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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Experiencia definitiva
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Al día siguiente por la mañana, Manuel estaba mirando páginas de internet de la zona para hacer actividades juntos, pero no de excursiones ni playas, estaba visitando una donde alquilaban mazmorras BDSM totalmente equipadas. Me miró y me preguntó qué me parecía.

La verdad, que estaban muy bien, con inspiración de antiguo castillo e instrumentos tipo medieval, era excitante. Me dijo que uno alquilado teníamos toda la noche, y se lo comunicó a las chicas. Quede un poco asombrado, y excitado.

Pasamos el día en la playa, comimos y volvimos al hotel. Nos cambiamos y cogimos uno de los coches para ir a la dirección indicada. Era una antigua casa de labranza a las afueras de la ciudad, muy discreta y arreglada. Aparcamos en la zona reservada y nos dirigimos a la puerta.

Nos abrió un hombre de unos 45 años, alto, moreno y fuerte, bien vestido, que pregunto el número de reserva. Manuel le respondió, y tras consultar su Ipad, dijo― Todo correcto. Santa Inquisición, sabia elección ¿Su primera vez?

― En algo así, si, pero tenemos experiencia en mazmorras modernas, ellos no, ―dijo Manuel señalándonos.

― Perfecto, acompáñenme ―dijo el hombre.

Nos guió por el caserío elegantemente decorado y con muchas puertas cerradas por todos lados. Cruzamos un patio trasero y fuimos dirección a lo que debieron ser caballerizas o cuadras en su momento. Nos paramos frente a una puerta de madera antigua y enorme, decorada con una cruz templaria. La abrió y era una recreación total de una antigua mazmorra o celda de cualquier película medieval, con cruces, potros, látigos, grilletes, incluso un fuego con hierros para marcar. Toda la iluminación era de velas.

― En la puerta del fondo tienen un cuarto para descansar, con lavabo, ducha y nevera con bebida y comida. Tienen hasta las 11 de mañana para salir. La Mazmorra está completamente insonorizada, y tienen un telefonillo dentro del cuarto que les contactará conmigo si necesitan algo especial. Por ser su primera vez, y de manera totalmente gratuita, tiene los servicios completos de un sumiso o una sumisa del local. En unos 15 minutos, en cuanto se acomoden, pasare con los que estén libres para que escojan.

Se despidió y nos dejó. Fuimos al cuarto a dejar las bolsas y dimos un vistazo rápido a todo el sitio. La verdad que empezaba a estar muy excitado. Vanesa y Silvia reían de forma nerviosa mirando los instrumentos.

Llamaron a la puerta, era el hombre, que entro seguido de tres mujeres y dos hombres. Las chicas estaban muy bien, desnudas completamente, con la mirada fija en el suelo, dos morenas y una rubia. Creo que los cuatro nos fijamos en la misma morena, de unos 25 años, de generosos pechos redondos, con pezones atravesados por piercings, y un gran tatuaje de un dragón en el costado. De los hombres, destacaba un menudo pelirrojo, de unos 30 años, de cuerpo muy definido, pero delgado, pero con un pollón de buenas dimensiones colgando, aun en reposo. Me dio un poco de envidia, la verdad. Las chicas se miraban entre ellas y a la entrepierna del chaval.

― Creo que nos quedamos esta ―dijo Manuel señalando a la morena del Tattoo.

― Buena elección, María nunca defrauda. La palabra de seguridad es fuego, peo nunca en los tres años que lleva aquí, la ha usado, su nivel de aguante al dolor es elevado, y además es muy zorra, se corre como una loca. Veo que las señoras se han fijado en Damián. Es muy complaciente y muy sumiso. Le encanta ser humillado y usado. Si lo desean, pueden solicitar el cambio de sumiso y probar a media noche con él, solo llamen y se lo traigo. Que disfruten.

Dicho esto se fue con las dos mujeres y los dos hombres.

María entró, se dirigió a una esquina y se arrodilló sin mediar palabra con la vista siempre al suelo. Manuel fue al cuarto y nos pidió que le acompañáramos a ponernos cómodos.

Nos desnudamos y salimos, yo no sabía bien por dónde empezar y él tomó las riendas.

― Vanesa, dijo a su hermana, ven a la cruz.

