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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Chico de enfrente
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Eduardo, era un chico guapo, moreno, de veintidós años, bajito, con cuerpo bien definido, delgado pero tonificado, muy mujeriego, despertaba la pasión de cualquiera, y es que se gastaba toda esas cualidades, pero lo mejor era su trasero paradito y unos labios carnosos rojos pasión.

El chico de en frente, Camilo, había sido su vecino de toda la vida. Era algo más joven en años, de buen tamaño y proporción, fracciones muy hermosas, lindos ojos y piel clara, cabellera rubia como el sol. Siempre que veía a Eduardo le saludaba pero no con mucha confianza; es que era tan sexy que al muchacho lo estremecía.

Sus caminos casi nunca coincidieron en algo más que saludos y algún apretón de manos. Camilo estaba en secundaria y Eduardo se preparaba para ser bombero. Cosa que dificultaba una amistad como la que deseaba el jovencito, a quién se le era imposible no verlo posar frente a su casa sin camisa y en pequeños shorts. Ese moreno de piel tostada y pícara mirada era un deleite para el que lo percibiera, desde la otra calle se podía ver el brillo y lo colorado de sus labios cada que regalaba su sonrisa.

Tanto la madre de Eduardo como la de Camilo eran muy amigas, por lo cual en algunas noches se reunían para conversar. En una de esas conversas, Camilo salió a ver dónde se encontraba su madre, imaginado que podría estar con aquella vecina y era una oportunidad para apreciar más de cerca cuerpo de Eduardo.

Allí, en una silla un tanto retirada de la sala, tirado completamente con sus piernas extendidas, estaba Eduardo, con su cara metida al móvil sin ninguna preocupación, a unos metros las vecinas chismosas en lo suyo, eso no importa ahora. Eduardo estaba delicioso, sólo con un diminuto short azul príncipe, sin nada más, era pura virilidad la que brotaba por sus poros. Para Camilo esto fue majestuosidad, y le permitió contemplar por completo aquellos brazos definidos y fuertes aunque no tan formados, lampiños, bronceados como su pecho abultado, oscuros pero no tanto como su par de pezones negros, puntiagudos, como cuando están excitados, ¡Dioses!... Qué delicia su abdomen con chocolaticos, como batea, ahí estaban como pidiendo ser amasados, una línea de vello negro bajaba en una perfecta ralla que se perdía entre la elástica del short, y sus par de piernas gruesas y tonificadas acompañada de una delicia de poblado pero podado pelo negro y rizado. Camilo sólo pensaba en cómo sería aquella cosa que esconde ese hombre entre sus piernas. Quería apoderarse de ese masculino cuerpo. Ya tenía conocimiento del sexo, había probado varias vergas y le habían rellenado de leche, aunque esas vergas no eran tan impresionantes como la que estaba por descubrir.

Camilo buscaba mil excusas para hablar con Eduardo y coquetearle pero éste estaba más interesado en su móvil. Por mucho rato pasó por enfrente de Eduardo, quién ni levantaba su cara, por más que Camilo trataba de seducir. Cómo nada funcionaba se le acercó, sabiendo que desde donde estaba no era observado por nadie.

¿Y ese cell es nuevo Eduardo? —preguntó incrédulo

—No, es el mismo de siempre —Agregó el hombre

—Mhhh... Como veo que no te despegas de él.

—Es que estoy ocupado —repicó

—¿Puedes darme tu número? —asomaba el joven con mirada lujuriosa.

Si claro —contestó sin si quiera mirarlo, como en el resto de la conversación.

—Ok gracias Eduardo, casi no hablo con nadie cómo sabrás y no tengo muchos amigos.

A Eduardo le pareció extraño pero no le dio mayor crédito, por su parte Camilo se aleja lento y seductor, esperando que ahora sí aquel chico lo viera mientras continuaba su coqueteo, pues así sería más fácil llegar a algo con el morenazo. Y ¡Guauuuu!, su mirada se clavó en aquel par de nalgas que se movían de un lado a otro de forma provocativa, el joven lo percibe y volteaba con un guiño, arrancándole una sonrisa de esas matadoras típicas del negro que producen orgasmos.

