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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Viajera jovencita
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Esta es la historia de lo que sucedió cuando regresaba de uno de mis viajes, uno de tantos, y como tantas veces, las cambiantes condiciones meteorológicas retrasaron mi llegada a destino.

Por la premura de tiempo no pude anticipar la reserva y elegir asiento, así que me tocó el disponible, fila 28 asiento C, en el lado del pasillo. A mi izquierda viajaba una jovencita más atareada en atender su Smartphone que en lo que sucedía a su alrededor. A la ventanilla un desconsiderado jovenzuelo que hincadas las rodillas en el asiento de delante y evidentemente ebrio, el olor lo delataba, por fortuna no tardó en dormirse. Desgraciadamente sus ronquidos incluso sobrepasaban todos los demás ruidos. Aun así fue de agradecer que no despertara hasta el aterrizaje, momento en el que dio un bote y pasando por encima de nosotros salió al pasillo sin ningún tipo de consideración.

El viaje estaba bastante movidito, las continuas turbulencias agitaban el avión constantemente. Para mí era algo habitual pero no para gran parte del resto del pasaje. Otros habituales, que reconocí en el embarque, nos manteníamos tranquilos y hasta un poco divertidos con la agitación de los bastante asustados pasajeros. Es lo que pasa cuando utilizas constantemente aviones, te acostumbras aunque no del todo a esas desagradable situaciones.

La chica de mi izquierda estaba especialmente atemorizada. Asustada pero queriendo mostrase despreocupada, al ver mi calma preguntó si aquello era habitual. Para tranquilizarla, le expliqué algunas cosas acerca de los aviones y las turbulencias que si bien no lograron completamente su propósito, si me permitieron mantener una animada charla con ella. Quizás el miedo, los nervios o la atmosfera de confianza que había empezado a formarse entre ambos la llevaron a contarme que era su primer viaje en avión y su primer viaje a mí mismo destino. Viajaba para pasar unos días con su novio y conocer a los padres de él. También criticamos discretamente al vecino del asiento A.

Con la mirada levantada del Smartphone y la expresión algo más relajada pude observarla un poco. Una muchachita bastante joven, de larga melena morena y expresión dulce. La brevísima distancia entre ambos no me dejaba observar su cuerpo pero quise verla muy atractiva. Conversamos animadamente un buen rato, hasta que la voz del comandante nos dio una mala noticia, el aeropuerto de destino estaba cerrado por climatología adversa por lo que tendríamos que desviarnos a una pista alternativa, varias voces elevaron sus protestas pero es algo irremediable, para mi algo ya experimentado y como tal tenía la solución. Sin embargo, la chica casi se derrumba, llorosa se preguntaba qué hacer. La tranquilicé como pude pero solo cuando le ofrecí que viniera conmigo se serenó. Es más, se alegró sinceramente y tanto que me besó en la mejilla y me golpeteo cariñosamente la mano izquierda.

― Pero has de tener calma porque aún tardaremos un buen rato en llegar así que relájate y procura descansar que aún nos queda un buen trecho.

La chica asintió con un simpático movimiento arriba y debajo de la cabeza. Luego inspiró, cerró los ojos, recostó la cabeza en el asiento y se durmió. Y dormida, su cabeza resbaló y acabó apoyada en mi hombro. Como es algo que me molesta, lo normal hubiera sido que disimuladamente la hubiera despertado. Pero me sorprendí a mí mismo y al mirarla la vi tan indefensa y tan apaciblemente dormida que la dejé. Fue la voz del comandante que nos comunicaba el nuevo destino y el tiempo de llegada lo que la despertó. Azorada pidió disculpas mientras se atusaba el pelo con unas largas y finas manos muy bien arregladas.

― Tranquila ―mentí― es lo normal en vuelos tan largos.

― Gracias ―respondió con una espléndida sonrisa y un mohín de complicidad.

