La Página de Bedri
Relatos prohibidos Secuestro ADVERTENCIA: Esta página contiene textos, imágenes o enlaces que pudieran ser
considerados no apropiados para personas menores de la edad legal. Por eso se hace esta advertencia. El contenido de los mismos es evidentemente "para
adultos" y de contenido explícitamente sexual por lo que, hecha esta
advertencia, si finalmente decides continuar, lo haces bajo tu única y
exclusiva responsabilidad. No se obliga a entrar, es más, se recomienda que
aquellas personas que puedan sentirse molestas, o incluso ofendidas, con el
contenido de lo que aquí aparece, que se abstengan de hacerlo.
Al despertar, la cabeza me estalla, los latidos de mi corazón la golpean dolorosamente como martillazos. No puedo ver nada, una bolsa me cubre la cara. Tampoco puedo decir nada porque la cinta adhesiva que me amordaza me lo impide. No sé dónde estoy, noto que todo está muy oscuro y no puedo moverme. Estoy sobre una silla, con piernas y brazos atados con abundantes ligaduras. Intento mantener la calma para evitar entrar en pánico. Trato de moverme balanceándome pero no demasiado fuerte porque podría caerme. Pero es inútil, la silla no se mueve, es como si estuviera clavada en el suelo. La mente se me va aclarando e intento recordar con bastante dificultad. Recuerdo caminar por la calle y a una mujer cayendo delante de mí. También que me acerqué a ayudarla y que oí furgoneta parar detrás de mí y como una persona, probablemente un hombre, me levantaba arrastrándome al vehículo. Después, como entre neblina, oigo cerrase la puerta de la furgoneta y nada más hasta aquí. ―Muy bien, bravo, fantástico, ni siquiera te resististe, no hiciste nada por evitarlo ―oigo decir a una voz a la vez dulce y turbadora. Es un hombre, quizás el que me introdujo en la furgoneta. Siento una mano apoyarse en mi brazo. El contacto con mi piel es directo. Me estremezco y me doy cuenta de que estoy casi sin ropa. Tengo frío y comienzo a tiritar. Oigo un interruptor y percibo una luz brillante por debajo de la bolsa que cubre mi cara que el hombre retira de un solo tirón. Apenas puedo verlo porque la luz me deslumbra. Se mueve a un lado y cuando mis ojos se habitúan puedo verlo. Va vestido de negro, con pantalones y chaqueta de cuero. Lleva el rostro está oculto por una capucha del mismo color. En su mano enguantada brilla una hoja, no sé qué es pero me asusto cuando la pone ante mi cara. ―No te muevas y no discutas y así no sufrirás daño. Apoya la aguda y brillante hoja sobre la cinta que amordaza mis labios y la desliza por mi cara y cuello bajando hasta el pecho. De un tajo firme elimina la ropa que aún quedaba puesta separándola en dos por delante y liberando mí pecho. Agarra una de mis areolas y no puedo evitar que el pezón crezca bajo sus dedos. Pellizca muy fuertemente ese pezón. Mi grito es ahogado por la cinta que tapona mi boca y noto lágrimas salir de mis ojos y bajar por las mejillas. Se vuelve fuera de la zona iluminada y regresa con una cuerda de fibra natural que pasa varias veces por encima y por debajo de mi pecho y alrededor de mis brazos y la asegura firmemente a la silla. Así consigue que la parte superior de mi cuerpo quede inmovilizada. Continúa cortando lo que queda de mi ropa hasta eliminarla por completo. Ya solo queda la pieza inferior de mi ropa interior y desliza la hoja por las perneras en mis pantalones a la altura de la entrepierna. Siento la frialdad de la hoja metálica en la piel y como de un tajo decidido rasga la tela. Mi sexo queda expuesto y vulnerable. Siento como me toca con los dedos enguantados y rato de luchar pero las ligaduras me lo impiden. Vuelve a salir de la zona de luz y cuando regresa lo hace una especie de palo en la mano ―¿Sabes qué es? ―preguntó él. Asiento con la cabeza mientras me retuerzo entre gemidos ahogados en la boca amordazada. ―Veo que has reconocido un bastón eléctrico. Este en concreto es bueno, es capaz de entregar una desagradable cantidad de voltios. Te haré una pequeña demostración. Acerca hasta tocarme