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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Pan recién horneado
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Catalina era una encantadora chica que tenía un trabajo a tiempo parcial en una panadería cercana a mi casa. Había estado dos semanas dando clases particulares a su hermana mayor.

En una ocasión que paseé por delante, miré hacia dentro y estaba detrás del mostrador llevando panes en una bandeja. La saludé con la mano, pero no estaba lo suficientemente cerca como para que me pudiera ver claramente desde el otro lado del vidrio, pero ella se detuvo, sonrió y me saludó. Tuve que mirar a mí alrededor para ver si había alguien más a quien pudiera estar saludando, pero no, no había nadie. Dejó la bandeja y me hizo señas con las manos. Me sorprendió, pero me acerqué y nos saludamos.

Trabajar horneando pan es un trabajo duro, y hace mucho calor por los hornos, así que su cara estaba cubierta de harina y con pequeñas gotas de sudor en las mejillas. Llevaba un delantal fuertemente atado, que realzaba su silueta, acentuando sus pechos y el contorno de sus pequeñas caderas. Se limpió las manos en el delantal y me alargó la mano para saludarme sonriendo.

Parecía auténticamente feliz por verme y charlamos unos minutos, hasta que uno de los compañeros la llamó. Se dio vuelta para volver al trabajo pero se detuvo y me dijo que, si al día siguiente por la mañana iba por la puerta de atrás, me dejaría entrar al cuarto de atrás. Me quedé atónito ante la invitación mientras veía sus nalgas rebotar ligeramente bajo el delantal mientras volvía adentro y quedaba fuera de mi vista.

Al día siguiente fui por la puerta trasera y esperé mientras el olor del pan recién horneado llenaba el callejón. Pensando que se había olvidado de mí, de que me había invitado, me giré para irme, cuando la puerta se abrió y la vi asomarse. Abrió la puerta con una gran sonrisa, me agarró la camisa, me llevó hasta la puerta y la cerró de nuevo. Señaló algunos sacos de harina y cajas a mi izquierda y me dijo que me sentara, detrás de las cajas, fuera de la vista, y se apresuró a ir de nuevo al obrador. El olor del pan era intenso, impregnándolo todo.

Catalina regresó con una barra de pan recién horneado y una barra de mantequilla. Se sentó a mi lado, troceó el pan en varios pedazos, los puso en su regazo y frotó la mantequilla en dos de ellos, entregándome una. Ella le dio un pequeño mordisco a su trozo y me preguntó si me gustaba el pan, le dije que si porque es verdad. También le dije que estaba muy contento porque me hubiera invitado. Ella sonrió alegre, me tomó la mano y me besó en una mejilla.

Le pregunté por qué, mientras se sonrojaba y miraba hacia abajo y tomaba otro pedazo de pan. Dio otro mordisco y me miró de nuevo, diciéndome que había hecho a muy feliz su hermana Helena, por haberla ayudado con su examen donde obtuvo la puntuación más alta que había obtenido nunca. Sus padres estaban extasiados y yo era el tema de conversación. Me sonrojé y le dije que la estrella era Helena, que había trabajado duro para prepararse. En ese momento, llamaros a Catalina desde el obrador, y ella dejó el resto del pan en mis manos, y se fue corriendo. Comí unos trozos hasta que ella regresó. Se había quitado el delantal, se había lavado la cara y las manos. Agarrándome la mano, me arrastró hasta la salida.

Estábamos uno al lado del otro, de camino hacia su clase. Cuando llegamos, me preguntó si también estaría en la puerta trasera de la panadería al día siguiente. Yo asentí con la cabeza, sonrió y se fue sonriendo a su clase. Me quedé, preguntándome en qué problema me había metido ahora.

Apenas llegué la puerta cuando me la abrió. Cuando entré, su cara estaba cubierta de harina blanca, al igual que sus manos, el delantal e incluso su falda bajo el delantal. Señaló rápidamente al suelo explicando que habían bajado un saco de harina y que éste se había abierto, derramando harina por todas partes. Siendo la menos veterana, era ella quien tenía que recogerla para tirarla, mientras los demás seguían horneando. Tenía una gran cuchara de panadero en la mano y se arrodilló junto al derrame y a un gran contenedor de basura.

Inmediatamente, mis ojos fueron a sus nalgas, que se movían de un lado a otro, mientras recogía la harina. Mientras miraba con placer, tenía la mano en el bolsillo y me frotaba la polla a través del tejido. Con cada meneo que daba, su falda se levantaba lentamente, más y más cada vez, enseñando sus pantorrillas. Pronto pude ver sus bragas asomando por debajo de la falda. Tratando de que no fuera muy evidente, me senté para tener una mejor visión. Sus nalgas bien formadas quedaron pronto hicieron completamente visibles, solo cubiertas por sus ajustadas bragas de color azul pastel. Mi polla estaba dura como una roca y mi respiración era intensa mientras la miraba. Temiendo correrme, saqué la mano del bolsillo, empujando mi polla hacia abajo, entre mis piernas.

