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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Invitación a casa de Andreina
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Ya que narré el bautizo que me hicieron en la casa de la playa de nuestra amiga Andreina, les contaré, que luego de esa primera visita en donde la primera noche terminó con una orgía, y que luego se continuó con mi bautizo al día y noche siguiente. Mi relación íntima con mi amiga se consolidó más, cuando a la semana siguiente, me llamó en horas de trabajo para expresarme el gusto de haberme conocido y tenido como invitada en su casa playera, y lo bien que se había sentido cuando estuvimos juntas compartiendo nuestros cuerpos en la cama; motivo por el cual, se sentía halagada y confiada en lo que me iba a decir, se quedaría solo entre nosotras.

Por cuestiones de trabajo, tuve que ser breve y la invité a mi casa en la tarde para tomarnos un café o unos traguitos con una tablita de quesos y embutidos, aprovechando que mi esposo estaba de viaje y no regresaría hasta después de dos días. Invitación que aceptó con mucho gusto, acordando la hora de inmediato.

Me bañé y perfumé, luego me puse una bata de seda estampada y elegante, de andar en casa, y me arreglé muy bonita para ella. Y no era para menos, esa mujer me vuelve loca, por su dulzura en el trato, por su belleza, su elegancia y su cuerpo espectacular: Solo los hombres, por obvias razones, o mujeres lesbianas o bisexuales como yo, podemos sentir tanta atracción por una mujer así.

Llegó muy puntual, y apenas la vi que se bajó del carro, le abrí la puerta principal y le dije que pasara directamente a la casa. Le abrí la puerta y vi que llevaba un vestido negro muy elegante; corto, escotado, muy apretado, sin hombros ni mangas, haciendo resaltar las curvas de su precioso cuerpo, y la recibí con mis brazos abiertos. Ese abrazo parecía a los de las películas, como cuando dos amantes se reencuentran a los años de no haberse visto, y que terminan con los labios hinchados después de besarse por horas. La tomé de la mano y en reciprocidad a lo que ella hizo en su casa playera, la llevé a recorrer la mía. Le encantaron los árboles frutales, y en especial mi estudio que, con picardía al ver la alfombra, me dijo― Esa alfombra muy mullida debe ser muy rica para un encuentro, y debe tener muchas historias para contar ―La miré, le sonreí y le guiñé el ojo― Si tú supieras ―le dije, y reímos las dos.

Regresamos a la sala en la que ya tenía dispuesta la tabla de quesos y embutidos y una botella de vino con dos copas. Nos sentamos juntas en el sofá grande y brindamos por los momentos lindos que vivimos, y por la nueva amistad cómplice que se había iniciado entre nosotras.

― Cuéntame ―le dije― ¿Para que soy buena ahora?

Y comenzó diciendo― Te hablaré de mí primero, como te habrás dado cuenta, no soy una santa, tengo un matrimonio no tan perfecto como cualquiera de nosotras; si lo tuviéramos, no andaríamos haciendo lo que hicimos en la playa. Veo que tenemos unos esposos que se preocupan de nosotras, pero como que, en mi caso, y veo que en el de todas nosotras, nos falta ese complemento para satisfacer todas nuestras necesidades y nos satisfagan por completo; de ahí lo que hacemos. Pero ¡ojo! no he venido para justificar nada, lo hecho, hecho está, y la vida, con remordimientos o sin ellos debe continuar, y a estas alturas, es difícil cambiar algo que nos da placer, siempre y cuando tomando todas las precauciones para no lastimar a las personas de nuestro entorno.

Ahora, te confesaré algo; lo de la primera noche en la playa con los amigos de mis amigos, los alemanes, no fue tanta coincidencia ¿Recuerdas que la noche de la parrillada, ya muy suelta de huesos dijiste que te gustaban los negros? pues, luego de eso tuve una semana para coordinar con los alemanes para que invitaran ese día que te íbamos a llevar, a algún grupo de amigos de los tantos turistas que van a esa barra-bar, pero coincidió que justo ese grupo que estuvo allí, habían reservado espacio para festejar el cumpleaños de amigo moreno al que te entregué como su regalo. …. Ninguna de nosotras los conocía, a excepción de mis amigos alemanes, que al contarles que te íbamos a bautizar en nuestro grupo, le caíste como anillo al dedo para regalo del moreno. Pero hasta ahí era la cosa, la intención era que recordaras tu bautizo, y nosotras ver hasta dónde eras capaz de llegar, pero luego por tu comportamiento liberal, hiciste que la fiesta que iba a ser solo para ti, fuera para todas nosotras. El resto resultó por añadidura.

