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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
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Era un bar onda irlandés, con mucha madera tanto en el piso como en el techo. Tenía un entrepiso. Había mucha gente tanto sentada en grupos como parada de a pares. El roce era inevitable. Sonaba música tranquila pero con mucha onda. Y el bullicio de la gente obligaba a cada uno a elevar el tono de voz para poder transmitir sus ideas.

Él estaba sentado haciendo la suya cuando de repente la vio entrar. Llevaba el pelo atada más alto de lo común, casi sobre su cabeza en lugar de en la nuca. Lo que hacía que con cada giro, éste no siempre cayera hacia atrás, sino también hacia los costados. También tenía un par de aros tipo argolla; que junto con sus ojos, como si fueran dos piedras hermosas, difíciles de conseguir en este planeta, coronaban su eterna sonrisa.

Más abajo vestía una camisa negra de una extraña tela, muy probable de otro continente, que si bien no era transparente no hacía falta imaginación para notar lo acentuada que era su cintura, lo hundido que era su abdomen, lo perfecto que le quedaba ese corpiño blanco brillante conteniendo sus pechos, protegiendo al mundo varonil de quedar atrapado en un sinfín de sueños fantasiosos, girando alrededor del deseo ante tan impactante cuerpo femenino.

Una fina esclava de oro y un valioso reloj plateado resaltaban sus gestos, asegurando la imposibilidad de pasar desapercibida.

Debajo de la cintura llevaba una calza negra de brillo ajustado que remarcaba cada fibra muscular de sus piernas. Dibujaba el contorno perfecto de cada cuádriceps y cada pantorrilla. Ese prenda inferior era capaz de quemar cualquier esfuerzo humano por no hundir la mirada en tal perfecto caminar.

Sus pasos eran acompañados por el estruendo de esos zapatos de alto taco al impactar sobre el piso.

Ya sea que caminara, se parase o inclinara para conversar con alguna mesa, su contorno enloquecía a cualquiera.

La manera en que se hundía esa hermosa calza tanto por delante como en la cola era indescriptible con palabras de nuestra lengua. Y la sensación que generaba era suprema.

Como estaba ocupada en tareas sociales no podía acercarse y permanecer a su lado demasiado tiempo. Pero dado que sabía lo que generaba en el ella producida de esa manera Y deseaba contrarrestar su ausencia cada vez que podía le lanzaba insinuantes flechazos con los ojos y al pasar a su lado dejaba escapar suaves roces de los extremos de sus dedos sobre sus hombros, espalda o nuca.

Luego de haber degustado la tercer pinta de stout se levantó de la mesa y fue hacia los sanitarios.

Ni bien entra al individual siente un portazo, gira, mira y era ella que estaba dentro del baño de caballeros. Lo empujó hacia el fondo del individual, ingresó al mismo tras él y trabó la puerta del mismo. Lo miró fijamente a los ojos y acercó sus manos a la bragueta. Fue la chispa que hizo que los ojos de ambos ardieran en deseo y excitación. Le rozaba lentamente la bragueta con la yema de su dedo índice mientras él se agitaba.

Él quiso comerle los labios, pero ella se tiró hacia atrás impidiéndoselo. De bronca, la agarró de la cintura, bordeó su cadera con la otra mano. Posteriormente le tomó la cara por ambos costados y le besó fuertemente los labios.

A ella le gustó por lo que desabrochó su pantalón, corrió el boxer y le tomo su pene con las manos. Se arrodilló, amagó a besárselo, pero sólo hizo cuatro o cinco movimientos con su prepucio y se fue.

El grado de calentura de él era exorbitante. Era un cohete!. Para tratar de relajarse un poco bajo nuevamente hasta la mesa de sus amigos, se sentó y ordenó otro trago. Siguió charlando y justo cuando ya había comenzado a olvidar el volcán que llevaba consigo en su entrepierna ella volvió a pasar por al lado de su mesa, pero dando la espalda, de manera tal de lograr apoyar toda su cola apretada en tal vestimenta ajustada y brillante contra el borde de la mesa y después contra su cadera. Él pudo sentir desde el perfume de su cuello hasta el calor que irradiaba su piel.

