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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Aventura con el becario
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Se acababa el verano pero aún hacía calor y como todos los años hacíamos una cena de despedida a los becarios, estudiantes en prácticas que habían estado con nosotros durante los meses de verano. Durante ese tiempo habían trabajado con nosotros y espero que aprendido algo del trabajo real. Normalmente esas cenas se celebraban en un restaurante de la ciudad dónde vivo, donde nos reuníamos empleados de distintas oficinas de la empresa, pero este año alguien decidió que sería en un pueblo cercano. El sitio no estaba mal, tenía relativamente buenas comunicaciones y sobre todo era tranquilo algo que podría ayudar a que la cena no se desmadrase. Yo llevaba acudiendo los seis últimos años, desde que mis hijos ya no me necesitaban tanto. Además, mi marido los atendía tan bien como yo.

Acudí a la fiesta con una compañera, en su coche. Seríamos solo tres chicas en la cena y eso, llegados a ciertos niveles de ingesta de alcohol podría resultar muy molesto.

Como hacía bastante calor iba vestida con uno de mis vestidos de verano, de tela fina y fresca, que se abotonaba por delante. Llevaba uno de mis sujetadores de verano, fino, fresco y ligero, unas frescas braguitas blancas de algodón, y unos zapatos bajos. Completaba mi atuendo una chaquetita fina de color azul muy pálido, a juego con todo lo demás.

La cena fue normal, hasta divertida, con momentos muy graciosos cuando, siguiendo la tradición, tras los postres, un compañero muy ingenioso leyó una especie de narración en verso glosando los meses de los becarios entre nosotros. Luego se procedió a darles unos regalos que resultaron bromas, alguna bastante pesada.

Después de este acto, casi todo el mundo empezó a beber bastante descontroladamente y alguno ya empezaba a ponerse algo pesado. Busqué a la compañera con quien había ido pero la encontré demasiado animada hablando, en un rincón aparte, con otro compañero. Me vio y por sus gestos la entendí perfectamente, tendría que regresar por mis medios, era algo que ambas habíamos previsto y yo ya conocía los horarios de los trenes. Pero a esas horas de la noche solo pasaban cada dos horas y faltaba bastante para el siguiente. Así que busqué un lugar donde estar a salvo de pesados. Y lo encontré en el lugar más insospechado, entre los becarios. No conocía más que a la chica que había estado en mi grupo que me presentó a los demás. Entre ellos a un chico, muy jovencito, al que habían hecho las bromas más crueles al finalizar la cena. Era un chico callado y tímido, muy guapito, no muy alto pero delgadito y con unos bonitos ojos azules. Parecía estar muy cohibido y mi becaria me explicó que estaba dolido por lo sucedido a los postres; y que quería ir a su casa pero no podía hacerlo con quienes había ido, que además eran quienes se habían mofado de él.

— Tranquilo —le dije— son unos imbéciles, lo sabemos todos, sencillamente has tenido mala suerte al tocarte con ellos.

— Quiero irme pero no quiero con ellos, además están emborrachándose.

— ¿Dónde vives? —le pregunté. Cuando me respondió le dije— ¡Anda, cerca de mi casa! Cada dos horas pasa un tren que nos llevara de vuelta. Casi siempre va con retraso y el siguiente tiene que pasar dentro de… —me puse a mirar la hora en el reloj pero él preguntó— ¿Puedo ir con usted?

— No —le respondí ante la mirada sorprendida de los demás— No, si me sigues tratando de usted.

— Disculpa, no era mi intención, solo quise ser respetuoso.

— Hay muchas maneras de ser respetuoso, no solo tratándome de usted.

El becario parecía nervioso y molesto, desde un grupito le miraban y le hacían gestos obscenos— ¡Jolín, otra vez esos! —Dijo con tono de amargura en la voz— ¿Falta mucho para el tren porque necesito salir de aquí?

— Un buen rato —Dije y añadí— Pero si quieres irte este momento es tan bueno como cualquier otro, podemos ir caminando tranquilamente hasta la estación y esperar allí en lugar de estar aquí soportando a esos idiotas.

Nos fuimos justo en el momento que en la sala se producía una pequeña confusión al ponerse a funcionar el karaoke. Todos los becarios, un par de compañeros más, mi amiga y su amigo, y yo, aprovechamos para salir rápidamente. Varios coches salieron del estacionamiento con bastante prisa y mi joven acompañante y yo apuramos el paso para salir rápido de allí. Al doblar la primera esquina nos relajamos y comenzamos a charlar. Le pregunté la razón de tantas bromas. Me dijo que le habían sorprendido un par de ellos con su novia y luego lo habían contado a su grupito.