Vanesa fue sin decir nada, y se puso de cara a ella. Manuel la sujetó por las muñecas y los tobillos con las correas que había dejándola en forma de x, totalmente abierta, indefensa y expuesta. A Silvia la llevó a un potro, donde apoyándola sobre el vientre, amarró sus manos a un lado y las piernas totalmente separadas a las patas del potro, con su culo y coño bien expuestos y abiertos. Llamó a María y la hizo tumbarse en una mesa de madera, con una gran polea en uno de los lados, era la típica donde se estiraba a los presos hasta desmembrarlos. La ató de piernas y manos, boca arriba, y le puso una mordaza. Yo ya no cabía en mí de excitación. Tres mujeres totalmente indefensas y expuestas para nuestro deleite, uso y disfrute.

Fui directamente a la mesa y tensé la polea un par de vueltas. El cuerpo de María se tensó, arqueando la espalda y exponiendo sus enormes tetas. Agarré una fusta y se las empecé a golpear, dejando varias marcas rojizas en ellos. Tensé un poco más la polea y le puse unas pinzas en los erguidos pezones. Eran metálicas y bastante fuertes, y apretaban sin piedad. María se retorcía y babeaba, pero no soltó ni un gemido, sin embargo su raja empezaba a lubricar, y su cuerpo a sudar. Me fijé en Manuel, que había amordazado a su hermana, y comenzaba a azotarla con un látigo de varias colas. Le daba bastante fuerte, porque las marcas se dejaban ver enseguida. Le comenté que no la marcara mucho, que nos quedaban días de playa, lo que aceptó con cara de resignación. Después de descargar un golpe más duro que los anteriores, respondido por un ahogado grito de Vanesa. Le untó aceite en la espalda y nalgas, para que los latigazos doliesen igual pero marcaran menos.

Me dirigí a mi cuñada, amarrada al potro, y aun sin usar, intentado ver que hacíamos, pero no podía desde su posición. Para su mayor tormento, le vendé los ojos y le tapé la boca también.

Unté su culo con mucho aceite y le lubriqué bien sus dos agujeros, para después darle unos azotes con una raqueta de piel. A pesar del aceite, enseguida se puso rojo. Yo necesitaba follar ya o mi polla iba a estallar, cuando vi a Manuel haciéndolo con su hermana en la cruz, de manera bastante fuerte. Parece que los dos estábamos igual. Sin más metí mi polla en el culo de Silvia, que la tragó de golpe y sin resistencia. Ella se estremeció un poco y empezó a jadear, pero no le di tiempo a terminar, porque me corrí dentro enseguida. Seguí dándole un rato más mientras veía a mi cuñado, que también había terminado de bombear dentro de su hermana. Los dos optamos por el culo, porque del de mi mujer, dilatado y rojo, salía un chorro de semen muslos abajo. Le quité la mordaza a Silvia y llamé a Manuel para que nos chupara y limpiara la polla a los dos.

Tensamos un poco más la polea de María, que ahora si parecía estar al límite, y en esa postura, comenzamos a azotar si vientre y sus pechos, con bastante fuerza. El látigo de 7 colas, además, dejaba algún correazo extra en su pubis, y alguno incluso llegaba a los labios de su vagina, arrancándole este algún gemido, por fin. Con una fina vara de bambú, le azoté los inhiestos y turgentes pechos, y uno de los golpes, dio de pleno en un pezón, soltando de manera brusca la hiriente pinza de metal, que dejó el pezón muy marcado y enrojecido, y la hizo volver a gemir y arquear la espalda. Dimos por concluido el castigo aquí, y aflojamos la polea para dejarla descansar un poco. Soltamos también a Vanesa, pero para darle la vuelta y dejarla de frente, viendo por primera vez la totalidad de la sala. Manuel le puso unas pinzas en los pezones, similares a las que lucía María. Con una cuerda comenzó a rodear sus tetas, haciéndolas erguirse e hincharse por la presión de la misma. A su vez, me mandó tirar de las pinzas de los pezones, mientras con un cordel más fino, daba varias vueltas a estos, dejándolos muy erguidos también, Vanesa tenia semblante de dolor, y la saliva que caía de su boca, hacia brillar sus tetas y vientre a la luz de la velas de la mazmorra. De las pinzas, colgué dos pequeñas pesas metálicas, que estiraron los pezones hacia debajo de forma dolorosa, por su gesto. Con las piernas totalmente separadas y el sexo obscenamente expuesto, Manuel le puso otro par de pinzas en los labios vaginales, y una tercera en el clítoris, que la hizo chillar de forma audible. Esto pareció gustarle a su hermano, que comenzó a abrir y cerrar la misma varias veces. Consiguiendo el mismo resultado cada vez.

