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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Una larga historia, primera parte
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Nota de David y Bedri : Este que viene ahora es un relato que surgió de la colaboración de varias personas que contaron a David lo que ellos creen que pasó. Algunos de los hechos narrados no sucedieron tal y como se cuentan, de la misma forma los personajes han sido distorsionados para impedir que se puedan reconocer a cualquiera de los protagonistas. Es cierto que se han asumido ciertas licencias pero se hizo con el convencimiento de no desvirtuar el fondo del asunto y no traicionar las identidades de los narradores. De la certeza de la mayoría de lo sucedido podemos dar fe de forma fehaciente puesto que a disposición de David se han puesto tanto fotografías como vídeos así como testimonios de distintas personas, algunas de las cuales se ven reflejadas en esta narración.

David.

Primera parte.

Esta es una vieja historia. Hace mucho que sucedió y mucho también que se planteó la posibilidad de contarlo. Gracias a esta página, a la colaboración de David y de Bedri y algunos retoques de camuflaje podemos hacerlo. Casi todo lo que se cuenta ha sucedido en realidad. Solo se ha alterado un poco la realidad para preservar el anonimato de las personas que participaron en los hechos que se narran. Se han cambiado nombres, fechas, lugares y modificado algunos hechos, pero otras muchos que, quizás los fundamentales, se cuentan han sucedido realmente tal y como se relatan. Por cuestiones prácticas se han mezclado las diversas historias de los protagonistas y se ha creado un personaje nuevo que hace de una especie de introductor. El hecho de que el relato se haga en distintas personas se fundamenta en que se trata de la misma historia contada por personas distintas que cada cual no la conoce en su totalidad. Cada cual contó su parte de la historia tal y como la recuerda y con los datos que pudo aportar.

La historia comenzó una oscura noche de miércoles de invierno: Se acababa el año y disponía de unos días de descanso que aproveché para quedarme en casa y de paso efectuar algunas pequeñas labores domésticas de esas reservadas a los hombres.

Había estado reordenando el trastero y me habían resultado un par de cajas de buen tamaño llenas de restos variados. El trastero está situado en la planta sótano del edificio donde vivo, justo al lado de la plaza de aparcamiento. Por encima de esta planta se encuentra otra, también de plazas de aparcamiento y a la que se accede por un portón que se abre a una calle que a un lado tiene edificios de viviendas y al otro varias naves industriales y almacenes. Alguna de estas naves ha sido demolida y en su lugar se han construido edificios de viviendas. Al demoler las viejas naves, se retiraron algunas farolas y no se repusieron hasta finalizar las obras, con lo que la calle tenía un buen trecho casi a oscuras. La única farola de aquel tramo que no se había eliminado estaba estropeada.

Para salir desde mi trastero podía salir por unas escaleras peatonales que llegaban directamente hasta la calle a través de un discreto vestíbulo de pequeñas dimensiones muy asiduamente frecuentado por parejitas despidiéndose o al menos besuqueándose y manoseándose. El inconveniente es que habría que subir las cajas por unas escaleras estrechas y era algo complicado e incomodo debido al peso y volumen de las mismas. Otra opción era subirlas a rastras por la rampa de comunicación entre plantas y salir a la calle por el portón de acceso al garaje. Usar el ascensor y la puerta del portal no hubiera sido práctico, la empresa de basura no recogería las cajas en la calle de delante, solo de viviendas, pero si colocaba las cajas delante del taller de motos de al lado si las retirarían. Como además eran casi las dos de la madrugada subí las cajas arrastrándolas por la rampa, de una en una y las dejé al lado del portón. Cuando hube llegado con la última abrí el portón y arrastrándola caminé por la calle en dirección a la tienda de motos. Al pasar junto al hueco de la entrada peatonal vi lo que supuse una pareja a sus cosas. Estaban de píe, el con los pantalones por los tobillos y ella con los suyos quitados, con el jersey levantado y el sujetador descolocado con los pechos medio desnudos, nuestras miradas se cruzaron por un instante. Por discreción aparté la vista de la de ella y seguí hasta dejar la caja regresando por la otra. Tampoco le quise dar mucha importancia, hico como que no había nadie. Recogí la otra caja y al salir del portón vi a un hombre que corría alejándose mientras se subía los pantalones o mejor dicho lo intentaba. Sería una visión cómica si no fura tan patética. La ujer con el jersey enganchado en el sujetador y los pechos al aire intentaba, a saltos, colocarse las bragas al tiempo que sujetaba el bolso, el abrigo y el pantalón con la otra mano. La prisa y los zapatos de fino tacón le dificultaban en grado sumo la tarea.

-Por favor, por favor, repetía nerviosa la mujer que al acercarme un poco alarmado reconocí como una de las mujeres que acompañaban a sus hijos al colegio todas las mañanas. Era una amiga de una compañera de trabajo que también es amiga de mi mujer.

-Tranquila, tranquila, ¿qué te pasa? Le pregunté.

-Por favor, por favor, seguía repitiendo nerviosa.

-No se lo digas a nadie, por favor, no se lo digas a nadie. Rogó casi lloriqueando.

Por el extremo de la calle ya no se veía al hombre pero se acercaba un coche. Pese a la distancia lo reconocí y sabía que entraría en mi garaje.

-Ven conmigo, rápido, le dije a la mujer.

–Corre,  vamos corre, rápido, corre. Insistí apremiándola mientras le indicaba la entrada.

