La Página de Bedri
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Dormí como hacía tiempo no lo hacía. Los recuerdos de la tarde pasada destellaban en mi mente y una fuente de calor creció en mi interior, haciendo palpitar mi vulva y sintiendo mi clítoris hincharse por momentos, necesitaba tocarme, porque me estaba excitando muchísimo. ― ¿No tuviste bastante? ―La voz de Saúl, me sacó de mis húmedos pensamientos. ― ¡Amor! ―Exclamé, abriendo los ojos y viendo a mi marido mirarme, y retirando la mano de mi entrepierna, un poco avergonzada. ― Yo sigo, no te preocupes ―dijo, mientras hundía su cabeza entre mis piernas y me deleitaba con un delicioso cunnilingus que no tardó más de dos minutos en llevarme a un rápido y deseado orgasmo. Quise agradecérselo, por lo que tomé su polla entre mis manos, con la intención de hacerle una buena mamada mañanera. Estaba completamente empalmado. Lamí suavemente el glande antes de introducirlo en la boca por completo. Volví a sacarlo y deslicé la lengua por todo su tronco, lubricándolo muy bien, para volver a tragármela. Esta vez, Saúl me sujetó la cabeza, y me la hundió muy dentro, provocándome una arcada, pues no me lo esperaba. Me dejó apartarme un poco, lo justo para tomar aire, y volvió a hacerlo. Comenzó a follarme la boca, como lo habían hecho por la noche su hermano y él, y tardó muy poco en correrse. Sentí el caliente esperma deslizarse garganta abajo. Un par de descargas más y me soltó, momento que aproveché para limpiar los restos de su corrida, con mi boca y lengua, dejándole casi listo de nuevo para la acción. ― Quiero que me digas, si vas a querer sexo duro, a partir de ahora ―me dijo, acostado a mi lado, mientras sus manos, recorrían mi cuerpo desnudo, sucio y sudado. ― No sé qué quieres oír ―respondí ― Es fácil la pregunta, y la respuesta. No creí jamás que fuera a presenciar lo que vi ayer cuando llegué. Y mucho menos que hicieras y te dejaras hacer como te dejaste. ― Yo tampoco creí jamás que dejarías a otro hombre follarme delante de ti. ― Fue una situación especial, extrema, diría, y, digamos, que improvisé. Además, es mi hermano, se que le gustas, y él a ti también, no es cualquier hombre. Encontrarte totalmente indefensa, inmovilizada, desnuda, y en medio de un orgasmo al llegar a casa, lo siento, pero era una fantasía que se me hizo realidad. ― Me sentía muy sola últimamente y recurrí a fantasear con juguetes, no sabía que a ti también te pudiera gustar ¡Sí! Mi respuesta a tu pregunta es si. Quiero dejar unas normas claras ―dijo Saúl― ¿Serás mi mujer, mi puta y mi esclava sumisa? ― Si ― ¿Te puedo compartir, o solo quieres que te use yo? ― Haré lo que a ti te apetezca, como tú quieras y con quien creas oportuno, pero por favor, con discreción, no quiero que me señalen por la calle. ― ¿Sabes que hay clubs, en los que lo que pasa allí, se queda allí? ― Algo leí sobre ellos, sí. ¿Has estado en alguno? ― Sí La respuesta me perturbó un poco. Resulta, que yo pasaba las tardes en casa, masturbándome sola, y mi marido haciendo, quien sabe qué, con quien sabe quién, en clubs de la ciudad. Todo por no tener una conversación a tiempo. ― ¿Te ha parecido mal la respuesta? ―dijo sacándome de mis pensamientos ― No, solo que jamás lo habría imaginado ― Pues todo puede cambiar desde ya, si la respuesta sigue siendo afirmativa. ― Si ―dije rotundamente, tanto que yo misma me sorprendí, y de solo pensarlo, me estaba mojando otra vez ― Bien, pues hay unas normas, como te dije. Tendrás que ser marcada, de alguna forma, para que se sepa que tienes amo, y te respeten. Te informaré antes de cada sesión, en la medida de lo posible, de lo que pasará, para saber si estás de acuerdo. Y acordaremos una palabra de seguridad, para si algo se descontrola o no te gusta, lo puedas