A Silvia la pusimos en un camastro, similar a una silla ginecológica, tumbada sobre la espalda, con los brazos atados sobre la cabeza, y las piernas muy separadas atadas en unos estribos, dejando expuesta y totalmente abierta la entrepierna. En esa postura, Manuel le introdujo un dildo de madera hueco, que estaba unido por un tubo de goma a un pequeño depósito de agua que colgaba del techo. Abrió una pequeña llave de paso, y los tres litros de agua empezaron a inundar su vientre poco a poco, mientras este se iba hinchando con el líquido. Sus pechos a la vez, sufrieron el mismo calvario de Vanesa, con las cuerdas y los cordeles, además de las pinzas.

Llevamos a María al potro y la atamos en la misma posición que había estado Silvia. V, viendo lo lubricada y excitada que estaba, y como nos habíamos puesto nosotros de nuevo, tras hurgar un poco su culo con mis dedos, se la metí entera de un golpe, y Manuel hacia lo mismo por su boca. Por los sonidos que emitía, debía estar follándole la boca con fuerza, porque se le escapó incluso alguna arcada, mientras yo seguía rompiéndole el culo con rabia.

Después de un rato, quise probar lo que hacía Manuel e intercambiamos posiciones. Comencé a follarla por la boca, con la misma fuerza que hice en su culo, y notaba como, con los envites, mi glande se abría paso garganta abajo. Estaba a punto de correrme y se la dejé metida descargando todo mi chorro directo a la garganta. La saqué un poco y ella comenzó a lamerme, afanosa en limpiar todos los restos. Manuel ocupó mi lugar y tardó poco en acabar también en su garganta.

Mientras Silvia se retorcía, con los tres litros de agua completos en su interior y el dildo de madera, que le impedía evacuar todo el líquido, y Vanesa en la cruz, con los pesos colgando de sus pezones y sus labios, y las tetas de un color morado leve, por la falta de circulación debido a las ataduras, parecía no resistir mucho más el tormento, por lo que procedimos a liberar momentáneamente a las tres mujeres. Ordenamos a María que ayudase a Silvia a desalojar el líquido y después les hiciera correrse a las dos mientras nosotros nos dábamos una ducha. Les dijimos a nuestras mujeres que cuando acabaran nos acompañaran.

Después de ducharnos y reponer fuerzas, volvimos los cuatro a la sala, donde María, sumisa, estaba esperando en la misma postura que al principio.

― Esta zorra se ha dejado follar por nuestros hombres, y parece haberle gustado, tendremos que darle una lección ―dijo Vanesa, mirando a Silvia, la cual asintió con una pícara sonrisa en el rostro.

Manuel y yo nos hicimos a un lado. La ataron de espaldas en la cruz y comenzaron a castigarla con fuerza, tanto con la vara de bambú, como con el látigo de 7 colas. Este último llegaba muchas veces a las nalgas, que en algunas zonas, ya parecía que iba a brotar algo de sangre, pero María solo jadeaba con alguna lagrima resbalando por las mejillas, aguantando estoicamente el castigo. Era impresionante. Silvia introdujo la mano entre sus piernas y dijo asombrada.

― Pero si esta cachonda, la muy zorra, no sigas, que igual se corre. Ja, ja, ja. A esta le hago yo decir la palabra, vaya si lo consigo.

Y dicho esto tomó un dildo metálico de gran tamaño, con protuberancias, y se lo introdujo dentro entero. Entró con facilidad, por lo que su humedad era obvia. El aparato, en la base, tenía una palomilla que al girarla, se abría en cuatro paredes, como un especulo médico, aumentado aún más su tamaño, y dilatando el coño de María, que se retorcía y gemía, pero se dejaba hacer.

Como seguía sin pedir parar, Vanesa, para mi asombro, tomo la iniciativa y tomo un hierro candente del fuego, y lo acerco al metal del consolador, aumentando la temperatura dentro de ella, pero seguía sin decir la palabra que terminaría con su sufrimiento. Acercó el mismo hierro a uno de sus pezones, casi tocándolo, pero el resultado fue el mismo. María estaba empapada en sudor, lágrimas y fluidos.

Silvia vio en el fuego unas largas, candentes y afiladas agujas. Tomo una y unas tenazas. Cogió con ellas uno de los pezones de María lo estiró y acercó la aguja. Esta negaba con la cabeza, mientras Vanesa le decía― ¡Dilo, dilo!

