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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Casa de Andreina en la playa
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En una ocasión fuimos invitados a una parrillada en casa de una pareja amigos de mi esposo. Como siempre, los varones hacen su grupito para ponerse a beber y cada uno, demostrar sus dotes de mejor parrillero. Nosotras las mujeres hacemos nuestro grupo para conversar y beber nuestros tragos preferidos mientras picamos bocadillos y disfrutamos de buena música.

En esta ocasión, entraron en escena dos esposas nuevas de unos amigos invitados por los dueños de casa. Eran desconocidas para mí hasta ese momento, más no para las otras amigas con quienes estábamos; la cosa es que se formó un grupo de seis mujeres.

Ya entradas en calor y en confianza, nos pusimos a bailar entre nosotras, y de vez en cuando, con alguno de nuestros esposos que se contagiaba con la música y nos sacaban a bailar. Todo se desarrollaba como de costumbre en reuniones de ese tipo, comida opípara, licores, baile, bromas, y los grupos de hombres y mujeres para tener más libertad de poder conversar cada grupo por su lado.

En un momento en que estaba distraída conversando con una de las esposas que yo recién acababa de conocer, vino la otra, me tomó de la mano y me sacó a bailar. Hasta ahí todo normal, salvo que, por lo general entre mujeres bailamos separadas, pero en este caso, por el contrario, la mujer, me apretó contra su cuerpo haciéndome bailar muy apegada a ella, a la vez que me decía al oído que le gustaba como bailaba y me movía. En realidad no me hizo sentir incómoda, pues me estaba halagando y ella me parecía una mujer preciosa. Palabras que le agradecí y me dieron pie para que la hiciera mover de una forma más sensual y sexi.

Entre conversaciones triviales, aparecieron las preguntas de las infidelidades que habíamos tenido cada una de nosotras, de cuáles eran las preferencias de los hombres con los que más nos gustaría ser infieles en caso de que se diera para escoger a algún tipo en especial. Todas se imaginaban estar con actores de cine, pero yo más realista dije― Yo me conformo con algún hombre alto, fuerte, de buena musculatura, y de preferencia morenos, y que, aunque no me gustan mucho, me atraen porque son algo más rudos y bien dotados. Ahora que, si pensamos que a los pobres los tuvimos sumisos por años como esclavos, no me importa sacrificar este cuerpito y ser sumisa con ellos, con tal de resarcirles en algo todos esos años de abstinencia y sufrimiento de poderse copular a una mujer de piel blanca. Hablando en serio ―les dije― me mata de morbo el imaginarme ver mi cuerpo de piel clara siendo poseída por un hombre de piel negra. Aparte de que, con los que me acostado, me han hecho gemir, gritar y revolcar de placer.

Las bromas y risas no se hicieron esperar, entonces, una de ellas tocó el tema de hacer una reunión en la casa de la playa― ¿Qué casa, y que playa? ―dije yo― Mira, nosotras hemos formado un grupo de mujeres que solemos reunirnos en una casa que tengo en la playa. Es solo para mujeres, nos ponemos de acuerdo un fin de semana y nos vamos en grupo. Te recogemos el viernes de tarde y regresamos el domingo. Me han dicho que eres una mujer sin prejuicios y creemos que sería bueno que nos acompañes para divertirnos lejos de nuestros maridos ¿Te gusta la idea?

― Bueno, sí, me gusta la idea, pero me han dejado algo intrigada.

― Más tarde te daremos los pormenores de la reunión, ahora disfruta del momento con nosotras y diviértete.

