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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Pupila del esclavo de mi amo
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El resto de la noche que siguió a la cena con mi primo y sus desconocidos invitados y después de aquel fenomenal polvo con el desconocido borracho del parque acabó por ser algo más gratificante de lo que prometía pese a que tenía las manos sujetas. Y las piernas también, así que no pude utilizar ni las manos para hacerme unos deditos ni podía friccionar el coño juntando las rodillas, pero aun así tuve algún que otro orgasmillo muy de agradecer imaginándome los polvos más salvajes. Que para eso el mayor órgano sexual es el cerebro. Así todo, he de reconocer que dormí profundamente, cansada y aceptablemente satisfecha.

Desperté cuando el obediente Ernesto descorrió las cortinas permitiendo que la luz de la mañana penetrara a raudales por el amplio ventanal, casi siempre oculto tras gruesos cortinones. Pareciera como si los hechos de la anterior noche hubieran empezado a cambiar algo.

Ernesto, como siempre, me liberó de las ataduras de la cama, me hizo incorporar, me colocó la capa, enganchó la correa a mi cuello y me hizo seguirle. Salimos del cuarto y guiándome por la correa me hizo seguirle por aquellos largos y cada vez menos oscuros pasillos hasta llegar al salón azul, que realmente es rojo.

Allí esperaba mi primo, pensativo, sentado en un inmenso butacón, con lel mentón apoyado en la mano derecha.

Ernesto me situó frente a nuestro amo y me sujetó las muñecas entre sí, pasando una correa entre unas argollitas.

―Ernesto ponte aquí ―dijo mi primo y le señaló un lugar a su lado, levantó la cabeza y le preguntó― ¿Qué te ha parecido mi prima?

―¿El señor se refiere a su señora prima o la esclava Q.? ―dijo Ernesto en el tono que se esperaría que utilizara un mayordomo.

―¿A mi prima esclava Q.?

―¿A qué se refiere el señor exactamente? ―contestó en el mismo tono Ernesto.

―¿Cómo la has visto en el sexo?

―Es buena, muy buena, se entregó completamente ―la voz de Ernesto había cambiado― pero tendría algunas cosas que pulir, si el señor me permite decirlo.

―Adelante Ernesto, puedes hablar.

―Gracias señor ―tomó aire y me miró antes de continuar ―manifiesta demasiado sus emociones.

―¿Solo es eso Ernesto?

―No señor ―respondió tímido, acobardado.

―Adelante Ernesto, debes decir lo que consideres oportuno, no tienen ninguna limitación, es consejo lo que te pido.

―La prima esclava Q debería ser menos expresiva en sus exclamaciones, no debería mostrar sus orgasmos, parece como si estuviera poco entrenada.

―Realmente no está nada entrenada ―dijo mi primo poniéndose en pie, acercándoseme y mirándome directamente preguntarme ―¿Quieres que te entrene para ser una autentica esclava?

―Sabes que sí, únicamente has de evitar causarme dolor y dejarme marcas en el cuerpo, te he dicho siempre que seré tu esclava sexual las veces que quieras, cuando quieras y como quieras. Quiero ser tu puta, lo sabes.

Mi primo volvió a sentarse, a poner el mentón sobre la mano, a pensárselo bien. Nuevamente me volvió a preguntar ―¿Admitirías algún azote?

―Si no me deja marcas en el cuerpo y si no casusa dolor excesivo acepto―respondí segura.

Mi primo volvió a sumergirse en sus atribulaciones para repentinamente levantarse, acercárseme, liberarme de las ataduras, retirar la capa de mis hombros, que se fue al suelo y hacerme sentar en otro gran butacón. Él se sentó en el contiguo, me tomó de la mano y volvió a preguntarme ―¿Quieres ser mi esclava querida prima?

―Claro que si querido primo.

―¿Aceptarías un entrenamiento que te educara para ser mi esclava?

Y volvía responderle ―Claro que si cielito.

E insistió nuevamente ―¿Aunque ese entrenamiento incluya azotes?

―Claro que si mi amor.

Volvió a sentarse pensativo para preguntar ―¿Aunque no sea yo quien te entrene?

―Mi amor, quiero ser tu esclava y si ese entrenamiento sirve para que pueda darte mayor placer lo aceptaré encantada.