Pero María solo cerró los ojos. Silvia acercó más la aguja, y le perforó el pezón con ella. María se retorcía y sollozaba, por momentos parecía flaquear, pero seguía aguantando. Vanesa, para nuestro estupor, hizo la misma maniobra en el otro pezón, con el mismo resultado. Ahora, con otro hierro candente, se dedicaron a calentar tanto las agujas como los piercings que atravesaban los pezones de María, arrancando alaridos de dolor, gemidos y contoneos, lágrimas y fluidos vaginales, todo el brutal juego, la estaba excitando sobremanera.

Sin darnos cuenta, ya habían pasado más de 6 horas. Vanesa y Silvia dieron por concluida la tortura a María, la soltaron y acompañaron al cuarto, donde la ducharon y calmaron sus heridas con cremas. Después la tumbaron en la cama, y la deleitaron con una comida de coño a dos bocas que le arrancó un par de orgasmos. Nosotros estábamos tan excitados con lo vivido primero en la mazmorra, y la visión de aquellas tres mujeres en la cama, que nos acercamos por detrás a las dos y las penetramos sin más. Yo, con mi mujer, no tardamos ni tres minutos en venirnos en un orgasmo simultáneo, mientras Silvia y Manu hacían lo mismo.

Vanesa, con cuatro dedos en la vagina de María, y Silvia comiéndole el clítoris mientras le penetraba el culo con otro dedo, le arrancaron el tercero a ella.

Dimos por terminada la sesión, y permitimos a María, que nos pidió permiso para hablar, quedarse un rato conversando y contándonos un poco su historia. Al rato llamamos para que viniesen a recogerla y el encargado nos ofreció los servicios del pelirrojo, pero las chicas desistieron, para nuestro agrado.

Después de un rato de descanso, Silvia dijo que quería probar la mesa de estiramiento donde había estado María, que era la única que había pasado por ella. No soportó la mitad de vueltas que María había sufrido, lo que dejó patente su elevado grado de tolerancia al dolor. La verdad que ver el cuerpo de una mujer estirado al máximo, con la espalda arqueada exponiendo sus pechos al máximo, es una visión excitante.

Vanesa, que inspeccionaba la mazmorra, se acercó al fuego donde estaban los hierros, y vio por primera vez, en un lateral, un juego completo de abecedario, de letras muy elegantes y trabajadas, así como varios símbolos. Se acercó con la letra R, que es la primera letra de nuestro primer apellido, tanto el mío, como el de los hermanos, y el de mi cuñada, casualidades de la vida. Se acercó a Silvia y le susurro algo al oído, mientras esta asentía.

― ¿Os gustaría marcarnos como de vuestra propiedad? ―Preguntó de repente Vanessa― Con esta letra las dos perteneceremos a ambos ¿qué os parece?

Manuel y yo nos miramos y casi al unísono preguntamos― ¿Estáis seguras?

― Si, amos― respondieron las dos a la vez.

― DE acuerdo, vamos a ello.

Manuel cogió el hierro y lo puso en el fuego, mientras yo me acerqué a Silvia y tensé un poco más la polea. Un quejido salió de su boca, arqueando aún más la espalda, eso me excitó bastante.

― ¿Marcas tu a Silvia y yo a Vanesa? ―Dijo Manuel.

― Perfecto ―respondí― ¿Algún sitio concreto?

― Elige tú ―me dijo.

Aprovechando la postura del torno, decidí marcarla en el pubis, muy cerca de vulva, pensé que sería muy erótico ver esa marca ahí, y además, practico, pues podría seguí usando bikini sin que se viera. Tomé el hierro que estaba al rojo vivo, lo acerqué, Silvia cerró fuertemente los ojos, apretó los labios, y la marqué. Un fuerte grito salió de su boca, y lágrimas recorrieron sus mejillas. En la postura que estaba, le era imposible retorcerse, mientras yo aguantaba el hierro firme, hasta que empezó a enfriar. Al retirarlo, una preciosa y labrada R quedo impresa en la zona, enrojecida y quemada. Cuando cicatrizase, luciría preciosa. Vanesa, veía horrorizada, que la idea igual no había sido tan buena.

― Es un sitio perfecto para marcar, hermanita, te toca ―dijo Manuel, mientras yo soltaba a Silvia para dejar el sitio libre para ella.

La acompañé a la ducha y volví para el marcado de mi mujer. Si alguien me hubiese dicho meses atrás lo que estaba pasando, y el grado de lujuria y vicio que estaba alcanzando mi mujer en esta mazmorra, hubiera dicho que estaba loco.

