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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
El nieto del amigo viejo de mi primo
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Querido Bedri:

Ya te había contado, en una carta precedente, como discurrieron aquellos días en casa de mi primo siendo educada por su criado Ernesto. Días que resultaron realmente maravillosos. Aquellas fechas disfruté plenamente del sexo, quizás porque solo se trataba de eso, de sexo. Poder disponer de unos días, con total libertad, con total tranquilidad, solo para disfrutar del propio cuerpo y compartir el placer es algo que siempre deseé poder hacer, y que ahora suelo hacer regularmente. Tanto en casa de mi primo como en la de cualquiera de mis hombres. Sin embargo, lo que sucedió después resultaría algo inesperado.

Mi primo llegó por la tarde, la mañana la habíamos aprovechado para follar como dos jovencitos salidos. Porque precisamente estábamos muy salidos, no puedo hablar por Ernesto, pero yo si lo estaba, continuamente durante aquellos días y especialmente aquella mañana. Supongo que la esperada vuelta de mi primo me hacía tener muchas más ganas. Además, esos días estuve especialmente cachonda.

Después de un polvo memorable inmediatamente antes de comer cesaron todos los encuentros entre Ernesto y yo. Cuando la sacó y sin movérseme de encima, me dijo con un halo de tristeza en la voz.

―Este será nuestro último polvo.

―De momento ―le respondí mientras le abrazaba ―algo me dice que habrá más. Que tú y yo haremos muchas más veces el amor.

―¡Ojalá! ―exclamó con un suspiro tras lo cual me dejó un beso muy tierno en los labios antes de levantarse a prepárame la comida.

Luego me llevó al cuarto donde duermo, me desnudó completamente, me llevó al baño, llenó la bañera con agua tibia, la perfumó y me hizo entrar. Me sumergí en aquella agua, la temperatura era la ideal, el perfume a rosas ya me resulta conocido. Ernesto me lavó el pelo, me enjabonó a conciencia introduciendo sus brazos en el agua. Mientras lo hacía, yo permanecía quieta, silenciosa, con la mirada fija en un punto imaginario en el infinito, tal y como mi mentor me ha enseñado. Me dejé hacer, cuando la esponjo alcanzó mi coño, ya tenía el clítoris a punto de reventar, si no estuviera sumergida en agua las secreciones de mi vagina correrían por mis muslos. Si no fuera por el entrenamiento, mis gemidos ya hubieran dado razón de un par de orgasmos. Ernesto parecía querer ponerme a prueba. Estoy segura que notó el placer del que disfruté pero complicemente ni dijo nada ni pareció haberse enterado. Quizás por ello esperó unos minutos antes de hacerme levantar para secarme con el detenimiento, suavidad, cuidado y delicadeza que siempre emplea en ese menester conmigo. Luego me vistió con unas prendas que ya había preparado y tenía extendidas sobre la cama. Supuse que volvería a dejarme atada a la argolla del pilar del baldaquín, pero me colocó la correa y me hizo seguirle hasta el zaguán. Abrió la puerta y me hizo entrar en el coche, me sentó detrás, y me cubrió discreta y castamente con la capa de seda negra con que me había vestido, si es que puede decirse así. Justo antes de retirarse, con nuestra cabezas casi a milímetros, noté que cerraba los ojos, se detenía y comenzaba a girar la cara hacia mí, entonces cerré los ojos y esperé el deseado beso, que llegó dulce, tierno, suave, cortísimo y muy muy deseado. Decididamente mi mentor ha de ser uno de mis hombres. Lo será por derecho propio, no solo por lo maravillosamente bien que me hace el amor, si no también por su calidad como persona, para mí es un hombre encantador, alguien con quien me siento cómoda. Entre sus brazos siento la misma sensación que cuando, en las frías noches de invierno, me arrebujo entre el edredón antes de dormirme.