Bueno, el tema es éste, cuando siento la necesidad de cambiar de ambiente, o hacer algo loco, dependiendo de mi estado hormonal, suelo viajar sola a la casa de la playa. Para mi esposo me invento algún viaje con mis amigas, y listo. Mis amigos alemanes son mis compinches, ellos me presentan a sus amigos, o si no, me voy a divertir con ellos en su bar.

Ayer, me llamó el que estuvo con nosotras en la casa de la playa, y me dijo que tu negro va a regresar el sábado de la próxima semana al medio día, con otro amigo más, y que justo ha estado preguntando por nosotras. Dice que ansía vernos, podría haber invitado a otra de mis amigas, pero te escogí a ti primero porque el moreno nos quiere a nosotras dos, y porque quiero estar contigo nuevamente.

― ¿Tú conoces al amigo? ―pregunté.

― No, no lo conozco, pero debe ser interesante, si sabe a qué lo traen ¿Qué te parece la idea de venir conmigo el viernes de tarde, pasamos juntas la noche, y el sábado, sabiendo que tu negro ya estuvo con nosotras, nos los llevamos a él y su amigo a mi casa, y averiguamos para qué nos quieren?

― ¡Ja ja ja! Me parece buena idea ¿O sea, que ahora me lo das a mí como regalo?

― No mi amor, tú eres mía, con él solo te voy a compartir, y si su amigo, puede con las dos, también lo compartimos.

― Bueno mi amor, haré lo que me pidas, siempre que yo sea la que te haga feliz; pero ahora que tenemos un pacto de complicidad, brindemos por aquello.

Ya habíamos bebido casi la botella mientras conversábamos, y yo como siempre ya estaba entonada. No paraba de mirarle su boquita preciosa, sus grandes senos que asomaban del escote, y sus lindas piernas que, por lo apretado del vestido, éste se le había subido al sentarse y dejaba ver parte de su tanguita color rosa.

No podía dejar pasar esa oportunidad, y parándome frente a ella, le dije― Me recibiste en tu casa sin conocerme, tuviste la molestia de prepararme toda una noche de sexo con un moreno como a mí me gustan y me ofreciste de regalo para él, me diste de probar las delicias de tu cuerpo, y ahora te ofreces ser mi cómplice para nuestras aventuras. Pues bien, mi amor ―la tomé de las manos, la levanté de su asiento, la besé, y me la llevé a mi alcoba. Allí la abracé y la besé nuevamente, al tiempo que le confesaba que la deseaba. Me miró sonriendo y me desató la bata para desnudarme para ella. Me miró de arriba abajo, sonrió, me besó y me dijo al oído― Ahora desnúdame para ti ―La puse de espaldas a mí, y le bajé el cierre de su vestido, hasta que cayó al piso. Le desabroché y quité el sostén dejando sus dos grandes tetas al aire; en esa misma posición, se las estrujé con las manos haciéndola suspirar y gemir de gusto. Me senté en la cama, la puse delante de mí, le besé el ombliguito, y mientras le sacaba el tanguita, la iba besando hasta llegar a su entrepierna. Colaboró poniendo uno de sus pies en el borde de la cama para que yo pudiera llegar con mis besos y lengua hasta su vulva y sus labios que ya estaban muy mojados, haciéndola estremecer y suspirar nuevamente.

Ella estaba muy agitada temblando, pero quería más. Nos acostamos y nos comenzamos a besar nuevamente. Con nuestras manos y bocas, recorríamos nuestros cuerpos. Le recordé lo hermosa que era, y lo loca que me tenía mientras me la comía a besos. Hasta sus pies que me parecen perfectos. Tan excitaba estaba ella, que me pidió que hiciéramos un 69, que le pusiera mi coño sobre su boca. Prácticamente me senté sobre su cara, y luego acostada sobre ella, volví a meter mi boca y mi lengua dentro de su vagina haciéndola gemir y gritar nuevamente. Gritos que se ahogaban porque su lengua también estaba hurgando dentro de mí.

