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La Página de Bedri
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Incorporarse a la rutina después de las vacaciones nunca es agradable, pero es necesario. Manuel y Vanesa tardarían unos días en arreglar todo y volver a Asturias, días que se me antojaban eternos. Esa tarde recibí un email, con instrucciones de mi cuñado para que recogiéramos las llaves de la casa en la oficina de la empresa que les había hecho la reforma, y la dirección para que la fuéramos a ver.

El fin de semana escapamos a verla. Era un chalet dentro de una finca grande, totalmente vallada y discreta. Recién pintado, se apreciaban las ventanas y puertas nuevas, con un gran ventanal en el lateral derecho que daba a una piscina y una zona para tomar el sol. Era lo que siempre había soñado. Por dentro todo era nuevo y moderno, el piso de abajo tenía una enorme cocina, con comedor, isla, vamos un sueño. El salón con chimenea que daba a la piscina, una habitación principal con baño, otra habitación más pequeña, un aseo, la escalera de acceso al piso superior, una puerta de acceso al garaje en la parte trasera, y una cerrada, que ninguna de las llaves abría, y supuse era el sótano.

El piso superior, era una copia y pega del inferior, salvo las puertas de garaje y sótano, y el ventanal, que aquí daba también a la piscina, pero sobre un balcón. Era perfecto, dos viviendas en una, independientes pero unidas. Decidimos aceptar la oferta, y así se lo comunicamos a nuestros cuñados desde allí mismo.

― ¡Genial! ―Dijo Manuel― ¡Estoy encantado! Pues podéis trasladaros cuando queráis, prepáralo todo, ya está funcional. Nosotros vamos definitivamente a primeros de mes. La próxima semana llegaran nuestras cosas ¿Arriba o abajo, qué prefieres?

― El bajo, si no te importa― respondí.

― Perfecto, pues vuestro es. Nos vemos en quince días.

― De acuerdo ¡y Gracias! ―Respondí.

Esas dos semanas se me hicieron eternas, Vanesa pidió unos días para preparar la mudanza y yo hice lo mismo, en cuanto liquide varias cosas, cerré unos días por asuntos personales. Queríamos estar instalados para cuando ellos llegaran.

Y así fue, el domingo al mediodía, llegaron a casa. Les ayudamos con las bolsas que traían y vieron nuestra planta, ya medio personalizada con fotos y cuadros nuestros. Les gustó mucho.

En la planta de arriba les habíamos colocado más o menos todo lo que había llegado día antes, salvo la ropa y las cosas personales, ya que cada uno tenemos nuestras manías.

Les dejamos acomodarse y mientras bajé a preparar algo de comer. La sobremesa la pasamos hablando de la casa, la zona, lo tranquilo que era, pues en seis días que llevábamos allí viviendo, aun no habíamos visto a ningún vecino. Es lo que tiene entrar en coche directo a tu finca, si no quieres, no hay contacto.

Estaréis deseando ver la mejor zona de la casa ¿no? ―Dijo Manuel.

― Estuve a punto de forzar la puerta dos veces, ja, ja, ja ―respondí.

― ¡Vamos! ―dijo Manuel― y toma, tu llave― me dijo dándome una.

Como había prometido, la sala no nos defraudó. Era enorme, casi media planta del chalet, la otra media era el garaje, totalmente insonorizada, las paredes en acolchado rojo, con varios espejos en algunas zonas, estratégicas supuse, y algunos en el techo. Potro, silla ginecológica, cruz, x, varias poleas en el techo, grilletes en varios puntos, una especie de somier antiguo metálico, conectado a un generador, un armario con todo tipo de parafernalia, dos butacas negras de piel, vamos, todo. Un pastizal gastado únicamente para el placer y el dolor. Estábamos embobados tanto Vanesa y yo, como Silvia, que tampoco lo había visto. Al fondo había una puerta, de acceso a un baño con hidromasaje, para relajarse después de una sesión. Había también una pequeña nevera. Estaba pensado hasta el último detalle. Era perfecto.

― ¿Que os parece? Dijo Manuel.

― ¡Perfecto! ―respondimos.

― Hermanita― dijo sin preámbulos― desnúdate, quiero ver mi propiedad.

― ¿Qué? ―Exclamo Vanesa, que no se lo esperaba, ahora.

