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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Principio del fin
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Manuel comento un martes, que el fin de semana iba a traer unos amigos a casa. Les debía muchos favores, creo que incluso dinero, y les había hablado de nuestro “convenio” y nuestro cuarto de juegos, y lo querían probar.

¡Ni de coña! grite Eso es solo nuestro, y ellas también. Una cosa es que mi mujer folle contigo, que eres su hermano, y otra que lo haga con desconocidos.

Mi hermana es tan propiedad mía como tuya espetó Así lo acordamos.

¿Pero tú de qué vas? ¿En serio, te has planteado que unos desconocidos follen a tu hermana y a tu mujer? ¿Estás loco? No pienso pasar por ahí.

No harán nada que no permitamos y además ellas lo pueden parar cuando quieran con la palabra clave, sabes cómo funciona.

¿Que opináis vosotras? Pregunté al fin y al cabo, sois las más interesadas en esto.

Pensar una cosa, si no lo hago puedo perder todo esto cortó Manuel.

No me agrada mucho dijo Vanesa pero podemos probar.

A mí no me importa dijo mi cuñada.

¿En serio? ¿Me tomáis el pelo? Esto no está pasando dije.

Cariño dijo Vanesa lo podemos parar cuando queramos, vamos a probar.

Ser un objeto de placer, y que me use un extraño, me pone solo de pensarlo exclamó Silvia.

Eres una zorrale dije.

Si, vuestra zorra, y te gusta. Te gusta follarte a otras, pero que no lo hagan con la tuya. Eso es cínico.

Esta discusión no lleva a ningún lado dije.

Exacto dijo Manuel. Además todo está preparado para el sábado, y ellas dan el consentimiento ¡Relájate!

Y pasó la semana más rápido de lo esperado. El sábado por la tarde, dos coches llegaron a casa. Eran tres hombres y una mujer. Manuel les bajó directos al sótano.

Silvia y Vanesa, vestidas solo con pequeño tanga negro, y una máscara que les cubría casi toda la cabeza y solo les dejaba la boca libre y unos orificios para respirar en la nariz, esperaban de rodillas al fondo de la sala.

El grupo entró al cuarto y salieron al rato completamente desnudos. Dos de ellos eran bastante veteranos, con muchas canas por el cuerpo, rellenitos y con unos atributos masculino bastante normales. El tercero, bastante más joven y musculado, parecía de Europa del este, y tenía un miembro en reposo de un tamaño considerable. Tanto el como la mujer, de unos 40 años estaban completamente depilados. Ella era alta y esbelta, rubia, con buenas tetas, que lucía piercing unidos entre sí por una cadena dorada.

Los dos mayores fueron a por Silvia y el fuerte y la mujer por Vanesa.

La llevaron directamente al somier metálico. Tras sujetarla a los cuatro extremos en forma de X el hombre empezó a manosearla y lamerla por todos lados, metiendo varios dedos en su vagina, mientras la mujer preparaba los cables del juego. El tío se puso de rodillas sobre su cara, y le metió la verga en la boca. Vanesa la chupaba con lascivia y vicio. Se volvió enorme, solo había visto pollas como esa en videos, y mi mujer se la iba a tragar entera posiblemente por todos sus agujeros. La mujer colocó pinzas en los pezones y en los labios vaginales de Vanesa, y el hombre se apartó totalmente empalmado. La primera descarga no se hizo de rogar. Un gemido salió de la boca de Vanesa mientras su cuerpo se arqueaba por la corriente que lo recorrió. Automáticamente, el tío descargó la fusta en sus tetas, arrancado una de las pinzas del golpe, lo que le debió doler bastante por el grito.

― Tapa la boca a esta zorra, dijo la mujer no quiero oírla.

Sin mediar palabra, el pollón estaba otra vez en su boca. Sucesivas descargas, cada vez con más intensidad se sucedieron durante un buen rato. Cuando paró, el hombre sacó la polla de la boca y se corrió abundantemente sobre las tetas y la máscara de mi mujer.

Automáticamente la mujer, subió a máxima intensidad el aparato y descargó toda la potencia sobre Vanesa que arqueó la espalda al límite mientras se retorcía, gritaba y jadeaba. Sus pechos, exultantes, erguidos, desafiantes, empapados en el semen del ruso, el cuerpo sudoroso, empapado, recibía con más intensidad la corriente, para deleite de la sádica mujer, que tenía una mueca de risa en la faz.

En la otra parte, los dos hombres tenían a Silvia crucificada, y la estaban apaleando con sendos látigos de colas. Tenía los pechos, vientre y pubis, muy marcados y enrojecidos, el castigo estaba siendo fuerte, pero la habían amordazado, y sus gritos eran silenciados por el silbido de los látigos y las risas e insultos de los dos hombres, a los que se había unido el ruso, con la vara de bambú.

La mujer mientras tanto había soltado a Vanesa y la llevaba a la silla ginecológica. La afianzó a ella, y comenzó a masturbarla con varios dedos mientras le lamia el clítoris.

Zorrita, te gusto la corriente ¿eh? Estas empapada Le dijo.