Un par de segundos parecieron una eternidad, cuando los ojos de Eduardo despegaron del aparato para flechar los de Camilo que supo cómo expresar todo con su sensualidad y su ligereza. No hacía falta explicación, Camilo estaba dispuesto a todo y Eduardo entendió que ese niñito quería llevar del bueno, quería sentir un macho y todo este coqueteo extraño era parte de su plan.

Lo dejó irse hasta donde estaba su madre pero de cierta manera lo había sentenciado. Camilo estaba temblando, en pocos minutos consiguió el número de Eduardo y algo más.

Bastaron unos segundos cuando el joven interviene en la conversación de las adultas con una petición.

—¿Cómo ustedes están tan entretenidas aquí, yo quisiera ver la televisión, será señora Luisa qué puedo ver la tele en uno de los cuartos? —obvio no pensaba en ver ningún programa.

—Claro corazón, en el primer cuarto está la televisión encendida, el control está sobre la mesita —respondió la madre de Eduardo.

Éste se dirige contento hasta la habitación echando una última caminata ante su cazador que sólo sonrió pero de puro nervio. Una vez instalado en la habitación que casualmente era la de Eduardo saca su móvil y le envía un texto al moreno de sus deseos.

—Quiero mamarte el huevo —no hacía falta remitente, ya todo estaba dicho y habían hecho conexión.

Y ya, estaba Eduardo entrando al cuarto mirando a Camilo con lujuria.

—¿Y ese texto, qué es lo que quieres? —preguntó dominante.

—Quiero chupar tu verga —titubeaba apenado.

—¿Y no crees que es peligroso si entra mi mamá?

—No creo, está muy entretenida con la mía —Más desinhibido responde con cara de súplica y ahora sí viéndole a la cara sin vergüenza.

Apenas el cuarto alumbraba por la luz del TV, de resto todo estaba oscuro. Camilo estaba a la orilla de la cama sentado y a unos escasos centímetros la tele encendida iluminado su rostro. Eduardo lo duda por unos segundos

—¿Seguro que lo quieres? —mientras posaba su mano en su miembro

—Si... —gimió, alargando su brazo hasta tocarle el mástil por sobre el short.

Eduardo se fue acercando, dejándose llevar, y posó su masculinidad sobre la cara del jovencito, haciéndole señas de adelantarse al momento. Camilo tomó con fuerza la elástica del short azul, no sin antes posar sobre él su nariz y grabarse su divino aroma, lo comenzó a bajar hasta las piernas, descubriendo un boxer negro muy ajustado, con agarradera en los testículos, se notaban firmes, y su verga estaba hacía un lado, arrecha, súper despierta, mojada en la punta.

Lamió esa ropa interior con todo y su pedazo dentro para de a poco ir descapotando. Su vista se iluminó cuando bajó la tela negra estorbosa y se encontró con semejante pedazo de carne, que saltó de respingón, dejándolo desconcertado. Camilo nunca había visto cosa más hermosa que ese tronco negro relleno de leche. Lo toma con sus manos y alza a la mirada esperando la aprobación de Eduardo. Éste asiente con su cara dándole luz verde al muchacho a saborear hasta el último centímetro. Como chupete la saboreó, completa, de la base hasta la punta, posando en su tronco con leves mordiscos, fue introduciendo y chupando a su vez.

Centímetro a centímetro de verga fueron recorridos con aquella lengua, era como tener un trozo de chocolate que no compartiría. Eduardo sudaba, el chico se metía más de media verga en la boca con agilidad, tenía experiencia, chupaba como nadie. — ¡Qué boca más rica! —decía jadeando.