Transcurrieron las horas, y nuestros esposos se pusieron a cantar mientras bebían. Nosotras contándonos nuestras vivencias, riendo y bailando en otro ambiente separado de nuestros maridos; pero algo me decía que había algo, que no me lo habían dicho todo; hasta que, una de mis amigas me sacó a bailar una canción que entre parejas se la baila muy apegaditos y es de ritmo muy sensual y sexi. Aprovechando este momento, me dijo que ese grupo era muy especial y que la invitación implicaba ciertas condiciones y reglas que debía cumplir. Llevada por la excitación y la forma en que estábamos bailando, le acepté escuchar las reglas y condiciones. La primera era que solo tendría que llevar los elementos indispensables de aseo personal. La segunda, que solo debía llevar un vestido suelto sin ropa interior, y que, de ser necesario, en caso de salir de compras o ir a la playa, ellas me darían en la casa lo que necesitare― Te pasamos recogiendo por tu casa y de regreso te iríamos a dejar.

Se me ocurrieron millón ideas con esas condiciones impuestas, desde que ellas estaban planificando alguna orgía sin la presencia de nuestros esposos, hasta que me estaban preparando para ser el regalo para algún hombre u hombres amigos de ellas. La cosa es que me hizo excitar tanto que de primera acepté y estuve de acuerdo.

Llegado el viernes de la siguiente semana, dos de ellas llegaron a mi casa y entraron a ver lo que yo había decidido llevar. No les gustó el vestido que había escogido, que era uno largo como para la playa, y decidieron escoger otro, corto que solo se sujeta con un lazo de los tirantes detrás del cuello; más juvenil, estampado y medio transparente. Me escogieron las sandalias, y no me aceptaron objeciones. En realidad, todo eso me estaba poniendo cada vez más intrigada y mis pensamientos me estaban llevando a ponerme excitada y lujuriosa.

Después de casi tres horas de viaje, llegamos a una casa apartada al pie del mar, con una playa inmensa. Se abrieron las puertas e ingresamos con el carro al garaje donde ya estaba el carro de las otras amigas que nos recibieron con algarabía y besitos de bienvenida. Luego me llevaron a conocer la casa, y luego a la piscina que daba frente a la playa, circundada por un cerramiento que no dejaba ver a las personas que estábamos dentro. Me pidieron que me pusiera cómoda en una de las perezosas, y me brindaron aperitivos y bocadillos. Luego de conversar trivialidades sobre el viaje, me invitaron a que me metiera a la piscina, a lo que les dije que para eso me prestaran un traje de baño. Todas rieron y me dijeron que justamente era reunión de solo mujeres, por lo tanto se bañaban todas desnudas. Acto seguido, todas se desnudaron y se metieron al agua. No cabían dudas, iba a ser un fin de semana muy ajetreado, eran cinco mujeres con cuerpos muy cuidados y espectaculares, y prometían horas de sexo a raudales.

Pusieron en la piscina un bar flotante con tequila, limones y sal, y cada una se servía a su antojo. Luego de muchos tragos, risas y toqueteos, entramos en confianza, y todas nos fuimos a ver que se preparaba para la cena. Todas andábamos desnudas por la casa y mis ojos no paraban de ver cuerpos provocándome tantos deseos, que no sabía en qué momento serían míos y el mío de ellas.

Como no habían llevado muchas cosas para comer y beber, decidieron ir a comprar al pueblito más cercano y aprovechar a visitar a unos amigos alemanes dueños de unos negocios, entre ellos una pequeña barra bar donde los turistas extranjeros van a comer, beber y bailar.

Todas se vistieron con sus tanguitas y batonas de playa, pero a mí solo me permitieron usar mi vestidito corto de tirantes y medio transparente con el que había viajado. Cuando les objeté mi forma de vestir, puesto que habría más gente mirándome, me dijeron que no me preocupase, que a la gente no le importaba ver mujeres medio desnudas, y que eso era parte del trato que yo había aceptado. Nos fuimos todas en un solo carro y media hora después de viajar por un carretero desolado, llegamos y aparcamos en una calle donde habían muchos puestos de venta de bisutería hechas de conchillas y piedras de mar, iluminados con luces tenues y muy concurridos por los lugareños y turistas que no dejaban de morbosearnos, y que al disimulo por la aglomeración de la gente. No dejaban de arrimarse y toquetearnos, en especial a mí, que era la que a leguas se notaba que andaba desnuda, recibiendo propuestas para tener sexo rápido, cosa que no puedo negar, que aparte de que me excitaba el ser deseada. También me hacían sentir un tanto mal, porque era como si mis amigas me estuvieran exhibiendo para conseguir tener sexo; cosa que ellas disfrutaban al ver en los apuros en que me habían metido, preguntándome por ejemplo― ¿Cuánto te ofrecieron por un polvito? ―y se mataban de risa.