Después de varios orgasmos y ya extenuadas, se puso sobre mí, me tomó con ambas manos la cara y me regaló muchos besos agradeciendo lo rico que le había hecho sentir. Luego ambas nos confesamos que nos estábamos enamorando la una de la otra, porque yo no había dejado de pensar en ella desde la primera noche que la vi, ni ella había estado tranquila pensando en la forma de tenerme nuevamente con ella en la cama. Es más, yo hasta había sentido celos cuando la vi que la tenían gimiendo y gritando esa noche en la casa de la playa. Para evitar esos contratiempos, acordamos que, aunque nos doliera a ambas estar separadas físicamente, o en su momento, vernos compartiendo con otras mujeres, u otros hombres, no debía ser motivo para celos porque ni modo, tenemos nuestros compromisos matrimoniales, y debíamos tomar con mesura lo nuestro.

No paramos de besarnos mientras estuvimos juntas, hasta que su marido la llamó preguntando dónde estaba. Ahí nos dimos cuenta de que ya eran las once de la noche, y era hora de separarnos. Nos bañamos, se vistió, y nos besamos apasionadamente. Luego nos despedimos hasta acordar el nuevo viaje.

A la una de la mañana, sonó mi teléfono y era ella que me hablaba muy bajito para que su esposo no la oyera. Me decía que no podía dormir pensando en lo nuestro, mientras yo no paraba de mandarle besos mientras hablaba, como dos enamoradas conversando y prodigándose amor a escondidas. Conversamos como hasta las dos treinta en que le tuve que decirle que yo tenía que descansar para ir a trabajar.

Pasaron los días, pero no dejábamos de escribirnos preguntándonos de cómo la estábamos pasando, o simplemente para decirnos―hola mi amor, te extraño―No hubo una sola noche hasta el día del viaje, que se nos pasara sin conversar, por lo menos una hora, hasta que, en una de esas, mi marido se sorprendió al escucharme decir― Si mi amor, yo también te extraño ―Cuando me preguntó que a quién le decía eso, le dije que era a una amiga a quien siempre la he tratado de mi amor, y de eso que la extraño, era porque estaba fuera del país.

Llegó el día del viaje, coordinamos todo, desde la ropa que usaríamos para viajar, los trajes de baño, y la ropa que usaríamos para provocar a nuestros amantes. El resto, lo prepararíamos durante el viaje.

Partimos a las cinco treinta, y no paramos de conversar de cuanto nos habíamos extrañado y de nuestras vidas, hasta que llegamos. Saludamos al guarda y lo despachamos junto con su señora para su casa que quedaba a unos cien metros, justo entrando a los terrenos de la propiedad.

Bajamos nuestras cosas, cenamos algo ligero, y nos fuimos a bañar. Pero antes de eso, me llevó hasta su inodoro donde tenía una ducha teléfono con un aditamento que yo también lo tengo en el mío, y que sirve para hacer lavados del colon. Cuando lo vi, le dije que yo también lo tenía en casa y que solía hacerme esos lavados bastante a menudo, porque mujeres como nosotras, que estamos siempre en alerta roja y dispuestas para cualquier evento, debemos estar siempre muy limpias en todo sentido, y que sabiendo a lo que iba a ese viaje, justo ya me lo había hecho antes de salir de casa. Pero igual, tomé una cánula nueva y lo hice― Tómate tu tiempo, que luego sigo yo ―me dijo.

En la ducha comenzamos nuevamente a besarnos y acariciarnos, y a dejar que nuestras hormonas se encargasen de nuestros cuerpos. Salimos del baño y cuando iba a buscar algo para ponerme, me dijo― No mi amor, te quiero desnuda, hoy serás mi mujer. En tu casa hiciste conmigo lo que se antojó, hoy haré contigo lo que se me antoje a mí ¿de acuerdo?

― Sí, mi amor, ¿y tú, qué te pondrás?, porque yo también te quiero desnuda. Sabes que me vuelves loca con ese cuerpo precioso que tienes.

― De acuerdo, te daré gusto.

Nos fuimos juntas a acostar en la hamaca grande y volvimos a dar rienda suelta a nuestros besos y caricias.

