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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Después de un par de polvos
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Se sentó a la mesa de la cocina y comenzó la labor que desde hacía algunos meses había ido anticipando. Puso a un lado todas las cajas y poco a poco las fue abriendo. Desechó algunas que habían superado la fecha de caducidad y que fue arrojando al cubo de la basura. Pronto dejó de hacerlo por lo absurdo que resultaba. Poco a poco fue abriendo todos los envases y depositando su contenido en un plato. El silencio era absoluto, solo roto por el tic-tac del reloj de la pared y el crick-crick de los envases. El sonido del timbre la sobresaltó, no esperaba a nadie; ese día no esperaba a nadie. Continuó su trabajo hasta que nuevamente el estridente sonido, esta vez en un toque prolongado, la volvió a sacar de su ensimismamiento. Se levantó y contestó, era una de sus cuñadas, la más joven, con la que mejor relación tenía.

— ¡Soy yo, ábreme!

Sorprendida le abrió y precavida recogió todos los envases a una bolsa, incluso los vacíos, y pasó el contenido del plato a una lata que cerro y apartó. Había acabado de hacerlo cuando su cuñada llamó a la puerta.

—Mañana es la fiesta del pueblo, nos vamos y tú te vienes con nosotros.

No respondió, pero tampoco hizo nada, no se opuso. Fue su cuñada la que le hizo el equipaje y se lo preparó todo, ella ni siquiera dijo una palabra.

— ¡Jolín chica, no pones nada de tu parte! —protestó su cuñada—No puedes seguir así, tienes que sobreponerte y buscar las cosas buenas de la vida.

El divorcio la había dejado tocada y luego había puesto mucha ilusión en las relaciones que siguieron después. Las tres rupturas las había considerado un fracaso personal. Había intentado algunos acercamientos sentimentales pero se vio incapacitada. Eso la frustraba, especialmente porque en el resto de las cosas de la vida era una triunfadora. Buen trabajo, buena casa, buen nivel de vida, buena familia, pero sin embargo, era incapaz de sentirse apreciada como mujer. Solo algunos pocos momentos con su familia, especialmente con esta cuñada, y con algún amigo casado, la hacían evadirse brevemente de su frustración. Había tomado una decisión y en eso estaba cuando llegó su cuñada para llevársela.

El viaje al pueblo fue difícil, especialmente porque no abrió la boca en todo el tiempo. Su cuñada que intuía algo preocupante intentó por todos los medios que reaccionara. Una mirada cómplice con su marido, el hermano de ella, y el gesto de este la hicieron cambiar de estrategia.

—Bueno cuñada, si no quieres hablar no lo hagas, y cuando quieras aquí nos tienes.

—Aquí nos tienes —corrigió su hermano, su confidente muchas veces.

La llegada a la vieja casa familiar no supuso para ella ninguna emoción. Tampoco el reencuentro con toda su familia, alguno de cuyos miembros hacía años que no veía. Nada, ninguna emoción, se sentía vacía, nada la atraía, se sentía solo un trozo inerte de carne y huesos. Y esa era la principal razón de su decisión.

La tarde pasó inadvertidamente entre visitas a familiares y amigos del pueblo e intentos de su familia de que mantuviera alguna conversación. Ella solo respondía muy raramente y casi siempre con monosílabos. Su familia, que sabía de su situación sentimental e intuía que esa era la razón de su comportamiento, optó por no presionarla; la llevaban de un lado a otro pero la protegían de los inevitables momentos tensos. Al acabar la cena, ya anochecido, fueron todos a la verbena pero ella no bailó, ni siquiera cuando todos sus hermanos y cuñados la fueron invitando, hasta un sobrinito simpático y descarado lo intentó.

Tanto tiempo de un lado para otro, le habían provocado unas imparables ganas de orinar. En el ferial no había baños, en caso de necesidad se recurría al arbolado y matorrales que lo separaban del río y la carretera. No dijo nada cuando comenzó a andar hacía el soto, cuando su cuñada le preguntó— ¿Dónde vas, querida? —ella, por toda respuesta, señaló con el dedo el lugar.

—OK, te esperamos —le dijo su cuñada que continuó la conversación.