― ¿Acaso estas sorda? ―Respondió y agarrándola por la camiseta, de un tirón se la desgarró dejando sus tetas al descubierto, con la R completamente curada, y los pezones perforados, erguidos y desafiantes.

― Aquí dentro, obedeceréis sin rechistar, y hablareis solo si se os pregunta, dijo, y le arreo un bofetón en la cara ¿Lo has entendido?

― Si amo― respondió Vanesa, bajando sumisa la mirada al suelo.

Yo estaba un poco desubicado, la verdad. No me esperaba una entrada así.

― Desnúdate y enséñame el resto― le dijo. Vanesa lo hizo sin rechistar.

― ¡Perfecto! ―exclamó satisfecho, mientras me miraba.

― ¿Tu a que esperas? ―Espeté a Silvia ¿también quieres una ostia?

― No amo― respondió mientras se quitaba la ropa.

Estaba muy morena, su marca, también había cicatrizado y lucía en su depilado pubis. Entre sus labios se apreciaba la piedra superior del piercing, y los pezones, se veían duros y firmes, con sus joyas manteniéndolos así.

Manuel llevo a Vanesa al centro de la habitación, y le sujetó los brazos a unas cadenas que pendían del techo, con una polea. En el suelo, había otras que sujetaron sus tobillos con las piernas muy separadas. Aflojó la polea del techo para que pudiera doblarse sobre su cintura, para sujetarle al cuello otra correa desde el suelo. Una vez así, volvió a tensar la del techo, dejándola totalmente inmovilizada, abierta y expuesta. Me fijé que en esa zona había un pequeño sumidero y en la columna cercana un grifo, y una manguera plateada terminada en un fino tubo con agujeros.

― Vamos a limpiar ese culo antes de follármelo ―dijo Manuel.

― Escupió varias veces en el agujero, y comenzó a extender la saliva y lubricar la entrada del culo, para después empezar a introducirle el dedo corazón, que pronto fue sustituido por el cabezal de la manguera. Abrió la llave de paso, y al momento vi como Vanesa se estremecía un poco. Un hilo de agua empezó a resbalar por sus piernas. Mientras, Manuel fue al armario y volvió con un Plug de goma hinchable y lubricante. Cerró el grifo, untó lubricante en el plug y sustituyó uno por otro, muy rápido, para que no saliera nada de líquido. Bombeó varias veces la pera para hincharlo en su interior, y se retiró al baño.

Llevé a Silvia a la X, donde la sujeté de espalda a ella. Le pellizque los pezones, que estaban extraordinariamente duros, y pasé un dedo por su raja, mientras la besaba en la boca. Estaba muy húmeda. Tomé unas pinzas del transformador, y las puse en los cuatro piercing de su cuerpo. Subí la intensidad del aparato poco a poco. Un led indicaba la frecuencia de las descargas, y un medidor de aguja, la intensidad. Poco a poco, Silvia comenzó a jadear y moverse en la cruz. En ese punto, dejé la ruleta, dándole descargas mientras me fui a desnudar.

Manuel retiró el plug del culo de Vanesa sin deshinchar, dejando el esfínter dilatado y dejando salir toda el agua que había en su interior, para su alivio, con los restos de heces. Manuel tomó la manguera y le limpió las piernas y el suelo. Sin apenas tiempo, le metió la polla de un golpe en el culo, a lo que su hermana respondió con un sonoro grito, que no pudo terminar, pues la mía lleno su boca de repente. Con cada envite en el culo de su hermano, tragaba la mía hasta el fondo, provocándole arcadas. Así estuvimos un rato, hasta que Manuel la sacó de su culo, para intercambiar posiciones. Estaba muy dilatado, por lo que no me costó nada meterla en él. Manuel se estaba corriendo en la boca de su hermana cuando empecé a penetrarla por detrás. De nuevo mis embestidas, le hacían comerse la polla hasta la garganta, y como el empujaba también, una vez estuvo a punto de vomitar, pero él seguía empujando, no parecía importarle.

Me corrí abundantemente en el culo de Vanesa. Saqué mi polla y le metí el plug otra vez a modo de tapón. Le iba a dejar todo dentro un rato. Lo hinché un poco más.

Detrás Silvia se retorcía con las descargas. Aumenté más la intensidad, y tomé una fusta para castigar aquellas desafiantes tetas que no tardaron en tornarse enrojecidas. Manuel estaba azotando con una vara el culo de su hermana. Parecía que tenía fijación con él.

