interesante.

Juan parecía estar de acuerdo.

―Juan, lo que propongo es que tu puedes poner objeciones pero jugaré un poco y me haré fotos de mis aventuras y por supuesto, puedes oírlo cuando llegue a casa.

―Solo mantente segura, no hagas nada estúpido.

―No te preocupes, tendré el control.

Un montón de voces resonó en el vestíbulo mientras un grupo de clientes llegaba desde la calle.

―Escucha, me tengo que ir.

―Te amo.

―¡Oh!... una última cosa. Seguro a que no crees que estoy sola ahora ... ¿verdad?

―Oye, vamos, he dicho mil veces que lo siento. Y te lo prometo, no puedo esperar a que vengas a casa, sana y salva, pero con mucha inspiración.

―Buenas noches, mi amor.

Colgué el teléfono y di media vuelta hacia el restaurante. Me encontré a Mónica en la entrada.

―¿Solucionado?

―Sí, creo que es hora de empezar la fiesta.

―¿Juan está de acuerdo?

―Sí.

―Estaba segura de ello.

Me había emocionado y me sentía como más joven. De repente recordé a los hombres que nos invitaron a champán.

―Creo que podríamos agradecerles a los de la mesa de la esquina las copas de champán.

―No te molestes los imbécil esos pensaron que éramos putas.

―¿Tan mal vestidas estamos que tenemos ese aspecto?

Reímos confiadas mientras salíamos a la calle. El aire de la noche era frío y caminé con los brazos cubriendo el pecho y lamentando no llevar una chaqueta sobre mi ligero vestido negro. Caminamos por una calle tranquila y relativamente oscura con tiendas intercaladas por lo que yo llamaría bares de viejos. No era esa mi idea de la vida nocturna así que nos dirigimos hacia otra calle más iluminada y con más gente fuera. De repente Mónica de repente me agarró del brazo y tiró de mí hacia un bar de aspecto áspero y dividido en pequeños habitaciones o reservados. Cada reservado tenía sus propios personaje, olor a cerrado, alcohol y comida. Yo era la única chica morena, de hecho, Mónica y yo éramos las dos únicas mujeres aparte de la desaliñada camarera. Noté las miradas, los ojos de todo el mundo estaban fijos en nosotras. Me arrepentí de haber entrado pero Mónica pronto comentó a charlar con los parroquianos como si los conociera de toda la vida. Mónica pidió bebidas que cargó en la tarjeta de la empresa. Comencé a sentirme incómoda y como una tonta cuando Mónica comenzó a hablar con una inmensa mole de músculos. Los minutos pasaban lentamente, demasiado muy lentamente, y la soledad pronto hizo acto de presencia. Me pregunté si la noche había sido un gran error. Por un lado, todavía no había visto a un hombre guapo y me pareció que el local estaba poblado de inadaptados y un poco de clase muy baja. Me gusta estar con gente pija.

Luego vi a un joven, tenía aire de estudiante cuando se me acercó y se presentó como Elías. Fue muy educado y habló con suavidad. Hubo un tiempo en que mi madre hubiera aprobado a Elías pero ahora no había interés por mi parte, era demasiado joven para empezar. De hecho, me dijo que tenía veintiún años pero tenía la sospecha de que Elías tenía como máximo dieciocho años, diecinueve a lo sumo. Sin embargo, me alegré de su compañía, de no estar sola en aquel. Parecía estar maravillado conmigo y me hizo reír cuando se refirió a mí como “Barbie étnica”. El racismo casual tiene su encanto en ciertas ocasiones. Mi nuevo amigo no dejó escapar ninguna ocasión para hacerme reír o decirme lo hermosa que era. Confieso que no pude evitar sonreír. Luego, lo menos que podía hacer era darle un nombre falso para evitar que me buscara en Facebook cuando llegara a casa.

Elías insistió para hacerse un selfie conmigo. Acepté siempre que pudiera censurarla lo cual hice. Después de tres intentos, finalmente parecía lo suficientemente adecuada para que la guardara. Después de poner su brazo alrededor de mi cintura para la autofoto, lo dejó para quedarse y pronto me encontré apoyándome en él mientras hablábamos. Fue una sensación agradable, me gustó el contacto físico cercano con alguien de nuevo. La mano de Elías lentamente se dirigía hacia abajo, hacia mi trasero.

―Discúlpeme, jovencito ―dije mientras le agarraba del brazo para sepáraselo de mi culo.

―Lo siento, creo que estoy un poco borracho.

―Elías, encontrarás a tu chica ideal, un día, pero no soy yo.