Cuando llegamos a donde sus amigos alemanes me presentaron, eran tres gigantones maduros de unos cincuenta y tantos años, y dos mujeres rubias de unos treinta y pico también. Muy amables y atentos, ya radicados por años en esa zona. Cuando de repente uno de ellos dijo― ¡Ah!, ¿estamos de bautizo?, y eso me dejó intrigada. Conversaron en alemán con mi amiga Andreina, la dueña de casa y nos invitaron a la barra que estaba medio llena con cinco amigos de ellos, todos extranjeros, festejando el cumpleaños de uno de ese grupo. Juntaron dos mesas cerca del grupo de hombres que festejaban al cumpleañero y nos sirvieron bocadillos y bebidas. Éramos seis mujeres más uno de los alemanes dueños del negocio, las rubias se quedaron con los otros dos alemanes.

La noche de tertulia que se suponía íbamos a tener entre amigas, se convirtió en fiesta cuando hicimos la aparición en la barra bar. Los que estaban festejando aplaudieron y comenzaron a brindarnos cervezas y whisky. Y ni modo, se les estaba haciendo la noche, porque ya tenían con quien bailar. Al tiempo que en forma sarcástica, se preguntaban, que quién de nosotras había ido como regalo del cumpleañero, a lo que las chicas entre risas me señalaban a mí. De pronto, uno de ellos se levantó de la mesa y le dijo al alemán que nos atendieran en todo lo que pidiéramos, que ellos pagarían la nuestra cuenta, que solo con nuestra presencia, ellos se sentían alagados y merecíamos todas las atenciones. Todos eran hombres maduros, unos más guapos que otros, y como todas ya andábamos entonadas con tanto tequila que habíamos bebido en la piscina, más las cervezas y whisky que nos brindaban, mis amigas tomaron la decisión de no dejar pasar la oportunidad de pasarla bien con tantos hombres que estaban dispuestos a sacarnos a bailar y disfrutar la noche. Fue entonces que Andreina, un tanto atrevida, se levantó de nuestra mesa y le pidió al encargado de la música que pusiera música bailable. Luego preguntó que quién era el cumpleañero y todos sus amigos señalaron a uno, que para mi parecer, era muy guapo y grandulón, y que de paso, era el único negro del grupo. Ella se encaminó hacia él, lo tomó de la mano y lo sacó de su asiento, todas pensamos que iba a bailar con el tipo, pues ella tiene un cuerpazo y se le notaba que estaba muy dispuesta a llegar más allá de un simple baile esa noche. Pero fue grande mi sorpresa, que lo llevó hasta donde yo estaba sentada, me tomó de mi mano, y me entregó a él diciéndole, este es tu regalo de cumpleaños.