Cuando recogió lo último de harina, se balanceó hacia atrás mientras sus pies y tobillos formaban pequeñas hendiduras en sus nalgas. Se sentó a descansar unos momentos y se volvió para sonreírme. Inmediatamente vio hacia donde miraban mis ojos. Mientras me miraba, se puso de nuevo a cuatro patas y movió el culo hacia mí riéndose y me preguntó si tenía una buena vista. Todo lo que pude hacer era asentir con una sonrisa estúpida en la cara. Me dio un beso ligero en la mejilla, se dio la vuelta y salió corriendo al obrador. A los pocos minutos, volvió, con pan recién hecho en sus manos y sin delantal.

Volvimos al rincón y comimos trozos de pan. Se volvió hacia mí, puso los pies a ambos lados de y apretó sus rodillas contra mis piernas, pero bajó su falda entre sus piernas, cubriéndose. Puse mi mano bajo su rodilla y pasé mis dedos por la parte interior sabiendo que era un punto sensible. Se rio, me dio un golpe la mano diciéndome que le hacía cosquillas. Sonreí y volví a hacer lo mismo, esta vez en las dos rodillas. Ella se rio, agarrándome las manos y abriendo las piernas. Retirándose hacia atrás, me agarró las dos manos y tiró hacia ella. Nuestros labios se tocaron en un breve beso. Me eché hacia atrás mirándola ligeramente; sus ojos estaban cerrados y se inclinó hacia mí y nuestros labios se encontraron en otro beso más duradero.

Animado por aquello, me atreví a poner mis manos en sus pechos apretándolos y frotándolos, y volviendo a besarla. Ella se puso un poco rígida al tocarme, pero no se apartó ni me dio una bofetada. Continué buscando a tientas en sus pechos a través del vestido y logré meter una mano dentro, y debajo del sostén, tocando aquel pequeño bulto. Su respiración era cautivadora y como si quisiera devorarme, besaba mucho más apasionadamente cuanto más movía mi mano bajo su sostén. Después de unos momentos se retiró y me dijo que nadie le había tocado antes los pechos y que estaba feliz de que yo fuera el primero en hacerlo. A aquellas alturas, ya estaba completamente duro con mi polla tiesa dentro de la bragueta. Miré hacia abajo y su falda se había vuelto a levantar por encima de sus bragas. En su ropa interior azul claro estaba la harina blanca, excepto por una gran mancha húmeda, donde se había apelmazado mucho.

Lentamente continué masajeándole el pecho mientras le metía mi otra mano entre sus piernas. Deslicé mi dedo índice bajo el elástico. Toqué su vello púbico enredado y fino como mechas de seda, con la palma mientras dejaba que mi dedo tocara su rajita. Noté su entrepierna moverse hacia adelante con entusiasmo empujando sus partes íntimas con fuerza contra mi mano. Estaba gimiendo, con la cabeza echada un poco hacia atrás, los ojos cerrados y la boca ligeramente abierta. Froté más su pequeño coño con mi dedo corriendo de arriba a abajo a lo largo de su rajita húmeda, y noté como empezaba a temblar. Segundos después, ella jadeó fuerte y mi mano se bañó con su néctar orgásmico. Tembló, empujándome la mano hacia abajo con su coño convulsionando contra ella. Ella vino al menos de 3 veces en menos de 5 minutos con mi mano en su coño.

Me miró aturdida mientras yo separaba mis dedos de su coño y me los llevaba a la boca para probarlos como nunca antes lo había hecho. El líquido transparente y pegajoso era un sabor que nunca olvidaré, tan dulce, casi picante.

Me dijo que nunca se había corrido tanto, ni siquiera se había masturbado. Aquello fue tan maravilloso, que se ruborizó con un rojo brillante que acentuaba los matices de su cabello rojo.

― Te las arreglaste para hacerme dos primeras veces, chico malo, la primera vez que un hombre me toca los pechos, y la primera vez que alguien que no sea yo me ha tocado ahí abajo. ¡Oh, que sean tres primeras veces! Porque nunca he disfrutado tanto en una sola vez. Me besó en las mejillas y en los labios, una y otra vez. Muchas gracias, estoy más feliz que Helena y mis padres por tu tutoría.

De repente se levantó, se enderezó la falda y se colocó las bragas, se abrochó la blusa y salió corriendo, dejándome sentado con una enorme cantidad de sus jugos de su vagina en los dedos y los labios. Todo lo que pude hacer fue sonreír mientras intentaba disimular mi erección entre mis piernas y salir tras ella.

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