Usando bastante lubricante, consiguió meter los cinco dedos dentro, y poco a poco su puño fue desapareciendo. La empezó a masturbar con puño y lengua, y Vanesa se corrió como una loca en un Squirt sobre la mujer.

¡Hija de puta! Gritómira como me has puesto.

Cogió una paleta de madera y comenzó a azotarle el culo con fuerza y rabia, hasta ponérselo rojo, casi a punto de sangrar, en algunas zonas.

En ese momento me acerqué y le susurré que pidiera parar.

― ¡No! Jadeó.

La mujer me hizo a un lado, y empezó a juguetear con un dildo dilatador en su culo, hasta metérselo entero.

Silvia estaba soportando estoicamente el castigo de los tres hombres. En un momento determinado, y muy compenetrados, como si lo hubieran hecho más veces, la soltaron y llevaron a uno de los sillones de piel. Atada de manos al respaldo, tomaron sus tobillos con correas, tirando de ellos desde atrás, forzando sus piernas sobre el vientre, y los pies cerca de la cabeza, dejando el culo y el coño obscenamente abiertos y expuestos. El ruso acercó su polla a la boca, mientras los otros dos, uno le lamia el coño y otro las tetas. El primero acercó su pequeño miembro al coño, y comenzó a follarla, para correrse rápidamente sobre el depilado pubis. El otro hombre ocupó rápidamente su lugar y también tardó muy poco en descargar, esta vez, en su interior.

El ruso, completamente empalmado ya, escupió dos veces en el culo de Silvia, frotó su enorme glande en él, esparciendo la saliva para lubricarlo, y con bastante esfuerzo, acabó introduciéndolo entero dentro. Poco a poco empezó a follarse el culo de la indefensa Silvia que estaba chupando los flácidos penes de los dos hombres.

Tardó un buen rato correrse, dejando el esfínter muy dilatado y chorreando una buena cantidad de semen. Se volvió a la silla ginecológica, donde seguía el castigo de Vanesa, para meterla la polla en la boca para que se la limpiara. La mujer puso unas pinzas en los labios vaginales de Vanesa y las ató a los muslos, exponiendo aún más el interior de su abierta vagina. Introdujo un catéter metálico en el agujero de la uretra y comenzó a masturbarla con él. Los hombres se acercaron por primera vez a Vanesa. Tomaron el transformador y lo conectaron a las pinzas de labios y catéter. Y comenzaron de nuevo las descargas eléctricas. Por la forma que la recibió, debía ser muy intensa y dolorosa, para regocijo de los hombres. En una de ellas, el ruso, que aún tenía la polla en su boca, dio un grito ¡Hija de puta, me has mordido!

Zafándose de ella le dio dos fuertes bofetadas en la cara, sobre la máscara. Los hombres aumentaron la intensidad de la descarga al máximo durante interminables minutos. Vanesa luchaba por terminar con el sufrimiento infringido, hasta que, pareció perder el conocimiento unos instantes. Los hombres, entre risas, pararon el suplicio.

Sobre el otro sillón, la mujer estaba follando a horcajadas sobre Manuel.

Me acerqué a Vanesa para quitarle la máscara y ver si estaba bien, mientras los tres hombres dieron por concluida la sesión y se fueron al baño. Su cara, desencajada por el dolor, el cansancio, y enrojecida por el calor del cuero, me sobresaltó. Le di un poco de agua, la cubrí con una toalla y la llevé en brazos a nuestro baño, para depositarla en la bañera llena de agua caliente.

Después volví por Silvia, que seguía en el sillón e hice lo mismo con ella. Manuel y la mujer no estaban, debían haber ido al cuarto con los dos hombres.

En toda la sesión, no me había excitado ni un solo momento. Las únicas que podían haberlo parado todo, estaban sumidas en su roll de sumisas, y parecía gustarles. Pero a mí, que se dejaran follar y torturar por extraños, no me gustaba. Mi papel de amo, era mediocre. La voz cantante la llevaba mi cuñado, sin marcar, en cierto modo, yo también era un sumiso suyo.

Le dije a Vanesa por la noche, que nunca más volvería a pasar por esa humillación, que sería solamente nuestra.

Soy también de mi hermano, debo complacerle. Me gusta complacerle.

No voy a aceptar esto le dije.

Pues yo estoy encantada con mi nueva vida. Quiero ser follada y castigada por cualquiera a quien mi hermano deje hacerlo. Y por supuesto, por él. Le pertenezco en cuerpo y alma.

― ¿Y yo? Pregunté.

Acéptalo o vete me espetó.

Esa misma noche recogí mis cosas y me fui de la casa, sin dar explicaciones. Mis deseos ocultos, mi vicio, sacaron el lado más salvaje y vicioso de mi mujer, y me apartaron del amor de mi vida.

Poco después de una semana, con todo lo legal arreglado, me fui del país, a Sudamérica, a colaborar en una misión. Nunca más supe nada de Manuel, Silvia ni Vanesa, pero aun hoy, me masturbo con la visión de aquellos juegos, que empezaron de manera inocente, y acabaron poniendo patas arriba mi vida.

MARORI69.

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