Caminó sin mirar más que al frente, entró en el bosquecillo y avanzó hasta detrás de un árbol, se levantó la falda del vestido, se bajó la braga y se agachó con cuidado y comenzó a orinar. En eso estaba cuando vio, siguiendo una ruta paralela a la que ella había seguido pero a cierta distancia, a un viejo del pueblo; uno de eso personajes peculiares que hay en todos los sitios. Era un hombre de bastante edad, pequeño, casi esquelético, renegrido y arrugado como una pasa, era famoso por su poca higiene. Supuso que estaba allí por lo mismo que ella y no le prestó más atención y fijo su mirada en su familia, mientras su mente se perdía en su meditada decisión. La pospondría para cuando regresara a su casa.

Acabó de orinar y se levantaba cuando notó una mano entre sus muslos oprimiéndole la entrepierna. Luego otra mano la empujó por la espalda obligándola a apoyarse con ambas manos en el árbol. Un pie entró entre en los suyos haciéndola separarlos. Las manos tiraron de su cadera hacia atrás exponiendo su culo. Notó la humedad de su propia orina en las manos del extraño que levantaron su falda echándosela hacia arriba. Notó un pene buscando su vulva pero extrañamente pasiva no se movió. Sintió como el pene se abría camino entre las paredes de su vagina sin lubricar. Notó el dolor pero eso tampoco la hizo reaccionar. Estaba siendo violada y no reaccionaba. No sabía quién era pero no le importaba. Se sentía solo un trozo inerte de carne y huesos incapaz de tener emociones, y ella pensaba que tampoco de provocarlas. Se dejó hacer, tampoco le importaba tanto lo que le sucediese ya que tenía tomada su decisión.

Desde detrás del árbol, veía a su familia y como su cuñada, puede que justificadamente preocupada, miraba con frecuencia hacía el arbolado. Pese a su indiferencia por la violación que estaba sufriendo, no quería que su cuñada la viera ni se enterase. Se dejaba hacer notando como su vagina iba, poco a poco, ofreciendo menos resistencia a las penetraciones coincidiendo con la aceleración del ritmo de las embestidas del pene dentro de su cuerpo. Quizás alarmada vio como su cuñada daba unos pasos en su dirección. Extrañamente le molestó, no quería que lo hiciera, no ahora que el desconocido comenzaba a gorgotear detrás de ella. Preocupada por la aparición de su cuñada no pareció apreciar un súbito aceleramiento de su propia respiración y unos quedos gemidos que acompañaron al último empujón, tenía la vista clavada en el circulo de luz donde estaba su familia. Detrás de ella sintió una pesada respiración seguida de una especie de murmullo ahogado mientras notaba al desconocido eyacular en su interior. Sintió el pene salir y su propia vagina impregnada de semen. Se agachó y se subió la braga y cuando se irguió el desconocido ya no estaba. Se arregló la ropa y el pelo y salió de allí.

Cuando regresó al grupo, notó el alivio de su cuñada y de su hermano que se mofó de ella diciéndole— ¿Te has perdido hermanita?

Al reintegrarse al grupo, regresó también a su anterior estado olvidándose por completo de la experiencia que había tenido. No fue hasta que se acostó cuando todo volvió a su mente. Pero no era la violación lo que la mortificaba— realmente no hubo ni violencia ni uso de la fuerza— musitó para ella. Lo que realmente le inquietaba era que no le había preocupado, ni se había sentido asustada, ni coaccionada. Le asustaba no haber sentido miedo. También le perturbaba su propia indiferencia por la identidad del hombre. Todas esas tribulaciones pasaban por su cerebro manteniéndola despierta. Pro fue lo que vino después lo que le añadió una nueva preocupación. Inadvertidamente, no podía explicar la causa, pasó su mano derecha por la entrepierna y notó su ropa interior muy húmeda y pegajosa. Inquieta, pasó la mano bajo la braga e introdujo su dedo corazón en su vagina extrañamente dilatada, hacía meses que no tenía sexo de ningún tipo. Notó que su vagina estaba muy impregnada de una sustancia viscosa. Sacó su mano y la levantó hasta su cara, la olió y una sospecha la invadió. Acercó el dedo a su lengua y probó. Su temor se confirmó, era semen, y mucho, la habían follado sin preservativo. Le asustó la idea del embarazo no deseado, además de no saber quién era el hombre.