Puesta en el torno, empecé a girar, y de primeras aguantó una vuelta más que su cuñada. Giré otro poco más y empezó a gemir y arquear, pero sin quejarse, un poco más, un poco más, hasta que empezó a rogar que parase. Menos de dos vueltas le faltaron para alcanzar el límite de María, increíble. Lucía espectacular, estirada y arqueada al máximo, el cuerpo brillante por el sudor y los pechos expuestos y desafiantes. Pensé en como estaría uno de ellos con la marca muy cerca del pezón y me empalmé de inmediato.

― No estaría mal marcarle las tetas ¿eh? ―Dijo su hermano.

― Me has leído el pensamiento ―respondí― pero se vería demasiado.

― ¡Hacedlo! lo luciré orgullosa― jadeo Vanesa.

Manuel y yo nos miramos atónitos, y este no le dio tiempo a arrepentirse, estaba deseando hacerlo. Tomó el hierro, y muy cerca del pezón por la parte interna del pecho izquierdo, la marcó.

El grito fue bastante intenso y el gesto de dolor también. Las lágrimas cubrían su cara y el sudor su cuerpo. Manuel mantuvo el hierro candente durante unos segundos más. Silvia observaba atónita desde la puerta del cuarto, y se acercó para calmar y consolar a su cuñada besándola profundamente en la boca, mientras estimulaba su clítoris con la mano.

Manuel retiró el hierro y la preciosa letra, lucia, hinchada y enrojecida, en su pecho, muy cerca del pezón. Era una dolorosa obra de arte.

Aflojé un poco la polea, le solté los pies, dejándola solamente atada por las muñecas, con los brazos estirados sobre la cabeza. Mandé a Silvia quitarse, Me subí a torno, le besé los labios, le besé suavemente la nueva marca, lo que le hizo erizar la piel. Le lamí con suavidad la herida, como hace una madre con su cachorro herido, le separé un poco las piernas, y esa vez, y por primera en todas las vacaciones, le hice el amor suavemente hasta corrernos los dos en un intenso orgasmo simultaneo. Vi a Manuel haciéndolo al fondo, en el suelo, con su mujer. Solté a Vanesa, y nos fuimos a duchar y vestirnos. Al rato llegaron mis cuñados, hicieron lo mismo, nos vestimos y nos fuimos, contentos, cansados, ellas doloridas, pero los cuatro con una sonrisa en la boca, y más unidos que nunca.

Llegamos al apartamento y nos fuimos directamente a dormir, hasta la tarde del día siguiente, que había amanecido nublado, y así seguía.

Salí a tomar un café y me acerqué a una farmacia a comprar una pomada para tratar quemaduras, para que las chicas se la pusieran. En el apartamento todos dormían aun. Aproveché a dar un paseo solo y meditar un poco sobre todos los acontecimientos acaecidos el día anterior.

Cuando llegué al apartamento ya estaban todos levantados, eran casi las ocho de la tarde. Les di la pomada a las chicas, que me lo agradecieron pidiéndome que se la aplicara yo mismo.

Vanesa apartó un poco la camiseta sacando el pecho, estaba enrojecido por la zona de la quemadura, e hinchado, pero la R lucia esplendida. Le pregunte si le dolía y me dijo que un poco. Le puse una cantidad generosa de crema con mucho cuidado. Al lado se sentó Silvia, con el pantalón bajado, la misma imagen tan cerca de su vulva, era muy excitante. Tenía dos pedazos de mujeres marcadas con la inicial de mi apellido. Nos pertenecían, desde ese momento, y para siempre, solo a nosotros dos. Le extendí la crema, con cuidado también, pero la cercanía con los labios vaginales, el frescor de la crema, y el contacto de mis dedos, hicieron que Silvia empezara a gemir y contonear las caderas. Se empezaba a excitar.

― ¿En serio? ―Pregunte.

― ¿Qué quieres? Me estas poniendo a mil ―respondió ella.

― Pues así te vas a quedar ―respondí― Vestiros, que vamos a salir a cenar.

Con gesto de decepción, se subió el pantalón y las dos chicas marcharon a vestirse. Manuel me miró con aprobación.

― Veo que te estás metiendo muy bien en tu nuevo roll, eso está bien. Tengo una idea en mente desde hace tiempo, cenando lo hablamos, porque con todo esto que está pasando, igual ahora si se puede llevar a cabo, me dijo.

De camino al restaurante, Vanesa me dijo― Fue excitante ver la aguja atravesar el pezón de María, creo que me corrí haciéndolo. Quiero sentirlo en los míos, quiero anillarlos.

― Si lo haces, lo quiero completo, clítoris y ombligo también ―respondí.

― Perfecto, lo que tú quieras ―dijo asintiendo con la cabeza.

Silvia y Manuel se giraron complacidos por la propuesta de Vanesa, y Silvia comento que también lo haría.

