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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Cita a escondidas con Elvira
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Un día, jueves, no fui al trabajo porque me sentía enfermo y congestionado. Permanecí todo el tiempo en mi habitación, leyendo de a ratos, escuchando música y esperando el regreso de Claudio.

A eso de las diecisiete horas, regresó y entró al cuarto para saludarme con un beso.

― Has regresado temprano Clau ¿Paso algo? ―Pregunté.

― Si ha pasado algo. Pero bueno para mí ―respondió sonriente mientras se sentaba en la cama e iniciaba el relato.

― A la mañana me llamó Elvira. Dijo que su y que deseaba sentirse una mujer feliz. Que eso lo consigue estando en mis brazos.

― Con la complicidad de su amiga Eliana, proyectaron salir de compras y ella se encontraría conmigo en el centro comercial de calle Y allí nos encontramos. Luego nos fuimos en taxi juntos hasta un hotel de Balbanera.

Eliana la cubrirá ante toda sospecha de su marido. Y la esperaría dentro de dos horas en el mismo lugar.

Cuando llegamos ingresamos rápidamente a la habitación. Elvira, como una novia adolescente se colgó a mi cuello. Su baja estatura y algún kilo de más no son obstáculo para que sea una hembra deliciosa y sensual.

Me pidió que le quitase la ropa. No se había puesto nada especial para no despertarle sospechas a Bruno. Vestida con una pollera verde que apenas dejaba ver sus rodillas y camisa blanca con un suéter al tono con su pollera. Un sujetador sencillo contenía sus grandes pechos y una tanguita rosa cubría su vulvita carente de todo vello. Toda ella estaba exquisitamente perfumada.

Luego me ayudó a quitarme la ropa. Después nos bañamos juntos, enjabonándonos el uno al otro. Nos acariciamos y nos besamos. Mi verga se había puesto rígida y se apoyaba en ella a la altura de su estómago. Cuando la abrazada por atrás, mi miembro se apoyaba en su espalda por encima de su cintura. Nos secamos mutuamente nuestros calientes cuerpos. Nos besamos apasionadamente y la llevé hasta la cama en brazos.

La tenue luz y la buena música crearon el clima perfecto para que me deleitara mordiéndole los pezones. Y luego le lamí durante muchos minutos su rajita y el hoyuelo posterior color marrón.

Elvira, tomó mi bastón del amor e intentó meterlo todo en su boca. Tanto que llegó a tener náuseas cuando llegó a su garganta. Me lamio las bolas casi con desesperación intentando alojarlas en su boca tibia.

Con la verga muy babeada, comencé a pincelarle la rajita. Sus labios vaginales estaban rosados, levemente abiertos, calientes al tacto, mojados e hinchaditos. Con el glande busqué su botoncito del amor y lo frote con la roja cabeza. Elvira se agitó al sentir el roce de mi pene en su clítoris. Respiraba profundamente y comenzaba temblar.

Su primer orgasmo le llegó antes de que la penetrara, posiblemente pensaba en gozar muchísimo. Su vagina ya dejaba escapar sus abundantes fluidos. Apenas se recuperó, rodeo con sus brazos mi cuello y me acarició la nuca mientras plegaba un poquito sus rodillas. Yo sobre ella sentí el deseo urgente de hacerla mía.

Con tanta lubricación natural, mi verga ingresó sin dificultad totalmente en sus entrañas. Bombee fuertemente a fondo y con buena velocidad. Sentía el golpe de la cabeza de mi pene contra el fondo de su canal vaginal. Mientras mis bolas golpeaban fuertemente su puertita de atrás.

Ella se mordía los labios y gemía. Luego dejó su boca entreabierta cuando comenzaba a llegarle otra oleada de éxtasis. Pudo decir antes de sumergirse en sus temblores― ¡Aquí Papi! ―Y saco un poquito su roja lengua.

Rápidamente me puse a horcajadas sobre y con una mano dirigí mi falo a su boca y el semen brotó en tres chorros blancos sobre su lengua. Ella temblaba y lloraba.

Cuando se calmó, le pregunté― ¿Por qué lloras?

― Lloro de gozo, Bruno nunca me hizo sentir algo así ―Respondió.

Repusimos nuestras fuerzas abrazados. Ella de espaldas hacia mí, haciendo cucharita, transpirados y pegoteados, permanecimos así hasta que la conduje de la mano al baño para asearnos un poco. Mientras caminábamos, le propine dos palmaditas sobre las blancas nalgas. Ella movió sus caderas indicándome que le agradaban las palmaditas

Nos metimos bajo la ducha tibia y nos repusimos. Pero Elvira estaba ansiosa de gozar todo el tiempo que fuera posible. Mientras me acariciaba la verga en estado de flacidez pero despertando, recordó cuando le penetre el culo, inclinada ella sobre el lavatorio y nos miraba su marido― ¡Que incomodo momento! ―Dijo que se llenó de vergüenza ante su marido y se sintió mal por las palabras de él.

― Hoy estamos solos ―Dije.