parar. ― Perfecto ―dije un poco abrumada por lo que acaba de oír y por la seguridad de las palabras de Saúl, se notaba que sabía de lo que hablaba. ― Vas a hacerme el hombre más feliz del mundo. Llevo años fantaseando sobre esto. Dúchate mientras voy preparando las cosas, vamos a desayunar y lo primero será el marcaje. Si me cogen hoy, hoy mismo lo haremos. Debes tomar siempre la píldora anticonceptiva, no queremos sustos, irás siempre como vas, completamente depilada. Te voy a poner un piercing en el ombligo para completar los de los pezones, y quizás, aún no lo sé, otro en el clítoris. En uno de ellos llevaras mis iníciales, así como en el tatuaje que te haré. ― Niebla ―fue todo lo que pude decir, la palabra de seguridad será niebla. ― Niebla pues. Ve a ducharte, hago unas llamadas y te espero en el salón. Salimos sobre las once de la mañana hacia el centro. Llegamos a un local, que parecía cerrado, pero las cortinas negras que tapaban los escaparates parecían nuevas y limpias. Aparcamos un poco más arriba, y rodeando el edificio, nos dirigimos a una puerta negra, con los relieves dorados, donde Saúl llamó. Un hombre de unos 2 metros de altura, totalmente rapado y vestido con ropa de cuero, muy fuerte y lleno de tattoos y piercings abrió la puerta y nos indicó que pasáramos. Apreté la mano de Saúl fuerte. Nos dirigimos a una estancia del piso superior. Otro hombre, de unos 30 años, muy tatuado también, nos esperaba. Vestía también de cuero, con pelo largo atado en coleta en lo alto de la cabeza y los laterales rapados y también tatuados. En la sala había una camilla y todo el material para tatuajes y piercings. ― Desnúdate y túmbate en la camilla ―dijo Saúl. ― ¿Entera? ―Dije un poco sorprendida. ― ¿No me entiendes cuando hablo? ―Me gritó. Un poco aturdida y avergonzada por la situación, me desnude por completo delante de aquel hombre. En ese momento apareció también el que nos había abierto. Sin mediar palabra, me tomó del brazo y me llevó a la camilla, ayudándome a tumbarme. Tomó mis brazos por encima de mi cabeza y me los ató a la parte de atrás de la camilla. Las piernas me las inmovilizó en unos estribos, parecidos a los de una silla ginecológica, dejándome totalmente inmovilizada, expuesta y disponible para lo que fuera que me fuesen a hacer. Una mordaza con una bola de agujeros, me dejo también muda. ― Aquí no hace falta palabra de seguridad, así que no necesitas hablar ―dijo Saúl. ― ¿Entonces, como lo hemos hablado? ―Preguntó el más delgado, mientras se colocaba entre mis piernas. ― Ni más ni menos ―dijo Saúl poniéndose a un lado mío, el otro, el grande, se coloco del otro lado cerca de la mesa auxiliar que tenía todo el material. Me acomodaron la cabeza, de forma que podía ver bastante de lo que iba a pasar. El tío grande, cogió una de mis tetas, y quitó el piercing de barra que llevaba, después el otro. Me puso un líquido bastante frio, que erizó mi piel y puso los pezones como piedras, y lo extendió con una gasa, supongo que sería algún desinfectante. Hizo lo mismo en mi ombligo. Me sobresalté un poco cuando sentí que me manipulaban la entrepierna. El tipo más delgado tenía el capuchón de mi clítoris sujeto por unas pinzas, y estaba marcando con un rotulador, me sonaba la maniobra de cuando me puse los de los pezones. Después de unos minutos hizo lo mismo en mi ombligo. La saliva comenzaba a caerme de la boca, arrollando por la cara, hasta la camilla. El tío grande enseñó primero a Saúl, y luego a mí, las joyas elegidas para coronar mis pezones. Saúl asintió con la cabeza. Eran una especie de soles, atravesados por una barra rematada en dos pequeñas piedras brillantes, que hacían las veces de tuercas. La barra era bastante más gruesa que los que llevaba. Sin darme tiempo a reaccionar, el tío, que llevaba un