Durante el trayecto hasta el aeropuerto cruzamos muy pocas palabras, solo frases cortas, relativas a lo que haríamos, instrucciones precisas de cómo actuar ante mi primo. Al llegar aparcamos en un reservado, Ernesto se apeó del vehículo y dejándome allí se fue. Me quedé sola, sentada atrás, cerrada con llave, vestida solo con unas finas prendas de lencería y cubierta solo con una finísima capa de seda cuyo tejido se pegaba a mi cuerpo como una segunda piel marcando todas y cada una de mis formas. Todo ello, he de decirlo, de color negro, el mismo de los vidrios de las ventanilla, lo que me ocultaba de la mirada de los centenares de personas que pasaron al lado de aquel coche. Supongo que alguien vería algo, varios, muy pocos, se detuvieron y desde delante del coche, se inclinaron como queriendo ver el interior. Yo no me moví, me quedé quieta, no para evitar que el movimiento me delatara. No me moví porque esperaba a mi amo y mi mentor me había ordenado quedarme quieta.

No sé cuánto tiempo trascurrió hasta que Ernesto abriera la puerta para permitir el paso de mi primo, que se acomodó calmosamente, todo ello con la puerta abierta y yo expuesta ante la puerta de la terminal. Aquello supuso para mí una nueva forma de excitarme, especialmente cuando mi primo apartó la seda para descubrirme el pecho que apareció a la luz con los pezones duros y enhiestos como los pitones de un toro, mientras, Ernesto cargaba el equipaje en el maletero. Nada más cerrar la portezuela y antes de que el vehículo comenzara a moverse, mi primo extrajo un pequeño paquete de una bolsa que portaba.

―Toma, es para ti, pruébatelo ―dijo ofreciéndomelo.

La verdad es que me sorprendió, aunque mis sobrinos, y mi tío, suelen hacerme regalos, mi primo nunca lo había hecho. También es cierto que los regalos que me hacen son del tipo que ya he mencionado en otras ocasiones, lencería, juguetitos, y algunos días de sexo y lujuria; algo se eso, con sexo con mis sobrinos en una playa ya te he contado. No soy muy de regalos espectaculares ni caros, prefiero un buen polvo a una joya cara o adorno similar. Aunque no haré ascos a objetos elaborados con el septuagésimo noveno elemento. En ese caso no me pondré nada estupenda.

Con cuidado fui desenvolviendo el paquete, no me gusta romper el envoltorio, ya sé que es una manía pero me parece una falta de respeto. Una caja de duro cartón blanco brillante apareció después. Al abrirla y envuelta en finísimo papel seda y rodeada de corcho blanco había un envoltorio de papel burbuja. Con la misma calma y cuidado, fui retirando esa protección hasta descubrir una máscara de porcelana blanca. Confieso que me quedé un poco desilusionada. No comprendí el regalo.

―Pruébatela ―ordenó mi primo que volvió a ejercer de amo.

Con cuidado la extraje de la cajita, soplé para retirar trocitos de porespan adheridos y me la coloqué asegurándola por detrás de la cabeza con unas cintas negras. La máscara se ajustaba casi a la perfección cubriéndome desde la frente hasta por debajo de los pómulos y dejando las oportunas aberturas para los ojos. Comprendí entonces la razón de las medidas que de mi cara había tomado mi primo. Me imaginé que algo tendría para mis pezones puesto que también lo había medido.

―Pruébate esto ahora ―dijo tendiéndome una cajita de una joyería.

Al abrirla pude ver que se trataba de dos aritos, demasiado pequeños para ser alianzas. Mi amo los tomó y con las dificultades que entrañaban los bruscos e incómodos movimientos del coche en marcha entre el denso tráfico de la ciudad, me los fue colocando en los pezones forzándolos a levantarse. Luego, de otra cajita extrajo una fina cadena, también de oro, que sujetó a unos mínimos enganches en las abrazaderas tendiéndola entre ambas. Luego cruzó la capa de seda negra sobre mi pecho.

―¡Fantástico! ―exclamó con voz triunfal―tienes que ver esto Ernesto.

―Lo lamento señor, pero ahora me resulta imposible porque estamos en marcha ―respondió el aludido.

Al llegar al caserón, que cada vez me resulta menos lúgubre y una vez dentro del edificio, con el portón de entrada de vehículos ya cerrado. Ernesto abrió la puerta del amo y la mantuvo sujeta para que este se bajara.

