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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Seducir a mi mujer
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Después de veintiséis años, las cosas habían cambiado. Habíamos pasado por muchas cosas, de criar a los hijos a enterrar a los padres, de luchar a tener éxito, y de follar todo el tiempo a casi nunca. Como la mayoría de las parejas, nuestra vida sexual empezó rápida y furiosa. A medida que la vida avanzaba y las cosas cambiaban, la frecuencia disminuía, pero la pasión y la excitación estaban ahí. Ambas disminuyeron con el tiempo y, en los últimos tres años, desaparecieron. La Gran Sequía, como yo la llamo, había comenzado.

No estoy seguro de qué fue lo que empezó, simplemente ocurrió. Mi mujer siempre estaba cansada por las tardes, durmiendo en su sillón frente a la televisión. Parecía apática, ligeramente deprimida. Su estado de ánimo cambiaba a menudo durante el día. Se alejaba de mí. No tenía problemas para despertarse, como siempre, lista para salir y parecía disfrutar de sus días de trabajo. Su horario habitual y su rutina seguían siendo los mismos, excepto en lo que se refiere a mí.

Los besos, abrazos y pequeñas caricias que compartíamos habían desaparecido. En la cama, se ponía de lado, y se dormía en un instante. Todos mis intentos de abrazarla o de jugar con ella eran rechazados, así que dejé de intentarlo y ella se iba a la cama mientras yo me quedaba viendo las noticias o cualquier otro programa.

Como la mayoría de los hombres de mediana edad, seguía teniendo un fuerte deseo y necesidad de sexo. Me masturbaba con frecuencia, a veces para poder quedarme dormido mientras estaba en la cama junto a ella, y soñaba con las noches pasadas que habíamos vivido juntos. Empecé a ver y leer porno, lo que empeoró aún más la situación. Todas aquellas atractivas mujeres de todas las edades, tamaños y complexiones chupando y follando con algún afortunado, o varios. Eso se convirtió en lo único en lo que podía pensar.

Consideré tener una aventura. Conocía a cientos de mujeres en el trabajo, de edades comprendidas entre los dieciocho y los sesenta años, algunas de ellas muy coquetas y obviamente interesadas o atraídas. Aunque tuve algunas invitaciones a un café y preguntas sobre mi estado civil, nunca había caído en la tentación, tanto por lealtad a mi esposa como por duda. Si mi mujer no estaba interesada en tener relaciones sexuales conmigo, ¿por qué iba a estarlo otra persona? Muchas noches pensé en esas mujeres mientras me masturbaba hasta el clímax.

Hice los habituales y débiles intentos, una cita nocturna, que fracasó, flores sin motivo. Un fin de semana en un lugar exótico, que fue divertido, pero se me pareció como estar de vacaciones con mi compañero de cuarto.

Pensé que era yo, así que empecé a cuidar mi dieta y a hacer un poco de ejercicio. Adelgacé rápidamente y me puse más tonificado. Me cambié el corte de pelo, me compré ropa nueva, me aseguré de estar limpio y de oler bien todo el tiempo. Pero no hubo cambios. Sin embargo, las cosas en el trabajo y en público cambiaron. Hubo más coqueteo. Las mujeres incluso se me acercaban en la tienda con preguntas importantes― ¿Podría indicarme dónde encontrar la carne? ―era mi favorita. Y consideré mis opciones.

Dejar las cosas como estaban y esperar que mejorara probablemente provocaría que ella decidiera dejarme, tal vez por otro, o simplemente para experimentar la vida. Suele ocurrir. Conozco a unos cuantos hombres cuyas esposas tiraron del enchufe después de más de veinte años y fui testigo de los resultados.

Sabía que podría ligar con al menos algunas de las mujeres que conocía del trabajo si lo intentaba. Me acostaría con ellas, pero tendría que lidiar con la culpa del engaño y la probabilidad de que me pillaran. El resultado sería el divorcio y probablemente la ruina financiera, para mí al menos. Parecía algo arriesgado.

Pensé en seducirla, conseguir que su apetito sexual vuelva a encenderse. Tendría que trabajar duro y pensar de manera diferente para hacerlo, pero era la mejor opción, y la más barata. Si fallaba, bueno, hola puerta número dos.