Al tomar tierra, el cafre de la ventanilla dejo de molestar con los ronquidos y en cuanto el avión se detuvo se levantó y no sé muy bien como salió al pasillo y comenzó a desembarcar. Mientras la chica y yo permanecimos bloqueados así que nos sentamos y esperamos que el pasillo se despejara para recoger nuestros equipajes de mano y desembarcar. La terminal de llegadas estaba abarrotada de viajeros que como nosotros habían sido desviados allí. Acompañé a la chica a recoger el equipaje facturado antes de dirigirnos al mostrador de la compañía para buscar alternativas. Demasiados pasajeros en nuestra misma situación y desembarcar con tanto retraso nos dejaron casi sin oportunidades. La compañía nos ofrecía una indemnización por el desvió o un nuevo vuelo al día siguiente. Las colas en los distintos mostradores de las empresas de alquiler de vehículos se deshicieron de repente lo que me llevó a interpretar que esa opción quedaba descartada. Le propuse a la chica aceptar la oferta de la aerolínea de alojarnos en un hotel y continuar viaje al día siguiente.

― ¿Es su hija? ―preguntó la empleada mientras cumplimentaba unos datos con las tarjetas de embarque de ambos.

― No, no ―negué un poco desubicado.

― No, no es mi padre ―dijo ella divertida.

― Que tengan buena estancia ―dijo un poco azorada mientras nos extendía un sobre con documentos. Entre ellos la estancia en uno de los hoteles situados a pie mismo de la terminal.

Tomé la maleta con su equipaje dejándole a ella solo su equipaje de mano mientras yo me hacía cargo del mío. Así cruzamos el breve techo hasta el hotel indicado. La sorpresa vino al llegar, la aerolínea nos había reservado una única habitación. Intentamos tomar otra pero no quedaban, el hotel estaba al completo. El ascenso en el elevador fue tenso, el silencio era opresivo. Así que intenté disculparme como pude, pero no se me ocurría nada que decir, solo pude balbucear una excusa infantil ―Muchas veces las habitaciones dobles son de dos camas individuales y separadas. Pero no, era una habitación amplia, enorme, con grandes ventanales sobre las pistas ¡y una única cama inmensa!

― Bueno, la cama es muy grande ―dije para intentar romper el gélido ambiente que se había producido así que continué― mira, yo me voy a duchar, me pondré uno de los albornoces y me acostaré en aquel lado, dije señalándolo. Si quieres ducharte es posible que cuando salgas del baño yo ya esté roncando más que nuestro compañero de viaje. Esa alusión la hizo sonreír y acabó por aceptar asintiendo con la cabeza.

― De acuerdo, entiendo que no tienes responsabilidad de esta situación, la pregunta que nos hicieron de si era tu hija les hicieron interpretar que somos pareja.

― ¡Caramba! Pues sí que esa señora nos ha complicado la noche un poco.

Tras la cena y de acuerdo con lo planificado me duché y me puse uno de esos albornoces de hotel, enormemente grandes o demasiado pequeños, el mío era muy grande.

Apenas salí ella entró a la carrera en el baño. Así que me acomodé sobre la cama, casi al borde del lado que había elegido y cerré los ojos para dormir.

Me despertó la chica al apartar la ropa y acostarse. La oí murmurar algo que no pude entender y como casi inmediatamente el ritmo de su respiración indicaba que se había dormido. Volví a dormirme hasta que desperté porque ella había rodado hasta mí y me abrazaba. Aquella situación me agradó, sin ser nada sexual, solo una cálida y agradable sensación. Y volví a dormirme sintiendo la calidez de su joven cuerpo.

Al rato volví a despertar con el estruendo de un trueno y el brusco movimiento de la chica que a medio incorporar en la cama miraba desorientada a su alrededor.

― ¿Qué ha sido eso? ―preguntó mirándome en la penumbra de la habitación.