―Ernesto, ayuda a mi prima a bajar y que camine un poco para que puedas ver el efecto que le hacen lo que le he traído.

Y así fue, mi mentor me ayudó a salir y tomándome de la mano, en alto como los bailes de las películas del siglo dieciocho, me hizo caminar en torno a él mientras me observaba. Cumpliendo mi papel bajé los ojos, y sin querer pude ver que su pantalón se abultaba generosamente con una erección que nunca, ninguno de los tres pudo imaginarse que sucedería; mi primo, ni dijo ni hizo nada, ni siquiera aparentó haberse percatado de ello, aunque yo sé que sí. El detalle de llamarme prima tendrá algo que decir.

―¿Y bien, qué te parece? ―pregunto mi primo con esa voz tan neutra que pone a veces.

―Excelente señor, ha atinado con la elección ―respondió el criado.

―No Ernesto, me refiero a Q.

―El señor ya sabe mi opinión, esos objetos solo hacen reforzar su ya de por si manifiesta sensualidad que de natural emana de su personalidad.

Un chisporroteo estalló en mi bajo vientre al oír aquellas palabras pronunciadas por el hombre que tan feliz me había hecho esos pocos días. Aunque confieso que un poco cursi sí que fue. Pero me encantó aunque no manifesté nada y contuve, como pude, los primeros impulsos de gemir ante el orgasmo que empezaba a desatárseme. Una caricia y me corría. Y eso hizo Ernesto tras al llevarme al cuarto para prepararme para la cena. Al retirarme las abrazaderas de los pezones me los acarició, y en un impulso le pedí que me los chupara. Y eso hizo. Me los besó, lamió y chupó, y mientras, su mano buscada entre mis muslos, entraba entre mis labios, penetraba en mi vagina y me hacía correrme en orgasmos silenciosos; ni siquiera los acompañaba por movimientos pélvicos. El entrenamiento funcionó. Luego me aseó convenientemente

La cena fue rápida e intrascendente, al acabar, contrariamente a lo que yo esperaba, mi primo no ordenó a Ernesto que me condujera a su cuarto y me preparara para el sexo. Solo le ordenó que me llevara al mío y me pusiera cómoda para que tuviera un buen descanso. Permanecí quieta, ciertamente desilusionada y creo que mi amo lo notó porque dijo ―debes de estar descansada y limpita para mañana.

Ernesto me llevó, me acomodó y antes de irse le pedí un beso, un peso casto en los labios. Me lo dio y me dijo que lo sentía, pero que era mejor así.

A la mañana siguiente, Ernesto me fue a buscar para el desayuno, luego me condujo al estudio de mi primo donde me acomodó sobre un amplio lecho cubierto de almohadones vestidos de suavísimos tejidos, y contrariamente a los gustos de mi primo, y a la decoración de la casa, de brillantes colores. Allí permanecí, haciendo nada, rodando sobre el lecho, adoptando mil posturas, alguna procaz, para que mi primo tomara rápidos apuntes hasta que regresó Ernesto anunciando la comida tras la cual me regresó al cuarto donde me dejaron descansar, aunque no se realmente de qué.

Ya el sol declinaba cuando Ernesto regresó con un carrito con lo que sería mi cena, muy ligera a base de licuados de fruta , supongo que para mantener mi recto limpito. Mientras daba cuenta de aquella miseria, Ernesto se ausentó para regresar con un perchero con ruedas donde colgaban varias prendas. Me liberó de todas las ataduras y de todas las prendas de ropa, me condujo al cuarto de baño donde me bañó con una delicadeza exquisita, tanta que mi deseo no hizo más que acrecentarse. Me secó con unas toallas suavísimas. Me condujo nuevamente al cuarto, me sentó frente al tocador y me secó el cabello que luego peinó con auténtica maestría tras lo cual me maquilló antes de colocarme la máscara de porcelana que el día anterior me había traído mi primo. Después comenzó el ritual de vestirme, todo en color negro, empezando por la lencería y los zapatitos de tacón exageradamente fino y alto. Luego me colocó la cadenita sujeta por abrazaderas a mis pezones, las muñequeras y tobilleras de piel negra y finalmente la gargantilla. Me puso de píe y me colocó el ya conocido tapón anal con cola de cabello negro, aquí protesté ligeramente y con el mejor de los sentidos le pregunté ―No tienes de zorra ―Ernesto se rió divertido y me puso el que tenía preparado, bien untado de crema lubricante. Después me vistió aquella capa de seda negra que cerró por delante sujetándola en corto con un broche. Luego la atusó haciéndola adherirse a la piel y con sus manos modeló la forma de mis tetas. No hace falta decir que mis pezones respondieron como debían. También mi Ernesto que sonrió complacido antes de darme un furtivo besito en los labios.