―Tengo que irme unos días será Ernesto quien se entrene

―Yo señor ―preguntó sorprendido el criado.

―Si, serás su mentor, mientras me preparas mi equipaje te daré instrucciones ―y continuó― ¿Estás de acuerdo prima?

―Si mi amo ―respondí poniéndome en píe y bajando la mirada, como las mujeres que vi la noche anterior.

―Entonces harás todo lo que Ernesto te ordene, cuando te ordene y como te ordene. Ernesto será tu mentor y tu dueño durante el entrenamiento y mientras yo esté ausente.

Ernesto me volvió a sujetar las muñecas, a ponerme la capa y tomándola correa volver a llevarme al cuarto. Esta vez me sujetó a uno de los pilares del baldaquín, en una argolla dispuesta, supongo que para ello. Se iba cuando le llamé ―¿Puedes pedirle a mi primo que me folle?

Ernesto se me acercó y me golpeó en la caja con la palma de la mano. ―No debes dirigirte a tu mentor si este no te lo ordena ―dijo solemne. Pero su tono de voz cambió cuando continuó ―Se lo diré ahora.

Al rato regresó, me vistió con lencería negra y me condujo al zaguán al que se llega desde el portalón de entrada, allí esperaba ya mi primo que me hizo colocar sobre un canapé ofreciéndole el culo. Me quedé quieta para sentir como su polla entraba sin violencia pero sin resistencia entre las paredes de mi vagina que pronto respondió con esas pequeñas contracciones que empezando desde el bajo vientre se me van extendiendo por todo el cuerpo llenándome de placer. Placer que disfruto y placer que doy. Me corrí, intensamente, en cantidad y calidad, dejé que el placer se manifestara en mi boca. Que mi pecho exhalara el placer con gritos, ruidos más o menos inconexos pero resultado de tantos y tan buenos orgasmos que mi primito arrancaba con su pene, embestida tras embestida, sin parar, rítmicamente, poderosamente, hasta que rugió y noté su semen en mi interior. Luego se limpió con unas toallitas húmedas, se vistió, se atusó el pelo, me dio un cachete en las nalgas y con cierto tono cariñoso dijo ―Este será nuestro último polvo como primos, el próximo seremos amo y esclava, ya serás una autentica y perfecta esclava. También será el último polvo que pidas y sobre todo, el último que lo expreses con sonidos o con cualquier gesto. Desde ahora serás solo un objeto de placer ¿Lo aceptas?

―Si mi amo ―respondí mientras Ernesto me sujetaba las muñecas en una argolla junto a la puerta. Luego ambos se fueron y quedé sola, atada allí, friccionando mis muslos y rodillas, corriéndome en orgasmos insospechados que continuaron a hasta que Ernesto regresó y me preparó para el entrenamiento del día que comenzó explicándome como debería compórtame y que haríamos. Me explicó también que aunque fuera mi mentor y mi amo durante esos pocos días, usó esas dos palabras “pocos días”, mi dueño sería mi primo― Tenemos el mismo amo ―sentenció.

Mi mentor me condujo a través del jardín cubierta solo por breve lencería negra. El vello se me erizó y los pezones se endurecieron con el aire frío; Ernesto lo vio y creí ver un fugaz destello de emoción en sus ojos, pero solo eso.

Me introdujo en las antiguas caballerizas trasformadas en un auténtico salón de dominación/sumisión. Ernesto me desnudó completamente y luego me colocó entre dos postes y me ató las muñecas a ellos dejándome los brazos en cruz, con los pies descalzos sobre el frío suelo lo que acentuó la erección de mis pezones. Ernesto retrocedió un paso y golpeó mis pechos con relativa fuerza. Sentí el dolor pero sobre todo, como mis tetas se movían y rebotando temblorosas recuperaban su posición inicial. No dije nada, no manifesté dolor, puede que solo un poco de miedo cuando levantó la mano para volver a golpearme las tetas desde el otro lado con la otra mano. Pero ese movimiento de las tetas, resistiéndose al movimiento forzado por el golpe y como vibraban al volver a su sitio, me produjo un curioso placer que esta vez no salía de mi vagina. Y eso me gustó, tanto que cuando nuevamente levantó la otra mano para repetir el golpe, adelante mis pechos ofreciéndoselos. Me golpeó aún unas veces más antes de colocárseme detrás y tomándome del pelo haciéndome bajar la cabeza hacia delante. Luego sentí el primer latigazo, no excesivamente fuerte pero lo suficiente como para sentir dolor, no mucho, solo lo suficiente para que me gustara. Y Ernesto se dio cuenta, noté como dejaba caer al suelo el látigo, como se me acercaba, como me tomaba por el pelo y me hacía levantar la cabeza, como acercaba la boca a mi mejilla, como decía asombrado ―Te gusta, te gusta que te azote.