Empecé por ser mejor oyente. No soy una persona madrugadora. Me lleva treinta minutos o más sacudir las telarañas después de despertarme. Necesito mi café matutino y algo de tiempo para procesar antes de estar preparado para empezar el día. Por la mañana no hablo mucho.

Mi mujer es todo lo contrario, se levanta de la cama de un salto, llena de energía, lista para afrontar el día. A menudo me hablaba mientras yo tomaba mi café matutino, pero me entraba por un oído y me salía por el otro. Normalmente se levantaba de la cama antes que yo que dormitaba otros treinta minutos más o menos, antes de levantarme.

Me levanté cuando ella lo hizo y preparé café. Cuando empezaba a hablar, yo estaba despierto y escuchaba cosas que me había perdido. A medida que pasaban los días, ella hacía pequeños comentarios sobre su forma, su peso, el aspecto de su cabello. Mencionó que se sentía mayor, sobre todo desde que nuestra hija se mudó y nuestro hijo se graduó, y que su ropa se estaba quedando vieja. Le seguía gustando su trabajo, pero pensaba que tal vez era hora de cambiar.

― ¿Cómo me he perdido todo esto? ―me pregunté. Ahora sabía que estaba preocupada por haberse vuelto un poco gruesa durante los últimos años, pero no me había dado cuenta de lo mucho que le molestaba. Se sentía mayor, gorda, poco atractiva, poco sexy. Y estaba equivocada.

Mide un poco más de 1,50 metros de altura. Siempre ha sido -y sigue siendo una morena tetona y con curvas, con unas caderas firmes y bien formadas y un culo realmente bonito. Sus pechos son grandes, deliciosos y todavía muy turgentes. Tiene una amplia sonrisa, labios carnosos y pómulos altos, es una mujer muy llamativa. La gente siempre se fija en ella cuando entra en un lugar, incluso con sus vaqueros de "mamá" y una sudadera.

Me propuse ayudarla a ver lo deseable y sexualmente atractiva que es. Si se siente sexy, será sexy, conmigo. Empecé con pequeños cumplidos sobre cómo le quedaba bien el pelo, cómo le sentaba bien esa camisa, cómo esos pantalones acentuaban su bonito culo y sus caderas. Empecé a darle pequeños toques en el brazo o en la muñeca, a cogerle la mano en la tienda, a pedirle un beso cuando nos cruzábamos o en la cocina. Empecé a acercarme a ella por detrás cuando estaba en la cocina, acariciando suavemente sus caderas, besando u oliendo ligeramente su cuello, susurrándole―te quiero―en el oído.

Empezó a corresponder al afecto con pequeños besos antes de irse a trabajar, a rozarme mientras yo hacía algo y a darme abrazos con más frecuencia. Empecé a pedirle que se vistiera más sofisticada y la acompañé a comprar ropa, a pesar de que odio ir de compras. Poco a poco fue cambiando su vestuario, comprando algunas cosas más sexis que antes, como camisas escotadas y blusas de colores vivos que le quedaban muy bien y acentuaban su figura pechugona. Botas de tacón alto, pantalones vaqueros bien ajustados, incluso algunos vestidos.

Seguí diciéndole lo bien que se veía, cómo los hombres siempre la miraban, hombres más jóvenes, mirándola.

― Mientes ―se reía. Pero ella sabía que no mentía.

Por la noche me iba a la cama cuando ella, a veces antes, y muy lentamente comenzaba el acercamiento. Empecé pidiéndole un beso de buenas noches, nada más. A medida que pasaban las noches le hacía pequeñas caricias en el hombro, en las caderas, a veces le cogía la mano un momento. Le pregunté si podía abrazarla, y sólo nos abrazamos, nada más. Comentaba lo buena que estaba ese día, cuántos tipos la habían mirado. Me era difícil mantener las manos fuera de su cuerpo; quería follar con ella. Pero me mantuve paciente. Verla tan bien, recibiendo toda la atención, estaba haciendo que mi deseo sexual se disparara también. Quería que ella me deseara.

Una noche fuimos a una fiesta del personal de su trabajo. Era una gran reunión, más de doscientas personas, en un hotel de lujo. Intenté estar lo mejor posible, poniéndome un traje a medida y me lustré los zapatos. Me afeité, me corté el pelo, me eché colonia y el reloj que me había comprado en nuestro décimo aniversario. Pensé que estaba muy bien.