―Estás guapísima Q.

―Gracias por llamarme así.

―¿Ya no quieres que te llame esclava?

―Puedes llamarme como mejor quieras, puedo ser tu pupila, la esclava de tu amo o su prima, también puedo ser Q, depende de ti, para mi eres Ernesto.

―Gracias ―respondió sin más mientras me colocaba la correíta y me hacía seguirle por los largos pasillos.

Justo antes de salir al jardín, nos detuvimos, volvió a recomponerme la ropa, y los pezones, mientras en susurros me desgranaba las últimas instrucciones. Al salir al jardín mis pezones volvieron a dispararse bajo la tenue tela, el fresco aire de la noche me envolvió con una caricia que en mi sensibilidad excitó mi deseo de goce y placer. Justo antes de abrir la puerta de la sala del pacer, Ernesto se giró hacia mí y nuevamente en susurros preguntó. ― ¿Estás lista?

Asentí con la cabeza, hice una inspiración profunda y en un hilo de voz que ni yo misma oí respondí ―Vamos.

La estancia estaba iluminada únicamente con los apliques de las paredes lo que daba a la estancia un aspecto misterioso sin llegar a ser tenebroso. No sé cuántas personas había allí porque mantuve la vista baja. Ernesto me situó en el centro de un espacio iluminado por un par de focos. Soltó la correa del cuello, y abrió la capa para mostrar mi cuerpo a los presentes.

―Magnífica ―dijo una voz que luego identifiqué con el viejo amigo de mi primo que continuó― he de reconocer tu buen gusto querido amigo.

―Estoy convencido que cumplirá todas tu expectativas ―respondió mi primo.

El viejo se acercó, yo solo vi sus pies, pero noté como me acariciaba en vientre con el dorso de su mano para después hacer caer al suelo la capa. Antes de que la tela llegase al suelo ya levantada de la cadenita haciendo que mis pechos se elevaran mientras propinaba un par de sonoros cachetes en mis tetas que sonaron como aplausos. Yo no me moví, ni manifesté emoción ni reacción alguna. El viejo soltó la cadenita para tomarme de la barbilla y levantándome la cara buscar mi mirada que aparté. Con la otra mano hurgaba entre mis muslos penetrando por entre los labios de la vulva para alcanzar en mi vagina que encontró ya dispuesta, supongo que se daría cuenta de ello. Me soltó y retrocedió unos pasos, lo sé porque seguía viendo sus pies, atenazó mis nalgas con ambas manos antes de tirar ligeramente del tapón que recolocó nuevamente después de unos breves metesaca.

―Excelente, excelente querido amigo. Me sorprende lo bien educada que la tienes, si no fuera por lo que nos trae aquí te la pediría para mi.

―No está en venta ―respondió mi primo en un tono de voz que no dejaba lugar a dudas.

―No hay nada que nos epoda comprar y vender ―respondió desafiante el viejo.

―No es este el caso ―apostilló mi primo.

―Pero hoy… ―porfió el viejo.

―Hoy es diferente, es un regalo que ella hace voluntariamente ―terció mi primo sin dejarle acabar para continuar ―el acuerdo era para tu nieto.

―¿Qué más da mi nieto que yo? ―volvió a insistir.

―Es lo que hay, lo tomas o lo dejas, no hay más opciones ―zanjó mi primo.