―Si amo ―respondí entre los jadeos incontenidos de un incipiente orgasmo, de esos orgasmos que me acometen sin follar, sin caricias, sin nada, solo con desearlo.

―No puede ser, no tienes que sentir placer, tienes que sentir miedo, el placer tiene que sentirlo quien te azota, quien te contempla como se te azota, tú no puedes correrte ―dijo casi enfadado.

―Soy así amo, soy una mujer que gusta del sexo, solo quiero que mi primo me folle y me haga sentir esos orgasmos que sabe darme, aunque para ello tenga que ser su esclava. Ansió ser la puta de mi primo.

―¿Deseas ser la puta solo de tu primo?

―Amo, no me preguntes eso, quiero ser la puta de mi primo pero soy muy puta.

―¿Follas mucho?

―Todo lo que puedo amo.

―¿Te importa con quien follas?

―Si mi amo, me importa con quien follo, me importa mucho a quien entrego mi cuerpo para el placer y el goce.

―¿Sabes que estás obligada a decirme siempre la verdad?

―Si mi amo.

―¿Eres la puta de más personas?

―Si mi amo, soy muy puta.

Ernesto comprendió que no debería seguir preguntando porque acabaría sabiendo cosas que quizás le sorprendieran, por otro lado. También comprendió que yo ya había asumido mi papel de esclava a la que había que entrenar. Aunque supongo que también descubrió que esa esclavitud era solo fingida, que mi verdadera intención era disfrutar del sexo de un amanera diferente. Que mi sumisión es solo mi decisión de obtener placer sexual de otra manera no tan común.

Luego me desató y me hizo moverme a otro lugar de aquel autentico salón del placer, me unió las muñecas con un grueso cordón entre ellas y me colgó de los brazos, lo justo para que solo las punteras de mis pies rozaran el suelo. Luego, atándome los tobillos con gruesos cordones me los separó en aspa. Luego se colocó tras de mi, manipuló algo y me pidió que me relajara mientras me introducía un tapón anal. Noté que algo que colgaba me acariciaba los muslos. A través del reflejo en uno de tantos espejo pude ver que era una cola de largo cabello negro y liso. Después, Ernesto se me colocó delante, me tomó de la barbilla con la mano y me movió la cara repetidamente de lado a lado dándome una bofetada cada vez que me la movía; así un buen rato, tanto que comencé a notar calor y gusto. Una extraña sensación porque estando como estaba, acostumbrada a los coitos, a las fórmulas más tradicionales y esperadas para tener orgasmos, resultaba que ni la comida más experta de clítoris, ni la más poderosa de las folladas eran capaces de darme el placer que sentía allí colgada, un placer diferente, en nada excluyente, todo lo contrario, como cuando alguno de mis amantes me pellizca las nalgas o me refuerce los pezones. Y ese placer tan distinto, y tan intenso, se acentuó cuando mi encantador mentor volvió a golpearme las tetas, a dos manos, una detrás de otra, de lado a lado, de forma continua, en carrusel. Y comencé a jadear, a gemir, a dejarme llevar, golpe tras golpe, hasta que noté como la humedad imparable que se extendía por mis muslos. Los golpes cesaron repentinamente para ser seguidos de un zumbido que me resultó familiar, inmensamente familiar, el motor eléctrico de un “minipimer”. No, no es un electrodoméstico, es solo un juguete sexual eléctrico, con toma de corriente o con baterías, pero que vibra en un engrosamiento del final. La dulce Luciana le llama así cuando pasa la noche conmigo, le gusta apretármelo contra el clítoris y poner las revoluciones al máximo y presionar hasta que la bola del final entra en mi vagina y me hace estallar en orgasmos. Luego me besa con ternura en los labios cosa que la agradezco abrazándola y descansando antes de comerle el coño como tanto le gusta que le haga, eso sí, me recuerda siempre que ella no es lesbiana, ni siquiera es bisexual. Es lo que ella dice. Y algo así me hizo Ernesto, empezó por rozarme el clítoris, luego presionar un poco, y yo reaccioné retorciéndome buscando la penetración que no tardó en lograr. Noté el plástico en mi interior, como se deslizaba dentro y fuera, como mis fluidos lo iban lubricando haciendo más fácil el metesaca, como de forma incontrolada los orgasmos me iban invadiendo, irradiándose desde el coño. De vez en cuando, Ernesto me propinaba una bofetada o un golpe en las tetas y eso acentuaba mi placer, tanto que creo haber llegado a llorar del inmenso placer que estaba disfrutando.