Después de algunos minutos, ya muy excitadas y deseosas de más acción en un sitio más cómodo, me tomó de la mano y me llevó a su alcoba, pero antes, me hizo conocer su amplio vestidor con muchos anaqueles, puertas y cajones. De uno de ellos, sacó unas llaves, las metió por la parte lateral trasera de una división de madera, escondida a la vista de todos, y se abrió un parante vertical de unos dos metros de altura, por unos veinticinco centímetros de ancho; lo jaló, y delante de mis ojos aparecieron toda una variedad de juguetes sexuales, parecía una pared de un almacén. Tenía desde aceites y cremas lubricantes, dildos de silicón y látex de todos los tamaños colores y sabores, unos sueltos y otros con sus respectivos arneses, esposas, correas, látigos y un sin fin de artilugios que ni yo misma sabría decir para que se usan. Ver todo aquello me hizo excitar, y a la vez, preguntar― ¿Cómo así tantos juguetes? ―a lo que me contestó― Mira mi amor, aquí solo vienen mis amigas de confianza, y cuando se puede, nos permitimos jugar con los juguetes que cada una prefiera; pero en este caso contigo, tú no serás la que escoja; soy yo la que lo hará.

Me cubrió los ojos, me puso una correa en el cuello, y oí que escogía algunas cosas. Luego me llevó hasta su habitación jalándome de la correa. Me hizo quedar parada sin permitir que la tocara para nada. Sentí sus manos con aceite untándomelo por todo el cuerpo, en especial en mi entrepierna y entre mis nalgas, que abría para llegar al ano, al que lubricó con mucho entusiasmo, mientras me besaba de vez en cuando en la boca.

Todos esos preparativos ya me tenían al borde de la desesperación, lo estaba disfrutando, pero yo también quería tocarla; y cuando lo hice sin que me autorizara, recibí una fuerte nalgada, y una gran reprimenda, y ahí me di cuenta de que la cosa iba en serio. Me acostó con las manos en alto, y se me puso encima de mí, para besarme por todo el cuerpo mientras me amasaba las tetas y jugaba con los pezones con mucha fuerza. La lujuria, me hacía levantar las nalgas abriéndome las piernas para que su boca, lengua y sus dedos hicieran suyos todo lo que le estaba exponiendo― ¿Estás desesperada mi amor? ―Preguntó.

― No me martirices más ―le supliqué― y tómame que para eso he venido ―Y me dediqué a disfrutar de todas sus atenciones sin poder ver y saber que sitio de mi cuerpo iba a tocar o besarme; solo sentía cuando ella besaba uno de mis pezones, luego saltaba a mi ombligo, luego a mi clítoris, y así, hasta que me tenía retorciéndome desesperada y ansiosa de placer.

Me puso boca abajo y me dejó abierta de piernas. Luego de una pausa, y sin saber lo que estaba haciendo, se puso entre mis muslos, y me penetró vía vaginal con un pene de látex. Era muy grueso, pero con lo lubricada que estaba entró para hacerme gemir cada vez que recibía un embate de ella. Hasta que me hizo tener un orgasmo. Luego lo sacó y lo puso en la entrada de mi ano. Le avisé que si bien era cierto que estaba muy excitada, y que me gusta mucho el coito anal, no estaba del todo relajada para tremendo pene de látex, a lo que contestó― ¿No has oído aquel adagio que dice, las letras con sangre entran?

Riendo con una risa nerviosa le dije― Sí, pero lo que me vas a meter no son letras

― Así es mi amor, no son letras, pero es algo que tu culito debe aprender y memorizar porque mañana recibirá uno igual o más grande que éste. Acto seguido, empujó con tanta fuerza que me hizo gritar al sentir que me ardía cuando hubo entrado la cabeza del intruso. Luego con movimientos muy lentos y rítmicos de cópula, de entrada y salida del aparato, logró que entrara todo, para terminar, haciéndome revolcar de placer.

Cuando acabó conmigo dejándome toda extenuada, llegó mi turno. Tenía que dejarla completamente satisfecha. Si yo, con mi cuerpo puedo soportar y acabar con muchos hombres, el de ella, era capaz de soportar y acabar con todo pelotón de soldados.

La hice gemir y gritar, utilicé sus mismos juguetes pero lo que más disfrutamos, fueron nuestros besos, caricias y el dormir juntas y abrazadas como grandes amantes. No hay nada más placentero que disfrutar de la buena compañía y del cuerpo de una linda mujer con ternura y amor.