― Bueno, pues recientemente he adquirido una propiedad con el dinero de la venta de las fincas de mi suegro, recientemente fallecido, comenzó a decir Manuel, mientras degustábamos una botella de Merlot blanco antes de cenar.

― Es un chalet a las afueras de Oviedo, bastante cerca de todo, pero lo suficientemente alejado de vecinos indiscretos.

― Es precioso, comento Silvia.

― ¿Volvéis a casa? ―Pregunté.

― Es precioso y enorme ―me cortó Manuel― y está casi listo. Tiene dos plantas completamente independientes, pero unidas por una escalera interior, dos salones, tres baños, cinco habitaciones, solo se compartiría la cocina, si aceptáis vivir los cuatro juntos.

― ¿Cómo? ―Dijimos Vanesa y yo al unísono.

― Queremos que os planteéis vivir juntos, estos encuentros unos días al año, Silvia y yo queremos que sean permanentes, os necesitamos, y creo que vosotros a nosotros igual, por lo que he visto. Además, ahora somos copropietarios de estas dos bellezas ―dijo Manuel mientras se reía. Lo que nadie sabe, ni siquiera mi mujer, pues era una sorpresa, es que he equipado el sótano completamente para nuestros juegos, es una mazmorra insonorizada y con todo lo necesario para pasar largas jornadas allí. No contestéis ahora, pensarlo y mañana hablamos, ahora vamos a disfrutar del vino y la cena.

Yo no me quitaba la idea de la cabeza, mientras hablábamos de cosas triviales durante la cena. Ver a mi cuñado torturar y follarse a su hermana, mi mujer, unos días al año, era excitante ¿pero todos los días? ¿Podría mi ego soportar eso? Por otro lado, yo tendría a Silvia para mí, cuando y para lo que quisiera, eso era mucho a favor, la verdad. Me sentí un poco mal por el pensamiento de egoísmo, quería a las dos para mí, pero dudaba si me gustaría compartir la mía.

Esa noche ni follé ni dormí, dejé a Vanesa recuperarse del todo, para poder disfrutar los últimos días de vacaciones. La idea de Manuel, me rondaba la cabeza y no se me iba. Al final, la desperté y se lo pregunté― ¿Qué opinas de la propuesta de tu hermano?

― No está mal, siempre quisimos vender el piso e irnos a una casa, y ahora tenemos la oportunidad de hacerlo y mantener nuestro piso. Y la idea de tener dos hombres que me posean cuando quieran, a los que amo con locura, y a Silvia, para compartir nuestro placer, y ver cómo te la follas y la castigas, que me pone mucho, yo creo que deberíamos aceptar, pero tu mandas, amor, me contestó.

― De acuerdo, veremos lo que hacemos, iremos a verla primero. Vamos a desayunar.

Nos levantamos justo en el momento que Manuel entraba con unos croissants recién hechos. Silvia estaba haciendo café.

― Chicas en un par de horas, tenéis cita para anillaros en un estudio que encontré aquí cerca ―dijo Manuel nada más entrar.

― ¡Perfecto! ―Exclamaron al unísono las dos.

Tras desayunar, nos vestimos y partimos al estudio. Había un tío, bastante fornido, completamente tatuado, con brazos musculados, de unos 30 años. Con el estaban dos chicas jóvenes, bastante tatuadas también, con dilataciones y piercings por todas partes. Una de ellas dejaba adivinar a través de la tela de la ajustada camiseta de Ramones que llevaba, los pezones con piercings, pues se notaban perfectamente los mismos y las bolas. Me imagine a Vanesa, que siempre llevaba sujetador para no marcar los suyos, en camiseta o vestido, con los pezones insinuantes y las bolas de los piercing a ambos lados, y tuve una erección.

― Aquí estamos, puntuales ―dijo Manu.

― Perfecto ―dijo el hombre― Soy Salva, mucho gusto, acompañar a mis chicas atrás, y ellas os preparan.

Dicho esto, Vanesa y Silvia siguieron a las muchachas tras unas cortinas. Salva nos sirvió unos chupitos y nos ofreció fumar. Aceptamos los chupitos. Una de las chicas salió al rato.

― Están listas Salva ―dijo.

― Perfecto, vamos allá, venid ―dijo.

Le seguimos a una sala, con todo el instrumental, bastante grande para el tamaño de la tienda. Y allí estaban Silvia y Vanesa, en dos sillas ginecológicas, completamente desnudas y expuestas. Las piernas en los estribos, atadas con correas de cuero y ampliamente abiertas de piernas. Los brazos libres y recostadas hacia detrás. La erección me vino de nuevo. Quería una de esas sillas para el sótano de la nueva casa.