en el extremo de un muslo y lentamente oprime el interruptor. Siento un dolor paralizante y pierdo el control de mi cuerpo por la descarga. Cuando recupero la conciencia, estoy sobre el suelo con las manos atadas a la espalda mientras el encapuchado dobla mis piernas hacia atrás y ata mis tobillos a mis muslos y luego a mis muñecas con un trozo de cuerda. Se ha sentado prácticamente sobre mí y no me puedo mover. Apenas puedo respirar con el pecho aplastado contra el frío suelo. Las sensaciones son dolorosas. El hombre se levanta y se dirige a un lateral de la habitación donde le oigo trastear como buscando algo. Solo puedo ver sus botas. Oigo como coge unas cuerdas y luego siento que manipula las ataduras que ligan mis manos con mis tobillos. Oigo un ruido chirriante y poco a poco mi cuerpo se eleva del suelo. Cuando deja de izarme quedo horizontalmente a una altura de un metro del suelo. Me balanceo suavemente pero la posición es muy incómoda. Vuelvo a oír la voz del hombre ― Voy a quítate la mordaza. Si gritas te aplicaré otra segunda descarga eléctrica que será más larga que la anterior. No quiero repetir esa dolorosa experiencia así que ni siquiera dejo escapar el menor sonido cuando arranca, sin delicadez alguna la cinta, de mi boca con un brusco tirón. ―Tengo otro palo, es eléctrico también pero el efecto que provoca es muy diferente como podrás comprobar. Se pone ante mí y me enseña un artilugio en forma de hongo oblongo. Me asusto porque no sé qué tipo de enfermo mental me tortura y que se ha convertido en mi dueño sin que yo pueda impedirlo en forma alguna. Se pone detrás de mí y con el extraño objeto comienza acariciando mi muslo mientras lo va acercando a mis nalgas y alcanza mi culo que es donde presiona y lo enciende. El aparato vibra de forma demoníaca y es como si los electrones entraran a raudales en todos mis nervios haciendo vibrar con el mismo armónico todos mis centros de placer de la manera más efectiva. Trato de apretar los muslos para acentuar las sensaciones. Mis músculos están tan tensos que estoy al borde del calambre. De repente, el hombre apaga el aparato. ― ¡Oh, no!, por favor, no ―se me escapa de manera totalmente involuntaria pero ese error le hace comprender que no sólo estoy a su merced, sino que además, lo que me hace no me deja indiferente y me gusta. ―¡Suplícame! ―me ordena. Siento mucha vergüenza pero le ruego ―Por favor continúe. ―De acuerdo, pero tan pronto como sientas que vas a tener placer, tendrás que volver a pedir permiso y me tratarás de señor. Sujeta mi cadera para que no me balancee y comienza a aplicarme nuevamente el aparato diabólico. La cabeza del consolador es lo suficientemente ancha como para cubrir por completo mi sexo. No puedo más y me muerdo los labios. ―Permiso para disfrutar señor… por favor… ―digo con una voz que se convierte en un gemido largo y ronco. No recuerdo haber experimentado un orgasmo tan violento. Me desmayé durante unos segundos. Cuando recupero la conciencia, el hombre se colocado delante mí con su pelvis a la altura de mi cabeza. Lentamente abre la bragueta de sus pantalones de cuero y saca un enorme sexo erecto. ―Es tu turno para complacerme y recuerda el bastón eléctrico, si noto un solo roce de tus dientes, te voy a meter una descarga que será mucho menos agradable que el cosquilleo de ahora mismo. Me agarró la cabeza con ambas manos y con su pene golpea contra mis labios aún cerrados. Me da una gran bofetada en la mejilla. Tuvo que entender que yo no estaba colaborando con el suficiente entusiasmo. Esta vez, obedezco y la punta de su pene tropieza contra mi paladar y resbalando se hunde hasta el punto de causarme una arcada. Me siento incapaz de chuparlo porque usa mi boca como si fuera una vagina, dando grandes golpes de riñones. Me siento a disgusto y babeo con las mejillas ardiendo por las repetidas bofetadas. Me parece, y temo, que está disfrutando, pero no se detiene ni afloja. Saca su pene de mi boca y tirando de las cuerdas me gira ciento ochenta grados y antes de que pueda ni