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La Página de Bedri
Relatos prohibidos
Masaje especial
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David tiene treinta y cinco  años, es mexicano, algo para mi nada común. Tiene un cuerpo ancho, fuertes piernas,  y una divina verga. Se veía muy masculino, como a ellos les gusta decir, “Bien Macho Mexicano”.  Es de tez trigueña, ojos muy oscuros, y un pelo negro azabache precioso. Ese día el traía pantalones holgados blancos, y una camisa blanca de botones.

Bueno a lo que voy.

Varios días atrás me dedicaba a realizar ejercicio, estaba con el cuerpo muy tenso. Yo adoro los masajes así que este día lo decidí tomar completo para mí, y me dirigí hacia un lugar de masajes en el centro de la ciudad.

Yo llevaba un vestido a las rodillas pegadito, color blanco que marcaba mis formados muslos y nalgas, no traía bra, con el calor de verano daban ganas de andar desnuda. Unas sandalias sencillas, y una pequeña tanga negra.

Al llegar todo estaba de blanco, como mi vestido, transmitía una paz, un aroma a fruta dulce en el ambiente, todo con tonalidades azules muy veraniego. En la mesa con la recepcionista, se encontraba este muchacho que dialogaba con ella, muy atractivo, con una hermosa tez trigueña, y una espectacular sonrisa.

—Hola, ¿Será que tendrán un cupo para un masaje hoy? De verdad que lo necesito.

—Mira que cosa, David aquí (lo señaló), tiene un espacio abierto, si no te molesta que sea hombre, pues está disponible.

Lo mire muy curiosa, no sé si serán cosas del destino, pero me encantó aquella coincidencia.

—Para nada, ningún problema, si el señor acepta.

—De acuerdo señorita, pase usted conmigo.

Entramos a un pequeño cuarto con detalles en madera, plantas verdes, sonido de la marea y una cómoda camilla en el centro, donde estaría mi cuerpo en unos instantes, siendo tocada por esas hermosas y grandes manos.

—Señorita, antes que nada ¿Dónde desea el masaje?

—¿Sera que se podrá en todo el cuerpo? Me duele todo.

—Bien, le daré unos minutos para que se desvista y se ponga cómoda, puede dejar sus pertenencias debajo de la mesa, y se puede acostar y cubrirse con estas sabanas. Me avisa cuando esté lista.

—Vale, muchas gracias.

Procedo a desvestirme, solo me dejé la tanguita, lo único que las sabanas eran muy claras, se me vería todo. Pero ni modo. Me acosté en la mesa de masajes boca abajo y tape mis nalguitas.

Le avisé se que ya estaba dispuesta y entró.

—Bueno, tengo este rico aceite nuevo que me trajeron, ¿Deseas usarlo en vez de la crema?

—Si.

Comenzó a echarme aceitito en toda mi espalda, que rico se sentían sus manos. Conforme iba avanzando, me pidió si deseaba algún masaje más por debajo de mis caderas.

—Claro si por favor.

Con suavidad retiró la sabana que cubría mis pompas, dejándolas al descubierto.  Luego me hecho más aceitito en mis nalguitas y piernas. Y comenzó a masajear mi trasero, hacia círculos con sus manos, las tomaba las dos y las abría, hasta que sentí sus dedos, rozar mi huequito. Quería decirle que parara pero se sentía tan rico, que me hice la relajada dormida. Y lo dejé seguir.

—¿No cree que sería mas cómodo si se quitara este pedacito de tela? La podría masajear mejor —dijo refiriéndose a  mi tanguita negra.

—Oh si, quítemela si gusta.

David sin dudarlo, sutilmente me fue bajando la tanguita, ahora si, hasta mi conchita estaba al descubierto, a su completa merced. Suspiró profundamente, pero no medió palabra.