— Eso no es nada raro, ni malo —Dije.

— Ehhh...esto… —Balbuceó— tenía los pantalones bajados…

— ¡Oh! —Respondí sorprendida— Tampoco es para tanto.

— Y ella las faldas levantadas y… y las bragas en los tobillos… por eso se ríen de mi.

— ¡Vaya! Lo siento. Pero tranquilo, se ríen por no llorar de envidia. Seguro que tu novia es muy guapa.

— Si que lo es…

En aquel preciso instante, que me imaginaba a mi joven con los pantalones bajados entre las piernas de su novia con las bragas en los tobillos. Me volvieron a entrar ganas de hacer el amor, y precisamente con este becario. Pero mantenía una controversia interna, por un lado tenía ganas de sexo pero por el otro era muy joven y para mí un total desconocido. Pero mis tetas no tenían esas dudas y los pezones se me pusieron duros marcándose por debajo del vestido. Disimulé como pude arropándome con la chaquetita y cruzando los brazos por delante del pecho.

Como pude desvié la conversación a temas de su estancia con nosotros. Lo hice con la intención de que se me pasara el calentón. Pero fue peor, el chico repetía constantemente que me había visto muchas veces por la oficina y que le parecía una mujer muy agradable. Incluso una vez mencionó que le parecía una chica muy atractiva. Que me viera así, y que además me llamara chica en lugar de señora solo hizo acentuar mis ganas.

En un momento dado me miró y preguntó— ¿Tienes frío?

Tuve de decirle que si, y en un alarde de caballerosidad se quitó el jersey y me lo ofreció.

— ¡Que mono! —Exclamé sorprendida pero a la vez sintiéndome halagada mientras me ponía la prenda sobre los hombros. No obstante, como no descrucé los brazos de delante del pecho pasó su brazo por encima de mis hombros. No lo consideré algo atrevido por su parte, ni me molestó el absoluto, al contrario, me gustó y me pareció muy tierno.

Llegamos a la estación de ferrocarril, un viejo edificio que ahora solo funcionaba como apeadero. Estaba solitaria e iluminada solo por la luz mortecina de un par de bombillas. Me detuve en un rincón y le devolví el jersey, al hacerlo descrucé los brazos y mis pezones quedaron plenamente evidentes bajo el vestido. El fijó la mirada en los dos bultitos que sobresalían en mi pecho sin tratar de disimular. Así que hice la pregunta más evidente— ¿Me estás mirando las tetas?

El chico vaciló, pero sin dejar de mirarlas asintió lentamente con la cabeza.

— ¿Te gustan? —Volví a preguntar.

— Me encantan —respondió pero esta vez levantando la cabeza y mirándome a los ojos al tiempo que nos acercábamos el uno al otro. Soy bajita, así que estiré mi brazo poniendo la mano detrás de su cabeza y atrayéndole hacia mí. Nos besamos lentamente con ternura, pero también, con cada vez más pasión.

En un principio creí haberme equivocado, era demasiado joven y parecía demasiado presuroso. En cuestión de segundos no dejó ninguna parte de mi cuerpo al alcance de sus manos sin tocar. Pero poco apoco se fue concentrando en mi boca y mi culo. Se aferraba mis nalgas con cierta fuerza llegando a hacerme un poco de daño mientras su boca no se separaba de la mía.

Me di cuenta de que si bien la iluminación era escasa, estábamos justo en el centro de la zona más iluminada de la vieja estación y le dije— Alguien puede vernos, vayamos a un lugar más tranquilo. El chico tanteó las viejas puertas hasta que una de ellas abrió y mirando a todos lados entramos rápidamente y volvimos a cerrar detrás de nosotros. Era una especie de oficina, con un mostrador y detrás, junto a un sucio ventanal, un par de escritorios. Pasamos hacia atrás, y me acerqué en el escritorio que estaba más alejado de la ventana. Me senté, y apoyé las manos detrás del culo quedando mis tetas totalmente expuestas. El chico volvió a mirarlas pero esta vez adelantó sus manos para apretármelas.