― Bien ―dijo Salva mientras se ponía unos guantes de látex― Lo hablado ¿no? ―Pregunto.

Manuel asintió con la cabeza. Salva se acercó a Silvia primero, al ver la marca en su ingle exclamo ― ¡Precioso! y muy reciente ―dijo mientras buscaba algo en el cuerpo de Vanesa― Y ella también ¡que pasada! ―Dijo― ¿De cuál de los dos son? ―Pregunto.

― Al 50% ―aclaré― Nuestro apellidos empiezan igual ¡los cuatro!

― Si me permitís ciertas “licencias” con estas zorritas, no os cobraré el trabajo, ¿Qué os parece?

― ¿A que te refieres? ―Pregunté con el semblante serio― No son putas y no están en venta.

― Tranquilo tío, relájate ―me dijo― Están muy buenas, y son sumisas. En mi trabajo veo mucha teta y coñito, pero puedo tocar lo justo, las muy zorras enseguida se mosquean si te pasas un poco, y acabo con unos empalmes de la ostia. Dejarme trabajarlas sin cortarme, sobar un poco más, je, je, je solo eso. Si veis que me paso, me paráis.

― De acuerdo ―dijo Manuel― ¿Verdad? ―Me preguntó― Son 300€ que nos podemos ahorrar, y seguro que a ellas les gusta.

― Bien, adelante― dije.

Salva dio instrucciones a sus chicas, que empezaron a tomar medidas y desinfectar las zonas mientras el preparaba todo. Nos señaló un muestrario para elegir las piezas, mientras. Teníamos claro que las dos irían iguales.

Con todo preparado, y como suponía por como la miraba desde el principio, empezó por Vanesa. Le manoseó los pezones con bastante fuerza, con las manos impregnadas en gel hidroalcohólico para desinfectar. Después marcó unos puntos a ambos lados del pezón con rotulador, se separé un poco, borró uno de ellos, lo marcó de nuevo algo más desplazado, volvió a mirar y asintió con la cabeza. Tapó con una gasa la R del pecho, para no rozarla, y fue al ombligo. Ahí no se detuvo demasiado y en un par de minutos lo tenía marcado.

El clítoris fue otra historia. Introdujo un bastoncillo con desinfectante bajo y alrededor, limpió bien la zona, y cuando cogió el rotulador para marcar, introdujo, sin esfuerzo, dos dedos dentro de la vagina.

― ¡Esta empapada la muy guarra! ― Dijo riendo.

Vanesa, que nunca se había visto así, se ruborizo un poco, pero Salva comenzó a mover los dedos y el rubor se convirtió en jadeos. Mientras la masturbaba, marcó los puntos arriba y abajo para la perforación.

― No te corras todavía, primero toca sufrir ―le espetó riendo, mientras sacaba los dedos.

Mientras cambiaba los guantes, una de las chicas, atrapó los pezones con una especie de tijeras, pero planas en el extremo y huecas, a través de los agujeros se veían las marcas hechas. Estaba claro que todo era muy profesional.

Elegimos para los pezones unos que era una barra con bolas a los lados, y con medio círculo que rodeaba la parte baja del pezón, con forma estrellada. Era perfecto para poner las pinzas del estimulador eléctrico. Para el ombligo una barra semicurva con dos pequeñas piedras con forma de diamante como cierre, muy parecido al que elegimos para el clítoris.

Una de las chicas se puso detrás de la silla para sujetar los brazos de Vane sobre su cabeza, mientras Salva tomaba la pinza con una mano y estiraba el pezón. En la otra mano tenía una aguja de considerables dimensiones, con la que de un certero empujón, perforó el pezón de Vanesa, que no lo vio venir, y se contrajo de forma brusca, mientras soltaba un chillido. Sin tiempo a recuperarse, hizo lo mismo con el otro, con el mismo resultado. Dos agujas de unos 6 cm de largo atravesaban los pezones de Vanesa, a través de las pinzas, que soltó acto seguido. Procedimiento parecido en el ombligo, pero estaba claro que ahí no quería perder mucho tiempo.

Paso al clítoris, otra vez con dos dedos dentro de ella, empezó a masturbarla, y cuando se estaba empezando a relajar, la otra chica atrapo el clítoris con una pinza como las anteriores, y el muy cabrón, empezó a atravesarlo, tomándose su tiempo. Vanesa intentaba retorcerse y zafarse, mientras lloraba y gritaba, pero le fue imposible. Salva terminó su agonía, volviendo a masturbarla otro poco. Cuando se había relajado, fue sustituyendo las agujas por las joyas elegidas. Desinfectó las zonas de nuevo, y nos mandó comprobar el resultado.