Todos aplaudieron, pues en ese momento, todos se dieron cuenta de que yo estaba desnuda debajo de aquel vestidito que no era nada discreto para estar bailando ante tantos desconocidos. El tipo me tomó de la cintura, me apegó a su cuerpo, y me hizo seguirle el ritmo de un merengue bien movido. Y con lo que me gusta bailar merengues fue la oportunidad de demostrar mis dotes de sensualidad en mis movimientos, haciendo que me desinhibiera de todos los prejuicios, y hasta que me olvidara que estaba casi desnuda bailando con un negro de ensueño. Arengué sacando a bailar a los demás hombres haciéndoles pareja con mis amigas. Yo estaba feliz de la vida, los tragos iban y venían, el moreno no me dejaba descansar, aprovechaba todo baile para hacerme sentir sus grandes y fuertes manos recorriendo mi cintura, espalda y nalgas, mientras disimuladamente ponía su pierna entre las mías para que mi vulva se restregara contra ella con mis movimientos cadenciosos y sensuales, haciéndome excitar cada vez más. Viendo que yo no objetaba ni reclamaba lo que me estaba haciendo, y sabiendo que ya me tenía entregada y correspondiendo, decidió compartirme con sus amigos, haciéndome bailar con ellos, como para que también me manoseen, y para que yo sepa que él no sería el único que me poseería esa noche. Después de todo, me habían entregado como su regalo de cumpleaños personal, y él decidiría si me compartía o no con los demás. Se estaba armando una tremenda orgía, que hasta se cerró el local con solo nosotras y ellos dentro.

El calor era insoportable, mi vestidito ya lo tenía empapado y se me pegaba al cuerpo y dejaba ver muy claramente mis curvas y mis tetas puntiagudas queriendo salirse. Mi cuerpo y mente, ya habían rebasado el límite de la buena compostura y disfrutaba de cada manoseo que me prodigaban con las intenciones de provocarme. No se diga de mis amigas, que también ya habían caído en las garras de la lujuria, y veía cómo se dejaban manosear y hasta besar.

Como yo era la que más exhibía mi cuerpo, y sabiendo que era la más deseada del momento por andar casi desnuda y muy coqueta caminando muy sexi atendiendo al cumpleañero y sus amigos, vino una amiga de Andreina, la dueña de la casa playera, y propuso que el cumpleañero abriera su regalo. Pensé que aparte de mí, le iban a dar otro regalo, pero ¡no! Vino y me tomó de la mano y me llevó hasta una tarima donde sin duda se presentaban los artistas, llamó al cumpleañero y lo hizo subir. Todos comenzaron a cantarle la canción de cumpleaños feliz y terminada la canción, las mujeres que ya estaban abrazadas con sus parejas del momento, comenzaron a pedirle al cumpleañero que abriera el regalo, voces que gritaban― ¡Que lo abra, que lo abra! ―Yo los miraba riendo, pues no sabía a qué se referían con el “que lo abra, que lo abra”, hasta que el moreno, me miró y con una sonrisa de oreja a oreja, restregó sus manos, me levantó el cabello, y soltó el único lazo que sostenía el vestido a mi cuerpo que cayó y se armó el griterío con aplausos. Como yo ya estaba tan lujuriosa y encharcada dispuesta a todo, solo reí y le levanté los brazos diciéndole― Este cuerpo es tu regalo, ¡tómame! ―Y no fue más, el moreno me levantó en peso y me llevó hasta su butaca, en donde me sentó sobre sus piernas y comenzó a comerme a besos y a manosearme delante de todos. Y para colmo, vino una de las chicas, y me quitó las sandalias diciendo― El regalo tiene que estar sin nada puesto ―Ahora sí, me tenía entre sus brazos completamente desnuda, sus manos hurgando y tocando todo lo que más podían de mí, y cuando me siento así, soy una máquina para recibir y dar sexo. Cuando le estaba sacando su pene gigante de su bermuda, pidiéndole que me hiciera suya sin importar que fuera delante de todos, vino el alemán y nos dijo que mejor nos fuéramos a otro lugar para evitar contratiempos con sus socios; y tenía razón.

Las chicas estaban tan lujuriosas y libertinas como yo, estaban dispuestas a todo, y no podían dejar a medias las cosas, así que se optó por continuar la fiesta en la casa de la playa. Después de todo, todas queríamos estar con más de uno esa noche pero debíamos tomar precauciones, y le preguntamos al alemán si eran amigos de confiar y que si habría problemas luego de llevarlos a la casa de la playa; dijo que no, que todos también eran casados, y que él nos acompañaría para despacharlos en el momento que quisiéramos; así él, también se aseguraba que iba a tener una gran noche.