—Soy inmensamente tonta —dijo para sí cuando tuvo conciencia de su estado y sobre todo de la decisión que había tomado. Durante un rato dudó entre sacarse con los dedos el semen, lo intentó y notó que era una cantidad extrañamente grande, o dejarlo estar. Decidió dejarlo estar porque el domingo por la noche, o quizás antes, ya estaría todo solucionado.

Abrió los ojos al notar los besos de su sobrinito que pretendía despertarla besuqueándola. Le agradó la expresividad del niño y su parloteo animándola a bajar a desayunar con él.

— ¿Quieres ser mi novia? —le soltó inesperadamente el chiquillo mientras mojaba una mantecada en su cacao con leche.

Ni la cara de pánico y alarma de sus padres ni las recomendaciones de que no continuara por ese tema hicieron mella en el animoso niño.

—Pues yo quiero casarme con ella —porfió desafiante.

—Es tu tía, no puedes casarte con ella— dijo su madre.

—Pues tú eres mi madre y estás casada con mi padre —insistió enfurruñándose.

Ningún argumento servía ante el empeño del chico que se defendió— Yo la quiero mucho.

—Todos la queremos mucho —dijo tajante su padre que respiró aliviado cuando su hijo corrió en busca de sus primos.

—Todos te queremos mucho —le dijo su hermano mayor cuando el sobrinito hubo salido.

—Por qué no te adelantas y vas hasta la ermita dando un paseo, así te despejas un poco mientras nosotros recogemos las cosas, luego te vemos allí —le propuso su cuñada, aunque realmente sonó a orden.

Se vistió y salió camino de la ermita. Ella siempre tan rebelde y contestataria se había dejado violar la noche anterior y ahora iba camino de la ermita por indicación de su cuñada. Sin embargo, su ánimo no había cambiado desde el día anterior y mantenía su decisión. Seguía sintiéndose vacía e incapaz de sentir ni hacer sentir. Sus fracasos se debían a eso, pensaba para sí. Se veía a sí misma como un simple objeto sin valor. Estaba convencida que nadie sentiría por ella.

Caminaba como una autómata, sin prestar atención a nada de lo que la rodeaba. Cruzó el pueblo y saliendo ya camino de la ermita, junto a la última casa, volvió a sentir unas manos que la empujaba, esta vez con suavidad, hacia la puerta abierta de la casa. No hizo ademán de mirar a quien la conducía, ni tampoco intentó zafarse y huir, como la noche anterior se dejó hacer.

Entró en la casa, oscura, sucia y maloliente y quien la conducía cerró la puerta tras ellos. Notó como unas manos sarmentosas subían desde su cintura hasta sus pechos y los comprimían con fuerza en una especie de masaje. Notó la mano pasar dentro de su escote y como los dedos delgados y huesudos entraban bajo el sujetador y se enredaban con el pezón que comenzó a endurecerse. Ella lo notó y lo atribuyó al frio de la mano.

La otra mano del desconocido, que aún se mantenía a su espalda, buscó entre sus piernas y la palpó decididamente. Ella quiso cerrar las piernas, no quería que pudiera notarse el semen que todavía era abundante y destilaba entre los labios de su vulva; lo había comprobado en la ducha. Pero tampoco se opuso. No reaccionó de ninguna manera, pese a que le hacía algo de daño, ni siquiera cuando el desconocido se apretó contra ella y notó la dureza del pene y sobre todo el hedor de su aliento y la pestilencia de su cuerpo.

El desconocido la empujó hasta una pequeña habitación y pasó por delante de ella para cerrar la pequeña ventana que daba al camino de la ermita que ya empezaba a ser transitado por los romeros camino del inicio de la Procesión de la Patrona. Entonces pudo ver de quien se trataba, como sospechaba pero no quería ni siquiera admitir, era el viejo que había visto la noche anterior, casi esquelético, renegrido y arrugado como una pasa y con una total falta de higiene. Todo parecía indicar que era el responsable de la presencia de tanto semen en su vagina.

La habitación era todo mugre, las sabanas hubo un día que fueron blancas, o quizás amarillas. Todo olía mal, a sucio, a años de ugre, directamente a mierda, especialmente el viejo, cuyo aliento apestaba pero todo lo superaba el olor corporal de aquel cuerpo menudo, huesudo y renegrido.