Ella estaba impresionante. Se había decidido por un vestido rojo entallado que terminaba justo por encima de la rodilla, dejando al descubierto sus largas y fantásticas piernas, y mostraba un amplio escote. Dios mío, tenía muchas ganas de follarla.

― Se me pone dura sólo con mirarte ―le dije ―Estás fantástica.

Se sonrojó un poco antes de preguntar― ¿Es demasiado atrevido?

― ¡No, me encanta! ―respondí― Serás el centro de atención de la fiesta.

― ¿No te importa que otros me miren? ―preguntó.

― No mientras sepan que estás conmigo ―respondí― Pueden mirar todo lo que quieran. Me encanta saber que otros te encuentran tan sexy y deseable como yo y que están celosos sabiendo que voy a ser yo quien te folle después.

Respondió con un sonido sexy, sus ojos brillaron al mirar los míos, y luego se alejó. Sus caderas se movieron mientras se iba, mostrando su gran culo, y casi me corrí en mis pantalones.

La noche fue divertida, llena de bebida y risas, y después de la cena, la pista de baile se puso en marcha. Mi mujer no estuvo sola en toda la noche, rodeada de los hombres con los que trabajaba. En algunos eran evidentes en su interés por ella y yo simplemente disfrutaba del espectáculo.

Sorprendentemente, yo también recibí mucho interés. Muchas de las mujeres de la fiesta coqueteaban conmigo, me decían lo bien que estaba, me tocaban los brazos y el pecho. Un marido apartó a su mujer de mí y la llevó a su mesa cuando bailábamos juntos.

Los hombres hacían cola para tener la oportunidad de bailar con mi mujer. La aparté un momento y nos fuimos al pasillo para tener un sitio tranquilo. La besé. Le pregunté cuántas manos había tenido en su trasero.

― Más de las que puedo contar ―soltó con una risita― Nunca me he sentido tan sexy... no desde hace mucho tiempo, al menos.

Besándola ligeramente en la oreja, susurré― Todos quieren follarte ¿sabes? quieren follar tus grandes tetas, tu coño, tu culo, tu preciosa boca ―continué mientras su respiración se hacía más agitada― Estás tan jodidamente caliente, que quieren hacértelo ahora mismo. Sé que has notados las pollas erectas presionando contra ti.

Me besó fuerte y apasionadamente― Sí, muchas pollas duras ―gimió― Y estoy muy jodidamente caliente ahora mismo.

― Nos iremos pronto ―le aseguré mientras la llevaba de vuelta a la fiesta, con mi mano en su culo.

Cuando regresamos a nuestra mesa nos esperaba un grupo de hombres y mujeres cachondos que buscaban pareja de baile. Mi mujer hizo un espectáculo besándome y frotándome el culo antes de dirigirse a la pista de baile con uno de los guapos jóvenes. Era uno de los muchos hombres que babeaban durante toda la noche, ya que su madura sexualidad provocaba su lujuria, y él tenía una evidente erección que le llenaba los pantalones.

Una de las mujeres, una rubia de unos treinta años, que parecía una estrella porno, me agarró. Se me echó encima en la pista de baile, apretándose contra mí, susurrándome que quería que la follara. Me negué cortésmente, señalando a mi mujer― Lo siento, estoy ocupado ―le expliqué.

A ella no le importó, diciendo― Quiero que me folles a mí, ella tiene cientos de polla para jugar por aquí.

― Ella sólo juega conmigo y yo sólo juego con ella ―le dije.

Con una mirada de decepción, se dio la vuelta y se alejó, lanzándome un beso por encima del hombro, buscando a mi sustituto en el grupo cerca de mi mujer.

Decidí que era el momento, me acerqué a donde mi mujer estaba rodeada de hombres cachondos y le quité la mano del culo a uno de ellos. La atraje acerqué y la besé, poniendo mis manos en su culo, mientras la atraía hacia mí― Lo siento chicos, es hora de ir a buscar a vuestra propia diosa ―dije por encima de mi hombro mientras abandonábamos la fiesta.