― Ha sido un trueno ―respondí inmediatamente antes de que otro relámpago iluminara la habitación permitiéndome ver que el albornoz se le había abierto y sus pechos quedaban al descubierto. Me quedé con la mirada fija en ella que si bien pareció darse cuenta no hizo ademán de cubrirse. El trueno que siguió a aquel relámpago fue fuerte y la asustó haciéndola abrazarme atemorizada.

― Tranquila, solo es una tormenta y aquí estamos seguros.

― Pero nunca me han gustado los truenos ―confesó mientras se me aferraba aún más fuerte con un nuevo relámpago.

― Mejor dormimos que mañana tendremos una día que puede ser muy largo.

Me acosté y ella hizo lo mismo abrazándose a mí. La miré y ella me confesó― Me siento mejor, más confiada si me abrazo ―dijo pasando su brazo izquierdo sobre mí pecho apoyándose sobre mí y haciéndome notar la dureza de sus pequeños pechos. No me atreví a hacer o decir nada.

― ¿Te molesto?

― Para nada ―dije sinceramente porque no me molestaba en absoluto; me gustaba, es más, comenzaba a excitarme, especialmente porque la íntima cercanía me traía el perfume de su cabello y la calidez de su cuerpo.

― ¿Y tú estás cómoda? ―le pregunté esperando la respuesta afirmativa porque era yo el que comenzaba a estar incómodo, pero no por su abrazo.

― Disculpa un minuto ―dijo incorporándose y desprendiéndose del albornoz― tengo calor.

Y se volvió a acomodar a mi lado completamente desnuda lo que ya motivó aumentara mi más que notoria incomodidad. Ella pareció darse cuenta de ello y se excusó diciéndome― Siempre duermo desnuda…

― Pero yo soy un extraño ―le contesté inocentemente.

― Ya no o eres para mí, compartimos la misma cama y estoy desnuda abrazándote.

Otro relámpago inundó la habitación de con su luz y ella se abrazó aún más contra mí. Tanto que su cara se acercó a la mía y sin poder remédialo, sin querer hacerlo, le di un beso en la frente― Tranquila ―le dije con voz pausada― las tormentas aquí nunca duran mucho.

El siguiente relámpago la hizo estremecer aún más y acercó sus labios a los mío, y la besé. Primero un beso cortito, suave, que me supo dulce, luego varios más, primero espaciados, luego ya más seguidos hasta que con un suspiro abrió la boca y me ofreció su lengua que acepté de inmediato. Pese a su enorme juventud besaba fantásticamente, sin prisa, con pasión, dulcemente. Su boca era una copa de néctar, dulce y cálido.

El siguiente relámpago nos encontró desnudos, con ella sobre mí, ofreciéndome los duros pezones de sus firmes pechos para ser besados, chupados lamidos y mordisqueados. Hacía demasiado tiempo que no había tenido en mi boca, ni en mis manos, pechos tan firmes como aquellos. Su respiración acelerada señalaba una elevada excitación que no quise dejar pasar.

La tumbé sobre su espalda y besándola y lamiéndola fui bajando desde su poca, pasando por sus pechitos y su vientre hasta un lampiño pubis. Le separé las piernas y me instale entre sus muslos buscando su coñito que fui abriendo con la punta de la lengua hasta dejar al descubierto un delicioso clítoris que asomaba brillando de su capuchón. Allí situado pude aspirar todos sus aromas, el del perfume que se había puesto, el natural de su fina y delicada piel y el de los fluidos que brotaban de su entreabierta vulva y yo lamía. Nunca comerme un coño me había resultado tan grato ni el sabor me resultó tan dulce.

Y otro olor empezó a saturarme la pituitaria, no tardé en reconocerlo. No soy ningún experto pero, en tantos años viajando por tantos lugares, he conocido a muchas mujeres con las que he tenido sexo. En aquel momento, la habitación olía a hembra en celo. La jovencita olía a hembra y yo estaba entre sus piernas que ella abría para mí.