 La llevó hasta la cama y la hizo acostarse, le quitó las sandalias, le levantó el vestido y le quitó sin mucha ceremonia la braga, que dejó con cuidado sobre el respaldo de la única desvencijada silla de la habitación. Ella se dejaba hacer y ni siquiera miraba, tenía la vista fija en el dosel de telarañas el techo del cuartucho. Pensó que nuevamente la iban afollar, esta vez no pensó en que sería una violación. Solo sexo y ella era el juguete— al menos sirvo para algo —pensó.

El viejo se quitó el pantalón y lo que parecía ser un calzoncillo, se subió a la cama y la cogió de los tobillos para separarle las piernas. La colocó a su antojo y la miró unos instantes antes de pasar su mano por su coño y enredar su dedos huesudos entre su vello púbico para dar un pequeño tirón.

El viejo tomó el pene con una mano y lo dirigió a su coño, ella, al percibirlo, pensó en pedirle que se pusiera una preservativo. Pero también pensó que sería un contrasentido, ya la había follado “a pelo” llenándola de semen y además, el lunes ya nada importaría.

El primer empujón el viejo coincidió con el cohete que señalaba el inicio de la Procesión de la Patrona. Esta vez ella no sintió dolor, o no sintió tanto—quizás el semen que tengo dentro lubrifique mi vagina —quiso razonar.

Al contrario de l anoche anterior, el viejo no parecía tener prisa y se tomaba todo con mucha calma. Se lo metía y sacaba despacio, no retrocedía hasta que no se lo había metido todo; y no volvía a metérselo hasta que no estaba casi del todo fuera. Ella se dejaba hacer y se sentía sorprendida por estar allí, no solo porque se la estuviera follando un viejo asqueroso y no reaccionara; si no porque nadie en sus cabales podría soportar durante mucho tiempo la suma de pestes y hedores de aquella casa y su inquilino.

El viejo comenzó a congestionarse y a emitir un familiar gorgoteo mientras en la calle, se iba acumulando la gente para recibir a la patrona. Ella giró la cabeza, hacía tiempo que había dejado de mirar al techo, y pudo ver las siluetas de varias personas en el exterior. La ventana no tenía cortinas, pero la suciedad de los cristales era suficiente para impedir la visión, al menos con cualquier grado de nitidez.

El viejo ya muy congestionado, y respirando muy pesadamente, comenzó acelerar el ritmo coincidiendo con la llegada de la imagen de la Patrona y el canto de la Salve Serrana con el que se la recibía a la entrada del pueblo. Ella que oía a la gente en la calle, reconoció a la voz y la silueta de su cuñada frente a la ventana. Al tiempo se oyó a ella misma dejar escapar un pequeño suspiro, noto que también su respiración se aceleraba. Comenzó a notar algo dentro de ella que le resultaba familiar pero que extrañaba por el tiempo transcurrido.

Fuera, cesó la Salve y el canto fue seguido por el ensordecedor repique de todas las campanas de las dos iglesias del pueblo y el retumbar de cientos de cohetes de artificio. Justo en ese instante, ensordecidos también ellos, el viejo eyaculó nuevamente en el interior de su vagina, que esta vez vibró con cada pulsación del pene del viejo.

Lentamente el viejo se fue retirando, ella notó que, esta vez, el semen se lo había depositado mucho más profundamente que a la noche. Se dio cuenta que el viejo le introducía el pene todo lo adentro que podía.

Apenas tuvo todo su pene fuera, el viejo se dejó caer sobre ella. Sudoroso y jadeante apestaba. Todo apestaba, el viejo, la cama, el cuartucho, todo parecía infecto. Pero ella seguía allí, sin moverse, sin reaccionar, pero esta vez había sentido algo. Quizás el estruendo no la había dejado oírse, pero había gemido. Sin embargo o no estaba segura o no quería reconocerlo. No podría haber tenido ningún tipo de sensación agradable con aquel viejo sarmentoso y mucho menos en un ambiente tan apestoso.

El viejo se quedó un rato encima de ella hasta que se apartó y ella se levantó. Se puso de pie frente a la ventana, sin saber qué hacer, hasta que cogió la braga de la silla. Entonces el viejo, que se había sentado en el borde de la cama, la cogió por la cintura y la atrajo hacia él y con una mano hurgó en su pubis enredando sus largos dedos en el abundante vello púbico y por primera vez en todo el tiempo, noche incluida, habló; con voz estridente y aguda pronunció las únicas palabras que ella le oyó en todo el tiempo— aquí tienes mucho pelo, estarías mejor peladita. —Ella no respondió, se puso la braga, se ajustó el vestido, se atusó el cabello y se fue.