La llevé a los ascensores, recibiendo una mirada curiosa de ella mientras sacaba una tarjeta de habitación.

― Reservé una habitación para esta noche para poder follar con la mujer más deseada de la fiesta ―le susurré.

― ¿Te refieres a esa chica rubia que te frotaba la polla a través de los pantalones? ―se burló.

― No, me refiero a ti ―dije mientras la apretaba contra la pared del ascensor. Pasé mis manos por todo su cuerpo, palpando su culo, sus caderas y sus pechos. Me apreté contra ella, haciendo chocar mi polla erecta contra su pubis. La besé apasionadamente, introduciendo mi lengua en su boca. La llevé de la mano a la habitación y cerré la puerta tras nosotros. Sus zapatos volaron por la habitación cuando se los quitó. La agarré por los brazos y la atraje hacia mí, besándola de nuevo. Su lengua luchó con la mía mientras me quitaba el traje y los bóxers. La senté en el extremo de la cama y, poniendo mis manos en su cabeza, atraje su boca hacia mi polla.

Abrió la boca y se llevó la cabeza de mi polla a su boca y empezó a chuparla. Pasó la lengua alrededor de la punta y luego recorrió el grueso tallo. Lamió y chupó mi pene y luego se lo metió en la boca. Lo chupó como si fuera un helado, cogiendo todo lo que podía, y luego se apartó con un sorbo.

Cuando me miró, sus ojos se abrieron de par en par― Estás todo musculoso como hace veinticinco años ―Sus manos se dirigieron a mi pecho, recorriendo el cabello claro, y pasaron por mi estómago― ¡Dios! ¿Cómo no me he dado cuenta hasta ahora? ―se preguntó mientras una mirada entristecida cruzaba su rostro.

― Sabía que tenía que competir con tipos veinte años más jóvenes que yo para mantener a una mujer como tú ―dije mientras la levantaba y la besaba.

Le bajé la cremallera y le quité el vestido, la agarré por el culo y la levanté hasta la cama. Metí la mano entre sus piernas y le arranqué las sedosas bragas rojas. Separé sus piernas y puse la cabeza de mi polla contra su coño húmedo y humeante― ¿Quieres que te folle? ―le pregunté.

― ¡Dios, sí! Fóllame tan bien como haces siempre.

Empujé en su sedosa vagina, introduciendo lentamente mi polla dentro de ella, dejándola recordar lo grande que es. Ella gimió mientras enterraba lentamente toda mi polla en su apretada abertura. Me detuve un momento, con la polla dentro de ella, y me incliné hacia delante para besarla. Compartimos un largo y lento beso mientras tiraba lentamente de mis caderas hacia atrás, sacando mi polla hasta que sólo la cabeza estaba dentro de ella.

― ¿Quieres que te folle? ―Pregunté de nuevo, provocándola con mi polla.

― ¡Fóllame, por favor! ¡Fóllame! ―insistió―te deseo tanto, nene,

Empujé hacia delante y metí toda mi polla dentro de ella, luego comencé a bombear más y más rápido, mientras su cabeza se agitaba de lado a lado. Sus uñas se arrastraron por mi espalda mientras follábamos, ambos gimiendo de placer, y dejaron ligeras marcas de arañazos. Se sacudió y tembló cuando llegó su primer orgasmo, con los ojos en blanco y dejó escapar un fuerte grito― ¡Dios mío, Dios mío, me follas tan bien!

Bombeé con más fuerza, con mis testículos pidiendo a gritos que los liberara, mientras sentía que mi orgasmo se aproximaba. El aprisionamiento de me polla se intensificó cuando ella se corrió, y eso me excitó, la presión en mis testículos aumentó mientras me preparaba para entrar en erupción.

―Voy a correrme ―gemí.

Ella me rodeó con sus piernas, sujetándome a ella, mientras siseaba― Dámelo, nene, dame tu semen, dame tu amor.

