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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Rob y Pau
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La vida me dio un giro de recuperación sexual tremendo. Era como renovar votos en una despedida a puro sexo. El pendejo de la casa pasaba los límites, a veces me pegaba el grito de tener ganas de orinar y allá iba a bajarle el cierre, sacarle la verga y sostenerla hasta que meara todo; se la limpiaba con la boca y me pedía mearme la cara. Le dije que aún no me gustaba algo así y que lo olvidara.

A Rob no le costó convencerme de hacer una juntada con su pareja Pau y sin demasiado arreglo pactamos una noche de encuentro. Lo mío era fácil, le hablaría a mi marido de unas extras para cuidar una anciana. Esa noche fui muy excitada y curiosa; iba a hacer cornudos a dos hombres con otros dos; al margen de debutar en un trío.

Siempre he bebido lo justo y necesario y esa vez no fue la excepción, sólo que por primera vez en mi vida fumé marihuana. Pau tenía el cuerpo trabajado como Rob y después de la fumata volé literalmente, me reía perdida y entré en una fascinación increíble, ellos se mataban a besos y se chupaban la pija metiéndome a mí también en el placer de lenguas. Rodamos desnudos en la cama y las manos y lenguas parecieron multiplicarse, los vi penetrarse, lamí todo lo que me pusieron en la boca; me escupieron y los escupí y cuando llegó por primera vez mi primera doble penetración, pensé que no me lo harían, lancé un chillido de gata dolorida apretando las nalgas cuando Pau entró por detrás.

― Relájate nena y disfruta, soltá las nalgas ―dijo.

Rob reía debajo mío mientras me sobaba las tetas. Tuve orgasmos jamás sentidos y acabaron donde se les antojó. Todo fue bajo mis gritos de dolor y placer, los insultaba mientras ellos ponderaban mi capacidad de puta y esos pedidos de más pija y leche que los aceleraba.

Desperté en medio de los dos toda pegoteada, dormían profundamente y como besito de buenos días les di uno a cada uno en la verga. Mientras me bañaba apareció Pau y se metió conmigo en la ducha. Empezamos a enjabonarnos y el manoseo nos llevó a la calentura total. Me tomó de la cabeza haciéndome agachar y cuando pensé en una chupada de pija en ayunas fue cuando, bajo el agua, recibí mi primera lluvia dorada. No sentí asco de que me meara la cara, me sentí poseída deseada y a merced de un degenerado y su pareja, ambos unos veinte años menos que yo, que me hacían debutar en experiencias sexuales.

En la cocina comedor, mientras uno preparaba el desayuno, el otro me lamía y empezamos a coger. Se fueron turnando hasta que me pusieron en cuatro sobre un banco y dándome por el culo y chupando fueron haciéndome la calesita. Fui sintiendo los gustos de mi propio culo con la pija de ellos; así hasta que descargaron en mi boca y las tres lenguas se encontraron en ella.

Quedamos en volver a vernos, no en forma habitual pero cada tanto para armar nuestras orgías. No pude parar de pensar en esa cogida tan brutal que recibí ni en el no tan malo sabor de la orina de Pau. Me había gustado y volví a sentir la necesidad de ser más degenerada. Y cual sería entonces la providencia de algo que nunca estuvo en mis imaginadas perversiones.

Iba cruzando las vías al atardecer cuando oí un canturreo detrás de unas matas y lo vi, un indigente escondido orinando, y pese a lo casi imposible de ver pude divisar el tamaño de su hermoso miembro al sacudirlo. Al menos si no era gigante, si era de los más grandes visto en carne real. Detrás de él, una casucha de latas y pedazos de maderas. Me alejé descartando la idea, pero el tamaño de aquella píja en un hombre que quien sabe cuánto hacía no cogía...

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