— ¿Quieres verlas? —Le pregunté sensual. Su respuesta fue apartar las manos de mis tetas, asentir vigorosamente con la cabeza, y retroceder un par de pasos. El resto fue cosa mía, me desabotoné todo el vestido, dejándolo totalmente abierto y mostrando el sujetador y las bragas. Eché el vestido hacia atrás y luego abrí el broche delantero del sujetador dejando caer las copas a los lados y desnudando mis tetas pequeñas y blancas.

Nada más hacerlo, el chico se acercó, y con extrema delicadeza apartó las copas del sujetador con sus dedos y mirándome el pecho desnudo dijo casi con emoción— ¡Las tetitas de Teresita! —Y luego me las acarició casi como si fueran algo muy delicado.

— Puedes apretarlas un poco más, si quieres—le dije cada vez con más ganas de hacer el amor—y besarlas y chuparlas…

No tuve que insistir mucho y me dio un gran recital de besitos en mis tetitas mientras yo le acariciaba ternura la parte posterior de la cabeza. El debió percatarse del baile de mis caderas porque su mano derecha buscó entrar entré mis muslos que no ofrecieron resistencia y separé ampliamente.

Un suave jadeo mío coincidió en el tiempo con un mordisco suyo en uno de mis pezones y el aumento de la presión de sus dedos en mi coño por encima de mis bragas. El reaccionó a mi jadeo, y posteriores gemidos, apartando la entrepierna de las bragas a un lado y accediendo directamente al clítoris que yo misma noté muy hinchado. Pero estar así era incómodo así que levanté el culo y bajé todo lo que pude las bragas que luego él me sacó por los píes. Para hacerlo me levanté y me puse de pie y me acerqué al ventanal donde tropecé con una especie de escalón de una tarima. Aún desconozco la razón por la que me subí y cuando el chico volvió a buscar mis tetas con su boca le dije— ¿No te gustaría hacerle algo a Teresita? —Propuse llena de deseo.

Con una rapidez pasmosa, se desnudó de cintura para abajo y se me acercó introduciendo su pene entre mis muslos y mi coño. Estaba duro y caliente y al empezar a moverse adelante y atrás, entraba entre los muslos y los labios de mi rajita pero sin llegar a penetrarme. Eso me excitaba y me gustaba, hacía años que no lo hacía así, desde mi tercer novio.

Nos acompasamos y sus gemidos empezaron a igualar a los míos. Repetía sin cesar— ¡Teresita, Teresita…! —Hasta que se puso tieso y sus dedos se clavaron en mis nalgas mientras eyaculaba entre mis muslos apretados y los labios de mi vulva que abrazaban longitudinalmente su pene. Noté el semen caliente y pegajoso extendiéndose en mis muslos mientras su pene se ablandaba y le pregunté escuetamente— ¿Ya?

— ¡Oh, si! Lo siento Teresita, lo siento mucho.

— No importaba nada, vístete rápido que ya llega el tren.

Tuve el tiempo justo para colocarme y abrocharme el sujetador, subirme las bragas y abotonar lo más imprescindible del vestido antes de salir. La mala suerte quiso que esa noche hasta el tren, famoso por sus retrasos, también tuviera que ser tan rápido.

No sentamos juntos, en un vagón vació, no éramos muchos en todo el tren a aquellas horas. En cuanto pasó el revisor me subí las faldas y separé los muslos para limpiar el semen que poco a poco, había ido resbalando por la cara interna de los muslos casi hasta mis rodillas y ahora manchaba el asiento. El chico quiso ayudar limpiándome con pañuelos de papel pero realmente había poco que hacer. Mis bragas estaban empapadas con su esperma y mi propia corrida. Había sido una eyaculación muy copiosa y mi coño también había añadido humedad. Solo encontré una opción eficaz que fue quitarme las bragas, delante del chico, y limpiarme el coño y los muslos con ellas. Cuando consideré que ya estaba bien, se las di diciéndole— La suciedad que tienen la has puesto mayormente tu, así que te las llevas hasta donde puedas tirarlas.

Al cogerlas se me acercó a mi oído y me pidió— ¿Teresita, puedes abrirte algún botón más?

Yo accedí pero le malinterpreté al descubrir hasta el pubis. Él lo agradeció metiendo sus dedos entre el vello y corrigiéndome— De arriba, Teresita, verte el sujetador.

— ¿Quieres verme el sujetador, las tetas o el coño?

— Quiero verte el coño y las tetitas.