Vanesa lucia impresionante con los piercings. Los pezones hinchados, duros y desafiantes como nunca los había visto. El ombligo sensual y entre los pliegues de sus labios, el clítoris atravesado por la plateada joya.

― Esto te va a flipar ―dijo Salva a Vanesa. Volvió a acomodarse entre sus piernas, y mientras volvía a masturbarla, encendió un vibrador que acercó al piercing del clítoris.

Vanesa empezó a gemir, agitarse y jadear, y, entre fuertes jadeos y gritos ahogados, se vino en un húmedo orgasmo en las manos de Salva ¡Había tenido su primer squirt! Y no se lo había provocado yo.

― ¡Bua, qué pasada! ¡No falla! En la vida te has corrido como lo vas a hacer a partir de ahora, ja, ja, ja ―le dijo Salva a Vanesa― Vamos a por ti, monada― dijo dirigiéndose a Silvia, a la cual ya llevaba la otra chica “preparando” un rato, pues además de marcar todos los puntos a perforar, le había metido un consolador de buenas dimensiones.

― Estas llena ¿eh? ―Exclamo Salva riendo.

Empezó el anillado por el clítoris, sacando el consolador y metiendo sus dedos, como había hecho antes a mi mujer, y prolongó el pinchazo todo lo que pudo, para agonía de Silvia que chillaba y lloraba de dolor, después fue a por el ombligo, donde se detuvo y lo justo y pasó a los pezones.

Sobó con ganas los pechos y pellizcó los pezones con fuerza, estirándolos, para ponerlos duros como piedras y ponerle las pinzas. Aquí también tardó bastante en atravesarlos, se le veía disfrutar con la agonía de Silvia, que parecía sufrir más que Vane. Tras sustituir las agujas por las joyas, volvió mostrárnosla como había hecho anteriormente con Vanesa.

Le introdujo de nuevo el consolador, y mientras la otra chica repetía la acción del vibrador en el piercing del clítoris, puso unas pinzas en los aros de los pezones, conectados a un pequeño transformador eléctrico, que comenzó a darle descargas. Silvia se retorcía y jadeaba, y termino corriéndose al poco tiempo.

― Necesito que estas dos me coman el rabo, o me va a estallar ―dijo Salva― Si queréis aprovechar la postura follaros a las vuestras, no os cortéis― exclamo Salva.

― No lo dudes ―dije mientras sacaba mi erguida polla dirección a mi mujer.

Manuel hizo lo mismo y tardamos muy poco en corrernos, estábamos todos muy excitados.

Las chicas del estudio, vinieron a chuparnos las vergas después de terminar con Salva, para deleite nuestro. Lo hacían tan bien que casi acabo empalmado otra vez. Salva estaba deleitando la vista con nuestras chicas, expuestas, perforadas, sudadas y con flujos de ellas y nuestros saliendo de sus vaginas.

― Cuando acabéis con ellos, limpiar a estas para que puedan ver su nuevo aspecto ―dijo Salva.

Las limpiaron y soltaron, y las acercaron a un espejo de la pared. Se veían divinas con los piercing, la R marcada a fuego, los pezones permanentemente erguidos y perforados, que ganas de estar a solas con ellas y disfrutarlas.

Tras tomarles unas fotos para el book del estudio, Silvia y Vanesa se vistieron, nos despedimos del singular trío del estudio y nos fuimos.

En el apartamento, mientras las chicas se daban un baño y se trataban los piercing con las cremas que les habían dado, nosotros hablamos un poco de cómo era la casa y de la posibilidad de aceptar el trato una vez vista esta.

Cuando salieron del baño, en bikini, con intención de pasar la última tarde en la playa, los pezones de ambas se marcaban a través de la fina tela, así como las joyas que los atravesaban. La imagen era excitante. Además a Vanesa, se le veía un poco la marca a fuego, muy poco, pero lo suficiente para recordarme que estaba allí, y era mía.

Después de tomar el sol y bañarnos, volvimos a la habitación a ducharnos para ir a cenar, al día siguiente tocaba madrugar para coger el avión de vuelta a casa.

MARORI69.

 

 

Rompiendo la monotonía

En estos relatos, Ángel, narra las absorbentes aventuras con su mujer, su cuñado y la esposa de este. El final es inesperado.

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