Después, colgó unas pesas de los piercing de los pezones, estirando de estos hacia abajo y arrancado otro grito de dolor y lágrimas de su cara. La dejó así y vino por primera vez a ver a Silvia. Aumentó un poco más la intensidad, lo que la hizo retorcerse y gemir. De repente, lo subió de golpe a tope un instante y lo bajó. Un grito de dolor salió de su garganta acompañando un arqueo imposible de su cuerpo hacia delante, que retrocedió inmediatamente al contacto de mi fustigazo en el vientre que le dejó una buena marca. Dejé a Manuel con Silvia y me acerqué a Vanesa. Le solté el collar del cuello para poder erguirla de nuevo desde las poleas del techo. Acerqué mi mano a su entrepierna, completamente húmeda y empecé a masturbarla. Parecía que estaba a punto de correrse, y paré. Solté los pesos de los pezones, pues tenía miedo que sufriese un desgarro, y se los bese y mordí un rato. Me ponían a cien. Empezó de nuevo a jadear y contonearse, estaba claro que deseaba un orgasmo. Había un consolador unido a una barra extensible, y justo bajo mi mujer un agujero en el suelo del mismo diámetro. Estaba claro. Lo tomé, se lo introduje hasta el fondo, sin ningún esfuerzo, ajusté el largo de la barra, y quedó perfectamente empalada. Hinché otro poco el plug del culo.

Manuel había soltado a Silvia y la sujetó al potro, con el culo bien expuesto. Su marca lucia esplendida, y su culo, como siempre, imponente. Le estaba dando bien con un látigo de cuero, pero apenas se la oía, porque le había metido una mordaza de bola en la boca. Vi una inusual rabia en los golpes que asestaba, como cuando sodomizaba a su hermana. Estaba desatado y no me gustó demasiado. Me acerqué a pedirle que aflojara un poco la fuerza, lo que hizo a regañadientes. Silvia estaba llorando, con todo el rímel corrido por la cara; la imagen era grotesca y excitante a la vez. El culo, rojo e inflamado, invitaba a tomarlo. Le unté aceite en el para calmar la irritación y me dediqué a lubricar la entrada del ano, insertando un dedo, dos, tres, hasta que lo relajó. Se la metí un poco, para tantear, la saqué, y luego entera dentro, de un movimiento seco. Comencé a bombear rítmicamente, y estimular su clítoris con mis dedos. Se corrió de inmediato. Las contracciones de culo, al hacerlo, apretaron mi polla dentro, provocándome un placer inmenso.

Manuel había vuelto a poner a Vanesa en la posición inicial, esta vez con el consolador en la vagina, y había sustituido el plug por su polla, y por segunda vez le estaba dando por el culo con rabia. Por los gemidos deduje que se estaba corriendo dentro.

― ¡Acábale dentro a esta otra vez, llénala de nuestra leche! ―dijo Manuel.

Deje a Silvia a punto de correrme y la metí en el maltrecho culo de Vanesa, donde me vine casi de inmediato. Al sacarla, el abundante semen de las tres descargas comenzó a caer por sus piernas. El esfínter, totalmente dilatado y enrojecido, se negaba a cerrarse. Tomé un vibrador del mueble, y se lo puse en el clítoris. Tuvo un sonoro y largo orgasmo al instante.

Me aproximé a Silvia que estaba terminando de limpiar con la boca la verga de su marido, y le acerqué la mía para que hiciera lo mismo. Tras eso, las soltamos y dimos por estrenada la mazmorra. Nos fuimos cada pareja a nuestros cuartos, para asearnos y descansar.

Los días fueron pasando, adaptándonos a la nueva forma de vivir. Solíamos coincidir los cuatro solo para cenar, pues nuestros trabajos tenían horarios muy dispares. Los encuentros en la mazmorra no fueron muchos, en los meses siguientes, y los juegos, se relajaron, fueron mucho más suaves que el primer día. Los golpes intentaban dejar poca o ninguna marca, y las penetraciones no eran violentas. Volvía a ser como los primeros encuentros, pero la calma duraría poco.

MARORI69.

 

 

Rompiendo la monotonía

En estos relatos, Ángel, narra las absorbentes aventuras con su mujer, su cuñado y la esposa de este. El final es inesperado.

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