Andreina les hizo la propuesta, le dijo que mejor continuáramos la fiesta en su casa, pero que tendrían que ser muy discretos, pues todos y todas teníamos compromisos matrimoniales y si algo se llegara a salir del grupo, sería el acabose para todos. Aceptaron encantados, recogimos nuestros comprados y ellos se encargaron de llevar más tragos y cervezas. Yo me puse de nuevo mi vestido empapado y nos repartimos en los carros, el alemán se fue con dos de sus amigos y dos amigas nuestras y a mí me embarcaron en un 4x4 en la parte trasera con mi moreno y los otros dos adelante, y mis tres amigas se regresaron en su carro.

Durante el viaje de regreso, que para mí fue eterno, de bienvenida, ni bien me subí al carro, mi moreno me desnudó, y me puso a dar buena cuenta de su majestuoso pene mientras sus manos y las de su amigo que iba de acompañante del que manejaba, daban cuenta de mis nalgas, tetas y orificios. Y ni como quejarme, pues, lo había estado deseando y estaba disfrutando tanto que mis gemidos se ahogaban por el pene del moreno que sosteniéndolo a dos manos, lo tenía en mi boca, eran cuatro manos que estaban acariciando lo que más tarde iba a ser suyo, me tenían revolcando de gusto.

Se abrieron las puertas del garaje y aparcamos todos. Mis amigas me vieron desnuda y no tardaron en hacer lo mismo, los hombres hicieron lo suyo y nos fuimos a la piscina. Si me deprava ver los penes colgando pesadamente en un hombre, no se diga seis penes dispuestos a hacernos ver las estrellas.

Y se armó la fiesta, o debería decir, ¿se armó la orgía? Bailamos, nadamos, corrimos desnudos por la playa, tuvimos sexo en todos los rincones de la casa, uno a una y hasta grupal con cada una de nosotras. Nadie se quedó sin probar las bondades de cada una de nosotras, ni nosotras de cada uno de sus hermosos penes. El moreno llenó todas mis expectativas, aparte de que llenó de semen mi vagina y mi pobre anito que lo dejó todo maltrecho al meter su tremendo falo, pero no me importó, quedó expedito para el resto de los demás amigos con quienes gustoso me compartió.

Costó un poco de trabajo hacerlos que se retiraran, pero fieles a su promesa se marcharon antes del amanecer. Estábamos muertas, caminábamos como si hubiéramos estado montando a caballo todo el día, derrengadas y despatarradas. Pero me esperaba el bautizo, que consistía en aprovechar el amanecer en que hay muy poca gente en la playa haciendo caminatas, ir envuelta tan solo en una toalla, meterme al mar con todas ellas; claro que ellas con trajes de baño o monokinis, y yo completamente desnuda, bañarme un rato y luego regresar a la casa.

No me pareció nada de otro mundo, así que agarré mi toalla y todas cruzamos los más de cien metros de playa, que, para colmo, estaba bajando la marea y luego se convertirían en unos ciento cincuenta metros o más. Llegamos, me quitaron la toalla y se quedaron conmigo un rato. En ese momento ya había personas trotando, unos cuantos pescadores de playa, y unos chicos jóvenes jugando futbol, pero no me preocupaba para nada, pues una de ellas me esperaba con la toalla cerca de la orilla.