Afortunadamente, antes las cosas se pusieran más incómodas difíciles con el chico, Mónica que ya se había cansado de su acompañante me hizo un gesto para que apurara la bebida y saliéramos. Hice exactamente eso y besé a Elías en la mejilla. Me pidió mi número, pero lo rechacé y le recordé que me agregara a Facebook, con el nombre falso, por supuesto. En el fondo creo que sabía que lo estaba engañando. Y me sentí un poco culpable, así que me detuve en la entrada y le pedí a Mónica que esperara.

―Mierda me he dejado algo dentro.

Volví a entrar y atravesé el bar hasta que encontré a Elías, agarré sus manos y se las puse juntas detrás de él, me incliné hacia delante y forcé mis labios contra los suyos con un beso descuidado, sin lenguas, solo dejando mi marca.

―Puedes masturbarme esta noche ―ronroneé mientras me iba.

―Estoy seguro de que lo haré.

―Adiós Elías.

Caminábamos por la calle y , pregunté―¿Qué le pasaba al tipo del bar?

―Nada, solo que pensé que podía encontrar algo mejor, simplemente me preparé para calentarme. ¿Y el tuyo? Parecía un joven recién salió del instituto.

―Era amable, me recordó a los becarios en el trabajo.

―Eso pensé, creo que tienes que subir de nivel y buscar un poco más de experiencia,

Asentí pero no estaba segura porque me había gustado llevar el control.

Acabamos llegando a un lugar más concurrido pero con borrachos en todas partes, hombres y mujeres. Huelga decir que naturalmente Mónica eligió el club más sórdido del lugar para nuestra próxima aventura. Era un lugar húmedo, atestado de gente y apestando a sudor. También estaba lleno de muchachas mostrando más carne de la que puedes ver en el expositor de un carnicero.

Después de pedir una copa para cada una nos abrimos paso a través de la pista de baile mal iluminada. Mónica tomó mi mano e hizo un gesto alrededor, gritando sobre la música―Con tu aspecto, deberías elegir a todos los hombres aquí

―Me das demasiada importancia.

―Baila y obsérvalos venir.

De hecho es lo que hicieron, estirando sus cuellos para echar un vistazo de lo que tenía que ofrecer. Disfruté de la atención. Sentirme observada de aquella manera me recordó mi pasado como la estudiante más popular. La que cada chico quería a su lado en su pupitre de clase, o más correctamente en su cama. Bailamos con la música que afortunadamente había disminuido un poco lo que me permitió moverme seductoramente para promocionar mi figura entre los observadores. Pude verlos mirándonos con los ojos como platos sin perder detalle. La atención resultaba embriagadora, supongo que la mezcla de alcohol y emoción de revivir mi juventud me hizo bailar con más vigor, más confianza en mí misma. No solo bailé, actué y le di un buen espectáculo a mi audiencia. Hice que cada hombre se sintiera especial. También los incité a unirse a mí y algunos lo hicieron. Pero todos parecían incómodos y pronto se retiraron a la comodidad del anonimato entre la multitud. Entonces un hombre se me unió a mí, un hombre magnífico y seguro. Era alto y ancho de hombros y vestía elegantemente, parecía casado. Su rostro estaba ya desgastado y su cabello mostraba canas plateadas. Emanaba seguridad y experiencia. Se movía desinhibido y sus caderas se balanceaban como atrapadas por la brisa de la música latina. Como. De hecho, me impresionó en la pista de baile y acabó entrando en mi espacio personal. Tomó mi mano y me atrajo hacia él, luego me cerró las manos por detrás, y lentamente nos mecíamos juntos. Él tenía el control pero no me importaba. Su cuerpo se sentía fuerte y varonil. Sus manos bajaron por mi cintura hacia mis caderas. Su toque fue ligero pero seguro, pero nunca sucio. Él sabía lo que estaba haciendo conmigo. Y sabía que adoraba a cada segundo que me hacia eso. Empujé contra él y sentí que retrocedía. Luego apreté mi culo contra su entrepierna. Ahora estaba siendo sucio, más sucio que antes pero me sentí viva. Yo quería más y me di la vuelta, necesitaba verlo, olerlo y probarlo.. Pasé mis brazos alrededor de su cintura y empujé mi peso contra él, hundiendo mi rostro en el pecho de este hombre.

―Bailas bien ― dijo con ternura.

―No tan bien como tú.

Apoyó la frente contra mí. Podía sentir su piel húmeda, pero las feromonas ya hacían el amor a todos mis sentidos. Su mano abierta se extendió por mis nalgas y luego note el calor de sus mejillas mientras decía― Vamos a buscar un rincón oscuro para conocernos mejor.