Dormimos hasta las once de la mañana en que nos aseamos y desayunamos; se acercaba la hora de nuestro encuentro, y debíamos estar lo más lindas y coquetas posible. Le recordé que no estaba bien irnos a banderear con ellos en el poblado, pues debíamos cuidar nuestra reputación, y más que todo la de ella, que era conocida en la zona. Así que tomamos la decisión de mejor llamar a su amigo alemán y pedirle que le diga al moreno que se acerque hasta la casa de la playa y que nosotras los esperaríamos. Se hicieron las llamadas y se le avisó al guarda para que los dejara pasar cuando llegaran.

Entonces decidimos qué ponernos. En mi caso, uno de mis dos trajes de baño muy sexi que había llevado, y que son micro bikinis extremos, de una sola pieza, de esos que dejan la espalda y nalgas desnudas, que luego lo cubriría con una bata estampada, no tan transparente, y zapatos de tacón para completar mi atuendo. Cuando Andreina lo vio, se quedó de una pieza, le encantó, y me dijo que era una lástima que ella no había llevado algo así, que le parecía estupendo, a lo que le ofrecí el otro. Aunque ella tiene un cuerpo más exuberante, no habría problema, porque los tirantes son muy elásticos y solo tendría que ubicar en su lugar los triangulitos de tela que le cubrirían las aureolas y los pezones, y el que medio le cubriría su vulva, porque igual, dejan ver el inicio de la separación de los labios donde se encuentra el clítoris. Se lo probó y se le veía espectacular, todas sus curvas sobresalían del micro bikini tan sexi y llamativo. Por la espalda, dejaba ver su precioso trasero al aire libre. La bata era lo de menos, pues ella tenía muchas, y los zapatos ni se diga; después de todo, teníamos que dejarles algo para que se imaginaran.

Estábamos escuchando música bailable, cuando el guarda avisó de la llegada del vehículo. Andreina abrió las puertas del garaje por control remoto, luego que entraron la cerró, y grande fue nuestra sorpresa cuando vimos bajarse del carro no a dos morenos, sino a cuatro. El saludo de rigor con besitos y la presentación que la hizo Joel, el moreno cumpleañero de la fiesta anterior― Él es Manoel, él Joao, y él Paulo. Perdón que haya venido con mis dos amigos más sin previo aviso, pero no hubo oportunidad de avisarles. En todo caso, ellos tienen otro compromiso y más tarde nos pueden regresar a recoger.

― No, tranquilos dijo Andreina, se pueden quedar si no hay objeción de Caro.

A lo que dije― Por supuesto que no, un amigo de mi esposo siempre dice que donde come uno, comen dos, y donde comen dos, pueden comer tres, y así sucesivamente. Y por si acaso, para que no mal interpreten, se refiere a que siempre hay un bocado de comida para otra persona más. ¡Bienvenidos todos!

Eran cuatro preciosos negros brasileros, muy corpulentos, y que con las pantalonetas que cargaban, igual, dejaban ver que lo que cubrían, eran cuatro bultos grandes, de ensueño.

Los invitamos a degustar bocadillos, y a beber vino que ya teníamos en la mesa cerca de la piscina; ellos habían llevado whisky, hielo y agua mineral, aparte de embutidos y quesos que pusieron en la mesa también. Andreina subió el volumen del equipo de música, y el ambiente se tornó de fiesta.

Joel y sus amigos, estaban algo sorprendidos con nosotras, pues no dejaban de ver lo provocativas que estábamos, más aún, cuando nosotras sin ningún prejuicio, nos demostrábamos el amor que sentíamos la una por la otra al besarnos en la boca cada que Andreina o yo, nos dábamos de comer algún bocadillo en la boca de la otra. Entonces apresuraron las cosas tratando de que bebiéramos a la par con ellos. Copas tras copas bebimos, haciéndoles carrera, pues la tarde y noche deparaban un buen final. Joel y sus amigos se esmeraban en sacarnos a bailar, aprovechaban que supuestamente estábamos algo mareadas para manosearnos al disimulo, y hacernos sentir sus deseos al abrazarnos y apegarnos contra sus cuerpos, para que sintiéramos sus bultos ya muy hinchados. Nos hacían dar vueltas y vueltas al ritmo de la música, para que nuestras batas se abrieran y apreciar de forma morbosa lo que tapaban. Tan desesperados estaban, que nos pedían que nos las sacáramos para que estuviéramos más cómodas.