No sé cuánto estuvimos así pero cuando me bajó me costó mantenerme en píe y temblorosa le seguí otra vez a través del jardín, esta vez desnuda, con la cola del tapón colgando de mi culo, y descalza, haciéndome daño con pavimento del camino, y volví a correrme, como nuevamente me volví correr cuando Ernesto se afanaba en el baño enjabonándome el coño exageradamente empapado en mi propia corrida. Cada pasada de la esponja era una oleada de placer, un empujón al orgasmo. Y Eduardo lo sabía, y me frotó todo, tanto y tan bien que me hube de poner de rodillas para no caerme en las convulsiones del placer orgásmico.

Luego mi silencioso mentor me secó, me llevó a la cama, me ató, y cuando se disponía a ir, quizás de forma inconsciente se lo pedí ―¿Eduardo, amo mío, no deseas gozarme?

Se detuvo sorprendido y respondió ―Solo soy tu mentor, tu dueño es mi amo.

―Pero tú eres quien debe entrenarme y formarme como la esclava de nuestro amo.

―¿Y qué quieres que haga si solo soy otro esclavo?

―Quiero que me enseñes a ser la mejor esclava sexual de nuestro amo, que me enseñes a follar, que me conviertas en la mejor puta del mundo.

―¿Pero nuestro amo …?

No le dejé concluir ―Nuestro amo estará satisfecho del trabajo bien realizado.

Me liberó de las ataduras y se desnudó, yo mantuve apartada la mirada hasta que cerré los ojos con uno de los besos más dulces, más ricos, más intensos que me han dado. ¡Y me han dado muchos!

Sentí sus manos acariciarme, pasar suavemente por mis pechos, esta vez sin golpearlos pero con el mismo efecto, el placer comenzó desde los pezones duros como el granito irradiándose desde ese centro a través de la areola para luego llenarme las tetas expandérseme por todo el cuerpo hasta encontrase con otras oleadas que irradiaban desde mi entrepierna. Si no hubiera tenido los ojos cerrados hubiera visto las chipas que tendrían que haber saltado. Y todo fue a más. Noté la humedad de la boca de Ernesto devorándome literalmente las tetas y fue bajando, poco a poco, despacito como tanto me gusta, besuqueándome y mordisqueándome cada centímetro de piel. Y llegó a mi rasurado Monte de Venus que besó y lamió con la punta de la lengua con deliberada calma pero cuando quiso seguir bajando y comerme el coño, algo que nunca hasta entonces rechacé, le tomé de la cabeza y entre jadeos y gemidos acerté a decirle ―Métemela cielito, méteme la polla hasta el fondo.

Y me la metió, con fuerza y cierta premura, así que se lo pedí, como pude, entre gemido y gemido ―Despacito mi amor, házmelo muy despacito ―y continué, susurrando obligada por sucesivos orgasmos ―Métemela toda, despacito, hasta el fondo, muy despacito cielo.

Y redujo la frecuencia de sus acometidos, en un metesaca casi desesperadamente lento, profundo, hasta el fondo, todo dentro, casi todo fuera, y mis ojos cerrados, y mis orgasmos desparramándoseme hechos líquidos en mi coño. Convirtiéndome la entrepierna en una cascada de esas que brotan del manantial del placer de las hembras en celo. Me dejé ir, dejando que mis orgasmos gobernaran mi cuerpo, y noté que el cuerpo de Ernesto se crispaba y entrecortadamente preguntaba ―¿Puedo correrme en tu vientre?