De repente, veo que la de la toalla ya estaba llegando a la casa, y las otras emprendieron la carrera a la casa también. Me habían dejado sola, ahora tendría que regresar y cruzar enorme playa completamente desnuda delante de toda la gente que ya estaba circulando por ahí. Esperar más no me ayudaba en nada, pues la marea seguía bajando y la distancia sería más grande para recorrer. Así que apresuré mi salida y a pesar de que estaba extenuada de tanto ajetreo, baile, alcohol y sexo, emprendí el retorno, recibiendo piropos y propuestas indecentes de la gente que me miraba regresar ya casi arrastrándome. No sabía si llorar o reír de la jugarreta que me hicieron mis amigas; para colmo, me habían cerrado la puerta que da a la playa, y tuve que darle la vuelta a todo el terreno que ocupa esa propiedad y entrar por la puerta del garaje.

Cuando hube llegado, me recibieron con risas y algarabía, me había bautizado con ese grupo de amigas, pero el día apenas comenzaba. Me duché y me metí a la piscina un rato, luego salí, me sequé y me dejé caer rendida en un sofá de la sala hasta quedarme completamente dormida hasta las tres de la tarde en que me despertaron para almorzar. Había descansado casi toda la mañana y parte de la tarde. Comentamos la aventura que tuvimos la noche anterior con los amigos que hicimos en la barra bar, y de las locuras a las que llegamos por dejarnos llevar por nuestras hormonas.

― Después de todo, la pasamos rico ―dijo una.

― Pero ese no era el espíritu de nuestra reunión ―dijo otra.

― Por ahí ―otra dijo― les tengo que confesar algo, primera vez que le soy infiel a mi esposo. Al oír eso, todas nos quedamos de una sola pieza sorprendidas. Hubo un silencio sepulcral, hasta que una le dijo― Bueno, pero la cosa es que lo hayas disfrutado, y eso no salga de ti. Además, el hecho de que compartas tu cuerpo con nosotras, también se llama infidelidad, y la única diferencia es que con ese hombre gritaste, y con nosotras solo gimes ―Y todas reímos. En eso ella acotó― Es que no solo fue uno el que me folló, fueron todos ―Y todas volvimos a reír. Entonces algunas chicas la abrazaron para consolarla, hasta que la convencieron de que no había hecho nada malo.

― Aquí no es cuestión de buscar culpables, todas estuvimos de acuerdo, y bien que lo disfrutamos. Solo hay que tratar de que esto no se salga de control y asunto olvidado, que todo quede como un recuerdo muy agradable ― dije yo.

En todo caso, dijo otra dirigiéndose a mí― Ahora sabrás el por qué, y para qué estás aquí con nosotras. Ya que estás bien recuperada de tu orgía, porque fuiste la más montada, copulada y enculada por todos esos hombres, ahora te toca atendernos a cada una de nosotras en nuestras necesidades. Harás todo lo que te ordenemos si no nace de ti el querer hacerlo, y haremos contigo lo que a nosotras se nos antoje así no lo quieras hacer.

Dejamos todo limpio, y cuando me disponía a acostarme a descansar, Andreina, que estaba acostada desnuda sobre una hamaca para dos personas me llamó para que me acostara al lado de ella. Como ya había dicho antes, es de un cuerpo espectacular, tanto como las otras pero más voluptuosa. Y como todas las demás, sin dejar el glamour de andar bien peinada, maquillada y olorosa, aunque anduviera desnuda, era lo que más me llamaba la atención de ella, aparte de su hermosura. Me senté a su lado, me tomó de los hombros, me abrazó y me hizo recostar sobre ella abrazándola también. Nos miramos y sin que me dijera nada se me antojó besarla muy apasionadamente, beso que me fue correspondido como a mí me gusta. Mientras nos llenábamos de caricias y besos, me dijo― Veo que desde ayer que llegaste, no has parado de mirarme con ojos de deseos, siento tu mirada como la de una nena muy sumisa ante mí, pero con los hombres te portaste como toda una putita regalona muy traviesa.