Volvió a colocar sus manos en mi trasero, yo sentía como mi culito se dilataba cada que él me masajeaba cerquita de él. Pasó sus manos por mi entrepierna, me daban muchas cosquillas. Las yemas de sus dedos rozaban la línea de mi conchita. Ya me estaba  haciendo estremecer.  Abrió con sus dedos mis labios vaginales, y rozó mi clítoris con un dedo. Que intensa sensación sentía, ahora más que mi cuerpo estaba muy relajado. Me lo tocaba circularmente, muy suave y con sus otros dedos de la mano, me los introducías suavemente en mi culito. ¡Qué rico!

—¿Podrías acostarse boca arriba ahora?

—Si, claro.”

Y así lo hice. El me echó más aceitito, yo ya estaba empapada, hasta mi conchita pero eso era de mi propia babita. Mi cuerpo se relajó tanto, que mi conchita se mojó.

—Tienes muy lindos senos con esos pezoncitos color caramelo.”

—Gracias — y sonreí.

Me masajeó los senos muy rico, mi abdomen, las caderas, (ya se imaginan como me siento) y llegó a ella. Me separó una pierna de la otra. Les recuerdo yo tenía los ojos cerrados. Y sentí un pequeño aire en mi rajita, era su respirar, y luego como la punta de su lengua me comenzó a lamer.

—¡David! ¿Qué sucede? —pregunté gimiendo.

—La terminaré de relajar completa.

Lamió mi conchita más efusivo, y me introdujo dos de sus dedos dentro de ella. Esto si me ponía.

—David, si sigues así, me vas a hacer venir, y eso me gusta mucho —le digo gimiendo.

Pero el solo degustaba de mí. Y continúo, y continúo. Hasta que me comencé a correr. Fue como una pequeña lluvia. Me vine en su cara.

—Ay perdóname por eso.

—No tienes nada que disculparte dijo pasando la lengua por sus dedos.

Luego le dio un beso a mi conchita. Y entonces, se bajó la cremallera, abrió muy bien mis piernas y las echó hacia atrás, hacia mis hombros. Se arrodilló ante mí en la camilla, colocó su verga ya goteando entre los labios de mi conchita. Y se movió hacia delante y atrás. Qué rica estaba esa verga tan caliente y jugosa. Me colocó la cabeza en la entrada, y comenzó a meterlo muy rico, mientras masajeaba mis piernas.

—Quítate la camisa David —le pedí.

Se la quito.

Estábamos tan empapados que su pene se deslizaba sin ningún problema, pero así muy rico se escuchaba esa babita en cada metida.

—Señorita, la tiene tan calientita —gemía— me encanta como se escurre toda esa babita de usted, y esa carita de inocente y traviesa me pone y como se muerde los labios, me mata —Mientras masajeaba mis tetas mientras la metía.

—Quiero chupártela, no te vengas sin que te la chupe toda —le pedí.

—Si lo quieres házmelo, estoy muy cachondo ya.

—No importa.

Lo masturbé con mis manos, lo introduje completo a mi boca, se lo mamaba con esas ganas. Sentía su liquidito transparente en mi lengua, la cual recorrí mi puntita en su cabeza, y succionaba con mis labios rosaditos.

—Me vas a hacer venir chiquita.

Me sostuvo la cabeza firmemente, y se comenzó a mover más rápido.  Aproveché y continúe masturbándome, quería venirme con él de nuevo. Lo oí gemir bien rico, al igual comencé yo a gemir con su gran verga en mi boca. Me cogía la boca de tal manera que se me llegaron a aguar los ojos de lo hondo que llegaba a mi garganta, y zas. Sentí el sabor de su leche calientita en mi garganta. Y me vine. Se me mojó toda mi mano.  La sacó de repente y cayó en mis tetas.

—Mmm. ¡Que sabor más rico! —Y le limpié toda su verga con mi lengüita, sin dejar una gota.

Bajándonos de la mesa, me colocó en cuatro, y me dio un rico mordisco en una de mis nalgas, y me nalgueo la otra.

—Qué rica que estas.

Le guiñe el ojo.

—Creo que me veras más frecuente, para mi masaje especial.

—Cuando lo desee mi señorita.

Definitivamente, el mejor masaje que me han dado hasta ahora.

Inocencia.

Dedicatoria: Este relato es para David, un buen amigo virtual al que le encantan mis relatos. Y también para que se identifique.

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