Ella, que también había visto el coche cesó en sus, hasta entonces, inútiles esfuerzos y vino tras mi. Yo sabía que el coche entraría antes de poder llegar a mi trastero así que le indiqué a la mujer que me siguiera y nos escondimos agachados detrás de un coche. Ella agachó  por delante de mi,. Delante de mí, entre la penumbra del garaje veía su trasero desnudo. Veía su piel erizada por el frío y el miedo, Notaba su olor a sudor, a secreciones, a fluidos, a sexo pero sobre todo oía su respiración entrecortada y su voz nerviosa susurrando sin cesar:

- “No por favor, no”. Repetía sin cesar entre angustiosos susurros.

Cuando mi vecino hubo abandonado el garaje, salimos de detrás del coche y de forma instintiva encendí la luz en uno de los interruptores repartidos por el sótano. Cuando me di la vuelta tras encender la luz ella seguía tal y como había llegado, con las bragas en una mano y el pantalón y el bolso en la otra. El jersey, negro de cuello alto, seguía subido y el sujetador por debajo de sus pechos elevaba estos resaltando su desnudez. Al verla así me quedé un poco confuso.

-Hazme lo que quieras, me espetó de pronto con voz trémula.

-Si no dices nada a nadie follamos. Continuó con voz temblona y mirando al suelo.

-¿Cómo? Dije sorprendido.

-Que me puedes follar, hacerme lo que quieras, pero no puedes decir a nadie lo que has visto. Mientras decía esto apartó los brazos hacia los lados mostrando su desnudo cuerpo.

-Pero..., dije ya completamente confundido.

-Por favor, fóllame si quieres pero guárdame el secreto.

-Tranquila, atiné a decirle, no le diré nada a nadie, además, este no es lugar.

-Fóllame otro día, cuando quieras, me puedes follar cuando quieras pero por favor, no se lo digas a nadie. Si mi marido se llega a enterar…

-Tranquila, no te preocupes, no le diré nada a nadie. Tranquilízate y vístete, puede llegar alguien más.

-Fóllame si quieres cuando quieras, dijo mientras comenzaba a vestirse.

No quise irme y dejarla allí sola así que me volví educadamente de espaldas a ella y le sujeté el bolso, el abrigo y los pantalones mientras se ponía las bragas. Quise ser discreto pero realmente no sabia como actuar. Ella seguía muy nerviosa y los tacones se le enredaron un par de veces en la prenda y una de esas estuvo a punto de caerse pero un poco mi ayuda y otro poco apoyándose en un coche no se fue al suelo. Al intentar sujetarla para evitar la caída, nuestros cuerpos se apretaron mientras la sujetaba contra mí por la cintura con un brazo. Fue solo un segundo pero ambos nos separamos entre incómodos y de sin saber que hacer. Le fui dando las prendas hasta que acabó de vestirse y la acompañé hasta el ascensor.

-Mejor por aquí, es más seguro que salgas por la calle de delante, está mejor iluminada. Además, yo sabía que ella vivía en uno de los edificios de esa misma calle.

-Muchas gracias, te debo una, sabes que si quieres me puedes follar, que me puedes hacer lo que quieras, dijo ella al tiempo que salía del ascensor. La vi alejarse en el breve intervalo que tardó en cerrarse la puerta del ascensor. Tiene un hermoso cuerpo, es una mujer muy atractiva. En eso pienso mientras bajo a cerrar la puerta del trastero. No es que sea un bicho raro ni que no me gustase esa mujer. Ya me había fijado en ella por las mañanas y me parecía una mujer muy deseable. Pero no me parecía el garaje el lugar más adecuado para mantener un encuentro sexual. Tampoco me hacía ninguna ilusión acabar la faena que otro había empezado. Pero quizás la principal razón es que no me parece correcto aprovecharse de aquella mujer en una situación como aquella. La vi asustada e indefensa y me resultaba una felonía siquiera pensar en aprovecharme de ella. Cerré la puerta del trastero y regresé a casa pensando en lo sucedido.

Me acosté con la visión de ella medio desnuda, de espaldas contra la pared mientras era penetrada por el desconocido cuya cintura rodeaba con sus piernas. No era la escena en si lo que me atraía, era su mirada cuando nuestros ojos se cruzaron en aquella situación. Era también su voz ofreciéndose, aquello del “fóllame, hazme lo quieras” me inquietaba pero sobre todo me sacaba de lugar, nunca había esperado encontrarme algo así. O quizás si, que hubiera soñado con una hermosa mujer que desnuda me dijera eso de “fóllame, hazme lo quieras” pero parece que al hacerse real no pude cumplir el sueño. En cualquier caso, tampoco era cuestión de aprovecharse de aquella mujer tan asustada. Además, me parecía indigno ejercer aquella especie de chantaje. Con ese pensamiento me dormí.

A la mañana siguiente todos esos pensamientos me volvieron a asaltar pero me consolé con el respeto ue esa mujer me merecía. El caso es que al continuar con la monotonía del día a día todo aquello se fue olvidando.

David y varios

 

 

Una larga historia

Esta es una larga historia que surgió de la colaboración de varias personas que contaron a David lo que ellos creen que pasó. Algunos de los hechos narrados no sucedieron tal y como se cuentan, de la misma forma los personajes han sido distorsionados para impedir que se pueda reconocer a cualquiera de los protagonistas. Es cierto que se han asumido ciertas licencias pero se hizo con el convencimiento de no desvirtuar el fondo del asunto y para no desvelar las identidades de los narradores. De la veracidad de la mayoría de lo sucedido podemos dar fe de forma fehaciente puesto que a disposición de David se han puesto tanto fotografías como vídeos así como testimonios de distintas personas, algunas de las cuales se ven reflejadas en esta narración.

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