― Te diré algo, soy bisexual y cuando puedo me encanta exhibirme desnuda, me gusta tentar tanto a hombres como a mujeres. Claro que no tengo un cuerpo tan regio como el tuyo ni como el de las otras chicas, pero soy una bellaca que usa con picardía este cuerpito para obtener lo que más me gusta, el placer sexual. Desde que me sacaste a bailar y ver cómo te movías y me estrujabas contra tu cuerpo en la reunión de la parrillada, me diste el primer aviso de que yo también te gustaba, y ayer que ya te vi desnuda, terminaste por encantarme. Solo que sentí celos cuando vi cómo te retorcías y gemías de gusto cuando te tenían entre dos tipos bien enculada.

― La idea era esa, tú serías solo de nosotras pero lo de anoche fue un evento inesperado y que, gracias a ti, que supiste como manejar la situación, todas terminamos satisfechas y bien despachadas, pero ahora, soy toda tuya, y tú serás mía, mi amor.

Tuvimos sexo de mil maneras, al fin me estaba comiendo y disfrutando su cuerpo precioso, y que sabía que le estaba gustando lo que le hacía, porque sus gemidos y convulsiones lo decían todo. Ella también me demostró sus dotes de buena amante, porque me hizo tener entre gemidos y ronroneos unos orgasmos deliciosos.

Después de descansar abrazadas por un buen tiempo, me despertaron de una nalgada, eran las otras chicas que también querían atenciones de mi parte. Me llevaron a la sala, me hicieron un ruedo y nos pusimos a bailar, luego me tocó besarme con cada una, para terminar revolcándome con todas ellas. En la noche, escogí dormir con la mujer que me había encantado, Andreina, la dueña de casa. Fue atracción a primera vista, su cuerpo olía a flores, sus tetas turgentes y bien despachadas, eran dos montañas con unos ricos pezones para chupar, y su vulva, muy carnosa de labios gruesos que me invitaban a besarlos y lamerlos sin parar. Y no se diga de su perfecto trasero, que creo es la envidia de todas nosotras, y ¡Uuummm, ese anito que cuando se lo beso y lamo, la hace gemir y retorcer de gusto! Es la mujer y amante perfecta, se mueve tan rico que el solo juntar nuestras vulvas, me hace ver y sentir las estrellas; esa noche nos quedamos dormidas abrazadas en un espléndido 69, algo incómodo, pero ambas disfrutamos de nuestros cuerpos hasta que el sueño nos venció en esa posición.

Al día siguiente, todas nos fuimos a la playa muy temprano, jugamos en la arena, pero esta vez, me prestaron un monokini, que a pesar de que era muy pequeñito, por lo menos no me sentía tan desnuda delante de la gente, aunque no tenía sostén.

Arreglamos todo y lo dejamos como tal lo encontramos, Andreina, mi amante oficial, me puso a la disposición la casa para cuando quisiera regresar. Con las otras chicas quedamos a reunirnos de vez en cuando en algún café, y hasta la fecha, mantenemos esa unión cómplice entre nosotras.

Con Andreina ya he viajado sola para quedarnos de un día para otro en algunas ocasiones. Tenemos mucha complicidad en algunas cosas que hemos hecho entre nosotras luego de ese primer encuentro. En unas solo para disfrutar de nuestros cuerpos y en otras, para acolitarle la nota de encuentros con sus amigos, y que a pesar de que siempre me tiene a alguien para mí, siento celos cuando veo como la hacen gemir y revolcar de placer, pero eso es para otro relato.

Saludos, Caro.

 

 

Caro y el sexo

Caro es una mujer dedicada a su esposo y a su hogar, cuando él está en casa. Es una reconocida profesional con un cargo importante donde trabaja y con una gran responsabilidad en su trabajo donde goza de gran confianza. Pero también  es una  mujer libidinosa, llena de morbo, un tanto exhibicionista, soñadora, que gusta mucho de bailar, y yo diría que hasta ninfómana. Su marido sospecha que tiene aventuras, como ella también sospecha que él las tiene, pero se respetan y tienen una premisa, que todo lo que hagan, lo hagan bien y siempre lo terminen.

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