Aproveché el paso por un túnel para quitarme el sujetador, que guardé en mi bolso, y ajustar los botones, de arriba y abajo del vestido. Lo hice de modo que mis tetitas se veían al agacharme un poco y el coño al separar las rodillas. El chico puso una mano entre mis muslos y esta vez los cerré, pero con su mano dentro. Casi todo el resto del viaje lo hicimos besándonos mientras él movía su mano entre mis muslos acariciándome el coño. Justo en la penúltima parada se subió un grupo de adolescentes, cuando sus caricias en mi clítoris y sus dedos en mi vagina provocaron un orgasmo que tuve que ahogar para que no se oyeran mis gemidos.

Al bajarnos del tren, el becario se disculpó por su precocidad y dijo— Pero bueno, al fin y al cabo los dos tuvimos un orgasmo.

— Pero no era eso lo que yo quería —le reproché.

— ¡Jolín! Disculpa Teresita, no sé qué hacer ni decir. ¿Qué quieres que haga ahora?

— Que me lleves a algún sitio donde podamos hacer el amor —dije ante su sorpresa y mayor alegría. Quiso acercarse a besarme pero se lo impedí— Aquí, en medio de la calle, no. Los besos y los abrazos para luego donde podamos estar tranquilos.

— Vivo con mi padres, no tengo ningún lugar donde poder llevarte —dijo apesadumbrado.

No era buena idea pero se lo mencioné— ¿Y a dónde vas con tu novia?

— Antes al parque, pero desde que los imbéciles de tus compañeros nos vieron vamos al almacén de mi padre. Es tranquilo y está limpio, hay una oficina con un sofá.

— ¿Está lejos? —pregunté y al decirme dónde acepté diciendo—Me vale, está de camino a mi casa.

Esperamos que los adolescentes se dispersaran y comenzamos a caminar. Al poco rato el chico volvió a insistir— ¿Puedes hacer lo mismo de antes con los botones?

— No hasta llegar a ese sitio, no quiero que nadie me vea en una situación difícil de justificar para los dos.

Con casi quince minutos caminando llegamos a una calle solo de edificios que era almacenes, recuerdo de cuando aquello eran los límites de la ciudad. El chico me tomó de la mano y me hizo entrar por un callejón y se detuvo ante una puerta, la abrió y entramos. Luego, sin soltarme la mano, me llevó a una amplia oficina, con dos grandes ventanas, sin cortinas ni persianas, que daban directamente a la calle principal de los almacenes.

— Aquí es, espero que sirva.

— ¡Perfecto! —respondí aproximándome a él y pasando mis brazos alrededor de su cuello y buscando su boca.

— ¿Puedo desnudarte? —preguntó entre beso y beso.

— Estás tardando en hacerlo —dije retrocediendo un paso y dejando que él, botón a botón, abriera todo el vestido, cuando lo hizo también dio un par de pasos atrás mirándome y diciendo— ¡Fantástica! Teresita, eres fantástica.

— ¿Te gusto?

— Mucho… ¿Puedo verte desnuda… sin vestido?

Me lo quité y lo deje doblado con cuidado encima de una silla, quedé desnuda, solo con mis zapatos bajos. Mientras lo hacía, por el rabillo del ojo vi que él solo observaba lo que yo hacía. Así que hice un pequeño recorrido por la oficina, dando alguna vuelta sobre mi misma de vez en cuando. Hasta que me quedé apoyando el culo en el borde del escritorio, con la luz de la calle entrando por mi espalda.

Y le llamé llena de ganas de hacer el amor— ¡Ven cielo! ¡Ven a hacerle el amor a Teresita!

Se desnudó tan rápidamente como en la estación y se me abalanzó. Inmediatamente noté la punta de su polla abriéndose paso entre mis muslos y para evitar lo de antes se la cogí, y la dirigí a la entrada de mi coño, abrazándolo luego con fuerza.

— Despacito, cielo, entra despacito —le susurré al oído.

La introdujo muy despacio mientras me miraba a los ojos. Cuando llegó todo lo que pudo llegar comenzó a moverse también despacito.

— Así cielito, así… —gemía yo— Y vete yendo un poco más rápido.

Un coche dobló la esquina inundando de luz la oficina y mi cuerpo. Creo que fue como si el baño de luz hubiera disparado todos mis resortes del placer. Gemí y resoplé en un orgasmo delicioso que se repitió cuando le note él ponerse rígido e intentar separarse de mí.