El no tan novato gozaba más que el mismo Eduardo tragando y pajeando aquel venoso pene de unos diecinueve centímetros, negro, largo, delgado, cabezón, duro y muy potente, cubierto por un vello púbico corto, como el de sus piernas, y unos testículos redondos y firmes que sería una locura no engullirlos por buen rato. Ese pedazo parecía una cobra queriendo atacar, con la cabeza y parte de la base un poco curvada hacia adelante. Un monumento de verga, ¡era gigante!, pensaba el desconsolado jovencito que la desfloraba entre sus labios y contaba las venas que brotaban del jugoso recién descubierto. Entre sus manos lo masajea y le da una paja descomunal, siente vibrar entre sus dedos los impulsos de semejante pene, necesita ambas manos para mantenerse en su labor.

Aquel hombre tenía un de las mejores vista, siempre se lo comía quién él quisiera, pero nunca un hombre, ni menos jovencito, aunque siendo todos así iba a tener que ampliar sus alternativas de conquista. Por un momento se olvidó donde estaba tomando al joven de su cabeza y haciéndolo tragarse toda esa pinga. Con destreza Camilo mamaba entre cada arcada, aunque no tuviese espacio en su boca trababa de facilitar la travesía para que su amo se fuera contento con su trabajo. Se devoraba todo su premio como si nunca más fuese a tenerlo, así, entre su boca, haciéndose el rey de aquel mástil moreno y amaestrado. El dominio que Eduardo ejercía estaba más presente, lo tenía ensartado, tomando al jovencito de la nuca le restregaba su vientre en el cara de lado a lado, dándole arcadas por estar atravesado con aquel palo sin poderse liberar. Bajaba su ritmo y le sacaba medía verga de la boca y lo dejaba respirar y tomar fuerzas para repetir el proceso.

Otros pocos centímetros había probado Camilo, pero este hombre era todo lo que necesitaba, era mucho más macho, más dominante, más activo, sabía cómo hacerlo gozar. Era un pene distinto a los otros, éste provocaba comérselo.

Cómo serpiente entre el vaivén estaba Eduardo rellenando la boca juvenil, derramando los primeros espasmos de leche. Sus bolas chocaban y sonaban cada que pegaban de aquella barbilla. Esos sonidos se acabaron cuando le saca su pepino y le da a comer sus albóndigas redondas. La lengua de Camilo hacía caminos de saliva en esos testículos que se contraían y arrugaba ante el disfrute. Esos caminos eran hacía la gloria cómo lo expresaba el hombre con su cara pareciendo llorar. Sus labios estaban más rojos que nunca y sus ojos aguados, una respiración acelerada propia de la escena... Camilo también enrojecido sentía que tenía el control de ese macho. Y aún cuando se le salían las lágrimas no podía dejar de saborear ese pedazo de morcilla...

Una voz desde la sala interrumpe— ¡Camilo, vámonos! —amenazaba la madre de Camilo, ya era tarde de la noche.

Ambos se asustaron, Camilo se limpió y se quedó justo donde estaba acatando la sentencia de Eduardo— No te vayas todavía, quiero seguir —mientras se escondía en el armario.

La madre de Camilo entró al cuarto insistiendo en irse, Camilo hizo el distraído, como si se sorprendió de ver a su mamá y escucharle hablar. Para su fortuna en la tele el programa era el favorito de Camilo, dándole a insistir en que al terminar se iría, pidió a su madre que se adelante. Ésta accedió sólo porque pronto se terminaba.

Eduardo salió de su escondite escuchando como la madre de Camilo se alejaba y como la suya entraba y se encerraba en su habitación. Corrió a pasar seguro a su puerta y se desprendió de todo su ropa en un santiamén. Camilo lo ve acercarse lujurioso con esa verga a explorar y quedó inmóvil en la misma posición ante semejante poder masculino. Eduardo se paró de pié sobre la cama haciendo que el joven subiera su cara y se extendiera un poco con sus manos atrás para poder engullir su presa.

Con una mano en su espalda y la otra detrás de la nuca de Camilo, el hombre se apoyaba para chocarle su peso en la nariz. Estaba más sudado, caían gotas que recorrían su cara y pasaba por su pecho y los cuadritos de su abdomen. Camilo los saboreaba con delirio, el olor le daba vida, le hacía olvidarse del dolor de muela que ya le producía en más de treinta minutos de tragar sin descanso.