La diferencia de edad era notoria, nos habían confundido con padre e hija, aunque no fuera tanta y yo temía no saber estar a la altura de las circunstancias, además, recordé que no llevaba preservativos. Siempre llevó una bolsa con medicamentos, una especie de botiquín, dónde los acostumbro a llevar. Pero prudentemente, un reciente viaje a un país con leyes demasiado conservadoras en cuestiones de sexo me hizo retirarlos. Y ahora estaba en situación de necesitarlos urgentemente. Todas esas disquisiciones se fueron a otro mundo cuando la jovencita se comenzó a estremecer entre jadeos y gemidos. Apretó los muslos con mi cabeza entre ellos casi haciéndome daño. Pero no cejé en mi mejor cunnilingus en años. Fueron varios minutos de gemir, jadear, susurrar, retorcerse y apretar los muslos antes de dejarse caer sobre la cama y susurrar con voz entre sensual y cansada― Gracias ¡Ha sido fantástico! Nunca he…

― ¿Nunca qué?

― Nunca he tenido un orgasmo… no como este.

― ¿Nunca has hecho el amor?

― Solo con mi novio pero…

― ¿Pero no es así?

Se apoyó sobre mí y mirándome dijo― No, nada de eso, me la mete y se corre. Yo tengo algo de gusto pero solo se corre él… ―Luego se me subió y después de haberme dado un beso, se pasó la lengua por los labios, y con voz muy sensual pero un poco insegura dijo― ¿Me harías el amor?

― Estaría encantado… pero no tengo preservativos.

Ella ya se había puesto sobre mi cadera y se levantaba mientras buscaba mi polla― Por eso no te preocupes, no pasará nada…

No la dejé continuar, necesitaba hacerle el amor de modo que me recordara para siempre si eso era posible. Al menos que durante años tuviera aquella noche como referencia de placer sexual. La hice bajarse y la puse debajo, tenía que tomar yo el control. Ella se dejó hacer y me ofreció su coñito abriéndose de piernas. Se la introduje con mucho cuidado. Ya no era virgen pero podría hacerle daño y eso era lo último que quería. Le oí un suspiro cuando empecé a empujar el pene dentro de ella. Lo hice poco a poco, con cuidado, casi con delicadeza mientras nos comíamos las bocas. Cuando logré metérsela toda comencé a moverme dentro y fuera de ella de forma rítmica. Marcando los tiempos y empujando hasta encontrar su pubis pata moverme rotando la dadera antes de volver atrás. Ella rápidamente se acopló a mis movimientos y pronto estábamos los dos bailando la danza del sexo.

Hice uso de todo mi arsenal de recursos para darle lo mejor de mí y hacerla llegar al orgasmo más maravilloso que tuviera nunca. Me costó mucho esfuerzo, tanto físico como mental, retrasar mi clímax mientras ella llegaba repetidamente a múltiples orgasmos en oleadas sucesivas de temblores, jadeos y gemidos ahogados entre frases deshilvanadas y entrecortadas. No podía entenderla y además, no quería porque necesitaba toda mi concentración.

Y estallé, porque eso hice. Estallé con una gran eyaculación entre una enorme sensación de plenitud, bienestar y placer. No pude recodar tanto placer ni sensaciones tan sumamente placenteras mientras agotaba mi impulso con una descarga de semen en las entrañas de una jovencita de la que apenas sabía.

Ella tuvo su penúltimo orgasmo al unísono del mío. Me pareció que vibraba en mi misma frecuencia sexual cuando su garganta emitió como un quejido al tiempo que yo parecía que rugía. Luego me quede quieto encima de ella intentando recuperar el aire. Después la volví a besar y ella me correspondió.

Agotado me hice a un lado, ella apoyó su cabeza en mi pecho y nos dormimos. Pero antes de hacerlo, me quedé con sus bragas.

Viajero

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