―Es la mejor idea que he escuchado en toda la noche.

Tiró de mi mano pero me resistí― Una cosa primero ―saqué mi teléfono inteligente―Autofoto rápida con mi nuevo galán.

―No es lo mío.

―Es parte del trato.

―Bien, entonces. Hazla.

Extendí mi teléfono mientras me abrazaba fuertemente. Su mano se ajustaba perfectamente debajo de mi pecho e inhalé su colonia almizclada. Usualmente soy yo quien vende sueños pero esta vez fui yo quien quería comprar lo que él me ofrecía. Me condujo a través de la multitud de hombres decepcionados. Pero apenas los percibí, solo tenía ojos para él. Incluso me había olvidado de Mónica pero estoy segura de que se estaba divirtiendo.

Entramos en un reservado privado que estaba oscuro, casi negro, hecho para la depravación. Se sentó primero y luego me hizo un gesto para que me sentara en su regazo. Solté una risita como una colegiala― Pero te aplastaré.

―Compórtate y siéntate.

Y eso fue exactamente lo que hice.

Lo noté duro, tonificado. Todo lo noté más grande de lo que estaba habituada. Mi marido Juan está en forma, se cuida mucho pero este tipo era todo un atleta.

―¿Cuál es tu nombre, guapo desconocido?

―Rober.

―Hermoso nombre, Rober.

No me molestó si no era su verdadero nombre pero por alguna razón quería que él conociera el mío. Tal vez con la esperanza de que él me recordara― Soy Sira.

―Bésame Sira.

No lo dudé, pero lo besé ligeramente, sumergiendo y sachando la lengua solo de vez en cuando, de la misma manera que lo haría con un helado. Quería vivir cada minuto pero lo que comenzó como una diversión casi inocente comenzó a calentarse, luego a encenderse y finalmente arder. La mano libre de Rober acarició mi muslo externo, pero luego se aventuró bajo el dobladillo de mi vestido, subiendo por mi muslo. Siempre me había enorgullecido de mis muslos pero últimamente habían empezado a ponerse un poco así que me sentí incómoda y atrapé su mano con la mía― No es necesario apresurarse ―Sonreí mientras nos besábamos un poco más

―¿Por qué ir despacio? Puedo sentir tu vibración.

No estoy soltera así que solo besos y caricias si no te importa.

―Me gustas, compartimos energía en esa pista de baile, cuando bailábamos juntos estábamos ardiendo; tenemos que estar entrelazados y no niegues tus sentimientos por mí. Yo nunca negaría lo que siento por ti. Mis sentimientos son salvajes pero verdaderos, me queman el alma y sé que tú sientes lo mismo.

―Joder. Rober eres un poeta... bésame más.

Liberé su mano que inmediatamente se aventuró más alto, luego giró mi muslo hacia mi lugar más íntimo. Pero esta vez no protesté. Descrucé las piernas y las abrí como una puta, lo que le dio a Rober pleno acceso a toda mi feminidad. Esa era la única invitación que necesitaba. Desde el exterior de mis bragas me frotó el clítoris, sabía lo que hacía y cómo hacerlo. Cerré los ojos mientras sus dedos me trabajaban, y no pasó mucho tiempo hasta que sentí que me hormigueaba la mitad inferior y comencé a rechinar en sus dedos, rogándole que fuera más duro, que no me importara y que entrara en mí. Rober no lo hizo. Simplemente me mantenía excitada, me manejaba como un juguete. Me enrolló los nervios como un resorte. Lo besé más fuerte, más profundo. Tiré de su cabello, mi cuerpo estaba hirviendo. Me monté a horcajadas y le supliqué que me follara con los dedos. Finalmente sus dedos estaban dentro de mí, piel sobre piel. Me estremecí, me retorcí y me sacudí. Estaba bajo su completo control, lo que fuera que me pidiera estaba listo para dárselo. Y más aún. Mi humedad se le dijo todo, no tenía secretos. Sin inhibiciones yo era su puta. Hacía tiempo que había perdido el control de la situación y ahora perdía el control de mí misma. Rober comenzó a abrirme y me tocó con fuerza con lo que noté que eran dos dedos. Lo abracé fuerte, gimiendo en su oído. Mis gemidos se convirtieron en gritos cuando liberó toda mi lujuria con sus dedos. El orgasmo llegó fuerte, rápido, profundo y mojado. Pero sobre todo, culpable. Me derrumbé encima y descansé un momento mientras recuperaba el aliento. Ahora estaba pensando en mi marido Juan. Necesitaba alguna evidencia sólida para mostrar lo mala que podría ser así que hice una selfie de nosotros. Mi rostro húmedo con sudor orgásmico y Rober parecía rudo como los montañeros, una belleza del rústica, hermoso como el cielo de los atardeceres. Rober me besó y satisfecha con la foto tomé varias más.