No se podía perder ni un solo pedacito de aquel jugoso pene. Un olor tan característico a vicio ahora permanecía en juveniles mejillas, que lisas, rozan sobre el vello que cubre el vientre fornido. Su lengua llega a los voluminosos testículos aún con su cavidad rellena de carne adulta. ¡Dios! Qué manera de tragarse esa cabezota que palpitaba como queriendo inflar las encías, como vibraban los labios y dientes ante potentes ramazos, como hormiguean las venas verdes y moradas sobre una cara mojada, como se contraen al tiempos los huevos bien cargados.  ¡Qué olor, que sabor, que gusto!.

La cara del joven era un río de baba, la saliva se le escapaba entre las comisuras de los labios, las bolas negras de su amante estaban adornadas con líneas blancas, líneas que caían al suelo a cada segundo. Era imposible no tragar ese manjar que Eduardo le daba. Tres chorros de leche bastaron para ocupar toda su boca, los cuales tuvo que ir tragando pues no había más espacio para que entrara más de toda la que seguía derramando; mucha ni siquiera recorrió sus dientes y encías, fueron directo hasta su garganta sin elección a regresar.

Camilo se sentía victorioso tanto que le pedía a Eduardo que le diera más, éste simplemente no podía, había descargado toda su hombría y no tenía fuerzas para continuar. Pero prometió repetirlo cuando se pudiera.  El sabor de ese semen era lo más sabroso que había probado, no había cosa que le gustara más que tragarse todo lo que con esfuerzo consiguió.

Casi a diario Eduardo hacía que el muchacho le comiera la verga y lo rellenaba los labios en leche, ya tenían un escondite, por las noches, el fondo de la casa de Eduardo era el nido de aquellos afortunados amantes. Pero Camilo no se conformaba con que sólo le llenaran la boca, pedía a súplicas por mensajes de textos al moreno que también le llenara el culo de toda su caliente leche. Cosa que a Eduardo no le agradaba mucho, sentía que perdía algo de su hombría si penetraba aquel culazo que le seguía pareciendo exquisito.

El muchacho de tanto insistir ya había comenzado a domar a su hombre, tanto que ya lograba arrancarle gemidos mientras lo besaba en las orejas y cuello, lo hacía respirar acelerado si le besaba sus tetillas negras y puntiagudas. El macho-macho se dejaba complacer y toquetear, cuando una vez entre ruegos cumplió la petición que Camilo tanto ansiaba.

Quiero que me la metas —le decía mientras veía su riguroso cuerpo desde abajo con su nariz entre la verga negra que no cesaba de probar.

Eduardo lo veía desde arriba, veía como su complaciente perrita quería ser poseída, era su única petición, y la idea ya no le desagradaba tanto. Las mamadas que le ejercía habían sido las mejores en sus veintidós años, seguro un culito para él solito era otro modo de soltar la presión que le dejaba la escuela de bomberos.

—¿Seguro que quieres que te la meta por el culito ? —dudaba

—Seguro, quiero sentirte dentro de mí —Insistía Camilo.

—Ok entonces déjame la verga bien mojadita de tu saliva, que te voy a romper el culo buen duro —ordenó.

Camilo se esmeró en mamar con ansias su pinga hasta que las venas le brotarán, su lengua dejaba líneas de saliva por toda la base y el glande, con minuciosa cautela recibía mucha más baba que luego vería bajar de a poco hasta sus testículos. Acto seguido, Camilo estaba contra la pared del paredón, junto al patio del vecino, con su culo en pompa para Eduardo, que le restregaba la verga húmeda entre esas dos hermosas y blancas nalgas, perfectamente paraditas, juveniles, sin un pelito, sólo suaves vellos rubios que escasamente brillaban.