rato pellizcándome los pezones, tomó cada uno con una pinza hueca, para que no se bajaran, y paso a través de los agujeros existentes una aguja guía de un grosor mayor, para abrir el agujero. Un pequeño grito, ahogado por la mordaza escapó de mi boca. Sin dame tiempo a reponerme atravesó el otro. El dolor era soportable, incluso placentero. De repente, un dedo entró en mi vagina, luego otro. Un gemido salió de mi sin pensarlo ― ¡Aaah! ― ¡Joder, si esta mojada! Si que se mete en el papel ―dijo el tatuador, que comenzó a masturbarme, mientras miraba a mi marido, que asintió con la cabeza. No daba crédito, atada a una camilla, completamente indefensa y expuesta, un extraño, me estaba haciendo una soberana paja, con dos dedos dentro de mi vagina y un tercero, frotándome el clítoris, mientras un gigante de 2 metros manipulaba mis tetas a su antojo, atravesadas por sendas agujas, y Saúl, viéndolo todo, y con su consentimiento. Ni mi más caliente sueño de una de tantas tardes sola en casa, se podía comparar. ― ¡Aaaaahh! ¡Aaahhh! ¡Aaaaaaaaahhhh!! ―Me corrí como pocas veces lo había hecho. Estaba empapada, y mi cara y pelo, llenos de la saliva que salía de mi boca, llena por aquella bola. ― ¡Uuuugggg! ―De repente, un dolor punzante y agudo, recorrió mi ser, desde mi clítoris, hasta mi cabeza, a través de mi columna. Forcé el cuello para ver que había pasado. Una aguja como las que atravesaban mis pezones atravesaba ahora la piel de mi clítoris en sentido vertical, y de repente otra, menos dolorosa, mi ombligo. Cerré los ojos y alguien retiró la almohada sobre la que descansaba mi cabeza, para que pudiera relajarme, mientras se sustituían las agujas por las piezas elegidas por mi marido. ― No recuerdo haberte permitido que te corrieras ―me dijo Saúl cerca de mi oído― y encima has puesto cachondos a mis dos amigos, vas a tener que satisfacerlos cuando terminen. Abrí los ojos para mirarle, parece ser que lo de dejarme follar por otros iba a empezar antes de lo que imaginaba, y asentí con la cabeza. Un poco después me reclinaron un poco para que me viera. Los pezones resaltaban estupendos. Al ser la barra más gruesa, y el soporte de esta, largo, los estiraba ligeramente y los agrandaba. Iba a ser imposible disimularlos bajo ninguna prenda. En el ombligo, en la parte superior, una piedra en forma de diamante, y otra saliendo de dentro, y de la superior, colgaban unas cadenitas doradas, era el que más se iba a ver en cualquier situación pública y, por tanto, el más discreto. Situaron un espejo entre mis piernas, para que pudiera ver la barra de generoso diámetro y ligeramente curvada que atravesaba mi clítoris, terminaba en una labrada letra “S2. Cuando el tatuador la movió con la mano, una oleada de placer recorrió mi cuerpo, era una sensación nueva y muy placentera. Después, repasó con una cuchilla de afeitar mi pubis, y tomó la máquina de tatuar. Una hora después, un tatuaje a escasos milímetros de mi rajita, lucia con el texto “Propiedad de S. R”. Ya estaba marcada de por vida con las iníciales de mi marido. Saúl se acercó y me colocó un collar de cuero negro, con una argolla delante, similar a los que se usan con los perros, solo que iba cerrado con pequeño candado, del cual, guardo la llave. ― Estás preciosa ―me dijo― Ya estás marcada de mi propiedad, y ese collar solo te lo podrás quitar cuando yo te lo permita. Ahora, debes pagar tu deuda por correrte sin mi permiso, vuelvo en un rato ―dijo mientras salía de la sala. La camilla comenzó a inclinarse hacia atrás, emitiendo un ligero zumbido, dejando mi cabeza colgando a un metro aproximadamente del suelo. El tatuador, me quito la mordaza, y sin tiempo casi a recolocar mi mandíbula, metió su polla en mi boca. Aferrado a mis tetas y pellizcando mis doloridos pezones, comenzó