―Claro que si amorcito, córrete todo lo que quieras donde quieras.

Y me sorprendió porque esperaba otra cosa, la misma supongo que tú, en un ágil movimiento sacó su pene de mi interior y se dejó caer sobre mí para eyacular exactamente sobre mi vientre, junto encima de mi ombligo, pero por fuera. Y me gustó pero no puede que menos que aclarárselo ―No necesitabas sacarla para correrte, puedes hacerlo dentro ―Y le besé en la frente

Quiso irse pero se lo impedí, le pedí que pasáramos la noche juntos

 ―No sé si voy a estar a la altura ―argumentó sin mucho énfasis.

―Ya lo has estado ―le respondí mientras me arrebujaba contra él y le besé en un hombro antes de dejarme invadir por las caricias de Morfeo.

Dormimos profundamente y cuando abrí los ojos fue para ver a Ernesto mirándome con gesto de cierta preocupación.

―Tengo que decírselo al amo.

―Si mi amo ―le respondí resignada. Conozco su historia y la razón de su presencia en casa de mi primo.

―No sé qué hacer Q. ―acabó por derrumbarse.

―Si te sientes obligado a decírselo hazlo, soy su esclava y tu pupila y tú puedes gozarme, eso es lo que el amo dijo, además ya sabes que soy muy puta, como has podido comprobar. Además, debes seguir entrenándome.

―¿Sabes para que tengo que entrenarte?

―Si amo, para ser la esclava de nuestro amo.

―Si querida Q. para ser su esclava y follar con quien te ordene.

Me encogí de hombros y respondí con un guiño―Bueno, soy una esclava muy puta.

―Sabes el próximo sábado te entregará al viejo de la cena para que te folle su nieto ―y después de una pequeña pausa continuó― y puede que el viejo también.

―¿Eso te molesta Ernesto?

No contestó así que continué― Sabes que siempre podremos hacer el amor tú y yo, cuando el amo no esté podremos ser amantes, que ya lo somos. Además, mientras me entrenas podremos follar todas las veces que queramos. Y más.

Le levanté la barbilla con mi mano, le miré a los ojos, le besé despacito en la boca y se lo dije con toda la sinceridad―El de anoche fue uno de los mejores polvos de mi vida y quiero repetirlo.

Luego nos abrazamos, nos besamos intensamente y lo repetimos, a plena luz del día, con mayor intensidad, con mejores resultados, pero no le dejé sacarla para correrse, le hice dejar su semen dentro de mí, muy dentro. Lo noté ardiente en mi interior.

El resto del día lo dedicamos al entrenamiento. Ernesto decidió no decirle nada al amo. Por mi parte, me apliqué todo lo que pude, tanto, que durante los entrenamientos guardaba absoluto silencio en los orgasmos y sabes que me cuesta horrores. Tanto empeño puse que logré controlar los naturales movimientos que se producen durante el orgasmo para lograr parecer solo un trozo de carne insensible al dolor y al placer. Salvo por los abundantes fluidos vaginales que acababan por desparramárseme por los labios de la vulva y resbalar por los muslos. Sin embargo las noches era otra cosa, Ernesto las hizo maravillosas, me comió entera, le comí entero. Me metió la polla por la boca, hasta atrás, le comí los testículos, la boca, cada poro de piel, le hice cubanas, me la metió profundo, por la vagina y por el culo, me mordió las tetas y las nalgas. Yo le respondí lo mejor que pude intentando darle tanto placer como el me daba a mí. Y así estuvimos todos aquellos pocos días, hasta que llegó mi primo. Lo que pasó después será tema de otra carta querido amigo Bedri.

Q.

 

 

Cartas de Q

Q es un amiga que nos cuenta su ajetreada vida sexual en forma de cartas, periódicamente nos envía una para darnos a conocer su intensa vida sexual. Discreta como pocas, es una mujer que disfruta del sexo intensamente practicándolo de forma entregada y libre.

Dispone de un amplía lista de compañeros de juegos y también de compañeras. Desde sus sobrinos, tío, vecino, amigas, hijos de sus amigas, en definitiva, cualquiera que sea capaz de cumplir sus exigencias sexuales.

Van dispuestas según se han ido recibiendo, la más antigua arriba y la más moderna al final, aunque cronológicamente no sigan el orden establecido.

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