De fondo oí el movimiento de Ernesto, he aprendido a reconocer el ruido que hace al caminar y al moverse. He esperado con ansia esos sonidos durante los días que precedieron a estos hechos.

―Tienes razón, ese era el acuerdo. ¿Dónde de se ha escondido mi nieto?

―Estoy aquí abuelo ―dijo una voz lejana, tímida y asustada.

―Tómala y hazte un hombre, pocas hembras encontrarás en tu vida tan hermosas y tan dispuestas como esta, utiliza ese lecho de los cojines de ahí ―dijo el viejo refiriéndose a una especie de cama redonda casi en el centro de la estancia; el mismo lugar done Ernesto, y mi primo, me habían hecho gozar tanto.

―Supongo que se trata de la primera vez de tu nieto ―preguntó mi primo.

―Es un poco alelado, necesita un empujoncito; yo a su edad ya había follado con varias mujeres de todas las edades ―fanfarroneo el viejo.

―Entonces ese no es el mejor lugar; si es su primera vez no podemos ponerle nervioso, he dispuesto un lugar más adecuado, tranquilo e íntimo―alegó mi querido primo antes de ordenar― Ernesto, lleva a la esclava y al nieto del señor al cuarto de las visitas.

Ernesto me cubrió con la capa, me tomó de la correa y me hizo seguirle. Tras de nosotros se arrastraba más que caminaba en joven virgen. Tras entrar en el cuarto de los invitados, desconocía ese nombre, Ernesto hizo ademán de comenzar a prepararme pero se lo impedí al ver al chico claramente asustado y evidentemente incómodo.

―Déjanos solos Ernesto, creo que antes tenemos que hablar alguna cosita.

Estaré fuera para que nadie entre ―dijo el criado antes de salir.

Me senté sobre la cama y llamé al joven pidiéndole que se sentara a mi lado. Lo primero que hice fue quitarme la máscara que dejé sobre la mesilla de noche, luego abrí la capa para quitarme con un gesto de alivio la cadena de oro que colgaba entre mis pezones.

―Es un incordio ― dije con la mejor de mis sonrisas y con toda la naturalidad que pude. Sin embargo yo misma me encontraba incómoda. El chico se había sentado a mi lado, pero mantenía una higiénica distancia, casi sanitaria. Una idea comenzó a rondarme y que pareció confirmarse cuando vi la expresión asustada en aquella carita inocente, de piel blanca y ojos azules como el cielo. Temblaba asustado como un pajarito.

―¿Tienes miedo a tu abuelo? ―pegunté.

El chico asintió con un leve movimiento de la cabeza así que continué.

―Y no quieres estar aquí ― hice un aligera pausa pero no era para que respondiera puesto antes de que lo hiciera continué― porque no te interesa lo que yo pueda darte ―el chico boqueó como asustado antes de finalizar mi frase ―porque eres gay.

El chico bajó los ojos antes de exhalar un suspiro y mirarme aún más asustado.

Esa reacción me motivó para decirle ―tu abuelo no tiene que saber nada, tu no tienes que hacer nada. Me importas tú, no tu abuelo, estoy aquí por ti.

El chico pareció dar un bote, como si se hubiera liberado de un gran peso, me miró y sonrió antes de preguntar ―¿Y cómo podemos hacer que mi abuelo no se decepcione?

―En primer lugar, tu abuelo ha de acostumbrarse a que eres una persona, con su propia personalidad y su albedrío. Tú serás lo que quieras ser. Tu eres gay y yo soy puta.

―¿Eres puta?

―Bueno no, no soy una puta, soy muy puta, un auténtico zorrón, pero solo me acuesto con quien quiero y cuando quiero.

―¿Y lo de hoy? ―preguntó.

―Lo de hoy es una parte de un juego de sumisión con mi primo ―se me escapó.

―Eso también será mi secreto ―dijo el jovencito.

―Gracias, eres un amor.

Luego me explicó su situación, me contó su vida, que su abuelo era un mal bicho, acostumbrado a mandar y homófobo radical además de otras lindezas. Al fallecer sus padres, su abuelo se hizo cargo de ellos, y de sus negocios. El problema era que sería capaz de incapacitarle si se enteraba de su identidad sexual para quedarse con la herencia que le corresponde de sus padres. Su hermana menor está en la misma situación.