Hacía un sol radiante, y el agua de la piscina estaba tibia. Joel propuso que todos nos metiéramos a y jugáramos con una pelota que flotaba en ella, a lo que Manoel, Joao y Paulo gustosos se sacaron sus camisetas seguidos de Joel, dejando ver sus grandes músculos. Nosotras nos miramos y no sabíamos cómo quitarnos las batas sabiendo que, si lo hacíamos, era como desnudarnos para ellos. Ya estábamos muy excitadas y libidinosas, y para qué negarlo, éramos un par de putas, queriendo que las desnudaran para caer en las manos de aquellos cuatro negros, y que hicieran con nosotras lo que se les antojase. Entonces se me ocurrió algo y les dije― A ver chicos, si me prometen que se van a portar bien ―la típica frase que para los hombres significa tómennos, pero sin pelearse― nosotras nos meteremos al agua con ustedes ―y aceptaron.

Dicho eso los cuatro se lanzaron al agua, y expectantes, esperaban que nosotras lo hiciéramos también. Nos miramos nuevamente y al mismo tiempo nos sacamos nuestras batas. Los morenos se volvieron locos, prácticamente estábamos desnudas ante ellos. Nos tomamos de la mano y bajamos caminando muy provocativamente los escalones, en forma de abanico, de la escalera para meternos al agua. No queríamos que nos vieran por la espalda y les pedimos que ellos jugaran de un lado, y nosotras dos, del otro. Así nos divertimos tranquilos por un buen rato, hasta que uno de ellos lanzó la pelota por encima de nuestras cabezas para caer fuera del agua y llegó el momento de decidir cuál de las dos la iría a recoger, sorteamos y me tocó a mí.

A pesar de que sabíamos para qué habíamos ido a ese viaje, queríamos simular un poco de recato hasta el final. Pero había llegado el momento en que uso mi frase de siempre―Ya no hay vuelta atrás―Tenía que darles la espalda, y verían mi desnudez. Subí la escalera con mucho cuidado para evitar resbalarme, y como era de esperar, los silbidos, jaleos y aplausos no se hicieron esperar. La piel se me puso de gallina al sentir sus miradas morbosas sobre mi espalda y trasero desnudos, poniéndome tan lujuriosa, que mi regreso a la piscina fue con un caminar mucho más sensual y provocativo.

Tenían muy claro el motivo del por qué, preferimos recibirlos en la casa y con nosotras coqueteando y provocándolos, y decidieron actuar de una forma más decidida. Se sacaron las pantalonetas y se acercaron a nosotras salpicándonos agua a manera de juego. Nosotras hicimos lo mismo pero al ver que ya estaban muy cerca, decidimos salir corriendo de la piscina riéndonos de ellos. Sabíamos que, al darles las espaldas, les dejaríamos ver nuestras nalgas desnudas, y se excitarían más, y era la invitación que ellos esperaban. Éramos dos ovejitas huyendo de cuatro lobos detrás de sus presas. Como jugando a las escondidas, entre risas nerviosas, porque sabíamos que si nos atrapaban, el juego se acababa y la orgía comenzaba, usábamos las palmeras para escondernos, y cada vez que se acercaban, corríamos a otra. Ellos nos seguían el juego, después de todo, estaban disfrutando de vernos correr desnudas con nuestras tetas brincando, porque estaban ya salidas de los triangulitos de tela que las cubrían. Y nosotras haciéndonos ilusiones viéndoles los grandes penes gruesos y erectos balanceándose pesadamente, no apuntando al cielo por lo grandes y pesados que debían ser. Hasta que al fin, decidieron atraparnos, dos cogieron a Andreina cuando trató de escabullirse entre ellos y los otros dos a mí. Nos levantaron en peso, y mientras forcejeábamos y pataleábamos riendo para escapárnosles, más se aflojaron los tirantes de los trajes de nuestros cuerpos, dejando nuestras vulvas depiladas al descubierto, hasta que nos los sacaron por completo.

