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La Página de Bedri
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Esa noche salí de mi oficina y cuando llegué a casa, encontré a mi esposa preparándose para salir a cenar. Me dijo que seríamos sólo nosotros dos. Había elegido un sensual vestido corto negro, con medias y zapatón negros de tacones. Se veía muy elegante y sexy al mismo tiempo. Yo hubiera querido arrancarle el traje y follarla ahí mismo, pero me convenció de que tendríamos mucho tiempo para eso después de la cena.

Una vez que nos acomodamos en el restaurante, le pregunté si llevaba bragas. Respondió que no, que no las llevaba. Mi cachonda esposa me dirigió una sonrisa lasciva y me susurró que quería que la cogieran esa noche.

Después de la cena, mientras volvíamos a nuestro coche en el aparcamiento, sonó el móvil de mi esposa. Era su Maestro que quería que fuera a su casa para un rapidito. Colgó y me dijo que teníamos que ir hacia el otro extremo de la ciudad. Yo ya sabía la dirección a la que teníamos que ir.

Ya dentro del auto, le pregunté si era necesario tener que ir en ese momento a casa de ese hombre. Ella se rio, diciendo que al día siguiente el Maestro, estaría muy ocupado para follar. Insistió en que la llevara todo lo deprisa que se pudiera, porque él la estaba esperando.

Estacioné cerca de la casa del Maestro, y mi esposa salió del auto y yendo hacia la ventana de mi lado. Se inclinó y empezó a decirme algo. Pero de repente se abalanzó hacia mí y soltó un agudo gritito.

Le pregunté si se encontraba bien, pero no respondió nada. No dejaba de moverse de un lado a otro. No podía ver lo que sucedía porque me estaba bloqueando la vista. Mi esposa me miraba fijamente a los ojos con sus bonitos ojos medio cerrados. Y se mordía los labios rojos.

Susurré preguntándole que si el Maestro se la estaba cogiendo allí mismo. Mi esposa cerró los ojos y asintió con la cabeza. Aquel cabrón se estaba follando a mi mujer mientras yo estaba sentado ahí, escuchando música en la radio del auto.

Estaba seguro de que su propia esposa estaba dentro de su casa, preparándole la cena para cuando regresara aquel asqueroso cabrón.

De repente, mi esposa dejó de moverse y un pequeño gemido se escapó por su garganta. Me quedé quieto; unos segundos después mi esposa se levantó y me pidió que saliera del coche. Cuando salí, el cabrón ya se había ido.

Entonces ella hacia detrás el coche, abrió el maletero y se inclinó sobre él. Vi que su vestido negro estaba levantado hasta la cintura y los labios de su coño parecían estar hinchados y brillantes en las sombras de la calle desierta. El Maestro no se la había cogido por el culo. Se apoyó en el maletero, abrió los muslos y me ordenó que le lamiera el coño todavía lleno de semen. Fui detrás de ella y pude ver sus perfectas nalgas enmarcadas por la liga negra. Tenía los pies separados para mantener el equilibrio. Abrí sus firmes nalgas y enterré mi cara en su caliente y sucia vagina. Me comí el semen cremoso que aquel cabrón había dejado allí. Cuando ella dijo que ya había terminado con mi lengua, me levanté y la ayudé a ponerse de pie. Me ordenó que condujera de vuelta a casa.

Un par de minutos más tarde, su teléfono celular sonó de nuevo. Respondió y vi que su expresión facial mostraba un profundo horror. Se alejó de mí y pude oír que parecía enfadada y furiosa mientras hablaba con su Amo.

Cuando regresó a mi lado, le pregunté qué le había dicho el Maestro en esta ocasión. Ella se rio y dijo que su Maestro estaba en su casa jugando al póquer con algunos de sus amigos. Justo cuando nos oyó llegar ante su casa, fue al baño a orinar. Cuando salió a la calle a buscarme, ya nos habíamos ido. Cuando volvió adentro, uno de sus amigos le dijo que había salido a estirar las piernas mientras Jerome estaba en el baño. Contó que había visto a una rubia madura allí mismo, apoyada en un coche, con el vestido negro levantado hasta la cintura, moviendo las caderas y enseñando un culo apretado. Así que se bajó los pantalones y metió su dura polla en aquel y apretado coño por detrás.

Me reí, sabiendo la razón por la que ambos estaban enojados ahora. Su estúpido Amo había perdido su oportunidad de un rapidito. Y mi esposa había dejado que un perfecto extraño se la cogiera tan tontamente.

Yo estaba feliz, por haber lamido un poco de semen salado de un cabrón desconocido.

Esposo complaciente

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