Tuvimos una larga y agradable conversación, yo procuré que se sintiera cómodo, que se desinhibiera, que alejara toda presión. Mis propias ganas de follar hacía ya tiempo que se habían retirado. El tiempo trascurrió velozmente hasta que unos leves toques en la puerta precedieron la voz de mi dedicado guardián que nos advertía que ya deberíamos ir saliendo.

―Recordad que el viejo probablemente compruebe que hayáis tenido sexo. ―dijo la voz al otro lado de la puerta.

Aún sentado sobre la cama nos miramos estupefactos, no había caído en ello. Pro no hay nada, en cuestiones de sexo, que no pueda hacer. Me tumbé sobre la cama y le pedí que se desnudara. Asustado lo hizo con rapidez, volvía a estirar asustado.

―No se si podré, no me gustan las mujeres.

―¿Yo tampoco?

―Tu eres diferente ―respondió con un arranque de sinceridad que me hizo sentir realmente bien.

Le coloqué de modo que su polla quedaba al alcance de mi boca mientras sus mano hurgaba entre mis piernas. Le di rápidas instrucciones de cómo hacer y comenzamos. El hecho de que mis ganas de follar se hubieran retirado no quiere decir que hubieran desaparecido, solo que habían quedado temporalmente suspendidas., así que pronto reaccioné y sin tapujos gemí y contoneé la cadera en un orgasmo que por tardío no dejaba de ser esperado. Es cierto que aquel chico era gay y que su deseo sexual no se satisface con una mujer, pero mi boca es gloria pura; logre su erección y antes de que ambos pudiéramos darnos cuenta y cumpliendo mis órdenes se colocó sobre mí y me la metió para inmediatamente corrérseme dentro. Lo sujeté fuerte para que todo quedara muy dentro. Luego, tras recobrar un poco de aliento llamamos a Ernesto que me vistió y nos acompañó al salón azul donde esperaban el viejo y mi primo. Tenía razón Ernesto ya que el viejo. Nada más entrar se me abalanzó y me metió los dedos por la vagina para sacarlos untados de fluidos que olió para convencerse que era semen. Luego se dirigió a Ernesto y le ordenó bajarse los pantalones, el pene del criado,  que estaba fláccido comenzó una inesperada erección cuando el viejo lo tomó y retiro la piel del prepucio en búsqueda del delator semen. Al ver la erección de mi amado mentor, el viejo soltó el pene mientas mascullaba, en este caso un halago ―degenerado.

Mientras, el jovencito nieto, desde el lado de mi primo, sonreía satisfecho y algo comentó al oído de mi primo que sonrió con complicidad.

―¿Qué te ha dicho mi nieto tan en secreto? ―bramó el viejo.

―Me la ha pedido para más veces ―respondió complacido mi querido primito.

―Pues será en otra ocasión porque ahora hemos de irnos, mi nieto ya ha hecho lo que veníamos a hacer ―dijo cortante el viejo.

Me dejaron en la sala, sujeta por un brazo a uno de los postes donde Ernesto me había azotado mientras los invitados la abandonaban acompañados por mi amo y mi mentor. Pude ver, como muy disimuladamente, el chico entregada a mi Ernesto un papelito.

Pocos minutos después, regresó mi mentor para conducirme a mi cuarto. Como todas las noches me duchó, secó, peinó y preparó para el sueño. Recién sentada sobre la cama, para que Ernesto me sujetara a la cama apareció mi primo que se detuvo en la puerta, mientras nosotros dos nos quedamos mirándole. Luego, mi primo entró lentamente en el cuarto, con pasos largos y pausados y mirándonos con lo que me atrevería a definir como cara divertida lanzó ―Vosotros dos tenéis muchas cosas que contarme ―Luego se volvió y se fue. Aquella noche dormí sin atar.

Cuando acudí a desayunar, Ernesto que como siempre me acompañaba estaba especialmente silencioso, muy en su papel, quizás demasiado. Temí que mi primo se hubiera enterado de algo.