—Aghh —Sólo un leve grito se sintió cuándo toda esa verga negra entraba en el ajustado culo. Lubricada salía y entraba entre suaves embestidas. La respiración de Camilo fue atrapada con la mano izquierda de Eduardo, con la derecha lo sujetaba de la cintura para propiciarse una ardiente descarga de placer. De pronto crecieron las embestidas, eran más fuertes, Eduardo le metía toda su bestia sin control al muchacho. Estaba agitado, sufría.

—Ya, ya, no aguanto, me revientas —gemía desahuciado.

—¿Tu no querías pipe? Aguanta — Sentenciaba el hombre que ya lo poseía sin pudor.

Camilo ya tenía conciencia de la violencia de la penetración, pero él lo sedujo a tal punto que ya le era imposible arrepentirse, estaba entre la espada y la pared, o entre la verga y la pared, literal. No había manera de arruinarle la noche a Eduardo, el joven quería verga y el tenía que dársela luego de tanto suplicarle, ahora que se atenga.

Un esbelto y delicioso cuerpo moreno se paseaba con ritmo sobre la colita dura pero delicada de Camilo. Una lluvia de sensaciones sentía cuando  su estómago lograba contraerse para que ese palo lo penetrara, dolía mucho ser ensartado por ese monstruo, pero también agradaba cuando salía y se sentía deshecho, faltante, era necesario tener esa verga rellenándolo, abriéndose entre sus frondosas nalgas pálidas, anchando su hoyito palpitante...

Plash, plash, sonaban las nalgadas que Eduardo le daba al chico con casi todo su cuerpo adherido al paredón, sólo los glúteos en pompas, recibiendo cada puntada. Su vista se perdía, tenía entre sus gruesas manos un culo exquisito de gran tamaño, tragándose hasta sus pelos sin escape. Nunca ninguna de sus perras se había portado así, ni las más putas eran tan buenas como Camilito. Un trozo de carne tan abultado se abría paso entre esos firmes melones de leche,  años de experiencia clavadas en un muchacho casi virgen.

Quince minutos de pinga y ya el joven culo cedía sin queja alguna. La curvatura del miembro de Eduardo encajaba exacto entre los complacientes movimientos ahora producidos. El joven más deliberado apuraba sus nalgas a la morcilla negra, dejando que le taladrada con cada centímetro. Mucho fluido se unían entre ese culo y la pinga cabezona, leves hilos de fluidos preseminales y saliva se percibían en toda la base del mástil de Eduardo.

—Así, dame así, qué rico...

—¿Te gusta?

—Síii —Lléname de leche.

—No, todavía no, me pediste verga y te daré hasta que me cansé.

Así por buen rato estuvieron gozando en esa misma posición, Camilo mojaba sus dedos con saliva y los llevaba hasta lo testículos de Eduardo que estaban como roca, se los acariciaba y éste suspiraba.

—Uy, qué rico !Qué rico!...

—¿Te gusta papi?

—Si, me fascina, ahora muévete tu y sácame la lechita —Condenó

Camilo afincó con firmeza sus manos y codos a la pared y empezó un fuerte meneo de su cola, con estremecidas, torpes pero constantes, con ritmo y energía. La verga de su macho se le escapaba, pero estaba tan potente que lograba tragarla por completo en instantes.  Suave, duro, para delante y para atrás, hacia los lados.  Dominaba aquel pedazo sin compasión, Eduardo se estremecía, se contorsionaba, parecía tocar el cielo con esos dos gordos pedazos de carne de primera apoderándose de sus diecinueve centímetros. Ahogaban sus gritos para que nadie a metros se enterara que estaba ocurriendo una de las mejores escenas porno de la historia. 

—Ahhhh..... Ahí viene, dale más rápido... Affffhh... Affffhh... Affffhh... aggh... Oohhhh...

Camilo succionó en movimientos tenues hasta la última gota de semen que su hombre se cargaba. Lo dejó agotado y con la verga flácida.

Desde entonces el muchacho aprendió mucho más sobre el sexo, ordeñando mejor a los machos y Eduardo abandonaba a sus encuentros casuales por darle verga a su culito de en frente que cada vez se gozando mejor.

Mariano

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