a follarme la boca con fuerza, provocándome varias arcadas, que casi me hacen vomitar. El exceso de salivación salía de mi boca cada vez que la sacaba, y me arrollaba dentro de la nariz y los ojos, hasta que después de unos interminables minutos, se corrió abundantemente dentro de mi garganta. Sin tiempo a tragar todo lo que me había soltado, dada la incómoda postura para poder tragar, el grandullón de la puerta tomó el relevo. La polla que tenía era acorde al tamaño del tío. Sin ser muy larga, tenía un diámetro enorme, me costó mucho abrir la boca para que entrara, pero no pareció un impedimento para aquel tipo. Aferrado con fuerza a mis tetas, y retorciendo dolorosamente mis pezones, fue metiéndola entera hasta rozar mi garganta. Pensé que me iba a ahogar, como tardara mucho en sacarla. Comencé a respirar, con dificultad por la nariz, mientras el tío empezaba un vaivén lento, en mi boca. Noté una lengua en el clítoris, y unos dedos intentado entrar dentro de mí. No fue difícil, estaba empapada en mis fluidos. El de mi boca, en un par de envites, comenzó a jadear y a correrse, y yo al sentir el caliente y espeso semen en mi boca, me corrí como una loca, también. Pensé que me estaba haciendo pis, pues sentí chorros salir de dentro de mí. Estaba en éxtasis, teniendo mi primer squirt. El grandullón la sacó de mi boca, y un último chorro de su semen, impactó en mi cara y pelo. Sentí la camilla volver a su posición inicial. No sentía las piernas ni los brazos, aún inmovilizados. Entreabrí los ojos, y vi a Saúl, en la puerta, con el móvil en la mano, lo había grabado todo. Se acercó y me dijo― Si otra vez te vuelves a correr sin mi permiso, tendré que castigarte. Se acercó a mí, y me introdujo un plug anal, previamente lubricado, era metálico y daba la sensación de pesar. Tenía un buen diámetro, que mi culo tragó con algo de esfuerzo. Saúl soltó mis manos y piernas y me ayudo a incorporarme. ― Ponte la gabardina y baja. ― ¿No me visto? ―Pregunté. ― No, has sido una zorra desobediente, iras pues, como lo que eres, hasta el club. Y ni se te ocurra lavarte. ― Sí señor ―respondí metida en mi papel de sumisa, esperando que la respuesta fuera de su agrado. Me incorporé y me puse la gabardina que traía. Afortunadamente era por encima de las rodillas, y disimulaba bastante el que fuera desnuda debajo de ella. Saúl enganchó una correa a la argolla de mi collar, y tiro levemente. ― ¡Vamos! ―ordenó. Bajamos las escaleras, y al pasar delante de un espejo, vi mi cara, con los restos de la lefa del portero, y también mi pelo. El poco maquillaje que llevaba estaba extendido por mi cara. De mi entrepierna salía abundante flujo que se deslizaba piernas abajo. Además, el roce de los pezones en la tela de la gabardina y la sensación al caminar que provocaba el piercing de mi clítoris, me estaban poniendo muy perra otra vez, nunca mejor dicho. Era sábado por la mañana, a pesar de ser una zona de la ciudad un poco alejada, seguro que habría gente por la calle a esa hora, me moría de vergüenza solo de pensar que algún conocido me podía ver así y el rubor subió a mis mejillas. Salimos a la calle, caminamos unos 300 metros en dirección contraria al coche. Afortunadamente solo encontramos un vagabundo en un portal. Bajé la vista al pasar a su lado, mientras me contemplaba lascivamente y se cogía la entrepierna mientras me miraba pasar. Inexplicablemente, cada vez estaba más excitada. Lo único molesto era sentir como la gravedad intentaba que el plug se saliera de mi culo, y tenía que hacer esfuerzos para sujetarlo dentro. Entramos en un viejo portal, y bajamos un piso. Saúl llamó en una puerta que tenía una pequeña luz verde sobre ella. Una mujer de unos 40 años nos recibió, besó a Saúl en la mejilla, y la miré desafiante. La bofetada que me