Cuando ella volvió a pasar por su lado y se detuvo a conversar en la mesa de al lado dándole la espalda para continuar provocándolo el dejó caer su mano para comenzar a rozar muy suavemente la parte trasera de las duras piernas de ella Continuó haciéndole suaves mimos hasta que cuando ella cambió sutilmente la posición entreabriendo sus piernas y sacando levemente la cola para permitir el acceso de unas caricias más profundas el accedió a ese pedido implícito de seguir escalando el cerro de la excitación.

Podía sentirse la humedad desde el exterior de su calza. Y el calor ya superaba el límite corporal de ambos.

Terminaron sus tragos, él la tomó fuertemente de la mano y la sacó del bar. Fueron hasta el auto que estaba estacionado en un callejón secundario. Ambos se tenían demasiadas ganas como para aguantar el trayecto al departamento y deseaban seguir allí mismo. La luz escaseaba. Él la apoyó sobre el lateral del auto apretando sus lolas contra los vidrios fríos, lo que originó que sus pezones endurezcan como piedras. Luego apoyó todo su cuerpo contra su cola y le lamió el cuello. Ella gimió.

Cuando el apoyó todo su bulto erecto entre los dos cachetes de su dura y helada cola ella respiró profundamente, largó el aire de golpe, giró y le partió los labios con un beso, para después pasar a besarlo de modo muy suave y lento con su lengua. Hacía que la punta de su lengua hiciera círculos sobre la la lengua de él, al mismo tiempo que le agarraba fuertemente la pija con su mano izquierda.

Su glande ya había comenzado a humedecerse por su punto debido al grado de calentura y a los fuertes mimos que ella le hacía. Al notar ella eso, se arrodilló y comenzó a lamer esa miel transparente que el dejaba escapar involuntariamente. Después pasó la punta del falo por las dos comisuras de sus labios, haciendo que estas se humedezcan con ese líquido que a ella tanto le gusta. Se irguió paso su lengua por una de la comisura, dejando la otra húmeda. Acercó su boca a la de él, pidiéndole con su mirada que sea él quien limpie la otra. Así ese hombre cumplió con tal pedido en el que no hicieron falta palabras.

Se comieron a besos, se maltrataron a mimos y caricias y se autoinmolaron en excitación.

Cuando él estaba a punto de acabarse por las fuertes caricias de ellas y ella ya había mojado totalmente el dedo índice de él, se separaron subieron al auto y escaparon del lugar.

Mientras manejaban no podían parar de acariciarse y tocarse La noche se había transformado en un vicio zigzagueante de deseo placer y mini descansos.

Ella no dejaba de pajearlo mientras él, con su mano debajo de su calza, no paraba de acariciar su clítoris que ya estaba empapado de su jugo más rico.

Cuando el frenó en un semáforo, ella se abalanzó sobre sus piernas y comenzó a chupársela fuertemente Cuando el auto arrancó nuevamente continuaron las caricias suaves de ambos lados. Los vidrios ya estaban empañados.

Ni bien llegaron estacionaron y él se abalanzó sobre ella, bajó su calza, desplazó hacia un costado su tanga blanca y probó delicadamente con la punta de su lengua una gota de dulce rocío que asomaba de entre sus labios Era el néctar más rico jamás probado.

Ella suspiró varias veces. Él quería comer todos sus jugos, que no paraban de emerger de su interior.

Bajaron del auto, tomaron el ascensor. Mientras subían, ella le desabrochó el cinturón, agarró su pija con las manos. Él se la sacó de las manos, la giró, bajó sus calzas, se arrodilló, bebió más de aquella piel tan pura y rica y comenzó a hacerle el amor.

Llegaron al piso, dejaron el ascensor y sin encender la luz del palier, volvió a introducirse muy lentamente dentro de ella, ya que estaba hiperlubricada. Hicieron el amor muy lentamente, a oscuras pero no lograron mantener el silencio. La excitación era tanta que los jadeos y gritos de placer comenzaron a surgir de ambos cuerpos. El edificio sabía que alguien la estaba pasando demasiado bien.

Max Cher.

Otro relato ...




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