El vernos desnudas dándoles ese espectáculo, y teniéndonos atrapadas pataleando y riendo como si estuviéramos jugando, llevó a Paulo a coger de los tobillos a Andreina, y empujárselos contra su cuerpo mientras Joao la sostenía de las axilas, la obligaron a recoger sus piernas y a abrirlas dejando expuesta su vulva ya abierta, ante sus ojos y el de los demás. La risa de Andreina se dejó de escuchar cuando Paulo puso su boca en su vulva carnosa, jugosa y rosada, y comenzó a comérsela y chupársela. Y cuando le metió la lengua, el aire se llenó de gemidos y suspiros. Ese sacrificio no duró mucho tiempo, pues, esa posición muy incómoda le hacía doler los brazos a mi amada amiga y la llevaron a un sofá de la sala, mientras a mí me llevaron a su lado.

Decidieron hacernos lo mismo a cada una de nosotras. Detrás del sofá, y de mi amiga se puso Paulo, y detrás de mí, Joel; frente a mí y de rodillas Manoel, y frente a Andreina, Joao. Nos tomaron de la parte de atrás de las rodillas y nos las empujaron contra nuestros cuerpos, obligándonos a retraerlas y al mismo tiempo abrirlas, quedando nuestros pies sobre sus hombros, dejándoles nuevamente nuestras vulvas expuestas para ellos que comenzaron a comérnoslas. Los que estaban detrás de nosotras comenzaron a manosearnos las tetas y a besarnos. De vez en cuando, ayudaban desde atrás, abriéndonos más, para facilitar la labor de sus amigos en nuestras entrepiernas. Posición también algo incomoda, pero sumamente placentera al sentir sus lenguas y dedos jugar con nuestros orificios. Luego cambiaron de puestos, y los otros hicieron lo mismo. Era indescriptible el placer que sentíamos y la sala se llenó de jadeos, gemidos y gritos de placer. Como Andreina estaba a mi lado, nos tomábamos de las manos y ambas temblábamos extasiadas de gusto.

El ser bisexual trae ciertas complicaciones en mi caso, porque a pesar de que yo ya estaba recibiendo las mismas atenciones de parte de los chicos, no dejaba de sentir celos de ver lo que le estaban haciendo a mi amada Andreina. Quería ser yo la única que le diera esas atenciones, pero la estaba compartiendo, y como vi que lo estaba disfrutando, tuve que aceptar la realidad de las cosas.

Ya completamente entregadas como un par de estrellas porno, porque pienso que, ni las putas se dejan hacer lo que nos estaban haciendo, peor en esas poses. Decidieron realizar el trabajo para el que habían ido, ahora sí, con sus herramientas pesadas.

Fuimos transportadas nuevamente al jardín, cerca de la piscina, y como si nos sortearan entre los cuatro, el juego de piedra, papel o tijeras fue el que les sirvió para decidir quienes me tocarían a mí primero, y quienes, a Andreina para luego cambiar de parejas, Mientras tanto nosotras, paradas entre ellos, esperábamos saber los resultados. A mi amiga le tocó copular con Joel y Paulo; y a mí con Joao y Manoel

A mi amiga se la llevaron debajo de una palmera, y a mí, a otra. A Andreina la pusieron de rodillas para chuparles sus penes. En cambio a mí, Manoel me levantó en peso de la cintura, me hizo que me agarrara de su cuello con mis brazos, y con mis piernas rodeara su cuerpo, como osa agarrada a un tronco de árbol. De inmediato, agarró su gran pene y lo introdujo a través de mi entrada vaginal, y me comenzó a copular, prácticamente quedé ensartada. Me dolía, pero me gustaba lo que me hacía sentir. Entonces vino Joao por detrás, lubricó con saliva su dedo medio y lo introdujo en mi ano, para jugar un rato tratando de relajarlo y distenderlo. Hasta eso, Manoel ya me tenía gimiendo con tantas arremetidas, hasta que noté que la cabeza del pene de Joao se estaba abriendo paso a la fuerza tratando de encularme. Dos arremetidas fuertes acompañadas de mis gritos de dolor y mi ano lo dejó entrar. El dolor era muy intenso pero el placer también. Le levante y respingué más el culo para que su pene de veinte y tantos centímetros, y muy grueso, pudiera entrar sin perder tiempo. Ya empalada por ambos lados, entre los dos me subían y bajaban violentamente, y en un alarde de fortaleza y dureza de sus dos piezas de carne palpitante y caliente dentro de mí, llamaron la atención de los otros muchachos para que vieran como me tenían. Levantaron las manos y me pidieron que yo también lo hiciera y que al tiempo que dejara caer las piernas. Y lo hicimos, me quedé colgada, ensartada en sus penes como si fueran ganchos para colgar cuadros, Claro que me dolía, pero nunca me imaginé que pudieran hacer eso conmigo. Luego que me bajaron, y mientras cabalgaba a Joao, vino Manoel y me sodomizó nuevamente.

