La Página de Bedri
Relatos prohibidos Mis galletas
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Recibí una llamada del chico al que le compré las galletas, diciendo que ya tenía mis galletas estaban dentro y me preguntaba si podía pasar, por mi casa, en una hora a dejarlas. Me dijo que las traerían él y su amigo. Le dije estaba bien y que dejaría la puerta delantera abierta porque iba a darme un baño en la bañera, así que si no abría el timbre de la puerta podían entrar. Abrí el grifo y dejé correr el agua, y unos cinco minutos antes de que llegaran, me metí en la bañera y dejé la puerta del baño abierta a propósito. Cuando sonó el timbre fingí no haberlo oído. Empujaron la puerta, se asomaron y acabaron entrando. El chico me gritó que ya estaban allí y les dije que se sentaran en el sofá, que saldría enseguida. También les dije que les había refrescos y patatas fritas para que se sirvieran. Se sentaron y me miraban fijamente porque desde el sofá hay una magnifica vista de la bañera. En el baño tengo un espejo de cuerpo entero y podía ver a los dos chicos reflejados en el espejo mirándome. Por la forma en que el espejo estaba colocado, podía verlos sin necesidad de mirar en su dirección. Lentamente me levanté en la bañera y busqué la toalla. Los dos chicos me miraron fijamente, mientras me quedé completamente desnuda casi sin moverme para que me vieran. Estábamos a casi solo cuatro metros de distancia, así que podían verme claramente. Salí de la bañera y lentamente empecé a secarme. Les di la espalda y me incliné para secarme los pies. Escuché a uno de ellos decir― ¡Joder! ―a su amigo. Fingí no oírlos y de forma como casualmente empecé una pequeña conversación mientras me volvía hacia ellos. Me senté al lado de la bañera y levanté una pierna para secarla, eso hizo que mis piernas se abrieran dándoles una buena línea de visión a mi coño. De nuevo oí a uno de los chicos decirle al otro― ¡Joder! ―Fingí no oírlo y me envolví con la toalla que me cubría por encima de las tetas. Salí, los saludé y me senté frente a ellos. La toalla no ocultaba mucho, así que mi coño apenas estaba cubierto. Charlé con ellos y me acerqué para coger la bolsa con mi pedido. Al inclinarme para coger la bolsa con mi mano derecha, disimuladamente liberé la toalla con la otra mano. Mientras me sentaba, la toalla se deslizó lentamente hacia abajo desnudándome las tetas. Fingí no darme cuenta y ambos permanecieron sentados con los ojos saltones y la boca bien abierta. Lentamente vacié la bolsa, revisando cada paquete de galletas. Actué sorprendida y recogí la toalla y la volví a poner. A propósito subí la toalla un poco más enseñando mi coño. Sus ojos bajaron y miraron fijamente entre mis piernas. Lentamente dejé que mis piernas se abrieran un poco. Mi coño quedaba ante sus ojos, a sólo unos centímetros de ellos. De forma correcta y educada le pregunté a Jesé, el chico que me vendió las galletas, si aquel era el amigo del que me había hablado. Dijo que si, que lo era y le pregunté cómo se llamaba, dijo Diego. Tenía dieciocho años y él y Jesé eran los mejores amigos. Le pregunté si él y Jesé miraban porno en Internet. Parecía nervioso, y mirando a Jesé dijo que sí. Le dije que no era nada de lo que avergonzarse, que era normal que a los chicos de su edad les gustara el sexo contemplar mujeres desnudas. Me miró y dijo que me había visto en el baño, dijo que era la primera mujer que veía desnuda en persona. Le pregunté si pensaba que yo estaba tan bien como las mujeres de web pornográficas de Internet. Sacudió la cabeza de arriba a abajo y dijo que sí, dijo que creía que yo tenía un gran cuerpo, que le gustaría verme más de cerca. Dijo que Jesé le dijo que podía verme y tocarme y preguntó si yo le enseñaría más. Miré a Jesé y le recordé que no debía decírselo a nadie. Se disculpó, pero