Caminaba sin rumbo cuando sintió un grito de júbilo y como su sobrinito se abrazaba a ella mientras gritaba— ¡Aquí, aquí! La he encontrado, he encontrado a mi tiíta que se había perdido.

Pronto se vio rodeada de toda su familia que le hacían mil preguntas al tiempo. Oportunamente, su cuñada los tranquilizó a todos y les pidió que se guardaran las preguntas para otro momento.

—No sé dónde has estado querida, pero apestas —le advirtió su cuñada en un aparte— mejor te das una ducha antes de comer.

Cuando salió del baño, se encontró a la puerta a su sobrinito con una flor que le ofreció— Yo te cuidaré tía, no tengas miedo —dijo el chiquillo abrazándose a sus rodillas.

Tras la comida de fiesta el regreso a casa. Su cuñada se empeñó en subir con ella y tras una conversación trivial la abrazó— No sé qué te pasa querida, pero tu hermano y yo estamos muy preocupados, todos estamos muy preocupados, hasta el niño. Sea lo que sea que te pasa, nada es más importante que tú.

Cuando su cuñada se fue, olvidó todo lo oído, todo lo visto, todo lo sentido, todo lo vivido, había adoptado una decisión, y siendo obstinada como era, la llevaría a cabo. Fue al baño y llenó la bañera de agua caliente a su gusto, y echó unas sales. Le pareció absurdo mientras lo hacía pero continuó. Todo el fin de semana habían sucedido cosas que no hubiera querido que sucedieran y tampoco hizo nada por evitarlo o al menos remediarlo. Fue a la habitación y se desnudó dejando la ropa cuidadosamente extendida sobre la cama. Fue a su despacho y de un cajón sacó un sobre cerrado con el nombre del destinatario escrito con letra muy clara, que dejó bien visible sobre el escritorio. Luego fue a la cocina, cogió la lata de donde la había dejado el día anterior y regresó al baño. Dejó la lata a un lado y encendió varias velas de olor que fue colocando alrededor de la bañera. Apagó la luz y se metió en el agua dejándose resbalar hasta sumergirse por completo. Se colocó, se quitó el agua de la cara y se apartó el pelo. Inspiró fuerte un par de veces y cogió la lata, la abrió y se quedó pensativa mirando el contenido. Otra vez inadvertidamente, tampoco podía explicar la razón, pasó su mano derecha por la entrepierna y notó la aspereza del abundante vello que la cubría y enredó sus dedos blancos  en los negros rizos. Volvió a mirar el contenido de la lata y decidió hacer lo que debía.

— ¿Cuándo vuelves al pueblo? —La pregunta sobresaltó a su cuñada.

—Este próximo sábado por la mañana.

— ¿Me vendríais a buscar?

— ¡Claro!

Pese a lo esperanzados de su hermano y cuñada, estuvo muy callada todo el viaje. Cuando se bajaron del coche, el sobrinito que la estaba esperando se abrazó a ella y no la dejó sola un instante— para que no se pierda —repetía. Pero logró evitarlo y salió de la casa sin que casi nadie lo advirtiera.

Caminó rápido pero si apresuramiento y enfiló la subida a la ermita. Se detuvo ante la puerta de la última casa del pueblo y dudó, finalmente empujó la puerta mal cerrada y entró. Espero a que su vista se acostumbrara a la penumbra y con una rápida mirada confirmó que no había nadie. Valoró las opciones y se sentó en una silla a esperar. Llevaba unos pocos minutos y empezaba a arrepentirse, la pestilencia era aún mayor de la que recordaba de solo una semana antes. Afortunadamente unos ruidos de alguien acercándose anunciaron la llegada del viejo que al abrir la puerta y verla se quedó parado recortando su deforme figura contra la claridad del exterior.

— ¿Qué… qué haces aquí? —preguntó el viejo titubeando con su voz chillona.