soltó no la vi venir. La mejilla me ardía aun más de lo que ya lo hacía. Mientras me quitaba la gabardina de manera violenta dijo: ― No sé quién eres, ni me importa, pero cuando cruzas esa puerta, aquí solo eres una puta más, que solo mirara a la cara si se te da permiso para ello, si no mirada al suelo ¿Entendiste? ― Sí señora, lo siento señora. ― Bien, parece que alguna cosa ya la aprendiste ¿Es nueva? ―Pregunto a Saúl. ― Si, recién estrenada y marcada. ― Ya lo veo. Está muy buena, tal vez te la pida prestada. ― Cuando quieras, es tuya. ― ¿Qué vas a querer? ―Con una sala pequeña me arreglo hoy, por ser el primer día. Quiero mostrarle, lo primero, que pasa cuando se corre sin mi permiso. ― Perfecto, la 2 está vacía. ― ¡Vamos! ―dijo Saúl tirando de mí― A cuatro patas como la perra que eres. Me arrodille, y gatee detrás de él. Llegamos a la puerta con el número 2 y entramos. Era un cuarto bastante oscuro. Había unas mesas con bastante parafernalia sado, una gran cama con dosel y espejos en el techo, y una gran X de madera. Mi excitación iba en aumento. Me dirigió a la X. Tiró de la cadena para que me incorporara, y me ató a ella, de frente. ― ¿Qué castigo crees que mereces? ―Dijo Saúl. ― No lo sé, señor, no sabía que no podía correrme. ― Pues lo hiciste dos veces. Seré benévolo, serán diez latigazos y diez azotes, para que te vayas acostumbrando. Contaras cada golpe en voz alta y dirás gracias, ¿entendido? ― Sí, señor. ― Si aguantas el castigo sin quejarte, te follaré y dejaré que te corras. El primer golpe no se hizo esperar. El silbido del látigo en el aire fue seguido de un ardor que me atravesó la espalda de lado a lado. ― Uno ―dije― Gracias, señor. Cada latigazo dolía un poco más, pero mordía el labio con fuerza para no quejarme, aun así, lagrimas de dolor salían de mis ojos. Mi entrepierna, como siempre, por libre, empezaba a dejar salir fluidos pierna abajo, presa de la excitación que me consumía por dentro. Terminé la cuenta, y sin tiempo de reponerme, el primer palazo cayó en mi culo. Creo que dolían más que el látigo, pero después de cada uno, una caricia con la mano de Saúl, aplacaban un poco el ardor. Los diez golpes pasaron bastante rápido. Automáticamente, sentí sacar el plug que aun seguía en mi interior, y noté la polla de mi marido queriendo sustituirlo dentro de mí. Gemí de placer al sentirlo entrar, sin dificultad. Una mano suya cogió mi pecho izquierdo, y sus dedos juguetearon con mi pezón, y la otra se afanó a masturbar mi clítoris. El contacto del piercing del clítoris me hacía sentir escalofríos de placer. ― Aaah, aaah, señor puedo correrme, no lo aguanto más ―dije enseguida. ― Siii, siii, hazlo ―me dijo mordisqueándome la oreja ―Yo también me voy a correr!!! Sentí su semen inundar mi culo, y su glande hincharse dentro de mí con cada chorro, y tuve el tercer orgasmo de la mañana, enculada por mi marido, crucificada en una mazmorra oscura. Aún con su polla dentro de mí, liberó mis brazos. La sacó y me liberó las piernas, me giró y me hizo arrodillarme. Sabía lo que quería, me afané a limpiar su pene aún goteante, chupando y lamiendo golosamente. Empezó a recuperarse del todo nuevamente, y continué chupándosela, hasta que se volvió a correr en mi boca. Después del primer disparo, me separó la cabeza, cogió su polla con la mano, y tres chorros mas impactaron en mi cara, pelo y pechos. Se separó y me miró satisfecho, mientras cogía su móvil y me hacía nuevas fotos. No dije ni pregunté nada. Hizo sonar un timbre, y apareció al poco tiempo la mujer que nos había abierto― ¿Señor? ―Preguntó. ― Que la bañen y aseen, y que se vista. Cuando esté lista, llévala al bar. ― Sí señor, a cuatro patas, zorra, sígueme ―dijo mirándome. Obedecí sin rechistar. La acompañé a un cuarto en el pasillo, donde una gran