Ella se sonrió y me miró a los mientras me continuaba acariciando mis las bolas y cuando el falo ya había llegado a su máxima expresión y dureza. La rodee con mis brazos, y bajando mis manos por su espalda, apreté sus nalgas con fuerza. Ella se mordió el labio inferior y luego la puse de espaldas a mí y volví a tenerla aprisionada entre mis brazos Entonces puso sus manos sobre mis manos. Caminamos así hasta llegar a la mesada del lavatorio. Entonces giró la cabeza para besarme sin despegar su espalda ni su culo de mí. Bajé la cabeza a fin de llegar con mis labios a sus labios.

Luego ella colocó una toalla doblada en cuatro sobre la mesada y poniéndose en punta de pie, apoyó su abdomen en ella. Me arrodille en el piso detrás de ella y comencé con mi lengua a lamer su capullo para abrirlo de par en par. Los lengüetazos le arrancaron suspiros de placer a medida que su esfínter se dilataba. Poniendo mi lengua en punta le daba golpecitos en medio del hoyuelo. Los golpecitos con mi lengua en punta fueron cada vez más profundos y seguidos.

Con una mano entre sus piernas, llegué al clítoris con dos dedos y lo aprisione. Un orgasmo se estaba gestando en sus entrañas y la compense con una estocada a fondo en su vagina. Eso aceleró su orgasmo.

La saque muy lubricada por sus jugos. Me puse de pie, separe un poquito sus nalgas y la cabeza de mi verga halló un primer anillo marrón, dócil y con ganas de devorar una buena porción. Ella se movió cuando la verga empujo sobre el segundo anillo. Se mantuvo sin quejarse hasta tenerla muy adentro. Varias veces la deje salir y volvía a enterrarla a fondo con cierta violencia.

Elvira comenzó a suspirar y a decir cosas que no entendí. Buscó la grifería para aferrarse y comenzó a temblar cuándo le invadió una nueva ola orgásmica y se le doblaron las piernas que ya no le respondían. La sostuve con su vientre pegado a la mesada y la ensarté a fondo. Toqué su ano para intentar introducir un dedo junto al miembro pero no me fue posible. No pude controlar más la eyaculación y con mi cuerpo tensado descargué profundamente el semen en su intestino.

Permanecimos así unos minutos hasta que ella recobró fuerzas en las piernas. Luego salió de esa posición de sumisión sobre el lavatorio. Nos besamos y le dije que la había follado sin lubricación. Con un dedo comprobé que su ano aún estaba dilatado y que no le incomodaba mi dedo mayor en su interior.

― Tú sabes, Rober que cuando eyaculo en el intestino me repongo más rápido que si fuera en un canal vaginal, no sé por qué es ―Continuó.

Me senté sobre la tapa del inodoro y le pedí a Elvira que me montase a horcajadas, mirándome. Nos besamos intensamente. Nuestras lenguas se buscaban como serpientes enfurecidas. Ella acariciaba mi pecho o apoyaba sus pezones duros. Con mis manos contenía sus nalgas un poco abiertas. Mi verga comenzaba a levantarse y tocaba su ano caliente y mojado.

Cuando sentí mi verga con la dureza necesaria para follar, con una mano hice presión en su espalda a la altura de la cintura. Eso dejo su puertita en mejor posición para entrar. Con mi mano libre lo toqué e introduje el dedo mayor. De su interior bajaba algo viscoso.

Su cuerpo estaba caliente y su vulvita aún más. Notaba la temperatura sobre mi mata de vellos. Su boca entreabierta jadeaba suavemente junto a mi boca.

Con una leve presión le introduje el dedo mayor de mi mano derecha. Lo moví hacia adentro y afuera. También en círculos para mantener la entradita dispuesta y distendida.

Cuando sus duros pezones se apoyaron en mi pecho y su jadeo se aceleró, apoye la cabeza roja de mi pene en la puertita que lo invitaba a entrar y presione levantando levemente mi culo de la tapa del inodoro. Se le escapó un ―Ayyy― y cerró los ojos cuando todo el bastón del amor le llegaba a lo más profundo. Continué levantando y bajando mi culo sobre la tapa sin sacárselo. Luego le pedí que se moviera ella, subiendo y bajando sobre el falo. Al moverse ella sintió alivio pudiendo moverse con el deleite de sentirse una hembra hermosa, deseada y muy bien enculada.

Cuando comenzó a agitarse y temblar ya no se movió. Su dilatado ano rodeaba el nacimiento de mi falo. Nuevamente llevé mi mano y le ingresé dos dedos en la vulvita.

Ni se quejó porque la invadían las olas de un nuevo orgasmo. Y se derrumbó cuando la verga hacia movientes convulsivos inyectando semen muy profundamente en su intestino y sus jugos vaginales me mojaban la mano escurriéndoseme entre los dedos.

Al cabo de dos horas y media, mi amiga volvía a encontrarse con Eliana, en el centro comercial. Claro un poco cansada pero contenta. Feliz de sentirse una mujer deseada.

Rober

 

 

Claudio

Rober nos habla de Claudio, uno de sus amantes

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