— Dentro, cielito, acaba dentro de mí, muy adentro, no pasa nada porque lo hagas —le pedí haciendo una aclaración que creí necesaria y mientras le abrazaba con fuerza y rodeaba su cadera con mis piernas. Se crispó mientras eyaculaba presionando fuerte contra mi coño para hacer lo que le pedía. Luego me cubrió a besos mientras repetía sin cesar— Gracias, gracias, gracias Teresita, gracias…

Yo le dejé hacer y decir, me encantaban sus besos por todo el cuerpo y me ilusionaba su agradecimiento. Hasta que noté como su pene volvía a endurecerse entre mis muslos.

— ¿Otra vez duro? —Pregunté susurrándole al oído mientras me besaba en el cuello.

— ¡Oh! Lo siento, disculpa…

— ¿Cómo que disculpas? Ni disculpas ni leches ¡Hagamos el amor otra vez! —Dije pasando mis brazos alrededor de su cuello.

— ¿Quieres, Teresita?

— ¡Claro que quiero hacer el amor!

— ¡Oh, qué bien! Muchas gracias Teresita.

Apenas le respondí nos comenzamos a besar apasionadamente. Al poco le detuve para decirle—Vete despacito, no hay prisa.

Nos besamos durante largos minutos hasta que el baile de mis caderas era ya muy evidente. Fue entonces cuando preguntó— ¿Puedo darte la vuelta?

No dije nada solo me giré y me apoyé con los antebrazos sobre el escritorio levantando el culo. Le sentí colocarse detrás y al acercarse noté como la punta de su pene presionaba en mi ano. Me asusté y rápidamente le dije— ¡No, por ahí no!

— Lo siento, creo que me confundí ¿Me puede ayudar?

Alargué mi mano derecha hacia atrás y le dirigí el pene hacía mi coño, en cuanto noté que había posicionado la cabeza de su polla entre los labios de mi coño le dije— Muy despacio, sigue sin haber prisa.

Intentó ser obediente y las primeras metidas fueron lentas, pero empezó a coger carrerilla y pronto el ritmo de sus embestidas era muy rápido. No le dije nada porque estaba disfrutando con ello. Me encantaba la fuerza de su juventud y la potencia con la que me penetraba. Estaba siendo un polvo muy intenso. Me estaba metiendo muy profundo, hasta atrás, notaba su pubis golpeando contra mis nalgas mientras se aferraba a mis caderas fuertemente con las manos. Comencé a gemir cada vez más fuerte según se me acercaba el orgasmo que estalló cuando echó sus manos hacia delante cogiéndose a mis tetas.

— ¡No te pares, no te pares! —Acerté a decirle entre ráfagas de placer. Hacía mucho tiempo que no tenía un orgasmo como aquel. Se portó muy bien y continuó penetrándome con fuerza y cada vez más rápido durante algunos minutos. Hasta que se apretó fuerte contra mí quedándose muy quieto y emitiendo una especie de gruñido muy ronco.

Cuando se relajó no se separó de mi y continuó acariciándome las tetas y dándome algunos besitos en el cuello. Uno de ellos muy tierno y muy rico en la nuca. Tardó en moverse de detrás de mí y únicamente lo hizo cuando su pene, ya sin erección, salió solo de mi vagina.

— Gracias, gracias, gracias Teresita, gracias…—Volvía a repetir.

Yo me quedé apoyada en la mesa, recuperando la respiración, había sido uno de esos coitos que se dan muy de cuando en cuando. Supongo que porque mi anterior orgasmo había sido unos pocos minutos antes. Cuando me levanté de la mesa fue para decirle— Gracias a ti por este orgasmo tan guapo.

— No, no, gracias a ti, Teresita —Se acercó y empezó a darme besos por toda la cara y el cuello y entre beso y beso decía— Gracias, Teresita, gracias.

— ¿Gracias por qué? —Acabé por preguntarle.

— Ha sido mi primera vez.

— ¿Eras virgen?

— Si… —Confesó un poco avergonzado.

— ¿Entonces con tu novia?

— Solo como antes, en la estación… no quiere hacer más que eso.

— Bueno, si a los dos os satisface.

— No sé…

— ¿Cómo que no sabes?

— No sé si después de lo de ahora ¿Puedo volver a verte?

— ¿A verme o a hacer el amor conmigo?

— A hacer el amor contigo, Teresita.

— ¿Qué edad tienes? —Le pregunté y cuando me lo dijo le dije— Yo tenía dieciséis años cuando me desvirgaron, el año que naciste. Y me lo pasé muy bien.