Mi polla entró en erupción dentro de ella, el orgasmo me hizo estremecer, y la llené con mi semen. Me incliné hacia delante y la besé. Sus piernas se separaron de mi cintura mientras nos besábamos, y rápidamente me fui hacia abajo y metí mi cara entre sus piernas. Introduje mi lengua en su reluciente raja, saboreándome a mí mismo, y deslicé mis manos hasta sus pechos. Masajear y amasar sus grandes pechos mientras le lamía el coño fue suficiente para excitarla de nuevo. Gimió con fuerza mientras se apretaba contra mi cara, aplastando mi nariz contra su pequeño mechón de vello. Me encantó el sabor de nuestros jugos juntos.

Cuando dejó de retorcerse, subí y aplasté mi boca contra la suya. Ella chupó con avidez de mi lengua y mis labios, limpiando todos nuestros jugos, mientras mi mano volvía a su coño tembloroso. Deslicé un dedo entre sus labios y lo pasé lentamente por su clítoris. Ella saltó como si de repente recibiera una descarga eléctrica y chilló amordazada por mi boca. Metí dos dedos en su coño, recorriendo la pared superior del mismo, mientras seguíamos besándonos. Acaricié su coño mientras empezaba a susurrarle al oído― Todos esos hombres, esas pollas duras querían follarte, te desean, q tu coño caliente, a tus grandes tetas.

― ¡Oh Dios! ―gimió.

― Quieren follarte, comerte, correrse en ti ―continué― Piensan que estás jodidamente caliente, taaaan sexy, tan deseable, como yo siempre.

Me agarró la cabeza con sus dos manos y me besó con fuerza mientras volvía a alcanzar el clímax. Me besó durante más de un minuto, finalmente apartó su boca y me miró a los ojos. Me levanté y me senté a horcajadas sobre su pecho. Agarré sus grandes pechos y puse mi polla, otra vez dura, entre ellos, y empecé a moverme. Ella puso las manos en sus pechos y los mantuvo unidos mientras yo deslizaba mi polla entre ellos. Jugué con sus pezones y los pellizqué mientras mi polla se deslizaba de un lado a otro. Su lengua se deslizaba sobre la punta cada vez que yo empujaba hacia delante, lamiendo el líquido pre seminal que se filtraba, mientras yo bombeaba más rápido.

― ¡Oh, sí, nene... fóllame las tetas! Sé que las has echado de menos ―gimió en voz baja.

― Todos los hombres de la fiesta quieren hacer esto, todos te desean ―Gemí mientras me preparaba para otro clímax.

― Sólo tú, nene, sólo tú ―susurró― Ahora dámelo, córrete en mi cara, nene. Quiero saborearte.

Mi polla explotó y el semen corrió por su hermosa cara, por su boca y por sus pechos. Me agarró la polla con una mano y se inclinó hacia delante para chupármela mientras eyaculaba. Echó la cabeza hacia atrás mientras yo me levantaba hacia delante y metí mi polla en su boca. Me chupó suavemente la polla, sacando todo mi semen, antes de metérsela longitud en la garganta. Me retiré lentamente, arrastrando la punta por sus labios, y pasé mi polla por su cara y por la resbaladiza humedad de su barbilla.

Me acosté junto a ella y nos besamos. Apoyó su cabeza en mi pecho y recorrió lentamente con sus dedos mis pezones y mi pecho― Te quiero... tanto ―dijo en voz baja.

― Te quiero.

― Lo sé... ―Y empezó a llorar. Sus lágrimas cayeron sobre mi pecho mientras yo ponía mi mano sobre su cabeza y acariciaba suavemente su pelo― Lo siento mucho, te ignoré, te aparté ―sollozó― ¡Ni siquiera me di cuenta de lo en forma que estás hasta esta noche!

― Está bien, yo también lo siento ―dije.

Ella levantó la cabeza y me miró a los ojos― Echo de menos esto, me acabo de dar cuenta de lo mucho que lo echo de menos.

La besé suavemente y me acerqué a su culo, dándole un apretón, y le guiñé un ojo― Todos esos hombres siguen queriendo follar contigo, van a follar con otra y piensan en ti, o se masturban mientras recuerdan lo bien que se siente tu culo.

Ella soltó una risita― Y esas mujeres se la chuparán a otro y fingirán que es tu gran polla... soñarán con que te las follas.

― Mientras tú sueñes con follar conmigo, esas rubitas no tienen ninguna posibilidad ―dije.

Colocando mi mano en su coño susurró― Y nadie más tiene una oportunidad con esto.

MJ

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