Así durante mucho tiempo de embestidas y gemidos, hasta que mis negros me dejaron para irse a copular a Andreina, y los de ella, vinieran a copular conmigo.

En ese lapso para el cambio de parejas, corrimos a la ducha de la piscina para ducharnos y lavarnos; mi amiga estaba chorreando semen. Parecía que ella, ya había descargado a mi próxima pareja

― ¿Mi amor, estás bien? ―le pregunté

― Si mi cielo ―contestó― Solo que estos hombres sirven para hacer crías, parecen sementales, ¿y tú?

―Todo bien, por ahora ―Y nos preparamos para nuestras siguientes parejas.

Era tal nuestro entusiasmo y excitación, que fuimos directas a la cama de mi amiga. Allí nos esperaban los cuatro, dos de cada lado, masturbándose a doble mano por lo grandes que los tenían, para mantener su erección.

Nos paramos frente a ellos, una de cada lado, frente a la pareja que nos correspondían en esta ocasión. Nos manosearon y besaron para hacernos excitar nuevamente, nos acostaron, y Joel, que ya había cogido la crema lubricante del velador que habíamos usado la noche anterior en el encuentro entre las dos, nos lo comenzó a untar a ambas como si fuéramos un par de nenitas a las que les estaba cambiando pañales. Estábamos ensimismadas y perdidas, esperando cada una a sus dos sementales para que nos fornicaran. Esta vez, y sin duda por el cansancio de la cópula que tuvieron con nosotras en el acto que nos precedió, nos trataron de una forma menos agresiva, pero eso nos les había quitado las ganas de tener un coito por todos nuestros orificios. La diferencia con la ronda anterior fue que, aunque esta vez duró mucho más tiempo, los gemidos y el placer que sentimos, ya no fueron acompañados de dolor. Tal vez porque nuestros esfínteres ya estaban distendidos y que sus penes entraban y salían con mucha más facilidad.

Habían transcurrido horas desde que llegaron pero aún era muy temprano, y aunque ya habían eyaculado dentro de nosotras aún nos tenían ensartadas por delante y por detrás, acostadas entre ellos, hechas sánduches, para poder continuar con sus caricias y manoseos.

El compromiso de los dos amigos extras de Joel había sido cuento, en realidad, el compromiso era para los cuatro. Habían sido invitados a una fiesta privada de amigos de ellos pero como Joel se había comprometido con nosotras, los otros dos, simplemente fueron para ver la posibilidad de también participar, y como se les dio la oportunidad de quedarse, fueron dos machos más para nuestro historial de hombres; y para el de ellos, fuimos simplemente dos zorrillas más, sin duda alguna. Luego surgió la idea de llevarnos a nosotras con ellos y podríamos comer y seguir divirtiéndonos.

Como el encuentro comenzó muy temprano y la noche estaba entera, las ganas de continuar en otro lado la diversión, no nos parecía nada mal. Estábamos dispuestas a conocer a los anfitriones de la otra fiesta, que sin duda, con nosotras dos se convertirá en una bacanal.

Saludos, Caro.

 

 

Caro y el sexo

Caro es una mujer dedicada a su esposo y a su hogar, cuando él está en casa. Es una reconocida profesional con un cargo importante donde trabaja y con una gran responsabilidad en su trabajo donde goza de gran confianza. Pero también  es una  mujer libidinosa, llena de morbo, un tanto exhibicionista, soñadora, que gusta mucho de bailar, y yo diría que hasta ninfómana. Su marido sospecha que tiene aventuras, como ella también sospecha que él las tiene, pero se respetan y tienen una premisa, que todo lo que hagan, lo hagan bien y siempre lo terminen.

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