Le dije que no sabía si volveríamos a vernos, y mucho menos si volveríamos a hacer el amor. Le expliqué que aquello había sido casual, una especie de accidente. Le hice saber que no me gustaba planificar el sexo, que prefería que fuera lo que surgiera. También le recordé que no debía decir nada a nadie de aquello, que yo era una mujer casada— Y yo tengo novia formal —acabó por reconocer él.

Sellamos nuestro acuerdo con un beso largo mientras me abrazaba envolviéndome entre sus brazos y su pene volvía a recuperar su dureza.

Apoyé mis manos en su pecho y le dije mirándole a los ojos— Eres infatigable, una joya de becario, lástima que te hubiera tocado conmigo.

— ¿Hubiéramos follado antes?

— No lo sé, no me gusta planificar las cosas del sexo —y le aclaré— Y no me gusta decir que lo de antes era follar, me gusta decir que era hacer el amor.

— ¿Teresita, quieres hacer al amor? —preguntó mientras sus brazos me rodeaban.

— Claro que si, tontito —Y le empujé al sillón del escritorio haciéndole sentar y colocándome yo a horcajadas sobre sus piernas. Cogí su pene con una mano mientras él posaba las dos suyas en mis tetas y comenzaba a masajearlas. Coloqué la punta de su polla un poco dentro de mi vagina y luego puse mis manos en sus hombros y fui haciendo fuerza hacia abajo para que entrara toda en mí. Bajé despacio y cuando llegué todo lo abajo que pude gemí, al tiempo que él. Fui subiendo y bajando poco a poco, mientras hacía bailar mis caderas que se retorcían en todas direcciones. El orgasmo no tardó en llegar y no lo disimulé. Era la tercera vez que hacíamos el amor aquella noche y mi becario me había hecho un par de masturbaciones. Estaba siendo una velada muy intensa en lo sexual. Gemí mucho mientras el orgasmo iba acreciendo, cuando llegaba al clímax le grite— ¡Abrázame, muchachito, abrázame! —Y me desparramé entre gemidos envuelta por sus brazos— ¡Fuerte, muchachito, abrázame fuerte!

Noté como un sonido gutural salía de mi garganta por la respiración agitada y mi pecho comprimido contra el pecho de aquel muchacho que rugía al eyacular dentro de mí en su orgasmo sincronizado con el mío. Nos quedamos quietos, intentando respirar con normalidad. Cuando lo logré, le di un besito en los labios y me levanté.

— Es hora de irme —Le dije temiendo su inagotable vigor. Cuando miré mi reloj vi que habían pasado apenas tres cuartos de hora.

— Puedo acompañarte —Preguntó

— Pero solo un tramo, cuando te lo pida te vas.

Salimos del almacén con la misma precaución con la que habíamos entrado y comenzamos a caminar en silencio. Cuando llegamos al principio de mi calle, le dije— Es aquí, ya puedo seguir sola.

— Ha sido una noche increíble, Teresita, no la voy a olvidar nunca —Y alargó su mano para estrechar la mía en un saludo formal. Yo me acerqué a él, me puse sobre las puntas de los pies y le di un besito en los labios.

— Puede que algún día, nos volvamos encontrar, y puede también, que vuelva a suceder la magia y volvamos a hacer el amor —Le dije mientras pasaba lentamente una mano por su cara— Pero procura tener una cama disponible.

Me devolvió el beso y me acompañó hasta el portal, no hablamos nada, solo caminamos uno al lado del otro, él con las manos en los bolsillos del pantalón, supongo que para ocultar una nueva erección.

Cuando llegamos al portal abrí la puerta, me di la vuelta, volví a darle otro beso en los labios y le dije— ¡Hasta aquí! Más allá está prohibido.

Me giré para entrar y me dio un cachete en las nalgas. No me di la vuelta, seguí mi camino pensando que era muy posible volver a hacer el amor con aquel incansable y vigoroso joven.

Tere

 

 

Aventuras de una mujer casada

Tere es una mujer casada a la que gustan las aventuras sexuales y el sexo furtivo. Dicho de otra manera, le gusta el sexo con otros hombres distintos a su marido. Pero eso no significa que le sea infiel, solo que, en ocasiones, sin que ella sepa los motivos, le entran ganas de hacer el amor con un hombre en concreto. ahora aprovecha esas situaciones para su placer.

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