imaginarme que sucederá siento que me llena con su poderoso sexo. Sus manos caen sobre cada una de mis nalgas golpeándolas. No puedo resistir el dolor y grito Él me responde también gritando― Una puta mujerzuela de tu calaña, que se deja convencer para chuparle la polla un extraño sin tener demasiados reparos, merece ser follada sin ningún respeto, como una perra. Entiendo que si me ha penetrado tan fácilmente, es porque estoy muy mojada y muy excitada y caliente, tanto que siento como el placer se eleva de nuevo, al ritmo de sus poderosos golpes de polla. ― Permiso de disfrutar de nuevo, señor, ya no aguanto más. Disfruto dos orgasmos antes de que se detenga. ―Todavía tengo un agujero para follar ― dice mientras siento la viscosa frialdad del lubricante corriendo por mi ano. ―¡Oh no! ―exclamo asustada― tienes de mi todo lo que quieras pero no de esta manera… es demasiado sucio. Pero él no se detiene y con su polla presiona firmemente contra mi pequeño agujero. Ya no soy virgen pero de sodomía no tengo casi ninguna experiencia. Su polla es muy grande, demasiado para mi culo. Desatiende mis gritos y protestas y me folla con energía. Espero que al menos se haya puesto un preservativo. ―Tienes el culo apretado, puta, casi parece que eres virgen. ¿Te lo ha hecho alguna vez tu marido o su polla es demasiado pequeña para hacerte sentir algo? Continúa sodomizándome en lo que me parece una eternidad. Finalmente se retira y eyacula sobre mis nalgas. Se vuelve a ir y noto una sacudida y como me vuelve a descender al suelo. Me retira las ligaduras con gran delicadeza. Intento levantarme pero estoy totalmente agarrotada. Me ayuda a ponerme en píe y me da unas toallitas húmedas para que me limpie. Se quita la capucha y veo un rostro joven y hermoso. ―¿Quieres un cigarrillo, una bebida caliente, una copa, un refresco…? ―Un vaso de agua, por favor. Desde el ángulo más sombrío de la habitación aparece una mujer trayéndome el vaso de agua que me entrega y se retira. No puedo decir cuánto tiempo nos ha estado allí observando. Me siento sobre la silla mientras bebo despacio y con dificultad el agua y valoro los días que tardaré en recuperarme, sin mencionar los dolores. ―¿Quieres que llame a tu marido mientras descansas? Tendrá que traerte algo de ropa ―respondo afirmativamente con la cabeza. Luego acerca otra silla y se sienta enfrente de mi mientras con total tranquilidad me explica ― Grabamos todo, por supuesto. Mi ayudante realizó la edición sobre la marcha porque utilizamos la misma técnica que durante las transmisiones en directo en nuestro sitio web. La película te la entregaremos en una unidad USB protegida con clave de seguridad, la que nos indiques. Será copia única y tras hacerla destruiremos el master. Mientras me habla sonríe y pienso que quizás quiera tranquilizarme pero su expresión tiene algo de intrigante. ―¿Sabes que tienes actitudes? Por no hablar solo de tu físico que es más que agradable y bonito. ¿Quieres ser modelo para nosotros? Aún me cuesta hablar, por lo que respondo negativamente con la cabeza. Tras otro trago de agua soy capaz de preguntar ―¿No quieres saber si estoy satisfecha con tus servicios? Sonrió orgulloso antes de responder― nunca hemos tenido ninguna queja, todos nuestros clientes quedan plenamente satisfechos. Nunca nadie se ha quejado. ¡Y nunca nadie nos ha devuelto la grabación! Otro relato ... Poco a poco, cada vez hay más relatos porque poco a poco os vais animando a escribirlos y a enviarlos para compartirlos. A lo mejor, tienes cosas que contar y que te apetece compartir, pues este es el sitio. Si lo deseáis, puedes enviar tu relato a la dirección que figura en este enlace enviar relatos prohibidosY si lo que quieres es copiar algún relato y compartirlo en tu sitio, o en otro, no olvides copiar y pegar también el enlace de donde lo has obtenido. y el nombre del autor, no cuesta nada y es de justicia.Y si estás interesado en adquirir esta página, debes de saber que está en venta. Si tienes interés, puedes contactar con nosotros aquí. |
|