bañera presidía la estancia. Dos chicas muy jóvenes, completamente desnudas también, esperaban arrodilladas en el suelo, con la cabeza agachada, y las manos en la espalda. ― Fíjate en la posición de estas dos putas. Si quieres ganar puntos con tu amo, espéralo siempre así, y lleva el pelo recogido en una coleta. Agradecerás este consejo gratuito que te doy. Bañarla a fondo, y vestirla. Hoy ha sido su primer día y por el aspecto ha sido duro ― Si señora ―dijimos las 3 casi al unísono Las dos chicas se pusieron en pie y me ayudaron a meterme en la bañera. Con sumo cuidado y delicadeza extrema me enjabonaron cada rincón de mi cuerpo y lavaron el pelo. Tras secarme me tendieron en una camilla donde me dieron un masaje con aceite aromático, muy relajante y aplicaron una crema cicatrizante en las marcas de la espalda, nalgas y tatuaje. Después me ayudaron a vestirme. Un minúsculo tanga negro, que dejaba ver parte del Tattoo, y un ajustado vestido negro de licra, que realzaba exageradamente mis perforados pezones. Por supuesto, sin sujetador. Me alisaron el pelo y me lo recogieron en una coleta alta. Unos zapatos negros, con detalles en rojo, con un considerable tacón, completaban el atuendo. Volvieron a colocarme la correa y me llevaron fuera. La otra mujer la tomó, y ya caminando me condujo al bar. Allí, en una mesa, esperaba Saúl con otro hombre. Los dos se pusieron en pie para recibirme. La mujer dio la correa a mi marido y se marchó. ― ¡Siéntate! ―me dijo. ― Si señor ―respondí. ― Es preciosa ―dijo el otro hombre, un sesentón, metido en kilos, medio calvo, pero muy elegante y con corte distinguido― Si yo tuviera una mujer así, te aseguro que no la compartiría. ― No comparto a mi mujer. Esta es mi esclava, y yo decido que hago con ella, pero cuando es mi mujer, ni viste así, ni actúa así. Además, ella lo ha pedido y ella lo puede parar cuando quiera. Empezaba a acostumbrarme a que hablaran de mi en tercera persona, aun estando delante, algo que anteriormente detestaba y odiaba. El hombre, que se llamaba Alfredo, me extendió unos papeles y un bolígrafo ― Léelo, y si estás de acuerdo firmarlo. No es más que recogido en papel todo lo que pactamos de palabra. Es una especie de contrato, para que, si algún día pasa algo, no digas que no tenía tu permiso para hacerlo, y también, si yo me excedo en algo, tú puedas demostrar que no estaba pactado. Tras repasar el texto, que recogía varias pautas de conducta, mis deberes y obligaciones, y los de Saúl también, firmé el contrato, con cierta excitación. ― Perfecto ―dijeron los dos― El documento quedará en la caja del Club, a buen recaudo, matizó Alfredo, y ahora, lo pactado del cobro de entrada, Y diciendo esto, se puso en pie, mientras se desabrochaba el pantalón y lo bajaba junto a los calzoncillos, hasta las rodillas, dejando a la vista un flácido y arrugado pene, cubierto de pelo cano. Miré a Saúl, esperando su aprobación. Este asintió con la cabeza, me senté al lado del hombre, tomé el pene en mi mano y me lo llevé a la boca. Poco a poco, con mis habilidades con la boca, fue creciendo y tomando un tamaño, digamos, cuando menos, adecuado. Alfredo me aferró por la coleta, y empezó a dirigir los movimientos con su mano, y entre espasmos, jadeos y gruñidos, comenzó a correrse en mi boca. Me apliqué bien en tragármelo todo, aunque me dio un poco de asco, la verdad, pero no quería dejar que me manchara, ni la ropa ni la cara, porque tenía miedo de que no me dejaran volverme a limpiar. Cuando el hombre se dio por satisfecho, tiró de mi coleta y me incorporó, manoseó mis tetas por encima del vestido, y luego metió su mano entre mis piernas. Apartó un poco el minúsculo tanga y me introdujo uno de sus gordos dedos. Yo estaba empapada de nuevo. Estuvo unos instantes taladrándome, creo