Pero me sentía incómoda por el desastre debajo de mi falda― Tengo que limpiarme.

―Vuelve por más, te estaré esperando.

Le di a Rober un beso más antes de salirme de él. Cuando atravesé la multitud camino el baño, me sentí incapaz de caminar correctamente, era como si hiciera público mi orgasmo, sentí las rodillas débiles y mi vagina empapada y dolorida.

En el baño de mujeres, dos de los cubículos estaban ocupados. Pero por la puerta traqueteante y los roncos gemidos, sonaba como si finalmente hubiera encontrado a Mónica.

Después de limpiarme, intercambié algunos textos con Juan. Me había divertido, y ahora lo echaba de menos pero pensé que jugaría hasta el final. Le envié un mensaje de texto que le decía que me iba a casa y le pregunté si debería ir sola. Luego esperé su respuesta. Los segundos pasaron como si fueran días. Yo quería volver con Rober.

De repente, el baño se llenó de música cuando se abrió la puerta que daba al club. Era Rober. No dijo nada, yo tampoco pero ambos sabíamos lo que queríamos. Rober me agarró de la mano y luego me empujó al cubículo donde caí de nuevo en el inodoro con mi trasero chocando pesadamente contra la tapa del asiento. Rober cerró la puerta detrás de sí y no perdió tiempo abriendo sus pantalones vaqueros. ―Sácalo y chúpame, ahora me toca a mí.

Extendí la mano y la deslice en los calzoncillos de Rober e inmediatamente noté la impresionante circunferencia. Con cuidado, desenmascaré a este monstruo, lo saqué y lo dejé caer frente a mi cara. Mis ojos se agrandaron ya que era casi el doble del tamaño de la polla de Juan. Estaba circuncidado, aquella divina maravilla parecía el bulbo de una berenjena.

―Dame tu lengua.

Sonreí y saqué mi lengua.

―Ahora límpiame.

Hice lo que me dijo. Lamerlo y dejarlo limpio. Sentí su polla latiendo mientras mi lengua se movía hacia adelante y hacia atrás. Desde su glande circunciso hasta las puntas de sus peludos testículos. No perdí ni un milímetro. La emoción me embargó, estaba gozando de ser una puta tragona.

En mi comenzó a vibrar el teléfono y aunque sabía que era Juan, no respondí. No quería arriesgarme a perderme esta oportunidad y simplemente me incliné hacia delante, abrí la boca y tragué a Rober entero. O al menos lo intenté. Me pareció extraño. Normalmente hago un buen trabajo chupando, no es que lo hubiera hecho recientemente con alguien pero es que Rober era más de lo que podía meterme en la boca. Le sorbía pero me ahogaba y me atragantaba. Creo que Rober sabía que estaba haciendo esfuerzos, así que usó sus manos.

―Mírame perra.

 Hice exactamente eso y mantuvimos el contacto visual mientras me estiraba la boca. Aunque estaba lejos de ser la posición más cómoda, quería complacer a mi hombre que empujó mi cara hacia abajo, sobre su pene, y me mantuvo allí. No podía respirar y sentí que mi cabeza estaba a punto de explotar. Además, mi nariz estaba enterrada dentro de su rizado vello púbico, lo que me hizo querer estornudar. Pero Rober me soltó y cuando me tambaleé, jadeando, un cálido, pegajoso y abúndate chorro de semen me golpeó en la cara. Supuse que no se había corrido en días, ya que siguió chorreando. Chorros largos, cruzando mi cara en una telaraña de jugo de hombre, caliente, pegajoso y salado.

―Ahora tómate una selfie y mándala a ese pervertido marido tuyo.

Había obedecido a Rober toda la noche y no iba a dejar de hacerlo ahora. Y a pesar de que mi ojo izquierdo estaba sellado y cerrado con semen, alcancé mi bolso y saqué mi teléfono pero Rober me lo arrebató, luego se rió cuando comenzó a leer los mensajes de mi esposo.

―Sonríe como una puta.

Un destello, dos, tres flashes, el ruido de la cámara del Smartphone al disparar. Me lo devolvió con una sonrisa y al irse, desde la puerta se volvió para decirme―Tal vez no sean las imágenes para poner en el álbum familiar pero seguro que os gustan.

Sira.

Otro relato ...




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