Ella no les respondió, se levantó, lo hizo pasar y cerró la puerta dejando la estancia sumida en una penumbra que ocultaba parcialmente la mugre del lugar. Luego, con un movimiento que parecía mil veces practicado, le bajó los pantalones al viejo, arrastrando al tiempo la asquerosa ropa interior. Lo hizo andar, cómicamente con los pantalones por los tobillos, y lo sentó en la misma silla frente a la entrada donde había estado ella. Ninguno decía nada, solo se miraban, el viejo sin pestañear, ella inexpresiva. Retrocedió un par de pasos y se levantó la ropa sacándose el vestido por la cabeza. El viejo dio un respingo cuando vio su cuerpo desnudo. Ella se le acercó y se sentó a horcajadas sobre sus rodillas levantando los codos por encima de su cabeza ofreciéndole las tetas a viejo. No estaba nada orgullosa de sus pechos, no le gustaban, le parecían demasiado caídos, pero agradeció las palabras murmuradas por el viejo que le lanzó las manos renegridas hacía las tetas sobándoselas con los dedos huesudos. Ella suspiró y se acercó un poco, lo suficiente para que primero uno de sus pezones, y luego el otro, acabaran dentro de la desdentada boca del viejo. Notó las encías mordiéndole el duro pezón y el fétido hedor del aliento acompañando cada mordisco y cada chupada.

Otro acercamiento y el pene del viejo quedó situado bajo su coño, pero no era el momento, ella tuvo otra idea. Se apartó, se arrodilló ante el viejo y se metió el pene en la boca. Las arcadas que se le producían no eran porque se introdujera el miembro hasta la garganta, era por la insufrible pestilencia que le llegaba. Pero su intención era llegar hasta el final. Noto que el viejo se ponía rígido y como emitía aquel gorgoteo tan peculiar. Entonces se levantó del suelo y se sentó exactamente sobre el pene del viejo haciéndolo entrar dentro de ella. Lo notó atravesar su vagina hasta que sintió los testículos del viejo al sentarse sobre él. El viejo gorgoteó más fuerte y ella comenzó a moverse, primero lentamente y poco a poco, aumentando el ritmo que llegó a ser frenético. Ya casi lívido el viejo le atenazó el culo atrayéndola hacia él mientras murmuraba ahogadamente algo ininteligible. Ella estalló en un inesperado orgasmo mientras el viejo eyaculaba en su interior profundamente .

Unos escasos instante para recuperar el aliento y ella se levantó, se puso el vestido, se atusó el pelo, cogió su bolso y abrió la puerta para irse.

— ¿Cuándo volverás? —preguntó el viejo desde la silla y absorto en la silueta de ella, que en el umbral de la puerta que desvelaba una más que evidente transparencia del vestido; revelando una silueta de mujer que, nunca se hubiera podido imaginar que, hubiera tenido sobre sus rodillas follándolo.

—Cuando limpies todo esto, lo friegues todo bien y te des un buen baño que apestas como toda tu casa —respondió ella al tiempo que separaba las piernas para que recortar mejor su silueta.

—Pero te has rasurado… —intentó el viejo.

Ella le interrumpió— Solo me lo he depilado, es  mi coño, de nadie más —avanzó lo suficiente para cerrar la puerta tras ella. Tomó un par de bocanadas del aire de la tarde y comenzó a caminar sin mirar más que al frente.

—Hija, podías haber elegido a otro para un polvo—La voz de su cuñada la sobresaltó, no la esperaba allí.

—No es lo que parece —se defendió sabiendo en su fuero interno que no mentía.

—Eso es solo cosa tuya, es tu vida pero no me mientas, te he seguido y… —la cuñada no terminó la frase porque ella le pasó el brazo sobre los hombros, le dio un beso en la mejilla y le dijo un animoso— ¡Vamos!

Aquella noche durmió como hacía demasiado tiempo que no dormía. La despertó su sobrinito y juntos se fueron al campo. Mientras el chiquillo perseguía mariposas y se quedaba extasiado con ellas cuando se posaban, ella se congratulaba de tenerle a él, a su familia, y también al viejo, que la habían hecho reaccionar y buscar el lado bello y amable de la vida. Una familia que la quiere, la apoya y la protege y un viejo asqueroso que la hizo recuperar sensaciones perdidas, eran los responsables. Aquellas pocas horas no fue feliz pero casi.

El domingo a la noche, desde su casa, le envió un e-mail a su amigo casado para quedar. Era la única persona que tenía alguna sospecha de su intención de suicidarse y había hecho casi de todo para que no lo hiciera. Inmediatamente llegó la respuesta. Luego fue al baño, cogió la lata y la arrojó sin abrirla al cubo de la basura.

Narrador.

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