que llegó a meter tres dedos dentro de mí. Cuando se dio por satisfecho, sacó la mano, y me la metió en la boca para que le limpiara mis propios fluidos. Hecho esto, se puso en pié, cogió los papeles, se despidió de Saúl y se fue. Fue en ese momento, cuando me percaté que, en el bar, había además de dos camareros, varias mesas ocupadas. Me moría de vergüenza al pensar que había hecho una mamada a un viejo en público, sin embargo, nadie parecía haberse percatado. ― Aprendes muy deprisa ―me dijo Saúl― Creo que vamos a pasar muy buenos momentos. ¿Voy muy deprisa, o te adaptas? ― Va bien, señor, todas las situaciones que he vivido hoy me han puesto muy cachonda. ― Parece ser, que eres más puta de lo que pensaba. Sera cuestión de ir buscando tus limites, y te aseguro que los puedo encontrar. ― Sí, señor ―respondí, aunque esa última frase me quedó rondando en la cabeza. ― Bueno, pues ahora, solo queda brindar por el compromiso contraído, y empezar tu nueva vida ―Y diciendo esto, me acercó una copa de un Whiskie de malta de 25 años, mi favorito, y tras chocar los vasos, nos lo apuramos de un trago. Se acercó a mí, me soltó la correa y me dio un beso en la mejilla. Quise besarle la boca, pero recordé que acababa de tragarme la lefa del viejo, y tampoco sé si podía hacerlo sin permiso. Me tomó de la mano para ayudarme a levantarme y nos fuimos a recoger el coche. Camino a casa, me ordenó subirme el vestido hasta la cintura. Eran las 6 de la tarde, y las farolas comenzaban a encenderse. Había bastante gente por la calle, y cualquiera que se fijase un poco podía verme. Aun así, lo hice sin rechistar. Aún estaba húmeda por los dedos del viejo, lo podía notar. Saúl, acercó su mano derecha a mi vulva, y comenzó a acariciar mis labios por debajo del tanga. Un hábil dedo, buscó el clítoris, y mojado en mis propios flujos, comenzó a frotarlo de arriba abajo. Estaba muy muy cachonda. Recliné un poco el asiento para estar más cómoda y ponérselo más accesible. Sus dedos, se perdían hábilmente dentro de mí, y yo perdía la noción de tiempo y espacio. Me daba igual todo, la gente que me pudiera ver, que mi marido me considerase una puta, me daba igual, solo quería llegar a mi meta, correrme de nuevo. ― Permiso para correrme, señor ―dije entre jadeos y contoneos. ― ¡No! ―Sentenció tajante, mientras incrementaba el ritmo. Yo no sabía si dejarme ir o aguantar, correrme sin permiso me proporcionaría placer doble, pues luego disfrutaría el castigo también. Por otro lado, no quería fallar a mi amo otra vez. Aguanté como pude, varios minutos que se me hicieron eternos, y ya al borde del orgasmo, se detuvo el coche. Estábamos en casa. Saúl, cesó la masturbación. ― Buena chica ―me dijo― Vamos dentro. Le seguí, fuimos al salón y me colocó la correa de nuevo. Sabía lo que significaba. Me quite el vestido y el tanga. Me arrodille con las manos a la espalda y la mirada al suelo. Saúl me miró satisfecho y orgulloso. Mi transformación había comenzado. Renacer sexualEstos relatos narran el renacer sexual de una hermosa mujer casada, animada por su marido. Poco a poco, cada vez hay más relatos porque poco a poco os vais animando a escribirlos y a enviarlos para compartirlos. A lo mejor, tienes cosas que contar y que te apetece compartir, pues este es el sitio. Si lo deseáis, puedes enviar tu relato a la dirección que figura en este enlace enviar relatos prohibidosY si lo que quieres es copiar algún relato y compartirlo en tu sitio, o en otro, no olvides copiar y pegar también el enlace de donde lo has obtenido. y el nombre del autor, no cuesta nada y es de justicia.Y si estás interesado en adquirir esta página, debes de saber que está en venta. Si tienes interés, puedes contactar con nosotros aquí. |
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