Nada más sentarme, mi primo ordenó a Ernesto que hiciera lo mismo, que se sentara a mi lado luego lanzó un largo discurso que empezó ―Ernesto me lo ha contado todo. ―Y relacionó todo lo que mi mentor y su esclava habíamos hecho aquellos días para finalizar con el asunto del viejo y su nieto. Yo estaba confusa, asustada, no quería disgustarle de ninguna manera. Aunque lo que me sobran son hombres con los que follar, a mi primo lo amo. A Ernesto también.

―De lo que habéis hecho con el chico me parece maravilloso ―dijo sorprendentemente mi primo y continuó― pero lo que habéis hecho vosotros dos solo tiene un nombre.

Abrí la boca para responderle pero con un gesto me pidió silencio. ―No querida prima, no es justo, yo te lo había dejado para que te educara, no para que os enamorarais.

―No estamos enamorados ―le corté― es solo sexo, como contigo.

―¿Pones a Eduardo a mí mismo nivel?

―Querido primo, tu criado ha follado maravillosamente bien a tu esclava.

Confieso que la reacción de mi primo me sorprendió, soltó una gran y sonora carcajada.

―Me encanta que mi esclava y mi criado hayan follado estos días y me encantaría que lo siguieran haciendo ―Luego se tomó su tiempo para continuar― desde ahora ya no seréis ni mi criado ni mi esclava, quiero que seáis mi amigo y mi prima. Es más, me gustaría que follarais sin tapujos, incluso delante de mí.

―¿Incluso los tres? ―pregunté.

―No querida prima, no sería capaz de hacerte nada, sería imposible dejar de mirarte, aún recuerdo la delicia de tu expresión en el parque aquella noche.

Tras el desayuno follé con Ernesto, sobre el lecho del estudio de mi primo, mientras este tomaba apuntes. Me corrí como pocas veces sabiéndome observada por mi amado primo mientras era follada por aquel artista del sexo que es Ernesto. No fue solo follar, fue también posar para los apuntes, parándonos en diferentes posturas, con la polla de Ernesto a medio meter dentro de mi coño, o en mi boca, o en mi culo, o entre mis tetas. Ernesto prolongó todo lo que pudo las corridas para alargar cada polvo. Las sucesivas paradas que hacía se sustanciaban en asombrosas caricias y sobre todo en sabias comidas de coño o de tetas.

La tarde fue de descanso absoluto. La noche la pasé con mi primo, besándonos, abrazándonos, diciéndonos lo mucho que nos queremos, follando como locos. Esta vez fuimos solos, Ernesto no me preparó, ya lo había hecho.

De regreso a la estación para tomar el tren y mientras esperaba por él, Ernesto y yo mantuvimos una larga y fructífera conversación. Yo ya sabía de su historia por mi primo, ahora no solo me lo confirmó si no que además, me lo amplió. Quedamos que me visitaría en mi ciudad y que un día, yo le acompañaría a su casa. He de confirmarte que me visitó, varias veces, y hasta en casa de mi tío para disgusto de este. Y también fui a su casa, a ver a su familia; y follamos, en ambos sitios, pero eso es otra historia.

Q.

P.D. Esa última noche, le dije a mi primo que seguiría siendo su esclava sexual, cada vez que me lo pidiera, y a propuesta suya, cada vez que yo quisiera. Confieso que esa concesión me la arrancó en plena oleada de orgasmos.

 

 

Cartas de Q

Q es un amiga que nos cuenta su ajetreada vida sexual en forma de cartas, periódicamente nos envía una para darnos a conocer su intensa vida sexual. Discreta como pocas, es una mujer que disfruta del sexo intensamente practicándolo de forma entregada y libre.

Dispone de un amplía lista de compañeros de juegos y también de compañeras. Desde sus sobrinos, tío, vecino, amigas, hijos de sus amigas, en definitiva, cualquiera que sea capaz de cumplir sus exigencias sexuales.

Van dispuestas según se han ido recibiendo, la más antigua arriba y la más moderna al final, aunque cronológicamente no sigan el orden establecido.

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