estaba tan emocionado que se equivocó y se lo dijo a su mejor amigo, Diego. Diego dijo que ya me había visto desnuda en el baño y que sólo quería verme más de cerca. Ambos me lo suplicaron y me juraron que sería nuestro secreto. Les dije que nadie más podría saberlo, y ambos juraron que no se lo dirían nunca a nadie. Miré a los dos chicos y lentamente me levanté, Y cogiendo la toalla le di un pequeño tirón haciéndola caer al suelo. Sus ojos casi se les salieron de las cuencas, y sonrieron de oreja a oreja. Jesé le dijo a Diego― ¡Ves! Te dije que es mucho mejor en persona que en Internet ―Diego afirmó que estaba de acuerdo y que yo tenía un gran cuerpo. No paraba de decir lo buena que estaba, me preguntó si me podía ver mejor el coño. Me senté de nuevo, y lentamente me incliné hacia atrás, al mismo tiempo que abría las piernas. Él se sentó en el borde del asiento del amor y separé mis piernas en alto, dejándolas completamente abiertas, con mi coño abiertos ofreciéndoles una buena visión. No podía apartar la vista de mi coño y su mano tocó mi muslo. Rápidamente la apartó y se disculpó. Le dije que estaba bien, que no pasaba nada y que no me importaba. Su mano volvió lentamente a mi pierna, acariciándola suavemente. Mientras tanto, Jesé acariciaba mi otro muslo con una mano. La otra mano se apoyó en mi teta. Siguiendo el ejemplo de Jesé, Diego dejó que su mano masajeara más y más mi muslo. Luego me preguntó si podría tocarme el coño. Le dije que sí, pero que no podía decírselo a nadie. Dejé que su mano subiera por mi pierna y me tocara el coño. Poco a poco empezó a frotarlo, poco a poco me metió un dedo dentro. Me miró y me preguntó si podía seguir y yo asentí que sí. Un dedo llevó a dos, lentamente empezó a meterlos dentro y fuera. Mi coño se estaba empezando a mojar, y su otra mano comenzó a jugar con mi otra teta. Al rato les dije que era mejor que paráramos pero Jesé me rogó que también le dejara meterme el dedo. Acepté dejarlo pero solo unos minutos. Luego hice que se detuvieran y empecé a ponerme la toalla de nuevo. Me rogaron que me quedara desnuda y me pidieron que, por favor, dejara mis piernas abiertas un poco más. Jesé me preguntó si podía ayudarlo de nuevo con su problema con la erección, como él lo llamaba. Dije que sí y les hice una paja a cada uno de ellos. Diego dijo que a veces se masturbaba en casa, pero que esto era mucho mejor. Me preguntaron si podían pasar de vez en cuando, y tal vez volver a verme desnuda. Les dije que tendría que pensármelo. Diego preguntó si podía tomar una foto de mi coño, para poder masturbarse mientras la miraba. Jesé dijo que también quería una foto de mi coño. Acepté dejarlos hacerme unas fotos, pero no de mi cara si ambos prometían no mostrarla a nadie. Me tomaron fotos de cuello hacia abajo. De mis tetas y de mi coño, e incluso unas cuantas fotos de mi culo conmigo agachada. Estoy segura de que todos los chicos de su clase han visto mis fotos en sus Smartphones o en Internet.
Historia de unas galletasEstos relatos de Bárbara narran las aventuras que tuvo después de que un chico fuera a su casa a venderle unas galletas.Poco a poco, cada vez hay más relatos porque poco a poco os vais animando a escribirlos y a enviarlos para compartirlos. A lo mejor, tienes cosas que contar y que te apetece compartir, pues este es el sitio. Si lo deseáis, puedes enviar tu relato a la dirección que figura en este enlace enviar relatos prohibidosY si lo que quieres es copiar algún relato y compartirlo en tu sitio, o en otro, no olvides copiar y pegar también el enlace de donde lo has obtenido. y el nombre del autor, no cuesta nada y es de justicia.Y si estás interesado en adquirir esta página, debes de saber que está en venta. Si tienes interés, puedes contactar con nosotros aquí. |
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